Francisco Martín Moreno
Excélsior
11-08-06
México seguirá buscando las soluciones más convenientes para su destino con un criterio racional, no emotivo, académico, mediante el cual se recogerá la experiencia internacional pasada y presente...
Pareciera ser que la inmensa mayoría de la nación, muy especialmente la integrada por los doloridos capitalinos que vivimos en este valle de lágrimas llamado, con indigerible sadismo, la Ciudad de la Esperanza, pareciera ser que hemos entendido aquella sentencia singular pronunciada por Napoleón Bonaparte, el gran emperador de los franceses, cuando decía: "¡Nunca debéis interrumpir a un enemigo cuando esté cometiendo un error..!"
El tiempo ha venido demostrando el inmenso peligro que corría México de haber resultado elegido el señor López Obrador, nada de MALO ni juegos de palabras, nos estábamos jugando la patria en un paso dramático del que, sin duda, los primeros afectados hubieran sido los pobres, aquellos con los que el perredismo, un detritus priísta, trató de tomar como bandera para someter sentimentalmente a la nación mediante las urnas.
Hoy por hoy, López Obrador se inmola cada día enfrente de la Catedral, como en aquellos años en que la Santa Inquisición incineraba a los herejes. Si hoy hubiera elecciones para Presidente de la República, López Obrador saldría abrumadoramente derrotado. Él ha insistido en gritar a los cuatro vientos: "Pueblo de México, querido pueblo de México, estoy loco, absolutamente loco, ¿por qué no me creen..?" Si algunas características tienen que concurrir en el jefe de una nación, son la sensatez, la estabilidad en el análisis de los difíciles asuntos de Estado, el control de los impulsos viscerales, estomacales y sanguíneos, de tal manera que la cabeza gobierne invariablemente sobre el hígado y sobre el corazón. No se requieren hormonas para gobernar, sino neuronas… No son convenientes los prontos ni los ímpetus ni los arranques, sino el reposo, la segmentación crítica de los problemas y la estructura metódica de la solución. Nos hemos salvado. México seguirá buscando las soluciones más convenientes para su destino, con un criterio racional, no emotivo, académico, a través del cual se recogerá la experiencia internacional pasada y presente en aras de construir un mejor país para todos nosotros.
Debo subrayar, sin embargo, algunos aspectos de la madurez nacional que, a mi juicio, no han sido recogidos por los más conspicuos analistas políticos de nuestros días. En otros tiempos, cuando algunos bancos estadunidenses deseaban llenar sus arcas con mexdólares, ¡ah, mexicanos!, bastaba con esparcir un rumor catastrófico en los medios financieros y sociales de nuestro país para que hasta las personas de escasos recursos llegaran a las ventanillas de los bancos a comprar un dólar, un quarter o un nickel, lo que fuera con tal de hacerse de alguna moneda estadunidense, para salvar su patrimonio de una debacle anunciada. Las devaluaciones monetarias no tardaban entonces en producirse, mientras la ciudadanía repetía: te lo dije, te lo dije, te lo dije…
Hoy en día, hay un candidato que por el mal de todos insiste en no reconocer al IFE ni al TEPJF ni a las leyes ni a la Constitución ni al Poder Judicial en su conjunto. No a las instituciones y no a las normas legales emitidas por los mexicanos para garantizar nuestra convivencia civilizada.
El señor López Obrador amenaza con estallar un nuevo movimiento social si no se reconoce su triunfo y, sin embargo, las tasas de interés no sólo no se disparan, sino descienden. El candidato perdedor de los perderistas anuncia las marchas y la resistencia civil y a nadie se le ocurre ir a comprar un dólar en las ventanillas bancarias. El precio del dólar no sólo no se ha encarecido, sino ha disminuido su valor. El tabasqueño, envuelto en llamas, bloquea el Paseo de la Reforma y otras avenidas sin producir pánico en la sociedad que, con el tiempo, ha dejado de contemplarlo como un loco fanático para empezar a verlo como un simple payaso pueblerino.
López Obrador no ha logrado asustar a la opinión pública con sus arbitrariedades, lo cual es una señal inequívoca de madurez política de la nación, ni ha provocado una fuga de capitales ni propiciado un violento disparo de las tasas de interés, ni siquiera, salvo en algunos aspectos muy puntuales, ha producido una disminución en los importes de inversión extranjera destinados a llegar a nuestro país. Por el contrario, los autores de estos caprichos perredistas, de claro origen anal-retentivo, digno de un sesudo estudio de psiquiatría, cada día consumen su imagen ante el electorado, de tal manera que muy pronto podrían perder una contienda electoral organizada para nombrar a un jefe de manzana. Su prestigio, después de haber arruinado su porvenir político, ya no les permitirá acceder ni siquiera a cargos de la mínima significancia en ese ámbito.
Me pongo entonces de pie, me descubro la cabeza para honrar a la ciudadanía y mandarle, desde esta humilde tribuna, mi reconocimiento por la madurez demostrada en estos momentos en que se ha puesto a prueba, nunca en jaque, a las instituciones de la República.
Yo antes pensaba que México era un país medianamente fuerte, hoy, debido al comportamiento de la sociedad, me percato de los enormes poderes de nuestra unión.
fmartinmoreno@yahoo.com
11 de agosto de 2006
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