12 de septiembre de 2006

Una victoria agridulce

Joseph Contreras
Newsweek en Español (Núm. 1136)

06 de septiembre de 2006

El largo y sinuoso camino de Felipe Calderón a la presidencia de México puede haber llegado a su fin. La semana pasada el Tribunal Federal Electoral anunció los resultados de la revisión parcial de los votos en la elección presidencial del 2 de julio, y la cuenta ajustada confirmó la victoria de Calderón sobre su contendiente Andrés Manuel López Obrador por cerca de 240,000 votos. El escasísimo margen ha sido el preludio de dos meses de punto muerto político y tensión a medida que López Obrador gritaba fraude y ordenaba a sus partidarios bloquear vías principales en la ciudad de México. Sin embargo, la resolución del Tribunal fijó el escenario para una proclamación formal de Calderón como presidente electo, veredicto que el panel de siete jueces debe rendir esta semana. “Asumiré mi papel como presidente con firmeza y claridad”, dijo el nominado de 44 años del Partido Acción Nacional (PAN) el día que el Tribunal anunció las conclusiones del recuento. “[La decisión del tribunal] esclarece las dudas e insinuaciones que [nuestros opositores] quieren sembrar entre la gente”.

O así lo espera. Calderón recibió menos del 36 por ciento de los votos emitidos en la elección presidencial y la lista de candidatos al congreso del PAN fracasó en obtener la mayoría absoluta en alguna de las cámaras. Para gobernar con eficacia, necesitará forjar un gobierno de coalición antes de tomar posesión del cargo en diciembre, y no tendrá ninguna ayuda de López Obrador. El candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) de la izquierda descartó la resolución del tribunal electoral como “una decisión política” y juró establecer un gobierno paralelo en las próximas semanas. Con esto le quedan el un día omnipotente Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México por 71 años pero que cosechó sólo 22 por ciento de los votos, y los tres grupos más pequeños de izquierda y centro. “Quiero hacer acuerdos con los partidos de la oposición para lograr una mayoría”, le dijo Calderón a Newsweek en junio. “Estoy dispuesto a compartir el programa de gobierno y el gabinete”.

A primera vista, el PRI parecería un socio improbable en un gobierno dirigido por Calderón. El centro-derecho PAN fue la única oposición creíble del PRI a lo largo de sus décadas en el poder, y el grupo del PRI en el Congreso frustró la mayoría de las reformas legislativas del presidente saliente Vicente Fox durante su período de seis años en el puesto. Pero el deprimente desempeño del PRI en las elecciones de este año pueden haberle dado una lección de humildad a su liderazgo, y Calderón se reunió por separado con tres de sus gobernadores estatales el mes pasado. Los prospectos de cooperación entre los antes implacables rivales tuvieron un empujón la semana pasada cuando los congresistas del PRI y del PAN se unieron para elegir al nuevo presidente de la mesa directiva de la cámara baja por encima de las objeciones de los aliados de López Obrador. Sin embargo, algunos expertos siguen dubitativos. “Un verdadero gobierno de coalición con un socio que vote con Calderón todo el tiempo es muy improbable”, dice el columnista Sergio Sarmiento. “El PRI y el PAN tendrán algunos terrenos para trabajar juntos los asuntos como la ley laboral y las reformas fiscales, pero cualesquier acuerdos al que lleguen desaparecerá conforme se acerquen las elecciones legislativas de 2009”.

Sin embargo, Felipe Calderón ha hecho una carrera demostrando a los escépticos que están equivocados. Ellos adoptaron un aire despectivo cuando Calderón, sirviendo entonces como Secretario de Energía, anunció que buscaría la nominación presidencial del PAN para el 2006 aun cundo otro de los secretarios del gabinete ya disfrutaba de la bendición de Fox. Se mofaron la primavera pasada cuando empezó a transmitir anuncios por la televisión tildando al puntero López Obrador como “un peligro para México” que no respetaba el imperio de la ley. Los anuncios le ayudaron a cambiar un déficit entre 6 y 10 puntos porcentuales en las encuestas, en lo que parece ser su victoria.

La delgada autobiografía de Calderón recientemente publicada se llama “El Hijo Desobediente”, un título, dice, que fue parcialmente inspirado por una popular canción tradicional mexicana del mismo nombre y cuyo protagonista se llama Felipe. Otros dicen que el título intenta resaltar el supuesto anuncio prematuro de Calderón de sus ambiciones presidenciales en 2004, un movimiento que molestó a Fox en ese momento. Pero Calderón en realidad no tiene nada de rebelde. Prácticamente nació en el PAN como el quinto hijo de uno de los padres fundadores del partido. Encabezó el ala joven del PAN durante algún tiempo y conoció a su actual esposa, Margarita, cuando enseñaba en un instituto de investigación patrocinado por el partido. Calderón fue a las escuelas correctas, obtuvo su licenciatura de una escuela superior de leyes en la ciudad de México y su maestría en administración pública en Harvard. Le faltaba un mes para su cumpleaños 29 cuando fue electo para su primer período en el Congreso, cinco años después se convirtió en el presidente más joven de su partido y en 2000 regresó a la Cámara de Diputados.

Padre de tres que se va quedando clavo, con lentes y que compensa con perseverancia lo que le falta en carisma, Calderón tiene un marcado contraste con el imponente y franco Fox. Si acaso, Calderón evoca a los tecnócratas sosos, educados en prestigiadas universidades Ivy League, que gobernaron México durante las últimas dos décadas del reinado del PRI. Y ciertamente, es un fiel discípulo de las políticas de libre mercado que ellos introdujeron en las décadas de 1980 y 1990 y que después Fox defendió como presidente. Durante la campaña electoral, Calderón hizo eco del discurso de López Obrador sobre la creación de más empleos, pero no adoptó la promesa de su opositor de revisar ciertas cláusulas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 12 años, que amenaza a los pequeños agricultores de México. “El mundo está interconectado… y quiero que México esté preparado”, afirma Calderón en uno de sus discursos. “No es verdad que el proceso de globalización se pueda revertir. Está aquí para quedarse”.

Sin embargo, el asesor principal de asuntos internacionales de la campaña de Calderón prevé un leve giro en las relaciones del país con su vecino del norte. Reconstruir las descuidadas relaciones diplomáticas con América Latina será una prioridad en la administración de Calderón, dice el diplomático de carrera, Arturo Sarukhan, y la inmigración ya no será el tema dominante en las relaciones EE UU – México. “Todo estaba supeditado a ese tema”, señala Sarukhan. “[La inmigración] se convertirá en una de las cuatro ruedas de la carreta, junto con la seguridad de la frontera, el desarrollo regional dentro de México y [expandir] el TLCAN”.

Una cosa parece cierta: Washington disfrutará de un nivel mayor de comodidad con un graduado de Harvard que habla inglés, como Calderón, que su agitador enemigo quien, a pesar de toda la evidencia contraria a ello, todavía piensa que debe ser el siguiente presidente. Las tácticas torpes de presión de López Obrador han alejado a millones de los que antes fueron sus partidarios. A finales de la semana pasada los congresistas del partido de López Obrador obstaculizaron físicamente a Fox para impedirle que pronunciara su último informe a la nación. El político de izquierda está aun planeando celebrar su propia convención este 16 de septiembre, Día de la Independencia de México, que se supone lo coronará presidente electo.

El autollamado hijo desobediente de México puede tener llenas las manos con un rebelde genuino.

No hay comentarios.: