6 de mayo de 2006

La lucha por el pasado

Mario Campos
Excelsior
06-05-2006

La duda es a qué atribuirán los ciudadanos la violencia. La respuesta no es poca cosa, pues de ello dependerá el impacto que esto tenga en las próximas elecciones.


Que el presente condicione nuestra expectativa del futuro es natural. Lo novedoso es que el presente determine nuestra lectura del pasado. La expresión anterior podría parecer una pretenciosa frase de no ser porque parte de la política de nuestro tiempo se explica por esa consideración, como recién recordamos en México por el regreso de actores políticos que ya creíamos parte de nuestra historia. El caso que mejor ilustra este fenómeno es sin duda el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, día en que unos hombres asesinaron a más de 190 personas en Madrid y con ello cambiaron el rumbo político de España.

Apenas dos días antes del ataque, todas las encuestas daban como un hecho el triunfo del Partido Popular (PP). El 11-M irrumpió en escena y el 14 de marzo, sólo tres días después, la noticia era el triunfo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Al parecer, lo que motivó el cambio en el electorado no fue el acto terrorista en sí, sino la relación del mismo con los discursos de campaña. Hasta el 10 de marzo, la mayoría de los electores habían tomado una decisión: el crecimiento económico obtenido durante el mandato de José María Aznar había que reconocerlo. Tanto, que incluso la condena sistemática a su política exterior no había logrado inclinar la balanza en favor del PSOE. Con el atentado cambió la valoración de los electores, y no era para menos. De pronto, la participación española en Irak se había convertido en el principal problema doméstico, que sumado a las formas de ejercer el poder del PP, hacían que la oferta socialista de un gobierno con un “talante diferente”, resultara más atractiva.

¿Qué tiene que ver este fragmento de la historia española con la actualidad mexicana? Durante meses, los críticos de Andrés Manuel López Obrador apuntaron hacia su carácter autoritario. La denuncia, vistas las encuestas de los últimos años, parecía caer en saco roto... hasta que apareció el “cállate, chachalaca”, la renuencia a debatir y la constante descalificación a las encuestas. En ese momento, el discurso contra quienes algunos ven como un político arrogante, adquirió sentido para miles de electores.

El modelo se repite una y otra vez. Apenas esta semana revivieron dos muertos. Los macheteros de Atenco y el EZLN. Ambos formaban parte de la historia reciente del país, no obstante, al menos por un día, volvieron a ser actores de primer nivel. Ante la violencia en la pantalla, una demanda se hacía audible: ¿cómo fue que los gobiernos estatal y federal no los detuvieron a tiempo?

Más aún, la presencia política del subcomandante Marcos en el conflicto nos obligaba a plantearnos el impacto de La otra campaña, esa que muchos hemos minimizado y que, de pronto, parecía adquirir sentido ante la posible emergencia de focos de conflicto en diversos puntos del país.

Estos hechos nos recuerdan lo volátil que es nuestro entorno político, al menos en términos de percepción. Es cierto que bastaron 24 horas para que el panorama en medios fuera mucho menos alarmista. Sin embargo, el pasado miércoles vivimos un pesimismo contagioso. Las imágenes daban pie a eso y más.

Es posible, claro, que en los próximos días estallen otros puntos de violencia. La duda es a qué atribuirán los ciudadanos esos conflictos. La respuesta no es poca cosa pues de ello dependerá el impacto que esto tenga en las próximas elecciones. Si los electores compran la explicación del PRI, dirán que vivimos una franca descomposición, producto de la falta de mando que deberá ser subsanada con un mandatario de mano dura. Y para eso, dirán, nadie como Roberto Madrazo. En esa lógica, lo que el foxismo ha llamado gobernabilidad democrática, no sería otra cosa sino debilidad y habría llegado el tiempo de pagar las consecuencias. Frente a esta explicación existe otra que nace desde la izquierda. En este escenario habría que hablar de la pobreza como la causa y de la represión como la condenable consecuencia. En esta lógica se inscriben los cartones de algunos moneros, dibujando a un Vicente Fox vestido de Porfirio Díaz, luego de la muerte de los mineros de Sicartsa.

Finalmente, en el tablero estará compitiendo otra interpretación. En ella se hablará de grupos desestabilizadores con oscuros intereses políticos. Estos grupos carecerían de legitimidad en un entorno que ha estado marcado por el visible ejercicio de las libertades. No cabrían, desde esta lectura, las condenas a un gobierno que, por el contrario, sólo se vería fortalecido ante el surgimiento de grupos expresamente formados para afectar el desarrollo del país.

¿Cuál de estas visiones se impondrá en la mente de los ciudadanos? Dependerá de los hechos y de la interpretación que de ellos se haga. Quizá una de estas explicaciones determine el futuro del país. Quizá ninguna de ellas termine siendo un factor relevante el próximo 2 de julio. Por el bien de todos, ojalá que así sea.

macampos@enteratehoy.com.mx / www.enteratehoy.com.mx

5 de mayo de 2006

Por la libre

Jorge Chabat
El Universal
Viernes 05 de mayo de 2006

Las encuestas, cuando están bien hechas, son un mecanismo bastante efectivo para medir lo que la población piensa en un momento dado sobre algún asunto en particular. Abundan los ejemplos a nivel internacional en los que esto ha sido así. Además, en los temas electorales, las encuestas suelen llegar a predecir con un alto grado de certidumbre los posibles resultados, a menos que ocurran eventos imprevistos que cambien abruptamente la opinión de los ciudadanos o que la cercanía entre los contendientes sea mucha, con lo cual cualquier variación mínima, o el propio margen de error que tienen, haga imposible predecir un resultado.

No obstante, éste es un mecanismo relativamente novedoso en nuestro país y relativamente desprestigiado por el uso político que se le ha dado en el pasado por parte de algunos partidos y candidatos. Las encuestas comenzaron a aparecer en las elecciones de 1988, con poca fortuna. Las pocas que había eran sesgadas o de plano inventadas para favorecer al candidato del PRI en aquella ocasión. Ello hizo que una buena parte de los mexicanos y, en particular los grupos de izquierda, que fueron víctima de las irregularidades electorales en 1988 -y probablemente de un fraude- vieran a las encuestas como un mecanismo legitimador de elecciones sucias.

Esa visión se presentó en 1994 cuando el candidato del PRD insistía en descalificar a las encuestas que lo daban como derrotado. La lógica era muy simple: el gobierno manipula las elecciones para negarle una victoria legítima al PRD y las encuestas son también manipuladas y forman parte de la maquinaria estatal para cometer el fraude electoral. En las elecciones del año 2000 las encuestas se multiplicaron y fue ya posible percibir dos grupos de encuestadoras: aquellas que buscaban hacerse de un prestigio profesional y para las que el negocio era vender credibilidad y aquellas encuestadoras patito que aparecían de la nada para apoyar un candidato y de la misma forma desaparecían.

Para estas últimas el negocio no era hacerse de un prestigio profesional sino hacerle favores a algún candidato en particular. Afortunadamente para la sociedad mexicana, cada vez es más claro cuáles son las encuestadoras patito y cuáles las serias. Y estas últimas ayudan a dar certidumbre electoral, a menos que la distancia entre los candidatos sea tan pequeña que no sea posible predecir un ganador claro.

En las últimas semanas, se ha desatado una polémica en torno de las encuestas, porque varias han comenzado a registrar una baja sensible en la intención de voto por López Obrador. Ello tiene explicaciones lógicas: desde el efecto chachalaca, hasta la agresiva campaña del PAN pasando por las listas impresentables al Congreso por parte del PRD. Sin embargo, la reacción de él ha sido la típica de la izquierda de 1988 o 1994: las encuestas están trucadas o "cuchareadas".

Incluso López Obrador ha acusado a las encuestadoras de estar trabajando con Los Pinos para fabricar los datos. Ya se ha escrito mucho sobre la cerrazón de López Obrador y la negativa a cambiar de estrategia para ganar más votos. Lo que realmente preocupa es que pareciera que esta descalificación masiva de las encuestas forma parte de una estrategia definida de confrontación si los resultados electorales no le son favorables. La descalificación que ha hecho el PRD del IFE desde que nombraron al actual consejo de esa institución -y que ciertamente fue producto de un agandaye del PRI y del PAN- se ha agudizado en las últimas semanas, lo cual configura el escenario para un conflicto postelectoral de grandes dimensiones, en caso de que AMLO no gane.

Es entendible que a López Obrador no le guste ir abajo en las encuestas. A nadie le gusta ir perdiendo. Sin embargo, suponer que todas las encuestadoras están compradas por el gobierno panista es negar que ha habido en los últimos años un proceso de profesionalización de quienes hacen las encuestas. Es cierto, las tentaciones para la manipulación existen y es probable que varios partidos busquen comprar votos en la elección del 2 de julio. Sin embargo, pensar que todas las encuestadoras son parte de una conspiración, no tiene ni pies ni cabeza. Es cierto que el Consejo del IFE ha tenido problemas de credibilidad desde su nombramiento, pero suponer una manipulación electoral así nomás es irresponsable. Y lo es más porque precisamente las encuestadoras serias sirven como contrapeso a dichas manipulaciones. Así, descalificar a priori las encuestas y eventualmente las elecciones parece un acto desesperado e imprudente.

Si López Obrador tiene evidencia de la manipulación de las encuestas, debería presentarla. Si tiene encuestas serias que avalen su supuesta ventaja, debería presentarlas. Si no es así, no se vale irse por la libre para generar un conflicto postelectoral si no le favorecen. A pesar de todos los problemas que puedan presentan las instituciones electorales y las propias encuestas, 2006 no es 1988. Y la verdad es que no queremos que lo sea.

jorge.chabat@cide.edu

Analista político, investigador del CIDE

4 de mayo de 2006

Encuestas: Leyendo "entre líneas"

Razona tu voto

En un foro organizado por EL UNIVERSAL el pasado 2 de mayo, representantes de empresas encuestadoras agrupadas en la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercados (AMAI) consideraron que las encuestas deben tomarse como tendencias y no como “ejercicios de precisión”, los cuales necesariamente muestren el lugar en que los candidatos quedarán al final de la contienda presidencial.

Francisco Abundis, director asociado de Parametría, explicó que las encuestas deben leerse “entre líneas”, ya que no son necesariamente "mediciones de precisión, sino de tendencia".

Marcelo Ortega, director asociado de Consulta Mitofsky, afirmó que las encuestas "no pronostican" y recomendó al ciudadano “analizarlas en conjunto”.

Dado que las encuestas son “fotografías instantáneas” de las intenciones de voto, si tratamos de compararlas vamos a apreciar "vaivenes" u "oscilaciones", y no una tendencia lineal de los candidatos presidenciales.

Siguiendo la recomendación de los expertos, realizamos el siguiente ejercicio para tratar de “leer entre líneas” que es lo que dicen las encuestas “analizadas en conjunto”.

Lo que hicimos fue graficar los resultados de las principales encuestas independientes que desde principios del 2006 han sido publicadas por la AMAI en la página
www.opinamexico.org.

Para cada uno de los 3 principales candidatos se graficó el porcentaje obtenido en cada encuesta tomando su fecha de obtención (no de publicación) para generar una serie de tiempo [línea sólida y gruesa], además para tratar de “suavizar” las diferentes mediciones se utilizaron los 4 resultados previos para generar lo que en estadística se conoce como un “promedio móvil” [línea punteada y delgada].

Este es el resultado que podemos observar al 4 de mayo.


Independientemente de los argumentos en contra de la validez estadística de este método, consideramos que el resultado es muy revelador, si vemos la gráfica en su totalidad.

Mas que indicar el lugar preciso que ocupa cada candidato, lo que podemos ver claramente es esa tendencia “entre líneas” de la que precisamente hablan los encuestadores.

La lógica diría que si los candidatos, en lugar de descalificar a priori o estarse peleando con una, varias o todas las encuestas, sólo trataran de observarlas con mayor objetividad podrían ir sacando, a lo largo del tiempo, importantes conclusiones que pudieran ser usadas para realizar ajustes en sus estrategias de campaña.

Parece que eso que suena tan lógico, es demasiado pedir.

razona2voto@yahoo.com

Nota aclaratoria: La idea de este ejercicio, así como los resultados obtenidos son por iniciativa propia, NO FUERON DICTADOS NI FABRICADOS DESDE NINGÚN ESCRITORIO DE "Los Pinos".

Se fabrican encuestas

Germán Dehesa
Reforma

A diferencia de varios y muy queridos colegas, la nueva muestra de dispepsia mental que dio AMLO con motivo de las encuestas que el día del debate publicaron "Reforma" y "Excélsior", no me provocó paroxismos de ira, ni caudalosas efusiones de bilis. No pude; y no pude porque toda esta elaboración en torno a un escritorio de Los Pinos rodeado de pérfidos foxistas (AMLO se puede imaginar perfectamente quiénes son) que se dedican a elaborar encuestas, saltándose para ello el oneroso y tardado paso de consultarle a la gente (que luego es tan mula que no contesta lo que nosotros quisiéramos); me movió más a la ternurita que a la ira. Como que me dieron ganas de preguntarle al "abanderado del sol azteca" ¿es lo más que das?, ¿no te estarás fumando los collarzotes de flores amarillas con los que te adorna la jubilosa grey?.

Alguien que pretende ser Presidente de México no puede, ni debe, razonar de esa manera; ni tampoco puede decir como lo hizo AMLO que él ya mandó hacer su propia encuesta con gente de mucha confianza y que en ella sigue 10 puntos arriba (¿no será la fotocopia de alguna de las que no ha mucho publicó "Reforma"?). Todo adquiere un tono tal de berrinche infantil, que resulta hasta denigrante ponerse en la misma tesitura, darse por ofendido y suponer que alguien en su sano juicio le va a creer a AMLO esa telenovela electoral en la que, para no variar, la víctima inocente es él.

Aquí vale la pena señalar que en estos tiempos electorales hay muchos que no están en su sano juicio. Nuestra sociedad está en un acelerado proceso de polarización y de fanatización. Estos fanáticos son capaces de creerse todo y de ver en todo una conjura contra su divino maestro y su florida corte donde destacan San Manuel Camacho, San Agustín Monreal, el durable y maleable San Porfirio Muñoz Ledo y, oculto en su tabernáculo ambulante, San René Bejarano. Como decía, los hay que compran todo este paquete completo; que les aproveche, pero puesto que en su caso es inútil razonar, no tiene el menor sentido enojarse con ellos, ni mucho menos, escribir para ellos.

Las encuestas no contienen verdades absolutas, sino las fluctuantes percepciones de una comunidad con respecto a un determinado hecho. Su aplicación y su empleo son muy recientes en la vida pública de México. A este respecto, la revista "Este País" tiene una enorme parte del mérito. Gracias a ella, hoy no hay una sola publicación respetable, ni se diseña ninguna estrategia sin aplicar esta herramienta (¿quién considera usted que ganó en la noble lid que entablaron Kawage y "El Cibernético"?. Esta encuesta sería utilísima); chacotas aparte, en verdad creo que las encuestas levantadas eficientemente arrojan mucha luz que parejamente ilumina a la sociedad y a los sujetos de la investigación. A éstos más les valdría aprovechar estas luces para escrutar sus errores.

Descalificar tan a lo loco trabajos tan respetables sólo puede ser síntoma de ofuscación profunda, o de tontería abismal. Aquí AMLO puede escoger la opción que más le convenga, o mandar hacer una encuesta al respecto.

3 de mayo de 2006

AMLO: ¿un problema de liderazgo?

Leo Zuckermann
Excelsior - Juegos de Poder
03-05-2006

Hace un año, López Obrador desplegó gran habilidad política: aprovechó los errores y la torpeza de sus adversarios para ganarles la partida del desafuero. Hoy, la situación es muy distinta. Si los resultados no se obtienen es porque él y su campaña están cometiendo los errores, los cuales ahora sus adversarios capitalizan.


La actual coyuntura es adversa para AMLO. Su estrategia ya no está funcionando. Incluso analistas políticos inclinados a la izquierda comienzan a reconocerlo. De acuerdo con la revista Proceso, los colaboradores cercanos a AMLO están nerviosos. Sin embargo, según este semanario, él no los escucha, les pide un voto de confianza y les recuerda sus grandes hazañas durante el desafuero y los videoescándalos. Dice “apoyarse sólo en el pueblo, sin invertir en medios de comunicación […], pues la ruta marcada es una sola: la movilización ciudadana”. Se empeña en más de lo mismo. Es víctima de su propio éxit cree que lo que ayer le sirvió le funcionará para ganar la Presidencia. Nada más alejado de la realidad. AMLO ha perdido el momentum y la iniciativa en la contienda. Ya no es el centro de ésta. En las encuestas tiene una clara tendencia a la baja y no la reconoce. Aparece, así, como un candidato perdido, obstinado, que no acepta la realidad, evade su responsabilidad y, con dedo flamígero, culpa a otros de sus desgracias. ¿De verdad los mexicanos queremos un presidente así?

Soy partidario de un gobierno limitado y enfocado que fundamentalmente no estorbe a los individuos para que éstos, con libertad, puedan hacer lo que les plazca con su vida. Ahora bien, reconozco que sí existen situaciones que demandan un gobierno fuerte, responsable y decidido. Siempre es fácil gobernar un país cuando todo va viento en popa, pero, otra cosa cuando se necesita enfrentar una crisis. Por eso, la cualidad más importante que debe tener un presidente, como líder de una nación, consiste en entender cuándo hay condiciones adversas y actuar en consecuencia. Un líder debe admitir los errores, corregir la estrategia y asumir los costos del cambio. Para mí, esto es central a la hora de decidir mi voto.

Las campañas demuestran de alguna forma la personalidad de los candidatos y cómo actuaría cada uno en caso de llegar a presidente. Por ello, si en la actual coyuntura adversa, AMLO no admite sus errores y no corrige su estrategia estaría mandando un pésimo mensaje.

Porque imagine usted a un presidente que, cuando no se le dieran las cosas, se pasmara y escudara tras el pretexto de un complot. Tan sólo vislumbre que de repente cayera el precio del petróleo y el Ejecutivo, en vez de ajustar inmediatamente las finanzas públicas, se empeñara en seguir gastando porque, para él, la caída es inexistente y parte de una conjura de las grandes corporaciones petroleras.

Si, como dice Ciro Gómez Leyva, “los lopezobradoristas se empeñan en masturbarse con sus obsoletas teorías de la conspiración”, su candidato demostraría que tiene un problema serio de liderazgo para enfrentar situaciones críticas. Si bien AMLO capitalizó errores ajenos durante el desafuero, ahora debe corregir los suyos con el fin de mandar un mensaje claro y contundente de liderazgo.

AMLO: peor para la realidad

Jorge Fernández Menéndez
Excelsior - Razones

03-05-2006

Un hombre que miente conscientemente o no es capaz de comprender, asimilar, los aspectos más elementales de la realidad, no puede, no merece, ser presidente de un país. Andrés Manuel López Obrador parece estar empeñado en demostrarnos que, por esa razón, no está a la altura de sus aspiraciones.

Ayer, María de las Heras, una de las encuestadoras más serias de México, publicó su estudio de fines de abril en Milenio y encontró lo que ya habían hallado otros encuestadores, antes y después del debate: López Obrador ya no es el favorito para las elecciones del 2 de julio próximo, su caída es continua y ya está en segundo lugar, incluso alejándose cada vez más de Felipe Calderón. AMLO, que ya había descalificado las encuestas anteriores, ahora hizo lo mismo con la de María de las Heras, aferrado al espejismo (o la mentira) de que él sigue diez puntos arriba, lo cual ningún encuestador serio del país ha encontrado. Tan absurdo es el argumento de López Obrador que ni siquiera puede decir de dónde sale ese dato misterioso.

En el mismo Milenio, durante todo abril, uno de sus colaboradores, ex director de ese grupo editorial y uno de los principales dirigentes del equipo del candidato, Federico Arreola, había descalificado las encuestas de GEA-ISA, Reforma, Excélsior y Mitofsky (para Televisa), diciendo que eran falsas y asegurando que las encuestas serias ratificarían arriba a AMLO.

Federico siempre ha dicho, lo reiteró hace un par de semanas con motivo de la presentación del nuevo libro de María, que ella es la mejor encuestadora de México. Y muy probablemente lo sea. Arreola deberá ahora denunciar la corrupción de su periódico y su encuestadora y amiga o reconocer que su jefe político está equivocad López Obrador no matizó su juicio en absoluto, en su opinión se trata de una encuesta falsa, parte de la conspiración del gobierno y los sectores de poder en su contra. ¿Qué hará Federico, qué hará Manuel Camacho, quien también estuvo aquella noche en la presentación de María de las Heras, o los muchos dirigentes perredistas, quienes saben que ésa, como otras encuestas, es verídica y confiable?

El problema no son ellos, sino su candidato. AMLO, como decíamos el lunes y lo ratificaba la portada de Proceso ese mismo día, está convencido de tener la suma de la razón pública y, simplemente, hace ya mucho tiempo no escucha a casi nadie y se considera el único estratego de su equipo. Insiste en que confíen en él porque las cosas le saldrán bien, como le salieron con el desafuero.

La diferencia enorme es que en ese tema las cosas le salieron bien porque difícilmente puede encontrarse un momento en el cual este gobierno se haya equivocado tanto en tan poco tiempo.

El problema radica en que López Obrador ya no es el favorito, se ha quedado sin estrategia, nunca ha tenido un discurso presidencial que pasara de los lugares comunes o de una suma de propuestas imposibles de realizar, incluso desde un punto de vista presupuestal.

Pero, a ello, ahora se ha sumado la pérdida de la brújula en la campaña: todo estaba pensado, concebido, para que a estas alturas AMLO tuviera tal ventaja como para hacer del 2 de julio un paso burocrático.

No ha sucedido así. Si alguien con sentido común hubiera leído la tendencia de las encuestas, le hubiera podido decir lo que en este espacio sostuvimos desde ener si las cosas seguían igual, en abril esas tendencias se cruzarían. López Obrador no lo entendió porque no puede —lo decimos respetuosamente— entenderlo, porque su concepción de la política está imbuida por el misticismo (“estado de perfección religiosa que consiste en cierta unión inefable con Dios”, dice la Enciclopedia Británica) y no por la evaluación objetiva de la realidad. Por eso, si la realidad le muestra otra cosa, será peor para la realidad. Pero, si no se puede aceptar una encuesta, ¿cómo se podrá comprender a un país, una sociedad, un mundo tan complejo como el nuestro?

2 de mayo de 2006

La Soberbia

Razona tu voto

Recientemente este término ha salido mucho a relucir ligado al escenario político mexicano, es por ello que me permito citar algunos fragmentos del libro: Los Siete Pecados Capitales, que a fines del año pasado publicó Fernando Savater, y que en uno de sus capítulos, obviamente, toca el tema de la soberbia.

En el libro el escritor y filósofo español analiza la incidencia del concepto de pecado y su sentido actual en pleno siglo XXI, asegurando que su noción no es exclusivamente religiosa. "Pecado es lo que nos causa daño", sintetiza Savater.

Veamos pues lo que Savater expone sobre la soberbia y saquemos nuestras propias conclusiones sobre como aplica a ciertos políticos mexicanos –y a todos quienes quieran ponerse el saco– en la actualidad.

La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado. Por lo tanto de ella misma viene la mayor debilidad.”

“Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos… Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella… probablemente ése sea el pecado esencial.”

“No hace falta remontarse a la teología para convertir en pecaminosa la soberbia.”


“Hace años que vengo predicando contra los que hacen de su pensamiento ortodoxo una cuestión de fe. Estos individuos se obligan a olvidar la razón del otro, que se transforma —casi como un juego de palabras— en la sinrazón, en la no existencia de contenidos razonables en las posturas asumidas.”

“Por otra parte, nada me abruma más que la falsa humildad. Cuando alguien dice ‘yo no quiero nada para mí, todo lo que pido lo quiero para otros’. Mala señal. A mí la gente que no quiere nada, me produce desconfianza.”

“Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo … lo malo es aquel que no admite que nadie en ningún campo se le ponga por encima.”

“Los soberbios no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que siempre va con él ese aire de ‘yo pertenezco a un estrato superior.”

Si no lo consideran el mejor, el soberbio sufre lo indecible porque todos son agravios, se siente un incomprendido…”

“La principal característica que tiene el soberbio es el temor al ridículo… El ridículo es el elemento más terrible contra la soberbia. Por esa razón los tiranos y los poderosos carecen de sentido del humor, sobre todo aplicado a sí mismos.”


“La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia. Los griegos condenaban al ostracismo a aquellos que se destacaban y empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos.”

“La soberbia es la antonomasia de la desconsideración. Es decir: ‘Primero yo, luego yo y luego también yo’.”

“Se trata de quienes tal vez no tengan conciencia de lo que están haciendo por auto glorificación, pero en la práctica piensan: ‘Yo cuento mucho más que usted’. Hay algunos que lo hacen en forma imperceptible a primera vista, pero otros lo muestran con gestos, pequeños o ampulosos o diciéndoselo en la cara a los demás, con lo que corre el riesgo de conseguir el enfado y el rechazo.”

“Pero sus caídas suelen transformarse en tragedias que no pueden superar en sus vidas. Por ejemplo, las Escrituras dicen que Cristo derrotará a los soberbios y humillará a los grandes, porque en definitiva son los que más sufren en las derrotas y a los que tiene sentido vencer.”

“Pero, ¿cómo evitar caer en la soberbia? El remedio es muy simple, pero a veces duro de asumir: ser realista.”

“En definitiva la soberbia es debilidad y la humildad es fuerza. Porque al humilde le apoya todo el mundo, mientras que el soberbio está completamente solo, desfondado por su nada. Puede ser inteligente, pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto quizá, pero siempre dejará tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar.”


¿Suena familiar?
razona2voto@yahoo.com

¿Y si AMLO quiere perder?

Yuriria Sierra
Excelsior - Nudo Gordiano
02-05-2006

Se cuarteó el espejo y con él se cuarteó el cuarto de guerra. Algunos cercanos a López Obrador andan de capa caída últimamente: esos que alcanzan a ver todos los errores cometidos por el candidato y están desesperados porque no los oye. Pero hay otros que le tienen “mucha fe” a su instinto político. Los primeros reconocieron en días anteriores que han caído en las encuestas. Los segundos creen ciegamente que el instinto de AMLO sigue la estrategia correcta: “Hay que reconocer que Andrés tiene una gran intuición; o sea, antes que nada él encuesta con la nariz”, argumentan. Como si López Obrador fuera un médium entre el pueblo y el reino de lo insondable y “olfateara” la voluntad electoral. Y en su quimérico genio político concluyera, como la portada de Proceso “La estrategia soy Yo”.

Espejito, espejito… Dijo López Obrador en el Auditorio Nacional: “Hicimos una encuesta este fin de semana para saber cómo estaban las cosas y les inform 40% nosotros, 30% el partido de la derecha y 25% el otro partido que no voy a mencionar”.

Y así como lo dijo, es simplemente imposible. E imposible evitar sonreír ante la sospechosa redondez de las cifras: 40-30-25. ¿Quién hizo esa encuesta que a todas luces difiere del resto de las publicadas recientemente y que muestran, prácticamente todas, un empate técnico en las preferencias? Por los resultados y el secreto con el que se ha manejado el tema, a mí sólo me da por pensar que Andrés Manuel López Obrador encuestó, no a los vientos, sino al mágico espejito de la madrastra…

No lo sabe ni Camacho. Este domingo, entrevistado por la revista Proceso, se le preguntó a Manuel Camacho “¿Con qué empresas hicieron sus encuestas?” Y el ahora coordinador lopezobradorista contestó: “No sé, sólo tengo información de que fueron dos, pero también se vale reservarse los datos. Se pueden reservar por muchas razones.”

Camacho, hábil como siempre ha sido, se vacuna por anticipado. Uno de los principales operadores de AMLO le confiesa a Proceso que “no sabe” quiénes hicieron, supuestamente, la encuesta, y añade, “sólo tengo información de que fueron dos”, con lo que contradice la versión del Peje. Las respuestas de Camacho y las recientes declaraciones de López Obrador en el sentido de que en su equipo “les habían entrado dudas” dejan, en realidad, muy poco lugar a dudas: la cuadrilla de AMLO se está fragmentando y ya hay señales de que muchos quisieran bajarse del barco antes de que éste se hunda. Pero parece que el dedo de López Obrador no ha olfateado esas fisuras. Él sólo le pregunta al espejito. O tal vez…

…Tal vez no quiere ser presidente. Previamente al desafuero, Andrés Manuel estaba encantado con la idea de ir a la cárcel como si de un Mandela mexicano se tratara. ¿Y si esa perspectiva vuelve a tener más atractivo en la cabeza del Peje que la de ganar y verse a sí mismo incapaz de cumplir con todo lo que prometió en campaña? ¿Mejor eso a que un día el espejito ya no le conteste: “Lo que usted diga, señor presidente”? Tantos errores (y no admitidos) sólo son comprensibles si pensamos que el “olfato” de AMLO en efecto es tan fino que puede oler mejor un futuro como el líder moral de los pobres (ad aeternum) antes que como un presidente incapaz de darle a los pobres el reino de los cielos…

Vámonos por el instinto

Denise Maerker
Excelsior - Atando cabos
02-05-2006


En 1994, todos los que rodeaban al ingeniero estaban convencidos de que el 21 de agosto —el día de las elecciones presidenciales— iban a ganar. Lo dejó escrito Adolfo Aguilar Zinser en su libro Vamos a ganar. La pugna de Cuauhtémoc Cárdenas por el poder.

Retomé el libro el viernes pasado cuando un cercano colaborador de Andrés Manuel me dijo, por enésima vez en las últimas semanas, que López Obrador no me iba a dar una entrevista porque no quería correr riesgos.

-No es nada contra ti —me trató de explicar—, es nuestra estrategia. Abajo las cosas van bien y no podemos correr riesgos, nos están haciendo una guerra tremenda, como la del desafuero, pero estamos bien, vamos bien.

Quise recordarle que cada espacio que se abandona es usado por otros; estuve a punto de sugerirle que quizá ya era tiempo de tomar riesgos, pero me quedé callada, no es mi función, pensé. Pero eso de que “las cosas abajo están bien” me recordó inmediatamente el libro de Adolfo. Ellos pensaban lo mismo “Se tenía el convencimiento de que abajo, en el pueblo, había la fuerza suficiente para ganar”. Cárdenas tenía la convicción, dice Adolfo, de que: “el pueblo estaba ahí, quizá agazapado, huidizo, en muchas partes, agachado inerme y postrado, y que la manera de ganárselo era ir a encontrarse con él, llamarlo a las plazas.” Y por eso el ingeniero se lanzó en todas sus campañas a hacer agotadores recorridos por todos los pueblos, en todas las plazas; campañas de templete en templete.

Adolfo escribió ese libro para explicar por qué el equipo de Cárdenas, él incluido, no actuó de manera consecuente cuando tuvo información de cómo se estaba percibiendo a su candidato. Se ignoraron por ejemplo una encuesta y estudios focales que mostraban que Cárdenas era ciertamente popular pero que eran mayores las opiniones negativas que despertaba en grupos importantes de la población. En lugar de hacer frente a eso, optaron por lo de siempre, los mítines, las plazas llenas. En agosto de 1994, los cardenistas creían que iban a ganar por las grandes concentraciones en la UNAM, en El Toreo y por el cierre “apoteósico” del Zócalo.

Es en lo mismo que cree López Obrador: en las plazas llenas de gente. ¿Qué, no se acuerdan de la derrota de hace apenas 12 años? ¿De que perdieron esgrimiendo los mismos razonamientos, la misma fe en las multitudes y el mismo desdén por los medios modernos de hacer campaña?

Hace 12 años, un día antes de la elección, Esteban Moctezuma, el coordinador de la campaña de Zedillo citó a Adolfo en un café para decirse “las netas”. Le dijo que, según sus números, al día siguiente Zedillo iba a ganar con casi 50% de los votos, seguido por Diego Fernández de Cevallos con 30% y de Cárdenas con entre 15 y 17% de la votación. Adolfo cuenta que quedó anonadado y pensó que quizá se estaba fraguando un fraude mayor. Sin embargo, brillante como era, intuyó que más bien Esteban y él vivían “en universos completamente distintos; dos Méxicos con paisajes diferentes, cada uno con sus respectivos electores.”

Así es. ¡Cuántas veces hemos escuchado a alguien sospechar de las encuestas porque dice: No conozco a nadie que esté a favor de Madrazo o nunca he oído a nadie hablar bien de Marta!

Pero si eso se puede entender en un ciudadano es injustificable en los miembros de una campaña política. Hoy existen instrumentos sofisticados de medición, herramientas para evaluar el desarrollo de una campaña.

La de 1994 la condujo Cuauhtémoc sin mayores discusiones con su equipo. En los últimos días, cuando Adolfo le pidió que tomara una decisión, éste le respondió: “Déjalo como está… vámonos por instinto.” Así manejaron esa campaña y perdieron.

Lo mismo están haciendo quienes rodean a López Obrador: ignorar las encuestas, poner oídos sordos a todas las críticas, guiándose por el instinto —probado con el desafuero— de Andrés Manuel.

¿A ver a dónde los lleva el instinto esta vez?

¡Íbamos a ganar!

Alberto Aziz Nassif
El Universal
02 de mayo de 2006

Después de observar durante las últimas semanas la campaña de López Obrador y, sobre todo, sus declaraciones sobre el debate del pasado 25 de abril, me acordé del magnífico libro que escribió Adolfo Aguilar Zinser después de la experiencia de haber participado en la campaña a la Presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas en 1994. Este libro, ¡Vamos a ganar! , es un análisis de las razones de la derrota cardenista, y creo que hoy debería ser un libro de cabecera para AMLO.

El escenario de 1994 es muy diferente al de 2006, las reglas de la competencia electoral han cambiado de forma radical. Hace 12 años el entramado de la oposición era construir la transición a la democracia, ahora la clave es buscar una consolidación democrática y hacer los ajustes necesarios para acotar la gran desigualdad social que cada día crece y lastima a millones de ciudadanos que tienen sus derechos disminuidos. Hace 12 años el objetivo era desmontar el régimen autoritario, ahora es darle el espesor institucional para sintonizar la alternancia en el poder con una lógica democrática. Sin embargo, algo ha permanecido en la oposición de izquierda que pasó de Cárdenas a López Obrador, una especie de obstinación, de terquedad que confunde los valores y principios con las estrategias y las tácticas de una campaña.

Otro de los cambios entre 1994 y 2006 es que la posición estratégica de Cárdenas y sus posibilidades de triunfo eran mucho menores a las que hoy tiene López Obrador. En el libro de Aguilar Zinser señala: "No obtuvimos los votos que necesitábamos, pero no los obtuvimos porque sea imposible lograrlos, sino porque lo que debimos hacer para obtenerlos no lo hicimos o lo hicimos mal y parcialmente (...). Nuestra equivocación fueron los métodos, la estrategia que seguimos para ganar".

Hace un mes y medio, cuando López Obrador era el puntero de la contienda electoral, decidió, con los datos que tenía en ese momento, que sólo asistiría a un debate, al de junio, y no lo haría al de finales de abril. Ya es un lugar común, menos para el candidato del PRD, que su ventajosa posición se modificó y que la estrategia de medios y guerra sucia funcionó. Además, las pugnas internas del partido, por la inclusión de una serie de connotados priístas, desprestigiaron a esa opción política. Se puede sumar también la estrategia permanente de descalificación del presidente Fox, más algunos datos nuevos, como el de una mejoría en el crecimiento de la economía del país. Ante la baja en las preferencias electorales, AMLO decidió profundizar la misma estrategia y se equivocó: en lugar de girar y asistir al debate, persistió y perdió por ausencia; en vez de asumir la baja en las encuestas, inició un litigio contra las encuestas.

AMLO regresó al lugar conocido, a la respuesta de que existe un complot para bajarlo, a decir que las encuestas se arreglan en Los Pinos. Cuando se revisan todas las últimas encuestas en la página de la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública (AMAI), www.opinamexico.org, se puede observar que todas las casas encuestadoras, con diferencias y matices, marcan una baja de López Obrador. Si el candidato insiste en sus actos de campaña que sigue con 10 puntos arriba, puede haber varios efectos: tranquilizar a sus votantes convencidos, lo cual es absurdo porque ese sector ya lo tiene; responder a sus contrincantes, que ya saben, por sus propias mediciones, que sí hay una baja, lo cual resulta inútil; y litigar con las mismas empresas que presentan un resultado adverso, con lo cual se arriesga a ser exhibido como un candidato que aplaude los datos que le favorecen y es intolerante cuando se modifican. Por otra parte, también resulta claro que ciertas empresas de comunicación juegan con sus datos, los publican cuando quieren lograr un efecto, pero al final de cuentas responden antes sus públicos por los resultados.

En otros momentos le ha funcionado el litigio a AMLO, pero hoy quizá no sea lo mismo, porque en lugar de salirse del lugar en donde sus contrincantes lo quieren poner, en la esquina del intolerante, el peligroso, el rijoso López Obrador acepta el pleito y va de nuevo a la arenga para afirmar que sí lo quieren desacreditar y que los otros mienten. Pero ya no es el jefe de Gobierno, ahora es un candidato en campaña. Con el nivel de guerra sucia y polarización en el que han metido al país los partidos y candidatos, se necesita otra respuesta, porque la que está dando el candidato perredista es ineficaz, y la mejor forma de comprobarlo es que sigue bajando en las preferencias.

En otra parte del libro, Aguilar Zinser señala lo siguiente: "Para Cuauhtémoc todas las definiciones de campaña eran posiciones de principio, planteamientos programáticos de fondo y no posicionamientos tácticos para ubicarse frente al electorado". Cuando los contrincantes de AMLO lo colocaron frente a las cuerdas, él siguió en el mismo tono de su campaña y ahora que el segundo lugar acorta la distancia, él se sale del foco de la contienda y en lugar de haber aceptado su bajada y presentarse a debatir para volver a marcar la agenda, como hábilmente lo ha hecho en otros momentos, decide seguir con la misma definición de campaña. Incluso sus spots de televisión han dejado de funcionar, porque reproducen la imagen de un jefe de Gobierno con política social y no la de un candidato a la Presidencia que quiere gobernar para todo el país.

Aguilar Zinser escribió que en la lucha de Cárdenas había un sentido trágico, una "visión un tanto apocalíptica de la redención social". Cualquier parecido con López Obrador puede ser por herencia o por identidad, pero ahora sigue vigente: "Los tres jinetes del Apocalipsis cardenista son: uno, su arquetipo de justicia; otro, la voz del pueblo, una voz que pronuncia el mandato ineludible de la historia; y tres, el cartabón de su moral pública".

AMLO puede hacerse cargo de sus jinetes apocalípticos y corregir su estrategia y, por supuesto, sus tácticas, para dar una batalla en mejores condiciones. Pero al mismo tiempo, también puede seguir por la misma ruta, esa que el próximo 3 de julio lo lleve a decir: ¡íbamos a ganar!, pero nos hicieron un complot y no se pudo.

Investigador del CIESAS

La mente cautiva

Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma

No sé si la fe mueva montañas, como dicen. No conozco ninguna cordillera que haya cambiado de continente por obra de la devoción. Lo que me parece más convincente es que la creencia sin prueba encierra al pensamiento en sí mismo. La fe no altera el comportamiento de lo cerros pero enceguece: coloca la creencia como sustituto de la experiencia. El hombre de fe no solamente pierde interés en verificar su idea, sino en observar con claridad lo que sucede a su alrededor. Es cierto que, como cualquier otro entusiasmo, impulsa a realizar lo que el cálculo desaconseja. Pero en su propulsión tiende a desestimar todo aquello que la cuestione. Desde luego, la ceguera se vuelve particularmente peligrosa cuando se vincula al actuar político. La política de la fe se sella inevitablemente en las celdas de su dogmatismo. Una invitación al precipicio. En vez de actuar y examinar el efecto de la decisión, el creyente persiste, sean cuales sean los informes de la realidad. Mientras el escéptico reconsidera el paso, el creyente no puede más que persistir en su verdad.

Andrés Manuel López Obrador representa en el México de hoy la política de la fe. Si hay una vertiente religiosa en el discurso público de nuestros días está curiosamente en el costado de quien se dice de izquierda. Su proyecto de purificación desprecia todo dato que no embone con su convicción. Sus ideas son rotundas y simples. Ningún argumento, ningún dato, ningún proceso de verificación las ensucia. Él será el próximo presidente de México porque el pueblo está con él. Punto. No hay más que decir. La historia conduce a su triunfo. Todo aquel que cuestione el presagio revelado es un hereje, un traidor que ha prestado oídos al demonio. Cualquier estudio de opinión que sugiera un descenso de su popularidad es un invento. ¿Por qué? Porque lo dice él. Porque no puede ser cierto que la derecha avance y el pueblo retroceda. Porque es moralmente imposible que los malos ganen. Nuevamente ha lanzado la acusación de inmoralidad a quien lo desaira. Quienes dicen que desciendo son unos embusteros. El diario Reforma miente. Ni siquiera se han tomado la molestia de realizar una encuesta. Recibieron el dictado del poder y divulgan una farsa. La severísima acusación vuelve a soltarse en el vacío. Se trata de un cargo gravísimo: el candidato acusa a un medio de comunicación de engañar a sus lectores. Pero no hay en el acusador la menor intención de ofrecer prueba. ¿Por qué habría de ofrecerla? Él es la verdad y el camino.

Vale la pena insistir. La causa de López Obrador empieza a tener en López Obrador a su peor enemigo. Los grandes atractivos de su personalidad se diluyen y resaltan cada día con mayor claridad sus enormes limitaciones. El dirigente carismático se ha vuelto un político enclaustrado en sus obsesiones, un dirigente ciego y terco. Su obcecación parece suicida. Se niega a reconocer sus errores, persiste en la ruta trazada en otro tiempo, es incapaz de dar un giro a su plan. Él no se ha equivocado. Él no ha cometido error alguno. Su campaña va viento en popa. Todas las encuestas están equivocadas, menos la suya. Sigue trotando con una amplísima ventaja sobre sus adversarios. Su espejo le dice todas las mañanas que es el más hermoso de los mortales. Lo cree. Los diarios mienten, las encuestas mienten, sus críticos mienten. Sólo él y su corte de incondicionales dicen la verdad. Por eso no solamente se resiste a reconocer la equivocación de faltar al debate reciente sino que se ríe de sus adversarios. El político simula una risotada. Dicen que me equivoqué. Jajajá.

López Obrador ha perdido los instrumentos indispensables de la navegación. Antes de ganar el poder perdió el piso. Se desprendió de lo que consideraba un estorbo. Destruyó a su partido. Bajo la idea de que se trataba de la oportunidad histórica de ganar el poder, el PRD aceptó ser asaltado por los enviados de la esperanza. El priista que dirige el PRD por decisión del caudillo no hace más que reproducir las obsesiones y los odios del candidato. En lugar de servir de semáforo de prudencia, ofrece celebración incondicional. En esta corte no hay quien le advierta al perredista que, si no cambian de rumbo, van camino al desastre. Los críticos han sido liquidados. Las únicas voces que escuchan repiten su diagnóstico: vamos bien, tenemos la razón, nuestros enemigos tratan de confundirnos sembrando dudas. Hay que persistir en la ruta inicial.

López Obrador se convenció de ser el candidato del pueblo. Eso: El Candidato de El Pueblo. Dejemos a un lado el evidente arcaísmo y la antidemocracia de la concepción. Me interesa resaltar el engaño que ha sostenido su soberbia. Creyó que sus respaldos tenían la firmeza de una congregación de incondicionales. No se dio cuenta que había ganado accidentalmente la simpatía de ciudadanos independientes que, por su propia condición, estaban dispuestos a cambiar de parecer en el curso de una larga campaña política. No eran conversos a su causa. No le ofrecían fidelidad eterna. En su gran mayoría eran tenues simpatizantes. Ahí, en el territorio de los electores independientes donde López Obrador fincó su éxito inicial es donde su campaña ha cometido los peores errores. Con su soberbia de candidato imbatible, con su rechazo sistemático al debate, con su desprecio a todos los que no lo aclaman, con su agresiva intolerancia ha ido minando el respaldo de los mexicanos sin partido. Esos ciudadanos que hace seis años votaron por Vicente Fox y que hace unas semanas se inclinaban por López Obrador están reconsiderando el voto de julio.

¿Hay alguien que pueda reconectar a López Obrador con la realidad?

1 de mayo de 2006

¿Cambiar?

Luis Rubio
Reforma

Cambiar por cambiar. En México, reza el dicho, nada cambia hasta que cambia. Y cuando cambia, todos los parámetros previamente existentes dejan de ser válidos. Así ocurrió después de Iturbide y también con Porfirio Díaz, la Revolución y el maximato. Nada distinto ocurrió durante los setenta, periodo en el cual todo lo que funcionaba bien en el país fue destruido sin que se corrigiera ninguno de los males, tanto los del momento como los ancestrales.

Nadie, en su sano juicio, duda de que la era más exitosa de la economía mexicana en tiempos recientes fue la de los cincuenta y sesenta, cuando se lograron tasas de crecimiento superiores al 7% en promedio con niveles irrisorios de inflación. Ese logro extraordinario, que hizo posible el nacimiento de una sólida clase media y la creación sistemática de empleos, fue destruido de un plumazo al inicio de los setenta por orden del mandamás del momento. Sólo hay que recordar cómo las trabas burocráticas se multiplicaron sin cesar, los monopolios existentes afianzaron su condición, los sindicatos corporativos cobraron vida propia y el país entró en una era de despotismo que sólo comenzó a erosionarse con la apertura económica de los ochenta y la derrota del PRI en el 2000. Hoy atravesamos por una tesitura similar: o continuamos por el camino, así sea sinuoso, de una democracia desorganizada o retornamos al gobierno fuerte, centralizado y abusivo.

Nadie puede negar que nos encontramos ante un momento definitorio. En una era en que los disensos son la norma, todos los mexicanos coincidimos en una postura muy clara: el país tiene que cambiar. Donde no hay acuerdo es sobre la forma de cambiar. Algunos abogan por un proceso de transformación paulatina, dentro del marco legal vigente y aceptando los costos de un proceso de cambio dentro de la democracia. Otros plantean la necesidad de llevar a cabo ambiciosos cambios desde el poder y sin dejarse limitar por los mecanismos de un ineficiente y nada funcional sistema democrático.

Hay profundas diferencias también sobre la naturaleza de los cambios que son necesarios. Unos claman por llevar a cabo reformas, unas más ambiciosas que otras, orientadas a elevar la productividad de la economía para, por ese medio, lograr un nivel de competitividad tal que se traduzca en elevadas tasas de crecimiento económico y creación de empleos. Otros plantean el camino contrario: que es necesario retrotraernos a la era en que las cosas funcionaban bien con un gobierno que enfrentaba pocas limitaciones, lo que implicaría cancelar muchas de las estructuras de regulación económica y política que se han construido en las pasadas décadas y replantear todo el modelo de desarrollo en lo político y en lo económico.

En la práctica, los cinco candidatos presidenciales se podrían agrupar en dos propuestas contrastantes. Una que acepta la realidad como es y propone cambios a partir de lo existente y otra que rechaza las condiciones actuales y persigue su radical transformación. El candidato que por mucho tiempo lideró las preferencias, Andrés Manuel López Obrador, ha establecido los términos de esta contienda y ha sido muy claro en cuanto al tipo de gobierno y estrategia que encabezaría. Sus planteamientos tienen una racionalidad política muy clara y no engañan a nadie. Nos dice, con toda vehemencia, que su objetivo es cambiar las reglas del juego, modificar las relaciones entre los poderes públicos y entre el gobierno y la sociedad, centralizar el poder (eliminando o sometiendo a entidades intermedias, como los organismos de regulación económica, el banco central, etcétera) y modificar cabalmente el modelo económico actual. El discurso es claro, directo y no pretende engañar a nadie. De instrumentarse, el país entraría en otra etapa de su evolución tanto en términos de las relaciones de poder como de su desarrollo económico.

El primer paso en la estrategia consistiría en fortalecer el control presidencial sobre las estructuras de gasto del gobierno. Un ejercicio de esta naturaleza (que, independientemente de la modalidad, es urgente bajo cualquier medida) implicaría el sometimiento de mafias dentro del gobierno y el ataque sistemático a la corrupción en entidades como Pemex. El segundo paso consistiría en asegurar una mayoría funcional en el Congreso, proceso que seguramente se llevaría a cabo por medios igual nuevos que tradicionales: alianzas, maiceo e imposición. Una estrategia como ésta fue la que permitió a AMLO un control efectivo del gobierno del Distrito Federal y el sometimiento de la Asamblea Legislativa. Tampoco aquí habría sorpresa alguna.

Mucho más trascendentes para la vida política y las libertades ciudadanas serían reformas constitucionales que podrían implantar las figuras del plebiscito y el referéndum como medios legítimos para llevar a cabo enmiendas a nuestra Carta Magna. Una acción en este sentido trastocaría los escasos y frágiles pesos y contrapesos que existen en el país al convertir los procesos de decisión en materia legislativa y constitucional en temas de presión política por vía de manifestaciones y plantones. En lugar de tener que pasar por toda la monserga que implica una enmienda constitucional en la actualidad (mayoría calificada en ambas cámaras y luego su ratificación por parte de una mayoría de las legislaturas estatales), el gobierno podría provocar cualquier cambio constitucional con el mero ejercicio de un referéndum, que convierte al asunto en fait accompli. En un cerrar y abrir de ojos, todos los mecanismos de control constitucional pasarían a ser irrelevantes. Como en los viejos tiempos, pero con métodos nuevos.

Muchos se quejan de la ausencia de propuestas en esta contienda electoral. La realidad es que no existe tal. Ciertamente, sería deseable que todos los candidatos se manifestaran sobre un mismo problema para poder dilucidar las diferencias de enfoque. Pero lo que estamos viviendo es una contienda en la que lo que se discute no son formas de resolver problemas o situaciones específicas, sino dos maneras contrastantes de entender la vida y la función del gobierno en el desarrollo de un país. Esos contrastes son claros, directos y transparentes. Nadie puede o debe ignorarlos porque representan dos formas distintas de enfrentar los retos que nos presenta la realidad actual y que determinarán nuestra capacidad para progresar en un mundo complejo, interconectado y competitivo. Los panistas solían emplear un dicho que es perfectamente aplicable a la contienda actual, pero al revés: que nadie se haga ilusiones para que no haya desilusionados.

Página de internet: www.cidac.org

El Autocomplot

Denise Dresser
Revista Proceso

Cualquier hombre puede equivocarse, pero sólo los tontos persisten en el error, escribió Cicerón. Y la campaña de Andrés Manuel López Obrador parece no sólo cometer errores sino aferrarse a ellos. Profundizarlos. Repetirlos una y otra vez. Durante las últimas tres semanas el puntero se ha tropezado, no sólo con los obstáculos que le han puesto en el camino, sino con sus propios pies. AMLO y sus seguidores parecen no entender cómo funciona una campaña presidencial en tiempos democráticos. Insisten en ganar tan sólo con una estrategia de autoridad moral, pero olvidan la táctica del convencimiento electoral. Insisten en la existencia de un complot y no ven que quizás ellos lo han creado en casa.

El primer error se cometió con los spots de Elena Poniatowska. Ante la campaña negativa del PAN fue sorprendente la respuesta ingenua del PRD. Ante la eficacia deleznable de los panistas fue sorprendente la ineficacia pueril de los perredistas. El exhorto a las buenas maneras, a la integridad, a la civilidad. La actitud de quienes aspiran a ingresar al reino de los cielos pero no ganar la Presidencia de la República. “No calumnien”, suplica una de las mejores almas de México a quienes ya la han vendido. No era el momento de apostarle a la credibilidad moral de una escritora, sino contraatacar con el mensaje puntual de una campaña política. De señalar el peligro verificable que han sido los malos gobiernos para el país, sexenio tras sexenio. De subrayar el peligro de la corrupción compartida y las transacciones cuestionables, los intereses coludidos y los rescates condenables. De evidenciar ese país donde es peligroso ser pobre.

Pero en lugar de ello, la campaña de Andrés Manuel López Obrador insistió en la pureza. Prefirió posicionarse por encima de la política en vez de participar –de frente y con eficacia– en ella. Prefirió envolverse en el manto impoluto de la indignación antes que trazar una nueva línea de acción. No fue capaz de reaccionar con rapidez y cambiar el rumbo cuando las nuevas circunstancias requerían hacerlo. Porque con la campaña negativa, el PAN había cambiado los términos de la elección. Porque a golpes de mentiras, el PAN había redibujado los parámetros de la discusión. Y el equipo de AMLO, en lugar de reaccionar optó por rezongar. Por llorar. Por ir al IFE a parar los spots del adversario en vez de elaborar los propios. Ahora comienza a hacerlo, pero ha perdido tres semanas cruciales. Tres semanas en las cuales Calderón se ha posicionado –con ayuda de López Obrador– como el ganador, el nuevo inevitable.

El segundo error fueron las listas de candidatos del PRD tanto al Senado como a la Cámara de Diputados. Porque esas listas son una contradicción fundamental con la estrategia de superioridad moral. No es políticamente viable posicionar a Andrés Manuel López Obrador como el hombre intachable y rodearlo de candidatos que no lo son. No es electoralmente inteligente erigir a AMLO como el mesías de las manos limpias y rodearlo de candidatos que las tienen sucias. Las listas transforman al proyecto alternativo de nación en un proyecto maloliente de expriistas. Reflejan el pragmatismo mal usado; el pragmatismo mal aplicado; el pragmatismo que se evita en otras áreas de la campaña –como el uso de la televisión– presente en el peor momento, en el peor lugar.

El tercer error fue la decisión de no asistir al debate. Tenía sentido tomarla cuando AMLO estaba arriba en las encuestas; ahora no. Tenía sentido cuando AMLO era puntero con 10 puntos de ventaja; ahora no. El debate hubiera sido el mejor momento para despejar dudas, para ahuyentar miedos, para presentarse como un hombre capaz de cambiar al país sin destruirlo. El debate hubiera sido la mejor oportunidad para cuestionar el cambio cosmético que proponen Calderón y los suyos. Pero López Obrador se obcecó en el discurso del último mes; en la posición del último mes. “Amor y paz” cuando cualquier campaña política es una guerra. Insistiendo en que tiene el respaldo incondicional de la gente, cuando la gente quiere saber quién es en realidad.

El cuarto error fue no participar en el postdebate, en las mesas de discusión en todos los medios donde se interpreta lo que pasó en él. Como bien dicen todos los expertos en campañas electorales, el debate se gana en el postdebate; en la disputa que se da por declarar al vencedor. Y allí también, el equipo de López Obrador estuvo ausente. Manuel Camacho acudió a un programa de televisión y López Obrador le concedió una entrevista de radio a José Gutiérrez Vivó. Pero eso no fue suficiente para contrarrestar la percepción prevaleciente del triunfo de Felipe Calderón, del ascenso de Felipe Calderón, de la consolidación de Felipe Calderón. En vez de dar su propia versión del debate, AMLO permitió que otros la impusieran. En vez de subrayar los hoyos que había en la propuesta de Calderón, dejó que el equipo de Felipe los llenara. Al no pelear inmediatamente después del debate. López Obrador perdió de manera doble: por no asistir al encuentro y por no remodelar los juicios que emanaron de él.

Aunque AMLO se rehúse a reconocerlo, las campañas políticas se han norteamericanizado. Se han mediatizado. Se han vuelto cada vez más como las campañas en países donde los contrincantes compiten a través de la pantalla y se dan de puñetazos en ella. Ese es el juego que hoy todos jugamos y es cada vez más imperativo cambiarlo. Por la banalización, por la trivialización, por el espectáculo que la guerra de los spots produce. Por el costo para los contribuyentes y la ganancia para las televisoras. Es cierto, las campañas políticas se han convertido en ejercicios de degeneración progresiva. Pero hasta que las reglas del juego sean modificadas por una nueva ronda de reformas electorales –que limiten el acceso de los partidos a la televisión–, AMLO deberá jugar con ellas. Usarlas mejor. Jugar soccer como lo están haciendo los demás, en vez de empeñarse en jugar beisbol.

Y comprender que la manera de ganar una elección es lanzarse contra el enemigo, distorsionar sus posiciones e imponer las propias. Comprender que la esencia de las campañas políticas modernas es, para bien y para mal, la “política de la personalidad”. La impresión que genera en el votante 30 segundos de un spot. La reacción que produce un candidato en la boca del estómago, en ese lugar donde se toman decisiones que no son del todo racionales. Y hoy, la reacción de muchos mexicanos ante AMLO –gracias a la campaña negativa del PAN– es de rechazo. De repudio. De temor frente a alguien que sus enemigos han logrado presentar como un peligro. El norte y centro-occidente del país pintados de azul, porque tres semanas de una campaña negativa lo han coloreado así. El voto de los independientes que antes estaban con Andrés ahora se ha refugiado con Felipe. Encuesta tras encuesta, con puntos de más o puntos de menos, revela una opinión pública sensible ante campañas políticas que la influencian.

Y ése ha sido el principal error de AMLO. No entenderlo así. Pensar que no es necesario convencer; que basta con existir. Pensar que no es necesario contender con los mejores instrumentos; que basta hacerlo con los mejores instintos. Decir que no va a “entrarle al juego de las campañas mediáticas” cuando esas campañas están acabando con su margen de ventaja. Decir que “la gente lo va a entender” cuando 40% del electorado cree que él es “un peligro”. Afirmar que “va a pintar su raya” cuando esa raya lo está colocando ante la posibilidad de perder la elección. Afirmar que no va a caer en una provocación, cuando lo que se requiere en realidad es una buena reacción. Un cambio de táctica. Un reconocimiento de que las campañas sirven para debilitar la posición de los adversarios y no sólo para vanagloriarse de la propia.

En una frase que se ha vuelto famosa, Bob Dole –quien fuera candidato presidencial estadunidense–, declara: “Se me dijo que a la gente no le gustaban los spots negativos. No los usé. Perdí”. Y ese es el problema al cual Andrés Manuel López Obrador se enfrenta hoy. Durante el desafuero estuvo tanto tiempo a la defensiva que ahora no sabe cómo emprender la ofensiva. Durante tanto tiempo fue mártir que ahora le cuesta trabajo ser candidato. Durante tantos meses ha predicado la necesidad de una “campaña distinta” que ahora que no funciona, no sabe exactamente cómo arreglarla. Pero si quiere ganar tendrá que hacerlo. Evidenciando al enemigo y peleando de manera frontal contra él. Porque si no lo hace, el tropiezo de hoy será la caída de mañana.

30 de abril de 2006

Posdebate, candidatos y medios

Juan Manuel Martínez
Crónica
30 de abril

¿Autocomplot? López Obrador está sentado en su despacho. Piensa: “Sí hay un compló en mi contra, y temo que hasta yo esté metido en él”. En sus manos tiene un periódico que publicó que Felipe Calderón ganó el debate. Sobre su escritorio hay un documento acerca de las chachalacas.
El perredista está rodeado por pequeños carteles pegados en diferentes partes. En ellos se leen las frases: “No iré al debate”. “Que vaya la silla”. “Las encuestas en las que pierdo son falsas”. “Estaré vigilando a Televisa”. “Los medios me atacan”.
Tal imagen fue plasmada por el cartonista Magú, en La Jornada. Y fue citada por Ciro Gómez Leyva, en su programa de Radio Fórmula, para expresar su desacuerdo con las críticas que López Obrador ha lanzado contra las encuestas que le son adversas y contra los medios de comunicación que supuestamente se han organizado en un complot en su contra.
Irónico, Gómez Leyva imaginó que el perredista no diría que La Jornada es financiada con el oro de quién sabe quién.
Cualesquiera que sean los resultados del 2 de julio, el de López Obrador se mantiene como uno de los casos más llamativos en los últimos años en la relación política-medios, tanto por sus aristas como por su visibilidad, que ha posibilitado identificar diferentes episodios.

Variaciones. El rasgo más sobresaliente de esta semana es que la estrategia del perredista motivó desacuerdos incluso entre analistas que no pueden ser incluidos en la lista de sus críticos, ya no digamos acérrimos, sino ni siquiera frecuentes.
Además de los casos de Magú y de Gómez Leyva, Carmen Aristegui preguntó en Televisa Radio “¡¿Qué le está pasando a López Obrador?!”, al referirse al hecho de que AMLO continuara peleándose con Reforma por el tema de las encuestas.
Aristegui consideró que de unos días para acá el candidato está en un tono “bastante preocupante” con sus acusaciones a los medios de comunicación.
Por su parte, Denise Dresser comentó con Carlos Loret de Mola, también en Televisa Radio, que AMLO cometió el error de no participar en el posdebate, además de que se equivoca al negarse a participar bajo las reglas político-propagandísticas prevalecientes.
Dresser también planteó que a López Obrador se le revierten las descalificaciones que lanza contra las encuestas, porque ya hay un consenso en los sondeos, incluso en aquellos que lo llevaban de puntero hace un mes: hay un empate técnico o está debajo de Calderón.
Hay un hecho claro: AMLO ya no está fijando la agenda mediática. A pesar de ello, trata de manejarse con los mismos parámetros que usaba cuando estaba al frente del Gobierno del Distrito Federal y cuando las encuestas le daban una ventaja amplia.

Oscilaciones. A diferencia de lo que ocurre con los otros candidatos, el problema de López Obrador parecería ser que no ha definido con claridad cómo quiere que sea su relación de fondo con los medios —en el terreno de la realpolitik, no de lo ideal—, más allá de las situaciones de coyuntura.
Ello podría explicar las variaciones del candidato ante casos como el de El Privilegio de Mandar (Televisa) o el de Reforma. Ya el propio diario se encargó de recordar que las evaluaciones de AMLO van desde la opinión de que sus sondeos son serios hasta su calificación como mera propaganda.
Además, los cuestionamientos del perredista sólo aportan una cara de la situación: hay que recordar que en diferentes momentos él y el PRD han recurrido a las encuestas para apuntalar sus estrategias y a la ofensiva mediática contra sus adversarios.
Quizá también convenga poner sobre la mesa los datos aportados por Guillermo Valdés, analista de GEA, sobre la evolución de la campaña de AMLO, pues dejan ver la probabilidad de un problema de corte más estructural. En una mesa organizada por Loret de Mola en Televisa Radio, Valdés detalló: el 82% de los actos de López Obrador son mítines; ya no hay conferencias de prensa ni reuniones con su partido ni con grupos de interés a puerta cerrada; y entre los interlocutores de AMLO hay cero empresarios, 2 ó 3% de sociedad civil y 90% de simpatizantes.
Recalcó que es una campaña solipsista: no se expone a confrontar o a convencer.

Matices. En sus reflexiones de estos días, Gómez Leyva dejó entrever un elemento clave: por lo general no se puede evaluar a un medio como un bloque monolítico, sino como un espacio con muchas expresiones, a pesar de que finalmente predomine una tendencia.
En una entrevista reviró las críticas del dirigente perredista Leonel Cota contra Reforma: le dijo que ese diario tuvo por años arriba a AMLO y que ahí también se puede leer a Granados Chapa, Lorenzo Meyer, Denise Dresser, Roberto Zamarripa, y Guadalupe Loaeza.
Y en un comentario posterior, criticó la “descalificación falsa y grosera” que AMLO lanzó contra las encuestas de María de las Heras. Recordó que en Milenio —que publica los sondeos de De las Heras— escriben Federico Arreola y Ricardo Monreal, y que desde ese espacio Xavier Quijano dijo que el desafuero era un golpe de Estado.

¿Y qué dicen en el exterior? Recientemente, varios reportes de la prensa internacional retomaron dos líneas centrales de interpretación: el perredista pudo haber cometido un error al no asistir al debate; y está perdiendo terreno ante Calderón.
Por cierto, para esta última arista, uno de los elementos centrales de respaldo es el sondeo de Reforma. De hecho, una de las notas que le es menos desfavorable a AMLO, la de James McKinley Jr, del 26 de abril en The New York Times, catalogó como respetables las encuestas de El Universal, Excélsior y Reforma.

Continuación. El posdebate aún no termina.
En lo político-social, el eje Fox-Calderón es puesto en jaque por la intensificación de la movilización sindical —hay que recordar que Francisco Hernández Juárez, líder de la UNT, dijo que llamarían a votar contra el PAN— y por la llegada del subcomandante Marcos al DF, aunque sin la espectacularidad de otros tiempos.
En otro plano están los reclamos de la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión a Roberto Madrazo tras de que el PRI se negó a votar las reformas complementarias a la denominada “ley Televisa”.Según se dijo, ello fue una reacción ante la hostilidad de los medios electrónicos contra la campaña madracista.
Habría que preguntarse si este episodio fue simplemente una evidencia de nuevos desacuerdos entre Madrazo y Chuayffet, jefe de la bancada tricolor en San Lázaro, o si es una estrategia de más largo plazo que pudiera llevar a una confluencia amplia en las estrategias del PRI y del PRD.
Ya existían algunos eslabones en ciertos sectores del Revolucionario Institucional y se han vuelto a hacer presentes: el 27 de abril, La Jornada recogió el planteamiento de Manuel Bartlett: que “el posdebate, con todos los noticiarios y programas de Televisa repitiendo que Calderón ganó arrolladoramente, viene a demostrar que la televisora pagó al PAN el favor de haber aprobado la reforma a la Ley de Radio y TV”.
El senador deslizó que a los priistas les prometieron blindar mediáticamente la campaña madracista, pero únicamente “les tomaron el pelo”.

El autor es socio fundador de Consultores en Investigación y Análisis de Medios, S.C

jmmartinezt@prodigy.net.mx

Ligero Sospechosismo - Magú

El Meollo del Hoyo - Paco Calderón