Denise Maerker
Excelsior - Atando cabos
02-05-2006
En 1994, todos los que rodeaban al ingeniero estaban convencidos de que el 21 de agosto —el día de las elecciones presidenciales— iban a ganar. Lo dejó escrito Adolfo Aguilar Zinser en su libro Vamos a ganar. La pugna de Cuauhtémoc Cárdenas por el poder.
Retomé el libro el viernes pasado cuando un cercano colaborador de Andrés Manuel me dijo, por enésima vez en las últimas semanas, que López Obrador no me iba a dar una entrevista porque no quería correr riesgos.
-No es nada contra ti —me trató de explicar—, es nuestra estrategia. Abajo las cosas van bien y no podemos correr riesgos, nos están haciendo una guerra tremenda, como la del desafuero, pero estamos bien, vamos bien.
Quise recordarle que cada espacio que se abandona es usado por otros; estuve a punto de sugerirle que quizá ya era tiempo de tomar riesgos, pero me quedé callada, no es mi función, pensé. Pero eso de que “las cosas abajo están bien” me recordó inmediatamente el libro de Adolfo. Ellos pensaban lo mismo “Se tenía el convencimiento de que abajo, en el pueblo, había la fuerza suficiente para ganar”. Cárdenas tenía la convicción, dice Adolfo, de que: “el pueblo estaba ahí, quizá agazapado, huidizo, en muchas partes, agachado inerme y postrado, y que la manera de ganárselo era ir a encontrarse con él, llamarlo a las plazas.” Y por eso el ingeniero se lanzó en todas sus campañas a hacer agotadores recorridos por todos los pueblos, en todas las plazas; campañas de templete en templete.
Adolfo escribió ese libro para explicar por qué el equipo de Cárdenas, él incluido, no actuó de manera consecuente cuando tuvo información de cómo se estaba percibiendo a su candidato. Se ignoraron por ejemplo una encuesta y estudios focales que mostraban que Cárdenas era ciertamente popular pero que eran mayores las opiniones negativas que despertaba en grupos importantes de la población. En lugar de hacer frente a eso, optaron por lo de siempre, los mítines, las plazas llenas. En agosto de 1994, los cardenistas creían que iban a ganar por las grandes concentraciones en la UNAM, en El Toreo y por el cierre “apoteósico” del Zócalo.
Es en lo mismo que cree López Obrador: en las plazas llenas de gente. ¿Qué, no se acuerdan de la derrota de hace apenas 12 años? ¿De que perdieron esgrimiendo los mismos razonamientos, la misma fe en las multitudes y el mismo desdén por los medios modernos de hacer campaña?
Hace 12 años, un día antes de la elección, Esteban Moctezuma, el coordinador de la campaña de Zedillo citó a Adolfo en un café para decirse “las netas”. Le dijo que, según sus números, al día siguiente Zedillo iba a ganar con casi 50% de los votos, seguido por Diego Fernández de Cevallos con 30% y de Cárdenas con entre 15 y 17% de la votación. Adolfo cuenta que quedó anonadado y pensó que quizá se estaba fraguando un fraude mayor. Sin embargo, brillante como era, intuyó que más bien Esteban y él vivían “en universos completamente distintos; dos Méxicos con paisajes diferentes, cada uno con sus respectivos electores.”
Así es. ¡Cuántas veces hemos escuchado a alguien sospechar de las encuestas porque dice: No conozco a nadie que esté a favor de Madrazo o nunca he oído a nadie hablar bien de Marta!
Pero si eso se puede entender en un ciudadano es injustificable en los miembros de una campaña política. Hoy existen instrumentos sofisticados de medición, herramientas para evaluar el desarrollo de una campaña.
La de 1994 la condujo Cuauhtémoc sin mayores discusiones con su equipo. En los últimos días, cuando Adolfo le pidió que tomara una decisión, éste le respondió: “Déjalo como está… vámonos por instinto.” Así manejaron esa campaña y perdieron.
Lo mismo están haciendo quienes rodean a López Obrador: ignorar las encuestas, poner oídos sordos a todas las críticas, guiándose por el instinto —probado con el desafuero— de Andrés Manuel.
¿A ver a dónde los lleva el instinto esta vez?
2 de mayo de 2006
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