8 de septiembre de 2006

Elogio a la arrogancia

Ricardo Raphael
El Universal
08 de septiembre de 2006

"Los magistrados no tuvieron la arrogancia de actuar como hombres libres". Esa fue, textualmente, la declaración que Andrés Manuel López Obrador hiciera el pasado lunes, día en que el Tribunal Electoral validó la elección presidencial. He de confesar que, cuando la escuché, me quedé boquiabierto. ¡Curiosa esa selección de palabras que lleva a considerar a la arrogancia como si se tratase de una virtud y, a su ausencia, como si fuese un defecto!

¿Lapsus o convicción? No tengo a don Andrés para interrogarle sobre este asunto, pero ante las dudas gramaticales uno siempre puede recurrir a otros métodos para esclarecer el sentido de las cosas; por ejemplo, a mi edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

Ahí el vocablo arrogancia es definido llanamente como sinónimo de altanería o soberbia y, por tanto, para mejores iluminaciones uno ha de ir hacia atrás y luego hacia delante en las páginas del grueso volumen. Bajo el término altanero dice: "Aves de rapiña de altos vuelos". Luego, como significado de la palabra soberbio aparecen tres definiciones que sinceramente no tienen desperdicio: 1) "Apetito desordenado de ser preferido a otros"; 2) "Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas, con menosprecio de los demás"; y 3) "Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas".

¡Alabadas sean las biblias de la gramática que nos inspiran en estos tiempos tan enredados! López Obrador tiene toda la razón: a los magistrados electorales les faltó arrogancia el pasado lunes. La excesiva paciencia que utilizaron para exponer los argumentos sobre los que edificaron su dictamen lejos estuvo de utilizar ese virtuoso defecto. O defectuosa virtud (ya no sé cómo llamarle).

No hablo aquí de la coincidencia que uno pueda tener con los razonamientos de los magistrados, ni tampoco con las conclusiones vertidas en su dictamen. Se trata de algo distinto, del tono y las formas seguidas para comunicar su decisión. Ellos atendieron cada una de las quejas, revisaron cada uno de los planteamientos, ponderaron cada una de las pruebas y sólo después de eso llegaron a su verdad que, para efectos prácticos, es la verdad jurídica con la que todos habremos de quedarnos. Al tomar esta ruta, los jueces pusieron al descubierto tanto las fortalezas como las debilidades de su decisión final. Abrieron la puerta para que todos opinemos y ponderemos sus criterios, para que valoremos los principios jurídicos y el encadenamiento lógico de sus reflexiones. En los hechos, volvieron vulnerable (humanizaron) su decisión final.

Por eso es posible afirmar que les faltó arrogancia. De haber actuado en sentido inverso hubiesen zanjado el asunto diferentemente. No habrían dejado espacio para la deliberación, la crítica o la revisión de sus criterios. Si hubiesen tenido un poco de soberbia, en lugar de haber dedicado tantas horas para explicar pedagógicamente sus argumentaciones, estos magistrados habrían podido comportarse con minimalismo, parquedad y hasta despotismo. En cambio, comenzaron su razonamiento aceptando que no hay conclusión perfecta para los asuntos que tenían por obligación resolver.

¡Qué diferencia tiene esta actitud cuando se le compara con el talante que tantos otros actores políticos traen en México por estos días! Tengo para mí que, en sentido inverso a lo que AMLO reclama, otros son los que traen sobrados los índices de arrogancia que corren por sus venas.

Para comenzar ahí está el señor Vicente Fox quien, sin acusar recibo de los regaños que, provenientes de todos lados, le han propinado, va por la vida predicando los méritos propios y menospreciando a todos los demás. Luego están también en este caso todos aquellos que descompusieron el ambiente político con sus abundantes injurias (empresarios, equipos de campaña, candidatos y hasta el presidente electo).

¿Y qué decir de Andrés Manuel López Obrador? Sorprende corroborar la manera en que su actuación pasada, pero sobre todo la más reciente, no se escapa a ninguna de las definiciones que mi voluminoso diccionario ofrece para el vocablo: arrogancia.

De ahí que me atreva a responder, sin temor a equivocarme, que no fue lapsus sino convicción lo que le llevó a declarar que la soberbia y la altanería son virtudes que uno debe cultivar.

Fue precisamente por la arrogancia de nuestra clase política que los mexicanos llegamos a este desgarradero. Nuestro presente es hijo impecable de este rasgo de carácter. Dejemos de elogiarle.

Profesor del ITESM

7 de septiembre de 2006

AMLO, tronado en derecho constitucional

Carlos Ramírez
El Financiero - Indicador Político
7 de septiembre de 2006

¿Imaginas, Catilina, que alguno de nosotros ignora
a quiénes convocaste y qué resolviste?
Cicerón (*)

Lección de Zarco no aprendida en escuela

A José Ramón Fernández, un grande del periodismo deportivo

Andrés Manuel López Obrador no sólo ha sido reprobado en la práctica en derecho constitucional, sino que ahora se sabe que no estudió lo suficiente el periodo de la Reforma del siglo XIX o se aprendió de memoria algunas frases de Benito Juárez para ser usadas como citas citables al estilo de la revista Selecciones.

Al invocar el Artículo 39 Constitucional, el candidato perdedor -ahora sí- ha demostrado ignorar que la ciencia del derecho no se agota en la lectura textual de un artículo. Considera López Obrador que el 39 garantiza el derecho a la revolución, pero ignora que este concepto no es jurídico. Al contrario, la Constitución mexicana tiene suficientes candados justamente para evitar la legalización de las revoluciones.

La tesis del derecho a la revolución fue anulada desde los debates de la Constitución de 1857. Y fue nada menos que un juarista, el legislador y periodista Francisco Zarco, quien se encargó de enfriar los ánimos revolucionarios. En el debate del 5 de febrero de 1857, recuerda Jorge Carpizo McGregor en su libro Estudios constitucionales, Zarco definió el camino real de la definición institucional de sistema político:

El Congreso proclamó altamente el dogma de la soberanía del pueblo y quiso que todo el sistema constitucional fuese consecuencia lógica de esta verdad luminosa e incontrovertible. Todos los poderes se derivan del pueblo. El pueblo se gobierna por el pueblo. El pueblo legisla. Al pueblo le corresponde reformar, variar sus instituciones. Pero, siendo preciso por la organización, por la extensión de las sociedades modernas, recurrir al sistema representativo, en México no habrá quien ejerza autoridad sino por el voto, por la confianza, por el consentimiento explícito del pueblo".

Por tanto, el derecho a la revolución que invoca López Obrador carece de sustento jurídico. Como ciudadano, López Obrador puede decretar su revolución y autonombrarse presidente o emperador o lo que sea pero la Constitución no lo avala. El Artículo 39 tiene los candados de los artículos 40 y 41. El 40 señala que "es voluntad del pueblo constituirse en una república representativa, democrática, federal". Y el 41 señala que "el pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la Unión". Por tanto, las reformas ya no pasan por la revolución.

Y hay otros dos candados más: el 135 señala al Congreso como la única vía para reformar o adicionar a la Constitución y a través de la mayoría calificada de dos terceras partes de los legisladores presentes y además el voto de la mayoría de las legislaturas de los estados. Y el 136 condena la "rebelión" contra el orden constitucional y aclara que la vigencia de la Constitución estará intocable y se restaurará automáticamente, además de juzgar a los rebeldes y a "los que hubieren cooperado" con ellos. Y el 133 considera que la Constitución y sus leyes serán "la ley suprema de la Unión".

Al citar solamente el 39 constitucional, López Obrador queda reducido a lo que pude considerarse un constitucionalista de oídas o constitucionalista patito o constitucionalista pirata. Cuando estudió ciencias políticas en la UNAM, la materia de derecho constitucional no aparecía como obligatoria. Pero al estudiar la reforma y hacer su tesis sobre esa época, López Obrador estaba obligado a razonar el contexto histórico y haber leído los debates del Constituyente de 1857.

El derecho constitucional mexicano tiene un instrumento intermedio: el poder revisor de la Constitución, una institución jurídica considerada en el 135 Constitucional. Se forma con el Congreso de la Unión y los congresos locales. A través de este organismo se puede reformar la Constitución sin llegar a la revolución. La invocación de la revolución de López Obrador se equipara con la autoproclamación de Agustín de Iturbide como emperador.

El problema de fondo no son las reformas constitucionales sino para qué. Hasta la fecha, la Constitución ha sufrido más de 400 reformas. Pero las propuestas de reforma constitucional de López Obrador -definidas en su "Plan" del lunes 28 de agosto- ya están contenidas en la actual Constitución: apoyo a los pobres, propiedad energética del Estado, derecho a la información, rechazo al Estado patrimonialista y procedimientos para reforma de las instituciones.

Es decir que López Obrador quiere ejercer el derecho a la revolución para redactar una nueva Constitución para incluir principios constitucionales que ya existen en la actual Constitución. En todo caso, el derecho a la revolución quiere suplir el hecho de que el PRD carece de la mayoría legislativa y perdió la presidencia de la República.

López Obrador no sabe nada de derecho. En sus Estudios constitucionales, Carpizo establece dos criterios jurídicos fundamentales: "un sistema jurídico nunca puede otorgar el derecho a la revolución porque sería su suicidio, sería tanto como permitir su muerte y sería la negación de todas las finalidades que necesariamente todo orden jurídico persigue. De esta forma, podemos decir que desde el punto de vista jurídico el derecho a la revolución no existe". Y agrega: "el derecho a la revolución es una facultad de índole sociológica y ética, pero nunca jurídica".

(*) Mientras permanezca el plantón que lesiona al ciudadano en Zócalo-Madero-Juárez-Reforma, este epígrafe se va a plantar en Indicador Político.

El encauzamiento del país constituye una responsabilidad de todos...

Frentes Políticos
Excélsior
07-09-06

I. El encauzamiento del país constituye una responsabilidad de todos, no únicamente de las instituciones de gobierno o de los partidos políticos. Por eso, toca el turno a los empresarios, quienes no estaría mal que dejen de imaginar escenarios propicios para las grandes inversiones y los impulsen de una vez. Con cada día transcurrido se pierde la oportunidad de que se reconozcan a sí mismos satisfechos con su contribución a la estabilidad: promover el trabajo, el ahorro y la inversión.

[..]

Los diez mandamientos del Peje

Yuriria Sierra
Excélsior - Nudo gordiano
07-09-06

Martes por la noche, AMLO bajó con las tablas de una nueva ley de su autoría:

1. La libertad. López Obrador reclamó a los magistrados del TEPJF: "No tuvieron el arrojo, la dignidad, el orgullo, la arrogancia de actuar como hombres libres" (palabra de Peje). Pregunta hereje: ¿Los hombres libres son sólo libres si no actúan de una forma distinta a la que El Peje espera? ¿Qué quiso decir con "arrogancia"?

2. La legitimidad. AMLO llamó a desconocer "a quien pretende ostentarse como titular del Poder Ejecutivo sin tener una representación legítima y democrática" (palabra de Peje). Pregunta hereje: como Calderón y López Obrador obtuvieron casi el mismo porcentaje de votos, entonces ¿AMLO tiene 0.56% menos representatividad legítima y democrática que Felipe?

3. Revolución mental. Convocó a "la revolución de conciencia, la revolución de mentalidad, todo esto que hemos venido haciendo desde hace un mes, esta resistencia civil pacífica, este proceso de enseñanza-aprendizaje" (palabra de Peje). Preguntas: ¿revolución de mentalidad es lo que nuestros papás llamaban coco wash? ¿Qué método utilizará en su proceso de enseñanza-aprendizaje: el de "la letra con sangre entra", el sistema Montessori o el método de Pavlov?

4. El nuevo racismo. López Obrador dijo a sus feligreses, digo, seguidores: "Ustedes son ciudadanos de primera (…) qué bueno que está quedando al descubierto que los que se sentían santurrones, gente de bien, ya mostraron su verdadero rostro: clasista, racista, autoritario" (palabra de Peje). Pregunta hereje: ¿no que en México no había ciudadanos de primera y de segunda? ¿Siempre sí? ¿Sabe AMLO que la confrontación étnica la usaron ya Chávez y Evo Morales? ¿No que no les copiaba nada?

5. La República restaurada. Asegura que en la Convención se va a constituir un gobierno "que cuente con la legitimidad necesaria para refundar la República y restablecer el orden constitucional" (palabra de Peje). Pregunta hereje: ¿dijo "refundar" o más bien "restaurar" la República priista (dado que por ahí veremos a los camachos, monreales y muñoz ledos)?

6. El complot mundial. Dijo que sus opositores "buscarán legitimarse en el extranjero, van a empezar a llegar reconocimientos de gobiernos" (palabra de Peje) Pregunta: ¿Zapatero, Lula, Chirac, Bachelet y otros presidentes de izquierda también se reunieron con El Innombrable?

7. Presidencialismo alternativo de nación. Mencionó que "seguirá el besamanos y la cargada con las corporaciones empresariales y otros agrupamientos al nuevo gobierno" (palabra de Peje). Pregunta: Y lo que vemos los domingos en el Zócalo ¿no es un besamanos y una cargada alternativa de nación?

8. Yo tenía una mañanera.… También veremos, dice, "la subordinación de los medios de comunicación para quemarle incienso al candidato de la derecha, al Presidente espurio, ilegítimo, al pelele que quieren imponer" (palabra de Peje). Pregunta hereje: ¿ya le entró nostalgia por la conferencia mañanera?

9. Populismo chido o chafa.… Advierte: "Entre la gente humilde repartirán migajas" (palabra de Peje). Pregunta hereje: 700 pesos a los viejitos, ¿eran algo más que migajas?

10. La autistocracia. Aseguró que sus rivales tratarán "por todos los medios que haya lo que ellos llaman diálogo y negociación". Pregunta: ¿el suyo será el legítimo gobierno del autista?

yuriria_sierra@yahoo.com

AMLO: víctima del éxito

Leo Zuckermann
Excélsior - Juegos de poder
07-09-06

La última vez que López Obrador mandó algo al diablo fue a las encuestas. Y así le fue. Como no podía creer que el candidato del PAN, a quien siempre desdeñó, pudiera haberlo alcanzado y rebasado, simplemente rechazó la realidad y tildó a los encuestadores de vendidos. Esto lo llevó, a su vez, a cometer errores que a la postre le costaron la elección.

En la mente de AMLO nunca cupo la posibilidad de que pudiera perder ni admitió que sus errores generaran efectos negativos en el electorado ni que sus adversarios tuvieran aciertos. Con arrogancia, él se sentía el vencedor indiscutible de la elección presidencial desde cuando ganó la partida política del desafuero.

El 27 de abril de 2005 fue su momento de mayor gloria, cuando el gobierno anunció que daría marcha atrás en su intento por inhabilitarlo políticamente, debido al endeble asunto de El Encino. Su estrategia había sido un éxito en la opinión pública, la vía judicial y la prensa internacional. AMLO estaba en los cuernos de la luna. Le había ganado al presidente Fox quien, al recular, había demostrado una vez más su proverbial incapacidad política.

A partir de entonces, el tabasqueño se subió al pedestal y menospreció a sus adversarios políticos. El ya había ganado. La elección era un mero trámite. Esto se los trasmitió a sus más allegados. En sus artículos, Federico Arreola se regodeaba de la victoria inminente: no se hagan bolas, "ya ganamos".

Fox, con todo el aparato de Estado a su disposición, no podía vencerlos. El ranchero era un limitado de la política. A Creel, el fallido secretario de Gobernación, se lo tragarían de un bocado. ¿Y cuando salió el señor Calderón? Pues ni tomarlo en cuenta: demasiado joven, inexperto, pequeñito, un monaguillo de Morelia. Todo estaba listo para la victoria.

La arrogancia que ciega. AMLO fue la víctima del éxito del desafuero. Esto, en la política, se ha visto muchas veces: personajes que ganan una batalla importantísima, se piensan entonces invencibles y creen que la guerra está ganada; desdeñan a sus adversarios, se duermen en sus laureles y cometen graves errores que, a la postre, los llevan a la derrota.

"Soy indestructible", repetía una y otra vez AMLO. Sus seguidores se lo creyeron y, hasta el mismísimo día de las elecciones, estaban convencidos de que ganarían. Los primeros resultados les cayeron como balde de agua fría. ¿Cómo? ¿Había ganado el gris del señor Calderón? ¿El que nunca ha gobernado nada? ¿A quien apoyó el torpe del presidente Fox?

¿A ellos? ¿A los que con tanta gloria habían ganado la partida del desafuero? ¿A AMLO? ¿Al mayor genio político que ha producido México en varios lustros? No, esto era impensable. Imposible: no estaba en el guión de Mandoki. Detrás del sorprendente resultado había una mano peluda que lo había manipulado todo.

Y ahí sigue AMLO. Víctima del éxito del desafuero, de sus glorias pasadas, quien todavía piensa que puede ganar la guerra. Ahora, como lo hizo con las encuestas, manda al diablo a las instituciones. Cree que puede tirar de la silla presidencial a Calderón para, algún día, sentarse él en ella. Lo distinto es que hoy, a diferencia del desafuero, va perdiendo en la opinión pública, en la vía judicial y en la prensa internacional.

leo.zuckermann@cide.edu

Buscadores de formas y esquizofrenia

Jorge Fernández Menéndez
Excélsior – Razones
07-09-06

El primer mensaje de Felipe Calderón como Presidente electo ha sido certero: convergencia con otras fuerzas políticas, un llamado reiterado a la unidad nacional, pero sobre todo tres temas sobre la mesa para comenzar a negociar y llegar a acuerdos en el periodo de transición: pobreza y desigualdad, empleo y seguridad pública. El primer punto ha sido puesto más que de manifiesto con los resultados electorales. El segundo, su principal oferta de campaña y quizá la mayor carencia en el plano social del foxismo. El tercero es un mal que parece estar rebasando a las instituciones y cuyas carencias ya no pueden seguir ocultándose debajo de la alfombra: ayer, cinco decapitados en Michoacán y el asesinato del director de la Agencia Estatal de Investigación de Nuevo León (la principal fuerza de seguridad del estado), han puesto de manifiesto, una vez más, que el crimen organizado también ha jugado sus cartas en este proceso electoral y político.

Se ha criticado la ausencia de los "cómos" en el discurso de Calderón. Se trata de una verdad parcial, porque los cómos para avanzar en esos temas tendrán que ser parte de los acuerdos que deben alcanzar las distintas fuerzas políticas con la próxima administración. Si Calderón propusiera ahora esos cómos públicamente, según lo hizo una y otra vez la administración de Fox, aunque fueran propuestas acertadas, estarían muertas de origen. Los acuerdos deben ser los que permitan avanzar en ésos y otros temas, desde la reforma de pensiones hasta los cambios políticos, energéticos y fiscales necesarios, hasta llegar, si es posible, a un verdadero gobierno de coalición. Los cómos tendrán que colocarse en la política, en las formas. El fallecido director de la revista Cambio 16, José Luis Salas, clave en la transición española, decía, cuando se le preguntaba cómo definiría a los arquitectos de esa transición, que habían sido unos "buscadores de formas" para llegar a los objetivos que la mayoría compartía. La administración de Calderón se tiene que convertir en una "buscadora de formas" con los demás partidos políticos, para definir cómo arribar a programas concretos que permitan avanzar al país. Es la hora de la política seria y de abandonar los histrionismos efectistas, pero vacíos. Una de las notas positivas de la jornada del martes fue que, salvo el lopezobradorismo, todas las demás fuerzas políticas, incluidos gobernadores, empresarios y centrales sindicales, reconocieron los resultados de la elección.

El contraste con el discurso de López Obrador y sus cada vez más escasos seguidores fue evidente. Ante un puñado de militantes, la mayoría de grupos como los Francisco Villa, acompañado por Rosario Ibarra, el tabasqueño rechazó los resultados y ahora su duda parece ser entre lanzar "su gobierno" el 16 de septiembre, el 20 de noviembre o el 1 de diciembre; mientras que ese personaje convertido en un cúmulo de torpezas políticas que es su vocero, Gerardo Fernández Noroña, como único argumento para rechazar el retiro de los abandonados campamentos de Reforma y el Zócalo, ante el inminente desfile militar del 16 de Septiembre, dijo que el Ejército mexicano se fuera a desfilar a otro lado, porque "nosotros llegamos primero" (¿realmente pensará este hombre que el lopezobradorismo "llegó primero" que el Ejército mexicano?, ¿tendrá algún sentido de lo que es la historia este vocero que hasta antes de asumir ese cargo sólo era recordado por arrojarse a los pies de Ernesto Zedillo cada vez que lo veía?).

López Obrador tendrá que tomar una decisión rápida porque se está quedando cada vez más solo. Su respaldo ha disminuido al nivel histórico del PRD, de aproximadamente 20%, pero si no modifica su actitud, incluso el partido del sol azteca podría terminar fracturándose. López Obrador ha seguido los mismos pasos que Marcos: éste declaró la "guerra" al Estado mexicano y desconoció a sus instituciones, López las mandó "al diablo" y tampoco reconoce al gobierno; ambos, formados en un historicismo de libro de texto gratuito, soñaron con convertirse en una suerte de Zapata revivido, elaborando sus planes de Ayala respectivos y convocando a sus convenciones, sus "Aguascalientes"; ambos tuvieron un momento de popularidad y ante la falta de propuestas se han ido quedando progresivamente solos: Marcos deambula sin generar siquiera atención mediática, hoy López Obrador está acompañado por un puñado de fieles en el Zócalo mientras, como sucedió con Marcos, muchos de quienes fueron sus aliados sólo están pensando cuál es la hora idónea para abandonarlo.

Hay en todo ello una cierta esquizofrenia: López Obrador dice que lanzará su propio gobierno, llama a una ignota revolución y rechaza las instituciones, pero todos sus legisladores asumen sus cargos y cobran sus dietas. De Marcelo Ebrard tenemos noticias por las revistas del corazón, pero debemos imaginarnos que estará preparando su futura administración en la capital y ya veremos cuántos lopezobradoristas "duros" incorpora a ella. De los demás gobernadores perredistas no tenemos noticia, salvo el electo de Chiapas, Juan Sabines, quien reconoció, sin dudarlo, al nuevo Presidente electo. Y todo indica que en la misma posición están Lázaro Cárdenas Batel, Amalia García, Zeferino Torreblanca y Narciso Agúndez.

Convergencia sigue un doble juego que terminará lastimando a ese partido: reconoce al gobierno, dice que buscará acuerdos con él y, al mismo tiempo, firma una declaración con López Obrador apoyando una Convención que lo desconoce.

Pero el problema mayor de López Obrador no es la esquizofrenia política que ha sembrado en su gente. El mayor problema se llama Cuauhtémoc Cárdenas. El fundador del PRD más temprano que tarde asumirá su responsabilidad de rescatar a su partido de tanta mediocridad y arribismo, regresándolo a la senda de la verdadera izquierda. Esa será la hora de la verdad para el lopezobradorismo.

www.nuevoexcelsior.com.mx/jfernandez
www.mexicoconfidencial.com

Obrador camina hacia el abismo

ABC (España)
Editorial - Opinión
07-09-2006

El Tribunal Supremo Electoral ha dictado su sentencia final y, como era de esperar, ha ratificado la victoria del conservador Felipe Calderón en la elección presidencial mexicana. A partir de esta proclamación, las reglas más elementales de un Estado de Derecho indican que debe cesar toda discusión sobre la contienda electoral, tras agotar todas las vías legales de reclamación, y los candidatos, vencedores o no, están obligados a respetar lo determinado formalmente como reflejo de la voluntad popular. Lamentablemente, el perdedor, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, sigue insistiendo en no reconocer otro resultado que no sea el que le dé la victoria, por lo que prosigue por ese camino suicida que pone a todo el país ante un grave riesgo de confrontación civil.

Al margen de la contundencia de la decisión judicial, López Obrador no ha logrado demostrar ninguna de sus alegaciones, ni convencer a nadie de que puede tener razón en sus reclamaciones. Su único apoyo reside en su copioso círculo de seguidores incondicionales, muchos de los cuales, por cierto, son adictos a la política clientelista de sus años de gestión al frente de la alcaldía de la capital. Algunos de sus partidarios empiezan ya a abandonar su causa ante la evidencia de que se trata de un camino cegado por la vía legal y que a partir de ahora ya sólo puede transcurrir por los tortuosos cauces de la insurrección. López Obrador ha coaccionado a los jueces, afirma que no reconoce a las instituciones y quiere proclamar un gobierno alternativo. Como ya se ha dicho desde estas mismas páginas, lo que pretende no es otra cosa más que dar un golpe de Estado, aunque lo disfrace de movimiento cívico.

En la hipótesis más optimista para el bien general, este populista enloquecido debería seguir el mismo camino que ya ha recorrido otro de los célebres cantamañanas del México contemporáneo, aquel «subcomandante Marcos» que se ocultaba tras un pasamontañas y que afortunadamente ha sido olvidado después de haber intentado sin éxito crear una guerrilla indigenista. Cualquier otra hipótesis puede resultar demasiado peligrosa para un país de la importancia y el peso de México.

Por ello, la única actitud constructiva es pedir la máxima prudencia a la sociedad mexicana y mostrar un entusiasta apoyo político al presidente electo, Felipe Calderón. Lo que se espera de él es que sepa atraer al camino racional de las instituciones a quienes aún escuchan las proclamas insensatas de López Obrador, quizá ofreciendo la posibilidad de consensuar las necesarias reformas que necesita el rancio sistema electoral mexicano para que una situación como ésta no pueda repetirse. Calderón ha de saber que su victoria es tan legítima como escueta, y que por ello estará obligado durante todo su sexenio a actuar con toda la sensatez de la que López Obrador ha demostrado carecer.

6 de septiembre de 2006

Victoria justa

El País (España)
Editorial - Opinión
06-09-2006

La inapelable decisión del Tribunal Electoral de declarar la validez de los comicios del pasado 2 de julio y proclamar presidente electo al candidato derechista del PAN, Felipe Calderón, cierra definitivamente una página. Y debería llevar a su rival del PRD, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, a deponer su resistencia en la calle. Calderón sólo le ha sacado 234.000 votos o un 0,56%. Es una victoria ajustada, pero no por ello menos justa.

Ha llegado la hora de recomponer, no de seguir rompiendo platos. El Tribunal Electoral está libre de toda sospecha y ha actuado con profesionalidad. Su dictamen no es incondicional, pues ha planteado alguna duda. Para los magistrados, la irregularidad más grave la constituyeron las intervenciones, más o menos metafóricas, del actual presidente Fox, también del PAN, en favor de Calderón un mes antes de las elecciones, cuando debería haber respetado una escrupulosa neutralidad. Lo importante es que, aun cuando "no hay elección perfecta", según la juez Alfonsina Navarro, el Tribunal ha considerado que no se ha vulnerado de forma "importante y generalizada" ninguno de los principios rectores del proceso electoral. Pero encontró irregularidades. Y aunque, según un sondeo de El Universal, el 71% de los mexicanos rechaza la resistencia civil de López Obrador, sólo un raspado 51% cree que las elecciones fueron limpias. Es algo a tener en cuenta.

México sigue en transición. Estas elecciones, las segundas presidenciales y parlamentarias realmente democráticas, son un paso importante. Por primera vez el Partido de la Revolución Institucional (PRI) no ha quedado como primer grupo en el Parlamento, y su evolución es una de las grandes incógnitas de futuro. Calderón necesitará su apoyo total o parcial para hacer pasar nuevas leyes, pues aunque el PAN es el mayor grupo, no cuenta con la mayoría suficiente. El destino político personal de López Obrador, que dejó la alcaldía de la capital para presentarse a las presidenciales, es también motivo de incertidumbre, pues queda sin ningún puesto institucional y en un partido en el que muchos trabajan ya para un futuro con otro nombre.

Calderón no tomará posesión hasta el 1 de diciembre, es decir, cinco meses después de las elecciones. Es un plazo demasiado largo que no guarda justificación en los tiempos actuales y que México debería acortar en un futuro. En este largo periodo, aunque haya ganado, Calderón debe percatarse de que los problemas que planteó López Obrador sobre la desigualdad y la pobreza durante la campaña siguen siendo los centrales. El presidente Calderón debe hacerlos suyos y afrontarlos de forma prioritaria. Con ello, ganará también él como presidente y México como país.

Última palabra

Sergio Sarmiento
Reforma – Jaque Mate
6 de Septiembre del 2006

“En este mundo no hay autoridad infalible, pero es necesario que alguien tenga la última palabra”.
George Bernard Shaw

Finalmente vino la decisión: dos meses y tres días después de la elección presidencial del 2 de julio. Y el resultado fue el mismo que tuvimos en un principio: Felipe Calderón es ya, oficialmente, el Presidente electo de México.

De la misma manera, la actitud de Andrés Manuel López Obrador y sus simpatizantes no ha cambiado. Ellos siguen insistiendo en que ha habido un gran fraude. Sólo que ahora, a la ya enorme lista de los conspiradores de López Obrador, que incluye a los consejeros del IFE, a los ciudadanos que contaron los votos, a los representantes de la coalición por el Bien de Todos en las casillas y a los consejeros distritales que sumaron las actas, se añaden los siete magistrados del Tribunal Electoral, electos de manera unánime por el Senado, incluso con el voto de los senadores del PRD.

Como lo adelanté en mi artículo “Magistrados” del 24 de agosto, el Tribunal no tuvo problemas para revisar los 375 juicios de inconformidad sobre el conteo de los votos en la elección presidencial. Los precedentes son muy claros. A lo largo de 10 años, los magistrados han elaborado criterios sobre qué casillas pueden anularse y en qué casos. El principio de “determinancia”, que establece que sólo pueden anularse casillas en que las irregularidades sean mayores que la diferencia entre el primero y el segundo lugar, fue clave en la resolución de muchas de las impugnaciones.

Como lo señalé en mi artículo del 24 de agosto, el principal problema vino con las impugnaciones que buscaban la nulidad por causa abstracta. En ese sentido apunté: “No deja de ser paradójico que, por tratar de ayudar a Calderón, tanto el presidente como el CCE (el Consejo Coordinador Empresarial) parecen haberle causado un perjuicio. Me dicen los especialistas que estos apoyos ilegales son el mayor riesgo para que se declare como válida la elección presidencial”.

Cuando escribí este párrafo, que se basaba en conversaciones con personas cercanas a los magistrados, recibí cuestionamientos tanto de funcionarios del gobierno como de miembros del CCE.

Pero la sentencia del Tribunal Electoral manifiesta claramente que los magistrados consideraron ilegales los comportamientos tanto del primer mandatario como de la organización empresarial. Fue el hecho de que no consideraron suficientes estas irregularidades para cambiar el rumbo de la elección lo que llevó a la declaración de validez de la elección. Pero debido a que los comicios se decidieron por menos de un punto porcentual, el riesgo de anulación generado por estos respaldos fue importante.

Dos fuentes distintas me han señalado que, cuando menos en un momento, dos magistrados se inclinaban por considerar como inválida la elección debido a las declaraciones y campañas del presidente Fox y a los anuncios del CCE. Estos votos no habrían cambiado la decisión, pero al menos la habría dejado como una votación dividida, lo cual habría sido peligroso para la estabilidad política del país en este difícil momento.

Los magistrados señalaron en distintas ocasiones los problemas que tiene la actual legislación electoral. El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe) es mucho más restrictivo que las leyes sobre la materia de otros países. En casi todo el mundo no sólo es legal, sino esperado, que los jefes de gobierno hagan campaña por su partido y promuevan el apoyo por determinadas políticas públicas. En ningún país del mundo, por otra parte, se considera ilegal que un ciudadano compre tiempo de publicidad para promoverse a sí mismo o sus ideas políticas, como lo hizo Víctor González Torres, ni que una asociación empresarial, como el CCE, promueva sin mencionar nombre alguno de candidato las estrategias políticas que aseguren una estabilidad financiera.

Pero las leyes ahí están y los magistrados no han hecho más que aplicarlas. En el caso de la validez de la elección, la interpretación de las leyes que prohíben las intervenciones políticas de quienes no son los candidatos o sus partidos ha llevado a una difícil y subjetiva decisión. Y reconozcamos que en determinadas circunstancias, y con otros magistrados, la anulación de la elección habría sido posible dentro de lo que marca el Cofipe.

En el tema electoral, como en cualquier otro, alguien debe tener la última palabra. Y el Tribunal Electoral la ha tenido. El fallo me parece correcto. El Cofipe no contempla la posibilidad de anular la elección presidencial. Para declarar inválidos los comicios, se requerían causas muy graves que a mi juicio no estuvieron presentes. El 2006 no tiene nada que ver con 1988, pese a lo que afirman los que en aquel entonces defendieron el fraude.

Pero mal haríamos en no prestar atención a la llamada de atención de los magistrados. Necesitamos afinar el Cofipe de manera que, cuando llegue el momento, aun en una elección definida por un voto, no haya necesidad de ninguna interpretación subjetiva por parte de los magistrados.

sarmiento.jaquemate@gmail.com

El loco en la montaña

Germán Dehesa
Reforma
6 de Septiembre del 2006

Las montañas, según es fama, pueden ser de origen volcánico, o formarse por reacomodos en la siempre difícil piel del mundo. Existen también montañas que se van formando por la acumulación del polvo y los desechos humanos. Son estas montañas las que cubren y encubren las ruinas de civilizaciones que alguna vez se sintieron inmortales, eternas y memorables.

Dicho esto, imaginemos una montaña que se ha ido formando ante nuestros ojos. Ni en su origen, ni en su actual estado ha tenido la menor gracia. Es una desgraciada montaña que, día a día, fue incorporándose al aceptado paisaje de los lugareños. La montaña ya era parte de la “normalidad”.

No hace mucho, apareció encaramado en la cumbre misma, un extraño personaje que desde ahí comenzó a predicar. Había verdad en sus palabras y su historia y su conducta en la intimidad de su ser eran intachables. Poco a poco, fueron presentándose hombres y mujeres que oyeron esas ardientes palabras que denunciaban la total anormalidad de esa normalidad que se fundaba en frases ignominiosas y terribles: “siempre habrá pobres”… “la verdadera justicia se hará en otro mundo”… “si no hubiera pobres, ¿qué haríamos con nuestros buenos sentimientos?”… “los pobres aguantan todo porque saben que la mansedumbre los hace humildes y gratos a los ojos de Dios; si hasta envidia me dan”. El loco hablaba de estas cosas y sus palabras destruían estos falsos mandamientos y predicaban la rebeldía y la urgencia de la transformación. Cuando los habitantes de la comarca se dieron cuenta, ya eran miles los que acudían a la montaña y descubrían que su ira, su molestia, su dolor de vivir eran legítimos. Impasible, el loco seguía hablando y los comarcanos pensaron en el modo de hacer rentable esa locura: la convirtieron en noticia y mostraron al loco como una suerte de fenómeno de feria interesante y hasta divertido.

Todo esto cambió cuando el loco anunció su intención de gobernar la comarca. Esto sí ya es intolerable, se decían los jerarcas de la normalidad; ha llegado la hora de detenerlo; así empezó Hitler. El pequeño personaje que por entonces cogobernaba con su señora la comarca decidió concentrar en el loco el odio que su propia impotencia le provocaba. Lo persiguió, lo hostilizó, lo hostigó y al hacer todo esto, jamás percibió que él también era un loco pero del peor tipo: un loco que nunca se da cuenta de que lo está.

Había inquietud en la comarca. Otros también querían gobernarla. Mucho tiempo pasó, pero el loco (cuya visibilidad era inevitable puesto que estaba sobre la montaña) persistía y aguantaba todos los ataques que a diario se organizaban contra él. Ya no era divertido y comenzó a cometer errores. La persecución no cejaba: ¡es un peligro para la comarca!, se convirtió en la consigna de las buenas conciencias. Llegó el momento de elegir: el loco perdió, se inconformó y se volvió (quizá lo volvieron) verdaderamente loco.

Felipe: tuya es la victoria. Podrás quizá deshacerte del loco. La montaña formada por el cúmulo de dolores, de injusticias, de deudas sociales incumplidas, de miserias indescriptibles, de mujeres, niños y hombres sometidos a inhumanas condenas, de las inconfesables complicidades de unos cuantos que se quedan con todo y de penas sobre penas; la montaña, Felipe, ahí sigue y se ha puesto en movimiento. Descubrirás, todos descubriremos, que el loco era lo menos importante, aunque ha movido montañas. Ésta, la montaña, es la importante. Esta brutal montaña de miseria, de injusticia, de explotación es la que tendremos que enfrentar. Tiempo transcurrido. A todos nos llegó la hora.

¿QUÉ TAL DURMIÓ? DCCCLXXIV (874)

Peña Nieto informa que es hora de conciliación. Ésta, mi buen Jimmy Neutrón, pasa por la justicia y por tu papá MONTIEL.

Cualquier correspondencia con esta columna con mal de montaña, favor de dirigirla a

german@plazadelangel.com.mx (D.R)

Calderón

Catón
Reforma - De Política y Cosas Peores
6 de Septiembre del 2006

Hay diminutivos que joden. Si López Obrador admite, o promueve, que su Convención lo nombre Presidente, pasará de ser loco -calificativo que ya le dan muchos mexicanos- a ser loquito, categoría que conlleva la burlona nota de inofensivo o inocuo. Procure AMLO conservar al menos la dignidad de la derrota, y no convierta su drama en un sainete. Los mexicanos ya tenemos Presidente electo: se llama Felipe Calderón. Así lo indicaron las urnas; así lo determinó la suprema autoridad electoral, cuyo dictamen es la verdad legal, absoluta, inatacable, la que otorga ese bien social valioso que es la certidumbre. Quien no acate esa determinación tiene como única alternativa echarse al monte, es decir marginarse de la civilidad, segregarse de la vida comunitaria y convertirse en bandolero. Andrés Manuel López Obrador perdió la elección. (Si lo duda, lea hoy los periódicos). El dictamen del Trife es, desde el punto de vista jurídico, impecable. Quizá su presentación fue menoscabada por las loas que entre sí cambiaron los señores magistrados, alguno de los cuales, al referirse a la elocuencia y sabiduría de sus compañeros, llegó al extremo de lo ditirámbico. Pero eso, mero detalle, se puede condonar, sobre todo si se contrasta con la aspereza y las patanerías que mostró el Poder Legislativo en la fallida ceremonia del Informe. Entre los muchos errores que AMLO y sus asesores cometieron estuvo haber ejercido presión sobre el Tribunal Federal Electoral. La exhibición que hicieron los perredistas de las fotografías de los magistrados fue un acto que pareció amenaza. Alguna vez fui abogado -entiendo que eso no se quita-, y en mi ejercicio aprendí algo de la psicología del juzgador. Aprendí, por ejemplo, que cuando un juez se siente presionado por alguna de las partes en conflicto, o por las dos, lo que hace es blindarse, protegerse contra cualquier acusación de parcialidad, a fin de que su decisión no sea impugnada. A fin de lograr eso se ajusta estrictamente a la letra de la ley; evita toda interpretación subjetiva, toda exégesis. Si alguna esperanza tuvieron AMLO y sus paniaguados de que el Tribunal aplicara la causal de nulidad abstracta, esa esperanza se desvaneció en el ambiente de crispación, y aun de linchamiento, que crearon los perredistas en torno de los magistrados. En efecto, la aplicación de esa causal es eminentemente subjetiva; se finca en valoraciones que no derivan de la norma, sino del criterio del juzgador. La presión ejercida por los perredistas fue tal, que los magistrados evadieron toda postura personal y se atuvieron estrictamente a la normatividad. En eso actuaron con absoluta corrección. La nulidad de un acto jurídico, en efecto, equivale a una sanción, y ninguna de las personas o instituciones que influyeron indebidamente sobre el proceso electoral lo hizo en forma tal que lo afectara decisivamente. Tenemos ya, pues, Presidente electo. Y lo primero que le digo a Calderón en tal carácter es que no me gusta la idea de esa celebración en la plaza de toros. No es la hora del triunfalismo, sino de la humildad. Quien será el próximo Presidente de los mexicanos debe acercarse a los millones de compatriotas que no votaron por él, y esa fiesta de la victoria lo separa de ellos. Una apoteosis así, a más del riesgo de confrontaciones que presenta, no aporta nada al esfuerzo que ahora Calderón debe realizar: el diálogo, la conciliación, el acercamiento con las fuerzas que todavía se le oponen. No debe haber mexicanos que celebran la victoria y mexicanos que lloran la derrota o la rechazan, iracundos. Hoy debe haber sólo mexicanos. Si López Obrador no entiende eso, y actúa con mezquindad, Calderón sí lo debe entender. Le corresponde entonces actuar con magnanimidad… FIN.

afacaton@prodigy.net.mx

¿Esquizofrenia?

Jorge G. Castañeda
Reforma
6 de Septiembre del 2006

El proceso electoral ha terminado: Felipe Calderón será el próximo Presidente; las coyunturas pendientes -grito, desfile, toma de posesión- serán sorteadas y, como diría Borges, “tout le reste est literature”. El fallo del Tribunal fue unánime, no sin regaños al PAN, al CCE y a Fox. Y todo ello nos permite iniciar una reflexión que tomará más tiempo y esfuerzo sobre el balance del sexenio de Fox y las razones del triunfo de Calderón. Éste es sólo un principio.

Impera en México algo que los norteamericanos llaman “disconnect”: un desfase entre la visión de México y Fox que sostiene la “comentocracia”, y el sentir que, de acuerdo con las encuestas, parece prevalecer entre la población. Esta esquizofrenia es especialmente visible en aquellos periódicos -como el nuestro- que tienen encuestadores de casa y páginas editoriales elocuentes y comprometidas.

La comentocracia, detalles más detalles menos y con excepciones, sostiene que el sexenio ha sido representado, en el mejor de los casos, por una profunda decepción y, más bien en la mayoría de los casos, por un desastre total, plagado de fracasos, faut pas e impericias, y que culmina con el país postrado y en el peor estado en el que lo ha dejado presidente alguno. Si algún mérito detectan, con lupa, al sexenio es atribuible a factores ajenos a Fox como Gil y Ortiz, el precio del petróleo, Frenk o la tradición de Tlatelolco. Todos los desaciertos, en cambio, sí son de Fox y son muchos: más pobres que nunca, más corrupción, más violencia e inseguridad, menos crecimiento, más ilegitimidad del nuevo presidente, más incidentes bochornosos ante el mundo que nunca. Exagero pero creo que no pocos colegas de la comentocracia se reconocerán en esta rápida reseña.

El problema es que de acuerdo con las encuestas, el resto del país no parece compartir esta Apocalipsis. Las encuestas de los últimos meses y sobre todo posteriores a la elección, en vivienda y telefónica, públicas y privadas, de medios e independientes, con simpatías por el PAN o el PRD, muestran que Fox está a punto de terminar su sexenio con los mayores índices de aprobación desde la Cumbre de Monterrey del 2002, superiores a los de sus predecesores y comparables a los de los presidentes de América Latina de mayor éxito en tiempos recientes como Lagos en Chile. Esta aprobación no se limita a la persona de Fox sino que abarca también su desempeño rubro por rubro: manejo de la economía, manejo de las relaciones internacionales, combate a la pobreza, honestidad. No es un juicio a su persona, es una apreciación de su gestión.

Pero no sólo contamos con estas encuestas sino también con la madre de todas: la del 2 de julio. Aquí la comentocracia tiene que optar: o comparte la opinión de López Obrador de que Calderón ganó gracias a Fox, en cuyo caso Fox no puede ser visto como el peor presidente de la historia; o bien considera que es efectivamente el peor presidente de la historia, en cuyo caso no se entiende cómo pudo haberle ayudado a Calderón. El hecho es que gracias o a pesar de Fox, su candidato default ganó, su partido pasó a ser la primera mayoría en el Congreso y ganó todas las gubernaturas que estaban en juego el 2 de julio y en estados donde ya gobernaba. Para un presidente fracasado terminar con niveles de aprobación superiores al 60 por ciento con su opción sucesoria confirmada en las urnas y con su partido habiendo logrado su mejor desempeño, no está mal.

Muchos se explican a estas alturas el innegable desfase entre “circulo rojo” y “verde” de varias maneras, unas absurdas, otras atendibles. Las absurdas: 1) el “pueblo” se equivoca, vean el caso Hitler en 1933 -no merece comentario; 2) es pura mercadotecnia por la aplastante campaña de spots durante el primer semestre del 2006. No es falsa la explicación, pero sí insuficiente: en distintos grados la misma campaña se dio todo el sexenio y no logró estos resultados, como ejemplo, la elección del 2003 y también Salinas y Zedillo lo hicieron, pero no lograron lo mismo; 3) se trata de un efecto efímero que se desvanecerá con el tiempo. Esto no es imposible pero tampoco seguro: la impresión de final de sexenio o de semanas después de la entrega del poder suelen ser duraderas -si no habría que preguntarle a Echeverría o a Salinas; 4) no sirve de nada esa popularidad porque no se traduce en apoyo en el Congreso. Esto es cierto, pero es un problema distinto.

Quizás la mejor explicación se encuentre en la perspectiva diferente que tienen la gente y la comentocracia. A esta última, le preocupa mucho la diferencia entre Borges y Borgues; pero a la gente le interesa la tasa de interés hipotecaria. Al círculo rojo le importan las metidas de pata verbales de Fox; a la gente su situación económica personal, el seguro popular o la extensión de Oportunidades. Los 10 años de estabilidad económica con crecimiento mediocre pero constante que termina en diciembre, han ensanchado de manera muy significativa la clase media mexicana hacia abajo. Se ve en los vuelos de las líneas de bajo costo, en los hoteles, en el parque vehicular, en el mercado de vivienda.

De acuerdo con una encuesta reciente de GAUSSC, no sólo 63 por ciento aprueba a Fox, sino que 39 por ciento opina que su situación económica personal es mejor ahora que en el 2000 contra sólo 19 por ciento que dice es peor -el resto dice que es igual-; o que en el último año 58 por ciento de la población con teléfono había obtenido crédito de algún tipo. No es lo que se esperaba de Fox ni es lo que el país necesitaba, pero es mucho más de lo que reflejan las páginas editoriales. Por desgracia, aún con todos los avances bioquímicos recientes, la esquizofrenia sigue siendo una enfermedad incurable. El país y muchos de sus medios la padecen. ¿Cómo superarla?

México, ¿tercer golpe a la democracia?

Enrique Krauze
El País (España)
06-09-2006

Para ponderar el grave peligro que se cierne sobre la democracia mexicana, considérese la siguiente estadística. En los 681 años transcurridos desde la fundación del imperio azteca (1325 D. C.) hasta nuestros días, México ha vivido 196 bajo una teocracia indígena, 289 bajo la monarquía absoluta de España, 106 bajo dictaduras personales o de partido, 68 años sumido en guerras civiles o revoluciones y sólo 22 años en democracia.

Este modesto tres por ciento democrático corresponde a tres etapas, muy distanciadas entre sí: once años en la segunda mitad del siglo XIX, once meses a principio del XX, y la década de 1996 a 2006. En el primer caso, el orden constitucional establecido por Benito Juárez fue derrocado por el golpe de Estado del general Porfirio Díaz. En el segundo episodio, otro golpe de Estado orquestado por el general Victoriano Huerta derrocó al llamado "Apóstol de la democracia", el presidente Francisco I. Madero. Esta tercera etapa, ¿será definitiva o correrá la suerte de las anteriores?

Hace apenas cincuenta años, en México, grupos armados del PRI asaltaban las casillas electorales con pistolas y metralletas, balaceaban a los votantes sospechosos y se robaban urnas. En aquel tiempo votaban por el PRI hasta los niños, los enfermos terminales y los muertos. Hace apenas veinte años, el PRI -que había refinado sus métodos- se preciaba de ser una maquinaria casi infalible, la inventora mundial de la "alquimia electoral". El Gobierno y el PRI (entes simbióticos) manejaban cada paso de la elección, desde la elaboración del padrón y la emisión discrecional de credenciales, hasta el conteo de los votos. Muchos burócratas y gran parte de las organizaciones de obreros y campesinos eran acarreados hasta las casillas en transportes públicos donde recibían la consigna de sufragar en masa por el candidato oficial, elegido, como en una monarquía, por el presidente saliente. A los votantes se les repartían tortas y regalos; a los líderes se les daban puestos públicos, prebendas y dinero. Muchas veces los votos estaban previamente cruzados, se depositaban días antes de la elección en urnas llamadas "embarazadas"; era común la instalación de casillas clandestinas y había personas registradas varias veces.

Toda esta comedia vergonzosa terminó a partir del momento en que el presidente Ernesto Zedillo echó a andar una profunda reforma democrática. Las elecciones en todos los niveles dejaron de ser manejadas por el Gobierno y pasaron a ser jurisdicción de un Instituto Federal Independiente, el IFE, sujeto a un Tribunal Federal Electoral. A un costo sumamente alto, se construyó un patrón de electores completísimo que incluía la fotografía del ciudadano, la misma que aparece en su credencial y en las listas de votantes registrados para cada casilla, y que permite cotejar las tres cosas: presencia física, credencial y registro. El IFE ganó muy pronto una notable credibilidad. En todo el país, los ciudadanos comenzaron a votar con libertad, en un marco de limpieza y transparencia. A pocos sorprendió que en 1997 el PRI perdiera por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados y que el candidato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, alcanzara la importantísima posición de jefe de Gobierno del D. F. Tres años después, el PRI perdió la joya de la corona, y la corona: Vicente Fox, del PAN, ganó la presidencia de México.

El 2 de julio de 2006, esa misma organización electoral independiente, integrada por 909.575 ciudadanos (no funcionarios), tuvo en sus manos el manejo de una elección ordenada y sin incidentes, en la que votaron más de 42 millones de personas. Intervinieron -vale repetirlo- casi un millón de representantes de todos los partidos, cerca de 25.000 observadores nacionales y 639 internacionales. A fin de cuentas, el candidato presidencial por el PRD obtuvo la vo-tación más alta para la izquierda en la historia de México; de hecho, estuvo a escasos 240.000 votos de ganar la presidencia.

Lo que ocurrió a partir de ese momento ha puesto a México al borde de un estallido social. ¿Qué opinaría un ciudadano español si después de una campaña electoral tan enconada como la de Zapatero y Aznar, el candidato perdedor se hubiera declarado triunfador la misma noche de la elección, a los pocos días denunciara un "gigantesco fraude", y armara un plantón con sus partidarios (muchos de ellos, pagados por el gobierno local, ligado a él) en la Plaza Mayor, la Gran Vía, la Puerta del Sol y la Castellana, bloqueando el libre tránsito por las calles aledañas, y afectando a comercios y oficinas de gobierno? Eso, precisamente, ha hecho Andrés Manuel López Obrador.

En artículos y entrevistas recogidas en la prensa internacional (escritas en un engañoso tono de civilidad, contrario al de sus arengas incendiarias), AMLO ha dañado severamente a la joven democracia mexicana al sostener lo insostenible: que el México de hoy es el mismo que el de tiempos del PRI. Y ha omitido muchas cosas: ha omitido que el candidato que más gastó en la campaña electoral por televisión fue él; ha omitido que en la misma jornada electoral que le parece "una cochinada", su coalición de izquierda logró convertirse en la segunda fuerza en el Poder Legislativo (aumentando considerablemente su posición en ambas Cámaras), mientras que su candidato al Gobierno del Distrito Federal triunfó con el 47%; ha omitido mencionar que las casillas sujetas revisadas por el Tribunal Electoral del Poder Judicial (el 9% del total) no fueron una muestra aleatoria (que sería más que suficiente para determinar si hubo fraude generalizado), sino que estaba cargada a favor de AMLO porque él seleccionó las casillas donde esperaba demostrar el fraude (sin éxito, ya que la diferencia resultante, según el fallo del Tribunal, fue mínima); y ha omitido, en fin, haber declarado que aun si se hiciera el recuento del 100% de las casillas, tampoco aceptaría los resultados.

Muchos ciudadanos que votaron por él, hoy se manifiestan no sólo decepcionados, sino temerosos. Según encuestas recientes, la mayoría de los ciudadanos reprueba las acciones de López Obrador y apoya el desempeño del Tribunal. Si las elecciones presidenciales tuvieran lugar hoy, Calderón ganaría por un 54% sobre un 30% de López Obrador. AMLO se queja del miedo infundido en su contra, pero el verdadero miedo lo ha infundido él al "mandar al diablo las instituciones", declarar repetidamente que "México necesita una revolución", y comparar la actual situación con la que dio inicio a la Revolución de 1910. Pero la comparación es totalmente equivocada: Andrés Manuel López Obrador no es el heredero de Juárez y Madero, los demócratas liberales, sino de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, los golpistas que ahogaron los dos ensayos iniciales la democracia mexicana.

Tras haber ordenado a sus huestes sabotear la lectura el Informe del 1 de septiembre, en los próximos días, López Obrador se autoproclamará "Presidente de la República" ante un remedo de la "Convención Francesa", y quizá hasta asentará su "territorio" en los estados del sur de México (Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Guerrero) y en la propia capital del país. López Obrador no es un demócrata. Es un revolucionario con mentalidad totalitaria y aspiraciones mesiánicas que utiliza la retórica de la democracia para intentar acabar con este tercer ensayo histórico de democracia en México.

Sería una desgracia que lo lograra. México no es una democracia más en el mapa mundial: es el fiel de la balanza para que América Latina marche por el camino de Brasil y Chile, no el de Cuba y Venezuela. El apoyo y la comprensión de la opinión española a la democracia sin adjetivos que hemos conquistado son ahora más necesarios que nunca.

Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres.

Mexico: Democracy Under Threat

Enrique Krauze
The Washington Post (Estados Unidos)

Tuesday, September 5, 2006

To get a sense of the danger hovering over Mexican democracy, consider these numbers: In the 681 years between the founding of the Aztec empire in 1325 and the present day, Mexico has lived for 196 years under an indigenous theocracy, 289 years under the absolute monarchy of Spain, 106 years under personal or party dictatorships, 68 years embroiled in civil wars or revolutions, and only 22 years in democracy.

This modest democratic 3 percent of Mexico's history is divided over three periods, far separated in time: 11 years in the second half of the 19th century, 11 months at the beginning of the 20th century, and the past 10 years. In the first two instances, the constitutional order was overturned by military coups.

Scarcely 50 years ago, armed groups of the Institutional Revolutionary Party (known as the PRI, its initials in Spanish) attacked polling stations with pistols and submachine guns, gunning down suspect voters and stealing ballot boxes. Scarcely 20 years ago, the PRI -- which had refined its methods -- prided itself on being a nearly infallible machine. The government and the PRI (symbiotic entities) controlled every step of the elections, from the preparation of voting rolls and the discretionary issuing of voter registration cards to the counting of votes. Many bureaucrats and members of worker and peasant organizations were carted to polling stations where they were instructed to vote in mass for the official candidate chosen by the outgoing president. The voters were given sandwiches and gifts; their leaders were given government posts, sinecures and money. Many times the ballots were marked in advance and stuffed days before the election into "pregnant" ballot boxes; the establishment of secret polling places was common, and some people were registered many times over.

This shameful situation ended in 1996 when President Ernesto Zedillo set in motion a deep democratic reform. Elections at all levels were no longer controlled by the government, becoming the jurisdiction of an independent Federal Electoral Institute (IFE), subject to a Federal Electoral Tribunal. At great cost, detailed voter rolls were drawn up with a registration and voter ID system that made it possible to correlate physical presence, identity and registration at the polling places. The IFE very soon gained remarkable credibility. All over the country, citizens began to vote freely in fair and transparent elections. Few were surprised when in 1997 the PRI lost the majority in the Chamber of Deputies for the first time and the leftist candidate, Cuauhtémoc Cárdenas, attained the extremely important post of mayor of Mexico City. Three years later, the PRI lost the jewel in the crown, and the crown itself: Vicente Fox of the National Action Party (PAN) won the presidency.

On July 2 this same independent electoral organization, made up of 909,575 citizens (not government employees), oversaw an orderly, peaceful election in which more than 41 million people voted. It's important to note that almost a million representatives from all parties participated, as well as nearly 25,000 national observers and 639 international observers. At the end of the day, the Democratic Revolutionary Party (PRD) presidential candidate came away with more votes than any other leftist candidate in Mexican history; in fact, he fell just 240,000 votes short of winning the presidency.

What happened next has left Mexico on the verge of social upheaval. What would an American think if, after a campaign as heated as the Kerry-Bush race, the losing candidate had declared himself the winner the night of the election, claimed "massive fraud" a few days later and orchestrated a sit-in of his followers (many of them directly paid by the local PRD government) on the Mall in Washington, blocking access to the neighboring streets and affecting businesses and government offices? That is exactly what Andrés Manuel López Obrador has done.

In articles and interviews published in the international press (written in a misleading tone of civility, far from that of his incendiary speeches), López Obrador has seriously damaged Mexico's young democracy by trying to sustain the unsustainable: that Mexico today is the same as Mexico in the days of PRI rule. He fails to mention that:

  • He spent more on television advertising than any other candidate.
  • In the same election he calls "a filthy mess" his leftist coalition managed to become the second-most-powerful force in the legislature, considerably increasing its presence in both chambers, while the coalition's candidate for mayor of Mexico City won with 47 percent of the vote.
  • The polling places where the Federal Electoral Tribunal ordered a recount (9 percent of the total) weren't a random sampling, which would have been more than sufficient to determine whether there was generalized fraud. They were instead a selection weighted in López Obrador's favor because he chose the polling places where he hoped to show that there had been fraud -- unsuccessfully, since the resulting difference has been minimal, according to the tribunal's ruling.
  • He has said that even if there were a recount in 100 percent of the polling places, he wouldn't accept the results if they were not in his favor.

Today, many citizens who voted for López Obrador are not only disappointed but fearful. According to recent polls, the majority of the country disapproves of his actions and supports the Federal Electoral Tribunal's performance. If the presidential elections were held today, Felipe Calderón of the National Action Party would win with 54 percent to López Obrador's 30 percent.

López Obrador has complained about his opponents' fear-mongering, but he's the one stirring up real fear, by declaring that "Mexico needs a revolution" and comparing the situation to the circumstances that led to the Revolution of 1910. The historical comparison is completely wrong: López Obrador isn't the heir of liberal democrats Benito Juárez and Francisco I. Madero, but of Porfirio Díaz and Victoriano Huerta, the coup leaders who smothered Mexico's two initial attempts at democracy.

What comes next? If, as is likely, the final ruling of the Electoral Tribunal of the Federal Judiciary confirms Calderón's victory, López Obrador will do as he has warned: On Sept. 16, Mexico's Independence Day, he'll gather tens of thousands of people in the central square of Mexico's capital to declare him "president" by acclaim. He may even try to control "his territory" in the southern states of Oaxaca, Chiapas, Tabasco and Guerrero, and the capital itself. His aim for the near future will be to lay siege to the institutions he despises ("let them go to hell," he said recently) and force Calderón to resign.

It is crystal-clear that López Obrador is not a democrat. He's a revolutionary with a totalitarian mentality and messianic aspirations who is using the rhetoric of democracy to try to destroy this third historic attempt at democracy in Mexico. Eighty-six years ago, Mexico brought an end to a revolution that cost a million lives. Since then it has lived in peace. It's a country still plagued with injustice and poverty, but it has made significant progress in its economic transformation, social programs and political life. It would be a sad thing for it all to end in dictatorship or revolution: the 97 percent of our history. Mexico isn't just another democracy: it's the neighbor and partner of Canada and the United States and the counterweight on the scale tipping Latin America toward the example of Brazil and Chile and not Cuba and Venezuela. It's more important than ever that the democracy we've achieved has the support and understanding of international opinion.

Enrique Krauze is the author of "Mexico: Biography of Power" and editor of the magazine Letras Libres. This article was translated by Natasha Wimmer.

Habemus electus

Yuriria Sierra
Excélsior - Nudo gordiano
06-09-06

Ayer, por fin, y después de dos meses y dos días de estar atrapados en el 2 de julio, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación concluyó la calificación de la elección presidencial. Se confirmó lo que desde entonces se sabía: que Felipe Calderón había ganado por un estrechísimo margen, tan estrecho como puede serlo 0.56% (que, lo sostengo, es un porcentaje absolutamente cruel para quienes no ganaron). Pero el dato es uno: Calderón venció y el TEPJF así lo confirmó ayer: que las reglas, la ley y las instituciones son lo que le da vida a cualquier democracia.

Sin duda, un fallo unánime cierra la puerta al nacimiento de un conflicto pos-poselectoral (o lo que es lo mismo, el conflicto después del conflicto). La pista legal concluyó y lo que veremos de ahora en adelante será el capítulo estrictamente político del cambio de poderes.

Y se abre el capítulo político. Pero no será una transición tersa como la que vivió Fox: no habrá luna de miel ni con los partidos ni con la sociedad. En ese sentido, el reto que Calderón tiene en los meses por venir, antes de tomar posesión, es un escenario de calabozos y dragones. Felipe Calderón tendrá que hacer uso de todos sus talentos políticos y de negociación, deberá poner a trabajar a todos y cada uno de sus allegados, también tendrá que poner en acción a los priistas y su conocido don de brujos, además de encontrar la forma de construir los puentes hacia el PRD y ganarse, si no la simpatía, al menos el respeto de ese 30% de mexicanos que hoy lo desconoce. Si en estos tres meses que anteceden a la toma de posesión, Felipe Calderón, ahora sí el Presidente electo, logra mandar un mensaje contundente de reconciliación, sin duda el arranque de su mandato será menos complicado y áspero de lo que hoy todavía se antoja…

La apuesta de AMLO. Obviamente, Andrés Manuel no actuará como lo hizo Al Gore luego del fallo de la Corte estadunidense (episodio del que Excélsior dio cuenta ayer en la sección Global). AMLO no reconocería el triunfo de su adversario ni aunque lo acostaran en la plancha cochina de tortura china. Pero es importante reconocer que, hasta el momento, sus acciones han sido más discursivas e histriónicas que radicales o violentas. López Obrador está actuando estratégicamente, como los negociantes: ha elevado el precio hasta las nubes, para irlo regateando en el camino y quedarse con lo que él considere conveniente. Le subió el precio al futuro mandatario, sí, pero sobre todo le subió el precio a los perredistas para que no lo abandonen. Del políticamente indestructible, AMLO querrá ahora pasar a ser el políticamente incuestionable. Jugará a la autoridad moral: pero aprendió del caso de Cuauhtémoc Cárdenas, y López Obrador va a jugar sus fichas hasta que se le terminen...

Construir los puentes. Decía Churchill que, "en la victoria, magnanimidad". Se me ocurre que la primera forma en que Felipe Calderón puede mandar un inicial mensaje de paz es reconocerle a los simpatizantes de López Obrador el talante efectivamente pacífico mostrado hasta ahora en el movimiento de resistencia. Empezar admitiendo algunas virtudes del movimiento aligerará poco a poco a éste su sentimiento de derrota (y le quitará, al mismo tiempo, el sabor a "resistencia"…).

yuriria_sierra@yahoo.com

Llegó la hora de las definiciones

Leo Zuckermann
Excélsior - Juegos de poder
06-09-06

Un ministro de la Suprema Corte me dijo que el negocio de administrar justicia no era una actividad para aquellos que buscan la popularidad. Por definición, cuando un juez (o un cuerpo colegiado de éstos) resuelve un conflicto entre dos partes, deja contenta a una de ellas y disgustada a la otra. En el mejor de los casos, la tasa de aprobación de su trabajo es de 50 por ciento.

La sentencia final e inatacable del Tribunal Electoral del Poder Judicial (TEPJF) sobre la elección presidencial dejó satisfechos a Calderón y a sus simpatizantes e insatisfechos a López Obrador y a sus seguidores. Aquí no hubo, ni podía haber, sorpresas. Queda pendiente el juicio que hará la opinión pública acerca de la actuación del TEPJF, lo cual veremos pronto en las encuestas. Porque una cosa es la opinión de las partes involucradas y otra muy diferente la de quienes están alejados de la disputa.

Por mi parte, considero que el TEPJF hizo, en general, un buen trabajo. He revisado algunas de las 375 sentencias de los juicios de inconformidad que recibió y me parecen convincentes las pruebas, los criterios y argumentos que los magistrados utilizaron para resolver las controversias. En cuanto al juicio para declarar la validez de la elección, el TEPJF revisó los hechos, los ponderó bajo ciertos criterios jurídicos y decidió que no había elementos para anular los comicios presidenciales. El asunto no era nada sencillo, pues resultaba muy difícil comprobar empíricamente que ciertos actos impugnados por la coalición Por el Bien de Todos, como el activismo del Presidente en favor de Calderón, habían sido determinantes para que éste ganara.

Quiero decir que no siempre he estado de acuerdo con las sentencias del TEPJF. En el pasado he criticado a estos mismos magistrados por algunas resoluciones que me parecieron absurdas. Fue el caso, en 2003, de cuando validó la elección de jefe delegacional de Miguel Hidalgo o hace unos meses cuando censuró algunos spots negativos y le ordenó al IFE convertirse en censor de contenidos.

En una democracia, es una obligación ciudadana ser críticos de las resoluciones judiciales y expresarlo. Los jueces deben saber que operan en una sociedad plural y crítica, donde sus decisiones son analizadas frente a la opinión pública. Es también una obligación ciudadana acatar las sentencias de los tribunales. Uno puede enojarse y argumentar que los magistrados cometieron una aberración, pero, si de verdad uno cree en el Estado de derecho y que la ley es el instrumento para regular la vida en sociedad, también debe respetar la decisión de los órganos jurisdiccionales.

El Tribunal ya habló: Felipe Calderón es el Presidente electo de México. Se acabó el proceso electoral; se agotaron los argumentos jurídicos. Con este acto, llegamos a un parteaguas en la atribulada sucesión presidencial. Guste o no la sentencia del TEPJF, vamos a ver quiénes son los actores políticos que sí la acatan y quiénes no. No será fácil para los que apoyaron directa o indirectamente a López Obrador. Tienen una decisión muy difícil que tomar: o eligen la ruta de las instituciones (con todos los defectos que éstas puedan tener) o prefieren el camino de un personaje iluminado que promete purificar a la República. Ha llegado la hora de las definiciones.

leo.zuckermann@cide.edu

El 2 de julio más largo de la historia

Jorge Fernández Menéndez
Excélsior - Razones
06-09-06

Felipe Calderón es ya Presidente electo de México, como lo decidió la mayoría de los mexicanos. La resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación fue impecable y es una demostración de que, a pesar de la existencia de voces empeñadas en enviar "al diablo" las instituciones, éstas, particularmente en el ámbito electoral, funcionan y lo hacen correctamente; también de que México es un país donde las leyes se respetan y que, en el ámbito electoral, como en todos los demás, las normas legales son las que deben regir la actuación de los distintos actores políticos.

El Tribunal cumplió plenamente con su deber y lo hizo, como sostuvo el magistrado presidente, Leonel Castillo, hasta con exceso. Pero ese deber implica "juzgar hechos, no quimeras", como subrayó Alfonsina Navarro al leer el fallo. Son muchos los datos que permiten explicar que en las demandas presentadas en contra de la validez de la elección hubo demasiadas quimeras y pocos hechos que juzgar. Quizás el punto más importante, para descargo de las injustas acusaciones a las instituciones electorales, pero sobre todo contra el millón de ciudadanos que voluntariamente participaron en la organización y el cómputo electoral, es que después de cinco conteos diferentes, luego de múltiples impugnaciones e innumerables revisiones, el resultado final, respecto del cómputo realizado en los comités distritales el 5 y el 6 de julio, apenas se modificó 0.02 por ciento.

Y sin embargo algo, o mucho, debe cambiar. Es verdad que se presentaron algunas irregularidades en la elección y, como dijeron también los magistrados, no hay elección democrática donde no se presenten, pero también debe hacernos pensar en qué medida las mismas son resultado de intentos de torcer la voluntad ciudadana o la consecuencia directa de tantos, innumerables, candados, que se le han colocado a nuestro proceso electoral hasta hacerlo uno de los más complejos del mundo. Es verdad, hubo errores en el llenado de actas por los ciudadanos, pero ello resulta inevitable cuando se recurre, no a un cuerpo profesional sino a cientos de miles de ciudadanos, en una sociedad donde el promedio de escolaridad es el primero de secundaria, elegidos aleatoriamente para hacer imposible cualquier manipulación masiva de los votos. Lo notable es que, a pesar de ello, sí hubo errores en el llenado de unas actas excesivamente complejas, pero no en el cómputo, uno de los más acertados en la historia del IFE.

Es verdad que el Consejo Coordinador Empresarial presentó una serie de anuncios, de los cuales se podía suponer, aunque nunca lo expresara de esa manera, que se oponía a la candidatura de López Obrador. O que el presidente Fox reivindicó su gestión por medio de una amplia campaña publicitaria. O que hubo publicidad negativa respecto de López Obrador. Pero también es verdad que el gobierno del DF apoyó sin disimulo al perredista (y los gobernadores de cada uno de los estados a su respectivo candidato); que varios sindicatos también lo hicieron, incluyendo amplia publicidad de todo tipo; que la campaña de la coalición Por el Bien de Todos incluso abusó de la publicidad negativa y utilizó información que era sencillamente falsa, como el famoso caso Hildebrando. Y López Obrador fue quien más gastó en anuncios publicitarios. Pero, como estableció el dictamen del Tribunal, es imposible evaluar los efectos de esa publicidad o esos apoyos. En última instancia la ciudadanía sabe cuándo le están mintiendo y cuándo, por más publicidad que se realice para reivindicar una gestión, ello acarreará apoyo a un candidato o no.

Es parte de cualquier proceso electoral democrático. Por eso, en el futuro, el mismo no debería hacerse aún más restrictivo, como pretenden algunos analistas, sino debe liberalizarse. No se puede controlar todo, en todo momento; no se puede impedir que el Presidente, los gobernadores, los sindicatos, los medios, hablen y opinen; no se puede prohibir la publicidad negativa, porque la imagen de un candidato se construye por sus aspectos positivos, pero también por los negativos. En ninguna democracia del mundo las campañas son asépticas y exclusivamente propositivas. Más aún porque, como se demostró este 2 de julio, las fuerzas políticas y sociales están muy equilibradas: estamos lejos de vivir en un régimen autoritario o de partido único, el poder está dividido en el ámbito federal, el estatal y el legislativo. Luego de muchos años de colocar candado tras candado en nuestro sistema electoral, a partir de la experiencia de la elección del 2 de julio ha llegado la hora de simplificarlo, de liberalizarlo en todos sus trámites burocráticos y de los ordenamientos que son casi imposibles de cumplir en el ámbito político y en el contexto de una campaña (pero sirven para innumerables impugnaciones injustificadas y para que todos los comicios terminen en el Tribunal Electoral) y realizar las reformas necesarias para garantizar dos puntos centrales: por una parte, el control del dinero en la campaña y, por otra, establecer mecanismos que antes, durante y después de los comicios garanticen la gobernabilidad. Medidas que deben ir desde el control estricto de el uso de recursos públicos en las campañas, hasta la unificación de los sistemas y controles electorales en todos los estados. Se debe hacer mucho más, pero el secreto está en liberalizar, abrir los candados inútiles y controlar, sobre todo, la utilización de recursos públicos.

Este 2 de julio ha sido el más largo de la historia y ello ha servido para intentar descalificar a las instituciones. Afortunadamente éstas resistieron las presiones y esa etapa terminó. Felipe Calderón ya es Presidente electo y, con su administración, deberá darse el paso de la alternancia a la consolidación del cambio democrático. Enhorabuena.

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La importancia del perdedor

Dennise Maerker
Excélsior - Atando cabos
05-09-06

Mientras nosotros nos encontramos de lleno en una crisis producto de un largo y accidentado proceso electoral, en otra parte del mundo, un grupo de politólogos estudiaba la importancia de que los perdedores acepten el resultado para la continuidad de las democracias. Christopher Anderson, André Blais, Shaun Bowler, Todd Donovan y Ola Listhaung están por publicar en Oxford University Press un libro intitulado Loser´s Consent, El consentimiento del perdedor.

Estos politólogos parten de la idea de que las democracias dependen, no del comportamiento de los ganadores, sino de que los perdedores acepten el resultado. Son los perdedores los que finalmente deciden si van o no, y cómo, a pelear el resultado. De ellos depende, por lo tanto, que el proceso democrático se pueda seguir llevando a cabo en el largo plazo. La viabilidad de la democracia electoral depende —dicen los autores— de la capacidad que tenga el sistema político de mantener el apoyo y la lealtad de una parte considerable de individuos que están inconformes con los resultados.

Citan varios ejemplos, uno de ellos, la declaración de Al Gore el 13 de diciembre de 2000 después de que la Suprema Corte de Estados Unidos declarara a George W. Bush ganador de las elecciones presidenciales de ese año. Al Gore dijo: "Ahora la Suprema Corte de Estados Unidos ha hablado. Que no quede duda: aunque estoy fuertemente en desacuerdo con su decisión, la acepto. Esta noche, por el bien de nuestra unidad como pueblo y por la solidez de nuestra democracia, ofrezco mi consentimiento".

¿Por qué Al Gore aceptó el resultado cuando según las encuestas de ese día 97% de los que habían votado por él creían que era el legítimo ganador de las elecciones? ¿Por qué aceptó Al Gore cuando las razones para dudar del triunfo de Bush eran mucho más sólidas que las que hoy tienen a la joven democracia mexicana en aprietos?

Los autores del estudio se dedican justamente a eso, a desentrañar las condiciones y las circunstancias que hacen que perder sea más o menos aceptable y afecte más o menos la legitimidad de un sistema democrático en particular.

Hay que aclarar que por perdedores los autores no se refieren únicamente a los políticos directamente involucrados, sino a los ciudadanos que votaron por la opción perdedora. No se trata de conocer la sicología del líder, sino el efecto sobre el sistema político de que un número considerable de ciudadanos altere su confianza y fe en el sistema político a raíz de una derrota. ¿Qué puede ser de más actualidad para nosotros cuando, según las últimas encuestas, entre 32% y 39% de los ciudadanos piensan que el pasado 2 de julio hubo fraude?

Los autores llegan a las siguientes conclusiones:

El contexto es fundamental y la mayor o menor experiencia democrática es determinante. Dicho de otro modo, en países con democracias consolidadas, los perdedores están más dispuestos a aceptar la derrota porque saben, por experiencia, que habrá nuevas oportunidades para ganar. Además en las nuevas democracias ganar o perder suele pesar más porque las reglas mismas de las competencias futuras están en juego y suelen ser modificadas por la mayoría ganadora.

El diseño institucional afecta la disposición a aceptar la derrota. Esto es, los mecanismos electorales que conducen a la victoria o a la derrota son importantes. Es importante si son percibidos como justos y confiables. Como también es importante la forma en que se traduce en términos de poder real la victoria y la derrota. ¿Qué tanto va a poder influir en la definición de las prioridades el perdedor? Es un elemento fundamental para entender su predisposición a aceptar una derrota en un país determinado.


Las expectativas. El estudio demuestra claramente que, si el resultado de la elección propina un fuerte e inesperado revés a las expectativas de uno de los grupos en disputa, su confianza y fe en las instituciones pueden verse severamente afectadas; incluso si es el ganador pero esperaba serlo por un margen mucho mayor.

Acceso al poder. Los simpatizantes o militantes de partidos que nunca han estado en el poder son los más críticos respecto de la democracia representativa.

Conclusión: Los militantes y partidarios más apasionados y comprometidos, con menor nivel de escolaridad, en una contienda polarizada, fuertemente identificados con un partido o un líder que nunca haya ganado esa elección y en una democracia nueva, son los que más posibilidades tienen de no aceptar fácilmente una derrota.

Puesto así, la verdad es que las posibilidades de que no hubiera un conflicto poselectoral en nuestro país si López Obrador perdía después de un proceso electoral tan tenso y competido y con un resultado tan cerrado, eran prácticamente nulas. Los que pensamos en su momento otra cosa estábamos muy equivocados. El conflicto estaba cantado.

Pero ahí no termina el estudio. Los autores no sólo ven a los perdedores como el centro del sistema democrático, también los ven como el motor del cambio institucional. Y es que los perdedores que no aceptan el resultado tienen dos opciones: salirse silenciosamente del juego vía la abstención o protestar activamente. Finalmente es a ellos a los que más les conviene e interesa introducir cambios en la agenda política y en las reglas del juego. Esa es una opción. Ahí estamos.

denise.maerker@nuevoexcelsior.com.mx

“La derrota tiene una dignidad...”

Leopoldo Mendívil
Crónica
6 de Septiembre de 2006

La noche del 28 de mayo pasado, Carlos Gaviria, candidato presidencial de la izquierda colombiana, hizo ante sus seguidores el balance de la elección que no ganó y les recitó una frase de Jorge Luis Borges:

La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece.

“... Tengan en cuenta —agregó— que nosotros no nos sentimos derrotados... Estamos en realidad celebrando un triunfo: que la izquierda democrática pase ya de los dos millones 500 mil votos en el país. Este triunfo tenemos que saberlo administrar porque este respaldo popular no podemos dejarlo de lado. La promesa que tenemos que hacernos... es... seguir creciendo significativamente. Nos hemos cuadruplicado en cuatro años, ¿qué tal si en cuatro años más nos volvemos a cuadruplicar?”

El 2 de julio pasado, aquí en México, la coalición de izquierda logró 14 millones 683 mil votos en la elección presidencial, contra seis millones 260 mil cosechados en el año 2000. Un avance de ocho millones 423 mil votos, pero su candidato, Andrés Manuel López Obrador, desde su primera declaración dejó en claro que no aceptaría el resultado.

¿Qué más dijo el colombiano Carlos Gaviria cuando en vez de llorar la derrota electoral, celebró el notable avance registrado por su partido, el Polo Democrático?:

“La democracia exige un esquema de gobierno y oposición y nosotros vamos a continuar con la bandera de oposición, porque a pesar de que el veredicto de las urnas haya sido uno, nosotros tenemos buenas razones para pensar que nuestra propuesta es la más conveniente para el país, es la más conveniente para Colombia.

“Basta —agregó— con echarle una mirada a los sectores que han apoyado nuestra propuesta y que nos han apoyado electoralmente. Con todas las dificultades del mundo, con todas las circunstancias adversas... nos han apoyado los trabajadores, los sindicalistas, los maestros, los empleados de la rama judicial, los indígenas, los negros, los campesinos, ¡los jóvenes sobre todo..! Miren, una de las cosas que más contento me tiene es que... ahora las primeras filas en nuestras concentraciones estén constituidas, conformadas por los jóvenes...

Pero aquí en México, el candidato de la izquierda no sólo ignoró la inmensa cifra de los que respondieron a su llamado con el mayor y más rápido incremento electoral de nuestra historia, sino que pocos días después, urgido de justificaciones a su derrota, cometió la villanía de acusar de complicidad en “el fraude electoral” hasta a sus representantes en las urnas... Cuestión de estilos, ¿verdad? En Colombia, 35 días antes de AMLO, Gaviria dijo:

“... Bajo la emoción de un resultado tan hermoso como el que acabamos de obtener, es fácil gritar que estamos unidos. ¡Pero mañana.., dentro de un mes.., dentro de un año no nos vamos a dejar dispersar; vamos a seguir creciendo de una manera significativa..! Fuimos capaces de atraer a algunos sectores del liberalismo democrático, del conservatismo, de los sectores no alineados, ¡pero de aquí en adelante vamos a ser la fuerza democrática única en el país! Eso significa que nuestra propuesta se va a consolidar y a ser tan consistente que como un imán vamos a atraer a todos los demócratas a construir la democracia colombiana... Les había anunciado que no estábamos jugando a corto sino a largo plazo; por tanto, el resultado histórico de hoy no sólo no nos desalienta sino que multiplica por veinte, por treinta por cien nuestro entusiasmo, nuestra fuerza, nuestro deseo de triunfo...”

En México, en cambio, la derrota de la izquierda fue convertida por su candidato en el mayor compló y en el más escandaloso pero también mejor organizado fraude de la historia humana, intentando revertir el insulto de que casi todos los candidatos de su alianza electoral habían resultado triunfadores.., menos él. Su colega colombiano reaccionó muy diferente. Dijo aquella noche:

“No hay... una sola fuerza política que haya crecido lo que nosotros... No hay una sola que tenga motivos para estar felices como los que tenemos nosotros... Dentro de esta felicidad vamos a tener que renovar un compromiso: vamos a mantenernos en nuestro sitio y el sitio que nos corresponde es la oposición...”

La posición del candidato perdedor mexicano se radicalizó. Sus palabras y acciones fueron de confrontación y ruptura, de polarización social y odio de clases, de retos y acusaciones sin pensar o, al menos, sin manifestar interés por hacer del avance electoral logrado el 2 de julio la catapulta para arribar, fortalecidos, a la batalla presidencial del 2012 pasando por la posibilidad de un gran triunfo legislativo en el 2009 y de conquistar más gubernaturas y alcaldías y congresos estatales.

Por el contrario, anoche reiteró la intransigencia frente a la democracia; “la revolución de conciencias” frente al acuerdo nacional.

Es su historia. Veremos si la izquierda mexicana real quiere compartirla...

lmendivil@delfos.com.mx
m760531@hotmail.com

Sí, fracasó López

Pepe Grillo
Crónica
6 de Septiembre de 2006

Tenía razón AMLO el lunes, cuando dijo que temía que toda la rudeza a que somete al DF, no sirva para nada, que “vamos a fracasar”.
Fracasó en sus maniobras para que se anulen las elecciones: El Trife soportó los cañonazos… de amenazas, y declaró válidas las elecciones del 2 de julio, y a Felipe Calderón, como ganador.

Confirmó el tribunal que el proceso fue legal, que no hay pruebas de fraude, ni duda en el conteo de los votos. Y que las quejas de López Obrador y su exigencia del voto por voto y la anulación de la elección, no tuvo ningún sustento legal.

El voto fue unánime, nadie en el Trife dudó de su decisión.

El IFE contó bien

La resolución del Trife nos regresó al 7 de julio, cuando el IFE dio las cifras con las que Felipe Calderón ganó la Presidencia.

Fueron 15,000,284 votos contra 14,756,350 de López Obrador. La diferencia era de 243,934 votos, y cambió apenas en 10 mil votos.

López había dicho días antes, que si ganaba por un voto, haría respetar su triunfo. Pero 240 mil votos menos, le parecieron pocos para respetarlos.

Dijo que respetaría la resolución del Trife, pero cuando se vio perdido, descalificó al tribunal. Y es que soñó que iba a ganar.

Calderón, a cerrar la página

Sin estridencias, conciliador, en su primer discurso de Presidente electo, Calderón propuso dar por terminado el proceso electoral, y tendió su mano a sus adversarios, a todos. Insistió en la reconciliación y la unidad, en el diálogo. Los mexicanos podemos pensar diferente, dijo, pero no somos enemigos.

Buenos propósitos para inaugurar su sexenio, ojalá lo escuchen quienes compitieron sólo por la ambición de poder.

Convergencia deja a AMLO

Tras el fallo del Trife, empezaron a jugarse otras cartas. Y a López y a los que le dan esperanza de que todavía puede ser Presidente, les debe haber dolido el deslinde de Convergencia.

En la Cámara, el coordinador de la bancada convergente, Alejandro Chanona, dijo que reconocen presidente a Calderón. Y propuso que todos los partidos lo reconozcan. Y Chanona anunció que los diputados de la bancada actuarán con absoluta independencia.

La novedad, que le van a seguir

Durante todo el día, a quien le acercara una grabadora, Fernández Noroña, el vocero, trataba de convencer: “Esta tarde, en el Zócalo, Andrés Manuel va a hacer un anuncio espectacular, importante y diferente a todo lo que ha dicho”.

Iba a ser a las 5 de la tarde, pero cambiaron a las 7 de la noche.

Lo importante y diferente se redujo a que el 16 de septiembre López hará su convención nacional, y que seguirá con su resistencia.

Eso ya lo sabía todo mundo, y muchos ya hasta decidieron no seguir en “el movimiento”.

pepegrillo@cronica.com.mx

Felipe Calderón es, por decisión de la mayoría ciudadana, Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos

La Esquina
Crónica
6 de Septiembre de 2006

Felipe Calderón es, por decisión de la mayoría ciudadana, Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos. Su primer discurso, de apertura e inclusión, debe traducirse en acciones concretas, para que una agenda nacional colectiva sea el signo de una presidencia responsable. Por su parte, el PRD debe decidir, cuanto antes, si honra su palabra de compromiso con la democracia o se pliega a las imposiciones de quien fue su candidato. No se vale tener un pie en las instituciones y patearlas con el otro.

El costo de la soberbia

Raymundo Riva Palacio
El Universal - Estrictamente personal
06 de septiembre de 2006

Jamás haber imaginado que podía perder la elección llevó a Andrés Manuel López Obrador a no tener estrategia jurídica postelectoral

Hay Presidente electo, pero no habrá paz política. Hay una validez de la calidad de la elección presidencial, pero no se apagarán los gritos de "fraude". Dos terceras partes del México político reconocerá a Felipe Calderón, pero una tercera parte le dirá "ilegítimo". En este México donde la realidad es una díada, seguirá la división y el encono. Andrés Manuel López Obrador no aceptará jamás el fallo unánime del Tribunal Electoral y sus más fieles seguidores pronostican que, a Calderón, "lo derrocaremos".

Mucho estruendo está aún por venir, dividiendo todavía más a la opinión política. Ocultará, cuando menos por un tiempo, las razones objetivas por las que el tribunal electoral rechazó una a una las impugnaciones presentadas por la coalición Por el Bien de Todos o consideró que no fueron suficientes para invalidar la elección. Habrá una negación absoluta por parte de López Obrador, quien seguirá enfilando acusaciones contra los siete magistrados. Pero hay otra realidad, aquella que no termina de asomarse para mostrar que López Obrador pagó con la derrota presidencial los vericuetos de su personalidad.

Hombre de ideas minimalistas, nunca tuvo un plan emergente en caso que las elecciones no resultaran por el camino que él había soñado, lo que se tradujo en la inexistencia de un equipo que preparara una estrategia jurídica y que le fuera permitiendo amasar la documentación que tendría que ser presentada en el Tribunal Electoral. Como se equivocó al encargar a sus fieles de Tabasco la acción electoral, volvió a errar al confiar esa estrategia jurídica a Horacio Duarte, relegando a Ricardo Monreal y, sobre todo, a Arturo Núñez, quien de entre todos aquellos a su mano, era el que mejor conocía los oscuros resquicios de la ley electoral. Por eso, este martes, se topó consigo mismo.

La falta de argumentación en los alegatos de Duarte, que en el campo de la comunicación política fueron eficientemente utilizados por el candidato y sus seguidores, resultó fallida. No pudo probar la inequidad en la elección presidencial, que hubiera podido ser causa de nulidad, porque mintió a quien no podía engañar. Por ejemplo, no fue Calderón a quien más se benefició en los medios en la campaña presidencial como argumentó. Según el monitoreo del IFE, revisado en las sesiones del Consejo General por todos los partidos, López Obrador fue quien mayor cobertura tuvo en medios (24.24% del total), donde 96% de las informaciones fueron neutrales. El mismo monitoreo lo ubicó como el candidato que más gastó en el proceso, a lo que se le añadió el estudio de la empresa especializada IBOPE que demostró que en términos de impacto -medido en puntos de rating-, López Obrador estuvo en primer lugar, aventajando a Calderón por cuatro puntos, que quedó en tercero.

Tampoco pudo demostrar que Oportunidades fue utilizado con fines electorales, pues confrontó con información revisada por el tribunal que vio que en más de la mitad de los municipios que fueron beneficiarios del programa contra la pobreza, ganó López Obrador, y que en los 15 municipios más pobres del país ganó el priísta Roberto Madrazo. Con respecto al argumento de las campañas negativas, Duarte no pudo demostrar que el IFE no actuara -los abogados del órgano electoral demostraron que siempre lo hicieron, algunas veces a petición del propio Tribunal-, ni probó que hubiera afectado el resultado, ni explicó el porqué, si la coalición también la había utilizado, se quejó. El Tribunal Electoral, aunque determinó que esa campaña no alteró el resultado, estudió para contextualizar esas quejas cuánto afectaron a López Obrador errores tácticos en su campaña, como el no haber acudido al primer debate o el haber permanecido paralizado casi un mes y medio después de que el PAN lo comenzó a atacar.

Duarte no interpretó los criterios del Tribunal Electoral y no organizó la defensa adecuada. Descuidó todos los aspectos en donde, las fallas mismas de la campaña de la coalición pudieron haber impactado negativamente en su proceder. Pero aun presentó juicios de impugnación que terminaron en desastre, como llevar ante el Tribunal impugnaciones en casillas que no existían, o que su inconformidad se tradujera en pérdida de votos para el propio López Obrador, como sucedió en seis distritos del centro y norte del país. Su documentación estuvo incompleta y presentó muchas fallas, tratando presionar al Tribunal a resolver no necesariamente sobre la base de los recursos impugnados, sino actuando por fuera de sus criterios y de la ley, revisando aquello que, incluso, no le había solicitado.

La estratagema no funcionó, pero pretendía ocultar con cortinas de humo los problemas de origen en la integración del juicio de inconformidad. El hoyo en que se metieron por la falta de previsión de López Obrador comenzó a notarse el domingo posterior de la elección, cuando en la madrugada pidieron a Núñez que, con carácter de urgente, se trasladara a la ciudad de México para hablar con el candidato. Igual sucedió con grupos de abogados, muchos de ellos en la nómina del gobierno del Distrito Federal, a quienes les encargaron ese mismo día la defensa legal. Cuando uno de ellos pidió la documentación para integrar el recurso de protesta, le respondieron que no los tenían y que, por lo tanto, "inventara". Hubo muchas de estas improvisaciones por parte de los abogados, que no veían con gran optimismo un buen final.

Una idea al vapor se concretó en el llamado "juicio líder" en el Consejo Distrital 15 del Distrito Federal, donde el alegato sobre la calidad de la elección y pretendiendo la nulidad, sería reproducido en cada uno de los distritos electorales en el país, al cual le irían añadiendo los casos particulares de cada casilla. Presentaron un machote y el tribunal electoral les respondió de la misma manera. Anunciaron que impugnarían 75 mil casillas, pero sólo lo hicieron en 49 mil, que les redujeron a 23 mil. Por improcedentes, les otorgaron la revisión de sólo 11 mil 987. Pero aún en ellas, no pudieron obtener suficiente documentación. La coalición no tenía ni 20% de las actas, pero logró con la ayuda del PRI y del IFE, sumar hasta 54%. Al final, el tribunal anuló 80 mil casillas -sumadas las impugnadas por otros partidos- y anuló 233 mil 300 votos, el menor número en una elección presidencial.

La nulidad de la elección había sido siempre su apuesta central, y cuando arrancó el proceso legal parecía donde mejor opciones tenían. Pero Duarte no logró concretar las posibilidades ni aprovechar positivamente las lagunas existentes en la ley. El fallo unánime del tribunal fue una nota reprobatoria a la estrategia jurídica de Duarte y un recordatorio a López Obrador que no bastan la retórica, el carisma y el arrastre. Se necesita profesionalismo. No lo tuvo, ni parece que lo tendrá. Sigue pensando que ganó la elección por 3 millones de votos.

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