7 de septiembre de 2006

Obrador camina hacia el abismo

ABC (España)
Editorial - Opinión
07-09-2006

El Tribunal Supremo Electoral ha dictado su sentencia final y, como era de esperar, ha ratificado la victoria del conservador Felipe Calderón en la elección presidencial mexicana. A partir de esta proclamación, las reglas más elementales de un Estado de Derecho indican que debe cesar toda discusión sobre la contienda electoral, tras agotar todas las vías legales de reclamación, y los candidatos, vencedores o no, están obligados a respetar lo determinado formalmente como reflejo de la voluntad popular. Lamentablemente, el perdedor, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, sigue insistiendo en no reconocer otro resultado que no sea el que le dé la victoria, por lo que prosigue por ese camino suicida que pone a todo el país ante un grave riesgo de confrontación civil.

Al margen de la contundencia de la decisión judicial, López Obrador no ha logrado demostrar ninguna de sus alegaciones, ni convencer a nadie de que puede tener razón en sus reclamaciones. Su único apoyo reside en su copioso círculo de seguidores incondicionales, muchos de los cuales, por cierto, son adictos a la política clientelista de sus años de gestión al frente de la alcaldía de la capital. Algunos de sus partidarios empiezan ya a abandonar su causa ante la evidencia de que se trata de un camino cegado por la vía legal y que a partir de ahora ya sólo puede transcurrir por los tortuosos cauces de la insurrección. López Obrador ha coaccionado a los jueces, afirma que no reconoce a las instituciones y quiere proclamar un gobierno alternativo. Como ya se ha dicho desde estas mismas páginas, lo que pretende no es otra cosa más que dar un golpe de Estado, aunque lo disfrace de movimiento cívico.

En la hipótesis más optimista para el bien general, este populista enloquecido debería seguir el mismo camino que ya ha recorrido otro de los célebres cantamañanas del México contemporáneo, aquel «subcomandante Marcos» que se ocultaba tras un pasamontañas y que afortunadamente ha sido olvidado después de haber intentado sin éxito crear una guerrilla indigenista. Cualquier otra hipótesis puede resultar demasiado peligrosa para un país de la importancia y el peso de México.

Por ello, la única actitud constructiva es pedir la máxima prudencia a la sociedad mexicana y mostrar un entusiasta apoyo político al presidente electo, Felipe Calderón. Lo que se espera de él es que sepa atraer al camino racional de las instituciones a quienes aún escuchan las proclamas insensatas de López Obrador, quizá ofreciendo la posibilidad de consensuar las necesarias reformas que necesita el rancio sistema electoral mexicano para que una situación como ésta no pueda repetirse. Calderón ha de saber que su victoria es tan legítima como escueta, y que por ello estará obligado durante todo su sexenio a actuar con toda la sensatez de la que López Obrador ha demostrado carecer.

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