Ricardo Becerra
Crónica
4 de Septiembre de 2006
Estamos a unas horas de que el Tribunal Electoral emita su fallo definitivo e inatacable y ya casi no se puede agregar nada. Quizás por eso, sea buen momento para recapitular mi propia posición (más aún que algunos de mis pacientes lectores han olfateado un “cambio de postura” en los últimos artículos). Así, pues, creo obligado ordenar mis ideas para que nadie —sobre todo yo mismo— se llame a engaño:
1.- Voté por AMLO por estas tres razones: porque la desigualdad es el tema central de México; es el tema desdeñado de la agenda del PRI y del PAN, eso que siempre se arreglará “como consecuencia” de otros objetivos, siempre superiores (la estabilidad, la competitividad, las reformas estructurales, etcétera). Nadie como López Obrador lo había subrayado con tanta eficacia y una parte de sus respuestas apuntan a la edificación de estructuras del bienestar (universales, incondicionadas) absolutamente urgentes para detener nuestra desgarradura social. En segundo lugar, porque contra él, fue puesto en marcha un proceso vergonzoso, ilegal y cupular (el desafuero) para impedir que compitiera en las elecciones de este año. Fue una intentona fallida, que sin embargo rompía el pacto y las reglas democráticas del país. Y tercero: porque nada me parece más sano para nuestra vida democrática, que la tercera fuerza política, la izquierda mexicana, asumiera el gobierno con las reglas emanadas de la transición. Por eso voté, y volvería votar, por López Obrador.
2.- En el camino se multiplicó el encono. Empeñados en clausurar las posibilidades de esa izquierda, la Presidencia se zambulló en la contienda; ilegalmente, los poderes fácticos vinieron al auxilio del candidato de Acción Nacional y desde la derecha fue emprendida una frenética campaña sucia que sembró como nunca, el odio y la animadversión en la política y la sociedad mexicana.
3.- Luego, la trampa del empate. Los resultados apenas dibujaron un ganador por un estrechísimo margen. López Obrador acudió a lo que está en su derecho: impugnar los resultados por vía legal y vía política; reclamar ante el Tribunal, congregar multitudes, manifestarse, cobrar caro el posible triunfo de su adversario y desmontar la escenografía de un Presidente consumado que el PAN erigió apresuradamente, antes del plazo legal.
4.- Pero en el curso, la Coalición esgrimió la existencia de un monumental fraude electoral maquinado por el gobierno y manejado por el IFE. Esta es una afirmación —una mentira— que yo no puedo seguir, porque las elecciones en México son un inmenso proceso, visto, revisado, evaluado y verificado por cientos de miles en todos sus tramos. Porque no hay decisión electoral importante que no sea pública y porque cada eslabón tiene redundantes candados que hacen impracticable cualquier modalidad de alteración a la voluntad popular. La catarata de episodios que la Coalición ha arrojado a la arena pública para intentar demostrar el fraude, se han desvanecido uno tras otro. Llegó el recuento puntual de casi 12 mil casillas (justo, de las casillas señaladas por el PRD como aquellas que contenían sin duda las evidencias de un enorme fraude) y lo que se encontró fueron errores en la contabilidad... nada más.
5.- Y el plantón —plantón gubernamental— de la avenida Reforma. Una decisión que contradice las propias intervenciones iniciales de López Obrador, a saber: que el movimiento de resistencia cursaría sin afectar a terceros. Con el cierre testarudo de esa calle vertebral, no sólo se ha desgajado una parte del electorado que le apoyó, sino que ha ido consumiendo sin remedio el prestigio de una gestión que ya resultaba ejemplar para la izquierda de México, la de Alejandro Encinas.
6.- Finalmente, la actitud frente a la decisión del Tribunal. Todo está dispuesto para reaccionar en contra de su resolución, que es por ley, definitiva e inatacable. Con el desconocimiento o el rechazo de la sentencia que está por votarse, el PRD daría al traste, definitivamente, con las reglas que él mismo creó al calor de la transición democrática en México. La izquierda se lanzaría a un nebuloso curso de demolición institucional, paralelo a la legalidad, muy distante y muy distinto, a la historia democrática de la izquierda en México.
Resumo: creo necesario, urgente, que la agenda nacional sea modificada y que la desigualdad sea el centro de la acción estatal. Creo que López Obrador no inventó, sino que logró exhibir la inmensa falla política y social, esa auténtica lucha de clases, que se larva en el país. Creo que la derecha mexicana hizo lo posible —legal e ilegalmente— para impedir el ascenso de su rival. Pero también creo que una estrategia política, la de la izquierda en México, no puede erigirse sobre una mentira, arrasando los derechos de miles de “terceros” demoliendo las conquistas institucionales por las que tanto peleó.
Con este recuento no intentó convencer a nadie; sólo describo la evolución de mi postura. Aclararla en público es exigencia mínima. Más en estas horas, tan escasas de la honestidad requerida.
ricbec@prodigy.net.mx
4 de septiembre de 2006
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