2 de septiembre de 2006

El Estado soy nosotros Diario sombrío

Guillermo Sheridan
Letras Libres
Septiembre de 2006 (Número 93)

Cazador certero en el territorio del despropósito verbal, Sheridan desnuda en este anecdotario cronológico las más sonadas barbaridades que han dicho el candidato perdedor y sus valedores desde el pasado 2 de julio.

Me gusta la geometría del lenguaje, poner las palabras donde tienen que ir.
Andrés Manuel López Obrador

3 de julio. Retórica

Dice el periódico que “AMLO se declaró triunfador de la contienda presidencial y exigió a la autoridad electoral, al Ejecutivo federal y a sus adversarios respeto a esa victoria”. Es natural que, convencido de que su persona encarna al pueblo, AMLO exija ese reconocimiento, sin estrategia y quizás (lo que es aún peor) sin demagogia. Curioso que insista en que ese reconocimiento debe otorgarse con respeto. Luego de fintear “con todo respeto”, acostumbra asestar potente izquierdazo. Esta contradicción le resulta muy simpática a adversarios y detractores. Con todo respeto, es usted un miserable. Estos dobleces son frecuentes en otros registros: ayer también dijo: “Soy muy respetuoso de las instituciones y de manera particular de lo que resuelva el Instituto Electoral; sin embargo quiero informar al pueblo de México que ¡ganamos la presidencia de la República!” (Los signos de admiración son del reportero, más admirado que AMLO.) Luego de declararse respetuoso, arrasa al objeto del respeto con un sin embargo. Se puede suponer que una de las partes del discurso es falsa. ¿Cuál? Si la segunda es falsa...

4 de julio. AMLO vulcanólogo

La escritora Poniatowska acepta con tal fruición que hubo “golpe de Estado” que, con una imagen detonante, advierte que “seguimos siendo volcanes bajo la blanca cúpula del Popocatépetl y la Iztacíhuatl”. Es lindo: en el nuevo “idilio de los volcanes”, AMLO es el guerrero de voluminosos güevos y nosotros la señorita de las suculentas tetas. En la página vecina, otro comentarista tiene otra visión ígnea: “… la nación está sentada sobre un volcán a punto de estallar.” Dentro del volcán, o sentados en él, vemos ondear la bandera amarilla de la emergencia eruptiva. “Que nadie se llame a engaño sobre lo que puede suceder en los próximos días”, termina el visionario. Como en toda profecía autocumplida, tendrá razón. Comienza un periodo sombrío, de ésos en los que el conocimiento de la realidad es un acto de fe.

5 de julio. AMLO presiona (democráticamente)

Para que su respeto a la institución quede de manifiesto, AMLO la presiona. El volcán comienza siempre como “bola”. La idea de “hacer bola” ¿será un remanente de ese afectuoso sobrenombre que se daba a la Revolución? “Hacer bola” es el testimonio final del horror de la política a la mexicana. Si la Unión de Trajineros Ahogados de Padierna quiere apoyo, va a la Delegación de Xochimilco y “hace bola”. Si el PRD quiere que su líder sea presidente, igual. La bola sirve para negociar la ley (e impedir que se cumpla). La justicia, desde luego, privilegia a la bola sobre los particulares sin bola. La bola presupone, por principio, que la autoridad es o parcial o (con todo respeto) incompetente, y que por eso requiere que la bola la vigile, la intimide o la apresure. Desde luego, también sirve para que el partido dueño de la bola haga compraventa de servicios corporativos. El PRD ¿graduará el arte de “hacer bola” a su versión superior que es “hacer volcán”?

En entrevista, AMLO declara: “Sí, confío en el árbitro, confío en el proceso, siempre he sido respetuoso de las instituciones, lo voy a seguir haciendo, pero también nosotros no podemos de ninguna manera aceptar un resultado que no corresponda a la realidad.” Interesante conflicto entre las instituciones y la realidad. La cabeza de AMLO expropia la realidad y desde luego descarta otras realidades, por lo menos a la realidad real y a la institucional. En lo primero se asemeja al pobre Quijote; en lo segundo a Lenin. Arraiga su realidad (es decir, su acto de fe) en “la gente”, a condición de que “la gente” sea su reflejo, no la gente que prefiere ceder al Estado su representación colectiva y la encomienda de la ley. Al poner su propia percepción de la realidad sobre la del Estado, o al condicionar la objetividad de esa realidad a que concuerde con la suya, AMLO expropia a la colectividad en su individualidad. Más que el Estado, él es la colectividad. Un análisis del veleidoso empleo que hace de mayestáticos y primeras personas rendiría simpáticos resultados a un psicolingüista. Como todo voluntarista, AMLO argüiría, previsiblemente, que tal representación sólo es “real” si la autoridad del Estado es “legítima” (es decir, que cuadre con su fe). Círculo vicioso habemus.

Sus apologistas comparan ya las disparidades entre su realidad y la realidad al fraude electoral de 1988. La autoridad del Estado en 1988 se ejerció de manera ilegítima. Pero AMLO menosprecia que, precisamente por lo ocurrido entonces, se haya reformado el procedimiento electoral y se haya entregado su control a los ciudadanos (gracias en buena medida, ¿quién lo diría?, a Porfirio Muñoz Ledo). En 1988, el niño de la democracia se cayó en el pozo priísta de siempre, cuyo brocal agrandaron Camacho, Bartlett y Arturo Núñez. Pero que el pozo se haya tapado con el IFE, el FEPADE y el TEPJF carece de “realidad” (menos aún para los nuevos camaradas de AMLO: Camacho, Bartlett y Núñez, ahora súbitos expertos en cerrar pozos).

6 de julio. la historia c’est moi

Mi (¿ex?) amigo R. me reprocha no haber votado por López Obrador. Cuando me dice “no negarás que hubo fraude”, lo que me dice es “no puedes no creer que la historia de México está llena de agravios e injusticias”. La opinión (“¡todos lo saben!”) identifica ambas cosas como una sola e interpreta la derrota de AMLO como nuevo agravio.

No voté por AMLO, porque el lado siniestro del PRI no compensa mi admiración por sus muchos, enormes logros. Frente a sus mejores iniciativas y sus lúcidas mentes –que las hubo en abundancia– me detiene el peso espeluznante de sus caciques, sus líderes sindicales, sus matones plenipotenciarios. El cinismo de los priistas que hoy danzan con AMLO ofende a la razón, y que AMLO baile con ellos ofende hasta al cinismo. Saben venderse, y la causa de su antiguo correligionario precisa de administradores para las nuevas CROCs, CTMs, CNCs y CNOPs –infelices exámenes de estrabismo. Tampoco votaría por el patético culto al sufrimiento y al sentimiento, con sus alados cantautores, brechtianos furibundos, tinterillos de toma y daca, plañideras starbucks. Y menos aún por la rebaba eternamente impune de “históricos” del CEU, el CGH, cheguevaras de auditorio, sacerdotes artríticos que viven de quemar copal en el templo de las Tres Culturas ante una grey de kindergarten cuyos manteles huelen a “tachas” y regatón. No, nunca más el PRI.

Pero más que ver a un neopriista en 2006, el fundamentalismo contestatario exige ver en su líder a los reloaded héroes que nos dieron patria. Y en las elecciones del 2006 la purga de las anteriores, la cifra de todos los agravios acumulados, el clímax de una justicia escamoteada desde 1910, o por lo menos desde 1940 (cuando mi general Cárdenas “Señor del Gran Poder”, eligió –democráticamente solito– a mi general Ávila Camacho y no a mi general Múgica, como tendría que haber sido). Todas las fechas agitan el corazón y erizan las uñas blancas del Caudillo. ¿Cómo pueden pertenecer al mismo movimiento Bartlett y Poniatowska? AMLO sabe que “la gente” quiere volver al PRI, pero con la conciencia limpia.

7 de Julio. ¡freunde, fraude!

El plan B de AMLO es obvio: de no ganar el conteo distrital, se descalificaría (con todo respeto) a las instituciones, se grita ¡fraude! y no se da un paso atrás. Punto. En su mejor estilo, se “imagina” que hay fraude en la primera frase, y al cerrar el párrafo lo imaginado ya es “prueba fehaciente”, como el Quijote, que pasa de conjeturar si los molinos serán gigantes a considerarlo un hecho en el mismo parlamento. Sus seguidores en cambio, no se parecen a Sancho: ni dudan ni repelan. Lo que el líder presiente, “la gente” lo consagra. La gente ha sido preparada para creerle todo: tanto se le dijo “ya ganamos” que no consideró no ganar. Esto complementa las décadas priistas en las que proclamar desde antes “ya ganamos” habría sido redundante (y explota en su provecho la elemental desconfianza en el aparato judicial que prohijaron esas décadas). A lo largo de setenta años, la única opción mexicana para sentirse seguros de ganar algo era votar por el PRI. Esto dejó una inercia pavloviana de credulidad que AMLO invierte en una incredulidad utilitaria. Más allá de un posible (y hasta hoy no probable) fraude electoral, a AMLO le interesa que “la gente” se sienta defraudada. Lo defraudado no es el hipotético “triunfo”, sino la (su) esperanza.

8 de julio. AMLO universitario

El periódico objetivo proclama un “fraude cibernético”. Lo dice el “eminente fisicomatemático de la UNAM Bolívar Huerta”. El científico lanza la hipótesis (es decir: la demostración) de que un algoritmo malevo pervirtió las computadoras. El nombre del “eminente científico” no aparece en las listas de investigadores o docentes que publican en internet los institutos de Física y Matemáticas de la UNAM. La prensa dice que es investigador del Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), pero tampoco ahí se le registra. Una búsqueda en Google lo identifica en cambio como militante de la Red de Estudiantes Universitarios que patrocinaba el PRD durante la huelga de 1999-2000 (cuyo control perdió en provecho de los “ultras”). El “eminente científico” de 2006 era una cuenta de Rosario en el 2000. Otros universitarios que rodean a AMLO: Luis Bravo Pérez (a) “El Tíbiri-tábara”, el señor de copiosa cabellera ensortijada que está parado en la tele junto a AMLO la noche del 2 de julio en el Zócalo. Dejó de militar en Ciencias Políticas, hizo carrera en el STUNAM, despachó en el Tlalpan de Carlos Ímaz, fue secretario de movimientos sociales (sic) del PRD y secretario de desarrollo urbano del DDF. Eminentes científicos, y eminentes funcionarios. Lo mejor de la UNAM al servicio de “la realidad”. Me temo que no tardarán en cerrarla (con todo respeto).

9 de Julio. ¿A qué le temen?

AMLO “exige” un recuento voto por voto (lo de casilla por casilla es redundante) y reta a las instituciones (y a su adversario) con viril interrogante: “¿A qué le temen?” Él mismo aporta la respuesta con el improbable refrán “el que nada debe, nada teme”. Yo no debo, pero temo que, si las instituciones (ya descalificadas por él) concediesen el capricho (para recalificarse ante él), tendrían que saltar sobre sus propias leyes. Precedente poco republicano: el otorgamiento a un particular de poderes extraordinarios para que sancione toda ley, reglamento o iniciativa de acuerdo con su superior entendimiento, so pena de padecer el volcán que ese particular active (previa autorización de una asamblea de particulares). AMLO sería una especie de shadow government de un solo hombre que sancionaría sólo lo que se ajustara a su realidad. Curioso apetito de quien desprecia a los “poderosos”. ¿Hay en México alguien más poderoso que él? Es tan poderoso que privatiza el Zócalo cuando le viene en gana; se hace encuestas de opinión (a sí mismo), y como su opinión es tan poderosa, se declara su propio simpatizante veinte millones de veces; ordena que la ley sea legal, pero no “legalista”. Es el único mexicano dueño de un partido político. En suma, es tan poderoso que él solo va a defender a la patria de los poderosos.

15 de julio. López Obrador, crítico literario

Además de las muchas tareas que derivan de la dramática cruzada que ha emprendido, para rescatar a la patria de las garras de sus usurpadores (aproximadamente el 75 por ciento de los mexicanos en edad de votar), el Lic. López Obrador consigue hacerse de tiempo para poner de manifiesto sus dotes de intelectual progresista, en la modalidad de la crítica literaria.

A continuación, se reproduce su obra completa, que hemos dividido en dos secciones: I. Obra crítica breve, y II. Obra de largo aliento (cabe señalar que la crítica literaria del Lic. López Obrador se expresa sólo de manera oral).

I. Obra crítica breve

Se trata de apuntes que suelen apretar juicios muy interesantes sobre relevantes personalidades de la actualidad literaria mexicana.

– Elena Poniatowska es una gran escritora.

– Elena Poniatowska, gran escritora.

– Tengo la dicha enorme de ser amigo de Carlos Monsiváis.

– Monsiváis es el intelectual que más se reconoce en nuestro país.

– El mejor escritor de México y yo diría uno de los mejores del mundo, Rulfo, es de aquí de Jalisco. Arreola, en fin, Agustín Yáñez. Éste es un estado con mucha tradición, histórica, cultural, entonces por el lado del turismo hay una opción.1

II. Obra de largo aliento

La obra literaria más ambiciosa, hasta la fecha, del Lic. López Obrador es su ensayo “Tolstoi hoy”.2 También es el único. El editor se ha permitido dividir el ensayo en tres partes:

“Tolstoi hoy

I. Justificación

– Yo no odio, no soy rencoroso y porque soy feliz, porque me ha tratado bien la vida, yo por eso quiero que la gente sea feliz. Porque puede enfrentar cualquier circunstancia y puede incluso atravesar situaciones económicas difíciles, pero si uno es feliz puede salir adelante.

II: Exposición

– Yo recuerdo aquel pasaje de Tolstoi en la novela cuando se enferma el Zar de Rusia y llegan los curanderos y le dicen “usted sólo se puede curar si conseguimos una camisa de un hombre feliz en Rusia”; entonces ahí van todos los de la corte a buscar al hombre más feliz de Rusia para curar al Zar, y van con un empresario muy próspero, pero no era feliz, y luego van con un comerciante próspero, pero no era feliz, y luego van con un sabio y tampoco, y encuentran a un campesino que era feliz y le preguntan “¿Por qué eres feliz?” “Porque estoy bien conmigo mismo, con mi conciencia y estoy bien con los demás, soy feliz”, “Ah pues tú eres el hombre más feliz de Rusia, vamos a llevarle la camisa”, pero no tenía camisa.

III. Conclusión

– Entonces la felicidad no significa únicamente lo material, entonces eso me ayuda mucho a poder relacionarme, se lo digo sinceramente, no odio. Yo no estoy tampoco en contra de quien obtiene bienes materiales, es mi manera de pensar, respeto mucho a otros y sí me gustaría de que la gente humilde, la gente de abajo, la gente pobre viviera mejor y de que fuesen muy felices todos y por eso estamos en esto.”

La aparición de “Tolstoi hoy” provocó algunas discusiones. La intelectual prosionista y filoplutócrata Rabina Granta Gore declaró que el Lic. López Obrador no tenía “con todo respeto, ni una puta idea de lo que dice”,3 toda vez que el texto citado no es una novela, sino “El zar y la camisa”, un cuento infantil. “Está difícil –agregó– confundir una novela con un cuento infantil de doce renglones.” Luego, al hombre feliz no lo encuentran “curanderos” (“¡Es Rusia, joder, no Catemaco!”) sino el zarevitch. Y sobre todo, el hombre feliz no dice que su felicidad derive de “estar bien conmigo mismo, con mi conciencia y estar bien con los demás”, sino de que “trabajé un poco, comí cualquier cosa y ahora me voy a echar una siesta sabrosa y tranquila”. Es decir, deriva de que –dice Granta– “es un sujeto bobo e indolente”.

Granta Gore discurre sobre la predilección por Tolstoi en una persona que más parecería inclinarse por Dostoievski. A fin de cuentas, a Tolstoi le interesan los Rostov y los Bezuhov, aristócratas y burgueses “señores del dinero”.4 Por otro lado, contra la postura del estadista mexicano, Tolstoy detesta el determinismo y su idea de que son los “grandes hombres”, como el baboso de Napoleón, quienes mueven la historia. Y su célebre repugnancia por los “jefes” en general (“quienes más desean cambiar al mundo son los menos dispuestos a cambiarse a sí mismos”) es famosa. Entonces ¿cómo explicar los lazos entre el líder azteca y el viejo sabio de Yásnaia Poliana? ¡Una pieza más en el complejo rompecabezas que es el licenciado!

26 de julio. Más universitarios

Aparece un “Frente Universitario de Apoyo Crítico (sic) a López Obrador” que lo invita a cantar en la UNAM a fines de agosto. Doble contra sencillo a que la cierran (críticamente). Este FUAC(sic)lo lo dirige el señor Jorge René González. Google revela que es perredista (sic), consejero universitario (ultrasic) y funcionario de la Dirección General de Gobierno del DDF (megasic). Así pues, fue a invitar (críticamente) a su patrón. El mismo joven dirige un “colectivo” llamado Agrupación Universitaria Tiempos Modernos, que realizó hace tiempo “una encuesta sobre preferencias electorales en cuatro instituciones públicas de educación superior y tres privadas de la ciudad de México, la cual reveló que Andrés Manuel López Obrador encabeza las preferencias, con 36 por ciento, seguido por Felipe Calderón, con 28”. González enfatizó “que la metodología obedeció a mecanismos científicos, por lo que los resultados son altamente confiables”. ¡He ahí, pues, la misteriosa encuesta que le daba diez puntos de diferencia a AMLO, aportada por otro “eminente científico”! No deja de intrigar que este mismo señor González fue el primero en enterarse, al amanecer el 19 de julio –cuando estaba en el Hemiciclo a Juárez colgando (críticamente) la “expofraude”–, que “alguien” había dañado las obras de arte que decoran a la Alameda. ¡Consejero universitario, funcionario del DDF, encuestador, instalador de exposiciones y detective! ¡Tiempos modernos!

28 de julio. AMLOman, superstar

Las “asambleas” en el Zócalo se parecen cada día más a un espectáculo dominguero con bandas y mariachis (otra forma de violencia). La gente está tan habituada a ir los domingos a mirar shows al Zócalo que dan a AMLO el comportamiento ad hoc: chillidos histéricos, damas orgasmeantes, meneos colectivos ante una mezcla de Juan Gabriel y el Niño Fidencio. Y como el Caudillo se sabe sólo una canción, el público ya la memorizó y canta los coros antes que la estrella. Si la estrella entona, por ejemplo, “Por eso exi…” La multitud adelanta “¡Voto x voto!” Si enuncia “Fo…”, le responden “¡traidor, traidor!” Soledad Loaeza lo explica con brillantes en su editorial (valientemente) publicado ayer en un diario objetivo: “Como otros líderes cesaristas que lo precedieron, AMLO ofrece un ejercicio personalizado y centralizado del poder, una relación directa entre él y la gente, la movilización ininterrumpida, el plebiscito permanente, una situación sostenida de excepción; y al igual que muchos de esos líderes cesaristas, utiliza las instituciones democráticas para destruirlas, porque si llegáramos hasta donde los lopezobradoristas nos quieren llevar, sólo ruinas quedarían de lo que habría sido una efímera experiencia democrática.”

1 de agosto. Alma grande (AMLO Ghandi)

Lo que el Caudillo y sus priistas le exigen a un movimiento para considerarlo “pacífico” se limita a que no haya violencia física. Para ellos, todas las otras formas de sufrimiento que derivan del caos vehicular que ellos, poderosos que son –y para defenderlo de los poderosos–, han impuesto al pueblo, tan bueno y tan noble y tan lo mejor de México, no suponen violencia. Está universalmente aceptado que toda forma de humillación entraña violencia. Toda disrupción de la vida cotidiana, sobre todo si incluye miedo, es violenta. Toda afectación a los derechos humanos incluye violencia. La Organización Internacional del Trabajo considera que cualquier cosa que altere la salud, la seguridad y la productividad de los trabajadores es violenta. En tanto que los traslados cotidianos son etapa integral del trabajo, los bloqueos son violentos. Es más: todo cuerpo que bloquea el paso legítimo de otro cuerpo, se convierte en arma. En la lógica de AMLO, cuando Díaz Ordaz golpeaba y mataba gente había violencia, pero no cuando enviaba ambulancias a chillar por las calles en la noche, o soldados a sonar sus estoperoles.

2 de agosto. Una vocera

La empresaria Jesusa, maestra de ceremonias de las asambleas, declaró hace días en un diario objetivo: “Es muy importante dejar en claro que quienes cierren carreteras o avenidas, quienes molesten a las personas en su vida cotidiana, creándoles más problemas de los que ya tienen, no pueden ser considerados parte de este movimiento. A quienes usen la violencia les vamos a tener que decir: no en nuestro nombre, ustedes no nos representan, ustedes le están haciendo el caldo gordo a la derecha, a los de El Yunque, a Calderón.” Este domingo, toda coherencia, enfrentó a AMLO y le dijo que “ya no forma parte de este movimiento”. Mala onda.

3 de agosto. Magias civiles

Comparar la resistencia civil del PAN con la del PRD es desnivelado: el PAN luchaba por terminar un monopartidismo de 70 años; el PRD por acabar con una democracia de 6. ¿Qué tendrá de resistencia civil ir a cantarle las mañanitas con el Himno Nacional al edificio vacío de la Bolsa de Valores? El divertimento de Noroña recuerda otro: cuando en el 2003 denunció al PRD ante el IFE por no respetar la democracia interna del partido.

6 de agosto. AMLO polemista

Luego de que AMLO puso a discusión en la asamblea (es decir: él) la iniciativa del Comité de Resistencia Civil (es decir: él) sobre la conveniencia de tomar (con todo respeto) el Zócalo y el corredor de Reforma (moción que él aceptó de inmediato y por unanimidad), Monsiváis denunció su injusticia en carta abierta. Más tarde agregó que nunca se le invitó a formar parte de ese comité, ni se le pidió permiso para incluir su nombre entre sus miembros. Hoy, en otra asamblea, AMLO se refirió, sin nombrarlo (¡cuidado! porque cuando AMLO no nombra, no nombra con respeto) al “intelectual que más se reconoce en nuestro país”:

“Hemos [la asamblea, es decir él] escuchado atentamente las críticas y los cuestionamientos que se nos han hecho, incluso por parte de amigos cercanos, de intelectuales y de ciudadanos que apoyan nuestro movimiento y que votaron por nosotros, pero que no están de acuerdo con algunas de nuestras acciones de resistencia civil.”

La crítica de Monsiváis mereció como respuesta este poderoso argumento:

“Quisiéramos que entendieran nuestras razones, somos respetuosos de la opinión de todos los mexicanos, porque la esencia de la democracia es la tolerancia y la libertad de expresión. Sólo en el autoritarismo se cancela en la práctica el derecho a disentir de los ciudadanos” [el de circular es otra cosa].

Sí, pero Monsiváis ejerció su libertad de expresión precisamente para hacer una crítica a la Asamblea (es decir, a él). El diálogo queda así:

Monsiváis: No estoy de acuerdo con lo que usted hace por estas y estas razones.

AMLO: Quisiera que estuviera de acuerdo (pues sus razones me importan un bledo).

Al no responderle, AMLO lo ignora, que equivale a decir que lo censura y que no lo tolera (y que ingresa al rango de innombrables).

7 de agosto. Granma

Dice el diario “honrosa excepción” que no sirve a los poderosos (sólo al Poderoso): “Cada día es mayor el número de habitantes de la capital, pero también del resto del país, que se incorporan a los campamentos y se suman con alegría y entusiasmo a los intensos programas culturales y recreativos en curso.”

8 de agosto. Programa cultural

Los grupos de rock-and-roll que educaron ayer a las personas que están en plantón en Paseo de la Reforma son “Kancer Urbano” y “Fuerzas del Kaos”. Hay konsenso en ke fue espektakular.

8 de agosto. Y más universitarios

Un Movimiento de Estudiantes No Aceptados cerró hoy avenidas cercanas a la UNAM y al Poli. Lo dirigen una señorita Alondra Ramos y (one more time!) Higinio Muñoz. Sus consignas corean “¡La UNAM no es panista / la UNAM es comunista!” (para tener una idea de su plataforma, véase www.militante.gob; no tiene pierde). Higinio Muñoz fue durante años líder del Consejo Estudiantil Metropolitano, originalmente ligado al PRD. Antiperredista y “ultra” más tarde, fue encarcelado cuando la policía liberó a la UNAM. Al salir, fundó su Promotora por la Unidad Nacional contra el Liberalismo, que acusaba a AMLO de “represor”. Ya no. Sus páginas web recomiendan al Caudillo:

1.- La única alternativa ha de ser a través de la lucha en las calles, la vía legal sólo debe ser vista como un complemento, si nos basamos en ella estamos condenados a vivir seis años de lo mismo. La ley actual, las instancias electorales están hechas para hacer valer los intereses contrarios a nosotros como trabajadores y jóvenes.

2.- Andrés Manuel debe ponerse claramente al frente de esta lucha, debe llamar inmediatamente a que los sindicatos realicen una huelga de 24 hrs. Él ha dicho en muchas ocasiones que no va a defraudar, ni engañar al pueblo, es la hora de cumplir esas palabras.

9 de agosto. numeritos

Me dice mi amigo c.c.: “Desde un punto de vista probabilístico, si se hacen más de 130,000 operaciones de conteo, es inevitable que haya errores. Una de las fantasías detrás de la consigna del voto por voto es suponer que, de hacerse un recuento manual, esos errores no ocurrirían de nuevo. La persuasión de la consigna se basa en ese malentendido. El problema en los procesos estadísticos y de conteo no son los errores, sino el no entender que estos tienden a compensarse o a cancelarse entre sí.”

10 de agosto. Nadie está por Encinas de la ley

Declara el señor Encinas, jefe de gobierno, cuestionado sobre su tolerancia y apoyo y financiamiento al bloqueo: “la lógica de los conservadores de la ultraderecha (sic que los distingue de los ultraconservadores de izquierda, es decir Castro, Chávez y Kim Jong-il) que exigen mi renuncia, es la de erradicar al enemigo.” El señor Encinas no erradica, bloquea, que es otra cosa.

11 de agosto. AMLO y el pueblo

Según un periódico, AMLO declaró hoy: “Le tengo un profundo amor y admiración al pueblo de México, que es gente muy noble y muy buena, lo mejor que tenemos en México.”

No estoy de acuerdo. El mexicano es por lo general ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, sexista, caprichoso, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a sus hijos y a las mujeres, idolatra el ruido, tira basura, nunca ha respetado el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, compra y vende piratería, zarandea a los peatones, no duda a la hora de hacer transas, desprecia a la ley, no sabe aritmética elemental ni tirar pénaltis. Lo mismo puede decirse de la clase baja. Tenerle amor y admiración a eso es masoquismo o demagogia.

12 de agosto. Y el ganador es…

La mejor frase en lo que va del conflicto es la del eterno dipunador y senaputado Pablo Gómez (otro “universitario”), que interrogado sobre si los bloqueos atentan contra el libre tránsito que garantiza la Constitución contestó: “Hasta donde sé, a nadie se le ha impedido cambiarse de casa.”

13 de agosto. Voluntarismo bis

AMLO proclama que “estemos donde estemos, en Palacio Nacional, en las plazas públicas o en cualquier lugar, vamos a seguir defendiendo nuestro proyecto de cambio verdadero.” Su jerarquía de escenarios manda al Poder Legislativo al limbo del “cualquier lugar”, cuando, uno diría, debe ser no sólo el primero sino –en una democracia– el principal. Sería positivo que ahí, en las cámaras, el PRD trabajara para que, en efecto, se luchara contra el horror de la desigualdad económica. Pero el Legislativo, a pesar del avance del PRD, le estorba. Como escribió Silva-Herzog Márquez: “AMLO lo ha repetido muchas veces: la historia mexicana camina a zancadas de movilización, no conforme a la cadencia indolente de las instituciones elitistas”.

Luego AMLO dice una cosa muy rara (pero, a estas alturas ¿todavía es raro?): va a refundar México para “purificarlo”, porque él quiere que el pueblo sea “feliz”. Las mismas palabras de todo autoritario, de Mussolini al Khmer Rojo. Esta demagogia deleita a la asamblea, pero ¿aterrará a la izquierda? No hay nada más alejado del pensamiento de Marx o de Lenin que “refundar” al Estado (ése fue Stalin). Entendían que, como el proletariado carece de cultura propia, debe crearla sobre las normas burguesas y que, por tanto, acusar al orden burgués de perverso va contra los intereses del pueblo. Pero la idea de crear burgueses le ha de parecer abominable a AMLO, que prefiere a los pobres. Elige la “propaganda de la acción” a la paciencia de educar en democracia; el hecho inmediato a la lenta apropiación condensada del poder. Su voluntarismo de tanates coquetea con Tánatos. Una histeria que explicaría su obsesión por mostrarse puro, humilde y modesto: el paradigma “refundado” y “purificado” que justifica e ilustra su ética voluntarista. Otra señal palpable de histeria es la voluntad de “suicidarse políticamente”, mezclada con su obsesivo encomio de la felicidad, esa emoción “eminentemente hipócrita” de quienes, incapaces de asumir las consecuencias de su deseo cotidiano, se inventan “una felicidad oficial”, como sugiere Slavoj Zezik.5 (Boucher, su comentarista, agregaría que “una sociedad que otorga libertad para buscar la felicidad es una sociedad loable: una que indica cómo ser felices es tiránica”.)

14 de agosto. AMLO, su parto

Este domingo, AMLO declaró ante su asAMLOea: “Combati–remos la pobreza y la monstruosa desigualdad imperante en nuestro país. Ya es insoportable que una minoría rapaz lo tenga todo, mientras la mayoría de los mexicanos carece hasta de lo más elemental e indispensable. Además, sin justicia no habrá garantías de seguridad ni tranquilidad para nadie. Tampoco habrá paz social. La paz es fruto de la justicia.“Tiene parcialmente razón (llamar “rapaz” a toda la minoría no es buena idea, ni necesariamente cierto; decir que “la mayoría” carece de lo fundamental es demagogia).

Acto seguido, hizo lo peor que puede hacer alguien que seriamente se sabe agraviado por la desigualdad: parió a la “verdadera democracia”. En la República Okupa del Zócalo, en vivo y en directo y a todo color, AMLO, él solito, arropado en su asamblea, ¡parió a la “verdadera” democracia!

Él no dará un paso atrás. Él dará el “grito”. Él defenderá al pueblo del “gobierno ilegítimo” durante años, si es necesario. Él renovará a las instituciones. Él asume en su modesta persona los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En el mismo momento en que dio a luz la “verdadera democracia”, el PRD fue sumariamente substituido por una “Convención Nacional Democrática con representantes de todos los pueblos del país”. Esa convención, y no los partidos, no la democracia, espuria ella misma, es la que decidirá “en definitiva el papel que asumiremos en la vida pública de México”.

“Fuerzas del Kaos”… ¿dónde tokarán mañana? ~

México, df, a 14 de agosto de 2006.

Fango sobre la democracia

La revista Letras Libres del mes de septiembre de 2006 - Izquierda Perdida - contiene varios ensayos y artículos ampliamente recomandables. Ya saben que son extensos pero, valen la pena...

Roger Bartra
Letras Libres
Septiembre de 2006 (Número 93)


¿Por qué perdió la izquierda y dónde radica su incapacidad para aceptarlo?, ¿cuáles son los retos del ganador?, ¿cómo opera el clintelismo en la capital y a qué se debe el arrobo de los intelectuales por AMLO?, ¿cuáles son los riesgos de la protesta posteletoral para nuestra joven democracia? Bartra ensaya lúcidas respuestas para estas preguntas.

El candidato de la izquierda populista ha volcado un inmenso alud de lodo sobre las elecciones presidenciales más transparentes y auténticas que ha habido en México. No ha aceptado su derrota, ha denunciado un inmenso fraude, sin probarlo, y ha rechazado las decisiones del Tribunal Electoral. De esta manera ha culminado el proceso de su metamorfosis, y de ser una opción política se ha convertido en una molestia social. Ha envenenado el ambiente electoral y ha colocado súbitamente a la izquierda en una posición contestataria marginal. Con su agresivo populismo ha ayudado a que la derecha se mantenga en el gobierno. ¿Cómo se pueden explicar estos insólitos resultados? Ha llegado el momento de reflexionar, de discutir y de abandonar los maniqueísmos. Detrás del escenario de la confrontación entre dos adversarios, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, hay una complejísima textura que nos invita a matizar y a desentrañar los mecanismos menos visibles de la lucha política.

Populismo conservador

¿Por qué perdió la izquierda? A partir de 1988 la izquierda logró erigirse como la gran responsable moral de la transición y en el motor más importante que impulsa la instauración, casi una década después, de procesos electorales confiables operados por instancias autónomas y ciudadanas. Sin embargo, desde sus orígenes comenzaron a ser visibles las tendencias que minaban al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Me refiero a la expansión de un populismo conservador que iba recogiendo los deshechos del viejo nacionalismo revolucionario que el PRI abandonaba en el camino. Lo llamo populismo porque su base es la relación del jefe con “su” pueblo, al margen de las instituciones democráticas de representación, gracias a una estructura de mediación informal por la que fluye un intercambio de apoyos y favores. Es la forma tradicional en que han operado los caciques, tanto en los ejidos como en los sindicatos, tanto en regiones rurales como en ciudades. Lo llamo conservador porque se propone preservar o restaurar formas de poder e ideas propias de nuestro antiguo régimen, el autoritarismo revolucionario que dominó a México durante siete décadas.


La hegemonía en la izquierda del populismo conservador fue una de las causas que contribuyeron a la derrota de su candidato a la presidencia en el 2000, Cuauhtémoc Cárdenas. El PRD y sus confusos aliados, en esas primeras elecciones claramente transparentes y democráticas, presentaron la imagen marchita del viejo nacionalismo revolucionario ante una derecha democrática, moderna y pragmática encabezada por Vicente Fox. Pero la izquierda no comprendió la situación y atribuyó equivocadamente su fracaso a las manipulaciones mercadotécnicas de la extrema derecha, de las corporaciones empresariales y del catolicismo militante conservador.

Durante la campaña del 2006 López Obrador continuó en la misma línea. A pesar de ofrecer un programa político tibio, desarrolló una furiosa campaña contra la clase media, los ricos y el presidente Fox. En nombre de los pobres, condujo una espectacular confrontación que le enajenó el apoyo de sectores que ejercen una influencia crítica en la sociedad. El clímax del desprecio por la clase media ocurrió en junio de 2004, cuando descalificó con malos términos a los cientos de miles de personas que en la ciudad de México marcharon para exigir seguridad. Sólo en condiciones muy excepcionales de gran deterioro político de los partidos tradicionales (como ocurrió en Venezuela) puede un dirigente populista, enfrentado agresivamente a los sectores medios, obtener la mayoría electoral. El discurso incendiario de López Obrador contra la asustadiza clase media le hizo perder millones de votos. A ello se agregó el hecho de que arremetió reiteradamente contra la figura presidencial, sin darse cuenta de que Vicente Fox es para la mayoría de los mexicanos el símbolo de la transición democrática y representa a una fuerza que derrotó el autoritarismo del antiguo régimen. En esta campaña electoral la izquierda populista cometió un terrible error de apreciación: denunció al gobierno de Fox como el poder represivo y cuasifascista que había conducido al país a un desastre económico. Proclamó que la gente ya no podía tolerar tanta opresión provocada por un grupo de traidores a la democracia que conspiran contra las causas populares representadas por López Obrador.

Sin embargo, era obvio que la mayor parte de la gente no percibía esta “catástrofe” en la que se supone que vivía el país. La amenaza del complot, de la derecha ultramontana, de la organización secreta de El Yunque, de los empresarios corruptos y de la quiebra socioeconómica tampoco se convirtió en una percepción generalizada. Estas exageraciones crearon un fantasma con el que se enfrentaba la esgrima electoral de la izquierda populista, pero las estocadas sólo rasgaron el aire de un espacio vacío. El resultado fue que se esfumaron los cuatro o cinco millones de votos que López Obrador suponía que tenía de ventaja por arriba de su adversario. Según los datos del Instituto Federal Electoral (IFE) Calderón le ganó por cerca de un cuarto de millón de votos.

El cacique y su pirámide

Las reflexiones anteriores deben ser matizadas. La izquierda recibió un voto considerablemente alto, se ubica como segunda fuerza en el Congreso y su candidato casi gana la Presidencia. Ello significa que, además de los factores considerados, que minaron su caudal de votos, la izquierda recibió nuevos apoyos que no tenía hace pocos años. Muchos encuentran la explicación en el surgimiento de un apóstol –López Obrador– que parece escapado de las páginas floridas del realismo mágico latinoamericano. El sur profundo habría por fin parido a un jefe capaz de encabezar la lucha de los desposeídos y agraviados.

Aunque el aura folclórica que genera López Obrador a veces parecería confirmar el estereotipo del caudillo épico; yo creo que el candidato a la presidencia del PRD es un fenómeno político de una naturaleza mucho más prosaica. Creo que se trata de un cacique urbano populista que tejió su fuerza gracias a una estructura de mediaciones sociales calcada del modelo que ha sido la base tradicional del PRI. Se trata de una densa red clientelar de organizaciones más o menos informales ligadas a los barrios, a bandas políticas vinculadas con sectores marginales, a grupos de comerciantes, de taxistas, de microbuseros, de vendedores ambulantes. Un tejido que incluye la gestoría de inversiones, la distribución de ayudas económicas a ancianos o minusválidos, la legalización de terrenos invadidos, a empresas constructoras o proveedoras, a sindicatos y a pequeños líderes de grupos de presión. Este conjunto constituye una pirámide de mediaciones, que pasa por las Delegaciones y en cuya cúspide se encuentra el jefe de gobierno de la ciudad de México. Desde este cargo, que es la segunda posición política con mayor fuerza en el país, López Obrador realizó una larga campaña electoral durante más de cinco años. Ningún gobernador concentra tanto poder político como el jefe de gobierno de la ciudad de México. López Obrador llegó a las alturas del poder al ganar las elecciones del año 2000, pero es evidente que para ello se basó en el gran prestigio de Cuauhtémoc Cárdenas y en la red de mediaciones clientelares que recicló y creó Rosario Robles. Le dejaron el banquete servido y, una vez sentado en la mesa, liquidó políticamente a sus dos predecesores en el cargo.

Esta liquidación produjo una dramática desgarradura y abrió una rendija que permitió dar un vistazo a las entrañas de la pirámide de mediaciones. Se comprobó que las redes clientelares que forman la base del cacicazgo urbano están contaminadas por la corrupción. En realidad, la corrupción es el aceite que permite que la maquinaria caciquil pueda funcionar con eficacia. Si no se engrasan los ejes mediadores, los poderosos de la cúspide quedan abandonados a su suerte y aislados de su base popular. Esto no es nada nuevo, pero fue evidenciado en el espectáculo televisivo, conducido por un payaso, que mostró los corruptos trafiques del líder de la fracción del PRD en la Asamblea de Representantes de la ciudad de México y mano derecha de López Obrador, recibiendo dinero de un empresario, muy cercano amigo de la ex Jefa de Gobierno. Otros videos de aquella época, comienzos de 2004, revelaron la siniestra actuación del Secretario de Finanzas del gobierno de López Obrador, que se entretenía jugando en un casino en Las Vegas para matar los tiempos libres que le dejaban las operaciones financieras ocultas que, presumiblemente, reciclaban dinero destinado a la campaña de su jefe.

Además de la gran pirámide de mediaciones sobre las que se asienta el poder del caciquismo populista, hubo otros dos fenómenos –ligados entre sí– que incrementaron el voto por la izquierda: la descomposición del PRI y el desafuero de López Obrador. Por lo que se refiere a lo primero, debemos notar que el PRD no sólo recicló gran parte del viejo ideario del PRI, sino también un número considerable y significativo de dirigentes que, ante la descomposición y decadencia del ex partido oficial, escapaban del naufragio. En la medida en que las encuestas señalaban a López Obrador como el favorito en una carrera en la que prácticamente iba solo, el flujo de priistas que inflaba al PRD aumentó. Cuando Roberto Madrazo, después de una cruenta lucha interna, fue proclamado candidato del PRI a la Presidencia, el malestar y el descontento de grandes sectores de su partido aumentó. Desde luego que el PAN también se benefició de la descomposición del PRI, y logró recoger principalmente el apoyo de sectores tecnocráticos y zedillistas. El PRD recibió la simpatía de los sectores más atrasados, como los del sindicalismo corrupto o los representados por el senador Manuel Bartlett, el demiurgo del gran fraude electoral de 1988, que hizo pública su inclinación por López Obrador.

La otra gran fuente de la que abrevó la popularidad de López Obrador fueron los grandes errores del gobierno de Fox, principalmente el malhadado proceso de desafuero. Lo peor que podía hacerse ante un dirigente que se quejaba a cada paso de una conspiración en su contra era perseguirlo judicialmente. Y eso fue precisamente lo que decidió hacer el presidente Fox, para desánimo de muchos y aumento de la paranoia de otros: iniciar un proceso contra López Obrador por haber desacatado la orden de un juez en un juicio de amparo ligado a la apertura de una calle que debía dar acceso a un hospital privado. El escándalo estalló debido a que el juicio lo inhabilitaría como candidato a la Presidencia. López Obrador aprovechó el proceso, como un regalo caído del cielo, para proyectar con fuerza su convicción de que querían eliminarlo de la justa electoral. El PRI, que había boicoteado las reformas propuestas por el gobierno a la Cámara de Diputados, apoyó con entusiasmo esta insensatez. El resultado era previsible: el Presidente tuvo que saltarse los principios jurídicos que había defendido, pedir la renuncia de su fiscal, parar el proceso y contemplar con espanto que había logrado amplificar extraordinariamente la fuerza de López Obrador.

Así, el candidato de la izquierda se colocó en el primer lugar, según todas las encuestas. Pero a partir de ese momento comenzaron a operar los factores que minarían paulatinamente su popularidad. López Obrador perdió la ocasión de dar un golpe de timón para ubicarse como un estadista socialdemócrata, y persistió tercamente en sus empeños como populista conservador.

Derechas modernas

Debido a las consideraciones que he expuesto, y después de hacer un balance de las contradictorias tendencias políticas, desde que comenzó el periodo electoral me convencí de que era muy probable que López Obrador perdiera las elecciones. La evolución de los resultados de las encuestas, que al final separaban a los dos candidatos por un punto porcentual, confirmaba mi interpretación. Además critiqué las dificultades que tenía la izquierda conservadora para aceptar la democracia y la legalidad. Viejos hábitos “revolucionarios” que desprecian el sistema electoral y la legalidad democrática se habían extendido y auspiciaban una reacción contra el proceso de transición iniciado en el 2000. Pero, por muy amplia que fuera la reacción antidemocrática, pensé que una racionalidad cívica moderna ya se había expandido considerablemente en el electorado. Para mi consternación, al conocer los resultados electorales divulgados por el IFE y las vehementes protestas de las fuerzas que apoyan a López Obrador, me di cuenta de que la irracionalidad estaba mucho más extendida de lo que había creído.

Muchos se desgarraban las vestiduras y lamentaban que, gracias a un fraude misterioso, no se sabe si cibernético o caligráfico, había ganado las elecciones una pandilla conspirativa de traidores a la patria, neoliberales corruptos, empresarios sin escrúpulos, curas fundamentalistas, reaccionarios herederos del Sinarquismo y de El Yunque y manipuladores fascistoides de la publicidad sucia. Ya he explicado que esta falsa apreciación es una de las causas que han desorientado a la izquierda y que la llevan al fracaso. Por supuesto, es evidente que dentro y alrededor del PAN existen ejemplos de tan nefastos personajes. Afortunadamente, se trata de segmentos políticos marginales.

Existe, sí, una vasta ala de derecha dura que con frecuencia se expresa a través de Manuel Espino, que suele responder a intereses corporativos –económicos y eclesiásticos– y que ve con malos ojos la redistribución de recursos para garantizar la igualdad y el bienestar. Hay una derecha que prefiere inspirarse en actitudes furibundas como las de Diego Fernández de Ceballos y en las recetas de Luis Pazos, una derecha que agradece más a Dios que a la ciudadanía los triunfos electorales, y que gusta de arrojar incienso en los botafumeiros del catolicismo más rancio.

Esta derecha dura es fuerte dentro del PAN, pero aparentemente no es la que representa el candidato ganador, Calderón. Se expresa en él una derecha moderna, centrista y pragmática, con una pronunciada vocación democrática, animada por un humanismo católico laxo y tolerante. De hecho, Calderón no acepta ser un político de derecha, y ahora que ha ganado por un margen tan estrecho tendrá que demostrarlo audaz y creativamente al rearticular su programa político. El aspecto más obvio, y que ya ha sido señalado por él mismo, es el extraordinario énfasis que deberá dar a la política encaminada a combatir la miseria y la pobreza. Pero me parece que además deberá contemplarse la transición hacia nuevas formas de gobierno. Calderón debería recorrer sus posiciones hacia el centro y hacia la izquierda del abanico político, para asumir las posturas socialdemócratas que su adversario de izquierda se negó a contemplar. ¿Será capaz de combinar las tradiciones solidaristas, humanistas y liberales con las expresiones socialdemócratas y reformistas de la izquierda moderna? El ala derecha de su partido hará todo lo posible para impedirlo.

Como es evidente, Calderón se enfrentará a un problema de legitimidad. No es fácil sustituir el nacionalismo revolucionario caduco por una nueva cultura política que legitime a los gobiernos democráticos de la transición que se inició en el año 2000. Habrá que intentar un gobierno de coalición que tenga una base más firme y consistente que las sórdidas maniobras de los legisladores que congelaron toda posibilidad de reforma política. Además de un gobierno de coalición, habrá que pensar en un gobierno plural. Las coaliciones corresponden a las alianzas políticas, especialmente en el Congreso. Por su parte, la cara plural del gobierno es la que asegura un estilo democrático de gobierno y envía mensajes simbólicos y culturales que contribuyen a la estabilidad.

Aquí quiero señalar algo que me parece fundamental: una gran masa de ciudadanos votó por la izquierda no sólo porque apoya una política que favorezca a las clases populares, sino porque rechaza los apetitos y las aspiraciones de la extrema derecha, de los intereses ultramontanos y conservadores, del catolicismo militante y fanático, de todas aquellas expresiones políticas antimodernas que hunden sus raíces en las tradiciones anticomunistas típicas de la Guerra Fría. La mayoría de los votantes ve con malos ojos la presencia de intereses corporativos, sea que provengan del mundo de los negocios o de la Iglesia Católica. Calderón debería convertirse en el campeón del laicismo y de la tolerancia. Si da un giro hacia la socialdemocracia, ello significa ir más allá del apoyo a programas contra la pobreza. Con ello recordaría a todos que, si ganó las elecciones, ello no fue gracias a la intervención divina sino a la muy terrenal voluntad política de la mayoría. No hay que despreciar aquello que Vicente Fox llamó “el círculo rojo”. El nuevo gobierno no deberá espantarse ante las demandas de la modernidad (y la postmodernidad): el uso de anticonceptivos, la investigación con células madre, la aceptación de las sociedades alternativas de convivencia, la píldora del día siguiente y otras expresiones o necesidades de las nuevas formas de vida. El propio Calderón conoció de cerca el descrédito que significó oponerse al uso del condón (Castillo Peraza), y sabe cuánto le costó a él mismo dar respuestas conservadoras a las preguntas incisivas de López Dóriga en su noticiero en enero del presente año. Calderón rectificó de inmediato al reconocer que sus respuestas no reflejaban su verdadero pensamiento, y dio un significativo viraje en su campaña. Se necesitará mucho ingenio político para alcanzar la combinación de la tradición liberal panista con las ideas socialdemócratas que, me parece, requerirá el gobierno. ¿Será posible o es una de esas utopías con las que a veces escapamos de la realidad cruel?

La desmodernización de la izquierda

Una parte significativa de la intelectualidad, escorada hacia la izquierda, ha perdido el equilibrio, la independencia y la serenidad. A muchos intelectuales les ha ocurrido lo mismo que a las corrientes socialdemócratas y reformistas modernas del PRD y de otros partidos: fueron cautivados por el espejismo populista y han sido integrados como parte orgánica de un “proyecto alternativo de nación” que parece sacado de un viejo baúl de recetas añejas de medio siglo. Me pregunto qué es lo que pudo fascinar a cientos de artistas y escritores que apoyaron el “proyecto alternativo” de López Obrador, donde, bajo el signo de un juarismo trasnochado, ofrece una mixtura de medidas económicas conservadoras (bajar los impuestos), nacionalistas (frenar las maquiladoras) y anticuadas (basar el desarrollo en el petróleo, la electricidad y la construcción). Se trata además de una regresión al asistencialismo que trata a los pobres como si fueran minusválidos, enfermos o ancianos. Es un proyecto donde lo único que se afirma, patéticamente, sobre la cultura de México, es que “ha sobrevivido a todas las desgracias de su historia” y es nuestra “fuerza y nuestra señal de identidad”. Algunos de estos intelectuales, que ahora critican al subcomandante “Marcos”, recordarán que estuvieron ayer tan fascinados por el neozapatismo como hoy lo están por López Obrador y su populismo.

Muchos intelectuales solicitaron un nuevo recuento de todos los votos al Tribunal Electoral, explicando a los jueces que no deberán usar “argumentos legalistas”, pues una aplicación al pie de la letra de la ley no daría legitimidad al próximo gobierno. Ya me imagino el asombro de los jueces ante esta extraña exigencia: es como si a los encargados de contar los votos se les pidiera no usar argumentos aritméticos. Es comprensible la enorme irritación que han sentido muchos intelectuales ante, entre otras cosas, la penosa actitud cerril del presidente Fox frente al mundo de la cultura. Pero deberían evitar que su indignación impulsara el renacimiento del aquel viejo rencor nacionalista que, en nombre de la Revolución, estaba decidido a bloquear a toda costa el camino de cualquier alternativa que no fuera la suya. López Obrador, recurriendo a Benito Juárez, lo ha dicho claramente: “El triunfo de la derecha es moralmente imposible.” Así es como erige un fundamento moral superior, por encima del terrenal y democrático conteo de sufragios. A la sombra de este fundamentalismo hay quien sueña en la caída de un rayo justiciero anulador que auspicie la llegada de un presidente bonapartista interino.

Estamos perdiendo la posibilidad de contar con una izquierda moderna y racional. Estamos presenciando el trágico proceso de desmodernización de la izquierda. El motor de esta desmodernidad está sólidamente instalado en la ciudad de México y no se apagará pronto, pues forma parte del poderoso aparato de gobierno urbano. Seguramente por este motivo, muchos mostraron su disgusto por la desmodernidad populista al anular sus votos o apoyar alguna opción marginal.

Percepciones irracionales

Durante los días previos a la elección del 2 de julio era muy difícil encontrar algún intelectual, periodista o comentarista que no tuviese la convicción de que López Obrador ganaría la competencia. En el círculo político que rodeaba al candidato populista todos estaban absolutamente convencidos de ganar la elección y ya se habían comenzado a repartir el pastel del poder. Tan seguros estaban del triunfo que Manuel Camacho, uno de sus más cercanos operadores, en un artículo triunfalista publicado al día siguiente de las elecciones en El Universal, escrito antes de conocer los resultados, le tendía la mano a la oposición y ofrecía formar una amplia coalición. A pesar de los numerosos indicadores que señalaban la existencia de un empate técnico, gran parte de la clase política y de la elite intelectual pensaba que la Coalición por el Bien de Todos ganaría las elecciones. Menciono estas convicciones previas un tanto irracionales porque han ejercido una gran influencia en la reacción postelectoral: los allegados a López Obrador simplemente no podían creer que habían perdido. Al estar ciegamente convencidos de que su candidato llevaba una ventaja de diez por ciento, la única explicación que encontraron ante los resultados que arrojó el conteo del IFE es que se había maquinado un fraude gigantesco. Lo primero que hizo López Obrador, antes que nadie, fue declararse triunfador con una ventaja de medio millón de votos, seguramente la primera cifra que le pasó por la cabeza en ese momento de azoro (se borró de su mente el diez por ciento que siempre había proclamado).

Además, la izquierda populista de inmediato volvió a denunciar la falta de equidad durante la campaña electoral: propaganda sucia que señalaba a su candidato como “un peligro para México”, uso de los programas sociales del gobierno federal con fines proselitistas, intervención del presidente Fox en la contienda y enormes gastos de publicidad. Sin duda estuvieron presentes estos vicios, pero fueron contrarrestados por recursos similares por parte de los partidos coaligados en apoyo a López Obrador: publicidad y declaraciones denunciando un complot, uso de los programas de apoyo a ancianos y minusválidos, activismo electoral desde el gobierno del df y montañas de dinero gastadas en publicidad. Corporaciones empresariales impulsaron públicamente al candidato del PAN y sindicatos que solían ser despreciados como “charros” ahora apoyaron a la izquierda. Pero también hubo sindicatos, como el de maestros, que apoyaron a Calderón y sectores empresariales que manifestaron simpatías por López Obrador. En suma, es difícil determinar cuáles partidos arrojaron más basura a la ciudadanía durante muchos, demasiados meses. Los partidos hicieron una campaña de la que no pueden enorgullecerse y que nos ha convencido a muchos de que es urgente acortar el periodo electoral y bloquear la propaganda descontrolada en los medios masivos de comunicación y en las calles. Serían suficientes uno o dos meses de campaña y publicidad en radio y tv constreñida a tiempos oficiales acotados por la autoridad electoral. Y, en consecuencia, reducir drásticamente el dinero que reciben los partidos.

Las reacciones irracionales comenzaron a buscar frenéticamente ocultos y sofisticados algoritmos que habrían modificado fraudulentamente los sistemas electrónicos del IFE, e imaginaron sospechosas tendencias durante los procesos de conteo, asumiendo erróneamente que debía de haber habido un flujo aleatorio de información. Donde creyeron hallar la prueba del fraude fue en el dramático error técnico del IFE, que por un lado separó unos 2.6 millones de votos en actas inconsistentes, pero por otro lado sumó al porcentaje total contabilizado las más de once mil casillas de donde procedían esos votos. Cuando estos votos fueron agregados el porcentaje que separaba a Calderón de López Obrador bajó casi medio punto. Los partidos conocían y habían aprobado esta separación de actas con inconsistencias, por lo que fue un acto de mala fe la denuncia hecha por López Obrador de que habían desaparecido o se habían perdido tres millones de votos. Un tiempo después, el mismo candidato admitió que no había habido un fraude cibernético, sino que la trampa se había consumado a la “antigüita”, modificando actas y contando mal. La sospecha –ligada a una cultura que tiene una larga historia en México– quedó arraigada en una parte de la sociedad que ve con simpatía la propuesta de volver a contar todos los votos.

A partir del momento en que las cifras del IFE señalaron un desenlace, Calderón anunció su intención de moverse hacia el centro e incluso hacia la izquierda. En contraste, López Obrador volvió a cometer el error de radicalizar su discurso, iniciar una resistencia civil y convocar a grandes manifestaciones públicas de protesta por el supuesto fraude. Calderón hizo lo que habría hecho su adversario si éste hubiera ganado: ofrecer un gobierno de coalición. López Obrador hizo lo que sin duda no habría hecho el PAN: declararse en rebeldía. Al mismo tiempo, contradictoriamente, acudió a demandas judiciales para exigir un nuevo recuento de todos los votos y para acusar penalmente a los consejeros del IFE como delincuentes. Es decir, por un lado llamó a la transgresión ritual y pacífica de la ley, lo que desembocó en la ocupación del Zócalo y el bloqueo del paseo de la Reforma; y por otro lado introdujo recursos legales, principalmente en el Tribunal Electoral, para lograr un recuento o anular las elecciones.

El domingo 30 de julio, ante una tercera gran manifestación, denominada “asamblea” para simular un acto de democracia directa, López Obrador propuso en su discurso “que nos quedemos aquí, en asamblea permanente... hasta que se cuenten los votos”. A continuación sometió su propuesta a votación y la masa gritó que la aprobaba; al seguir con la simulación, pidió a quienes estuviesen de acuerdo que alzaran la mano (solicitó también que se manifestaran quienes estuviesen en desacuerdo o se abstuvieran: por supuesto, nadie levantó el brazo). Sintomáticamente, la gente que votó sí con las manos después votó no con los pies: terminados los discursos las masas se dispersaron y el largo corredor que va de la Alameda a Chapultepec lució desolado, con unos pocos activistas colocando raquíticas tiendas de campaña en el arroyo. ¿Adónde se fueron los millones de asistentes que habían aceptado quedarse? ¿Porqué no se quedaron las masas a celebrar una gran verbena popular callejera? ¿Porqué el pueblo no se volcó durante los días siguientes a participar en la anémica asamblea permanente que se extendía penosamente a lo largo de más de siete kilómetros, provocando más irritación que entusiasmo? Quizás la gente fue más sensata que su líder.

La explicación del fracaso radica en el hecho de que López Obrador es la cabeza, más que de un movimiento social, de un cacicazgo en la ciudad de México. Aunque la reacción de protesta tiene el apoyo en algunos movimientos sociales marginales, su fuerza proviene principalmente de la pirámide caciquil de mediaciones que ya describí. Los cacicazgos son fenómenos de naturaleza diferente a los movimientos sociales. No me interesa aquí una discusión teórica de conceptos, sino simplemente señalar la diferencia que existe entre procesos sociales fluidos (que impulsan la movilización de sectores sociales en defensa de sus intereses) y las estructuras más rígidas compuestas de canales de intercambio de apoyos y favores entre el poder y su base social. Los movimientos suelen exigir cambios en el sistema y los cacicazgos son componentes de un sistema. Unos son como ríos y otros como pirámides. Los primeros pueden estancarse y los segundos pueden derrumbarse.

López Obrador está intentando convertir un cacicazgo, forjado desde el gobierno de la ciudad de México, en un movimiento de resistencia civil de larga duración. No es fácil que lo logre, pero intentará hacerlo con el apoyo de grupos sociales de diferentes partes del país, aunque su dispersión y su debilidad hacen la tarea muy complicada. A corto plazo está construyendo un activo foco de deslegitimación de la transición democrática que, de manera agresiva, confronte al gobierno. Quiere prolongar su apropiación de los espacios públicos de la ciudad de México para copar las conmemoraciones oficiales del 15 de septiembre con una manifestación donde celebre el Grito de Independencia y, al día siguiente, en una convención “democrática”, acaso se le ocurra designar un gobierno alternativo a la sombra de su fundamentalismo purificador. ¿Podrá seguir controlando a las estructuras partidarias del PRD, que hasta ahora han sido marginadas? ¿Logrará mantener subordinado al jefe de gobierno de la ciudad de México? Tampoco sabemos durante cuánto tiempo López Obrador logrará someter a los diputados y senadores de su coalición a los dictados de su campaña contestataria y deslegitimadora, antes de que logren dedicarse a tareas políticas menos destructivas.

Los escombros

El Tribunal Electoral no encontró justificado el recuento de todos los votos, pero ordenó la revisión de cerca de doce mil urnas impugnadas por la Coalición por el Bien de Todos. Esto significó una muestra (nueve por ciento del total) tomada en lugares de mayor apoyo a Calderón. Si hubiera habido el fraude monstruoso que López Obrador denunció, en esta muestra se habrían hallado las huellas. Nada de esto ocurrió y se confirmaron las tendencias que el IFE había anunciado originalmente. El tremendo escándalo organizado por López Obrador no ha tenido razón de ser, y la izquierda se enfrentará tarde o temprano a la difícil tarea de reparar los destrozos ocasionados por su cacique populista. ¿Cuánto tiempo tardará en iniciar el retiro de los estorbosos escombros de la protesta y de la exhibición espectacular de sus errores? Parece evidente que López Obrador se opondrá obstinadamente a desalojar la pirámide de rencor desde la que se empeña en molestar a las instituciones democráticas. ¿Cuántas escenas de bochornoso resentimiento tendremos que soportar antes de que las corrientes más sensatas de la izquierda logren frenar a su cacique? Espero que, en la izquierda, intervengan sus líderes más democráticos, sus gobernadores más sensibles, sus aliados más inteligentes y sus intelectuales más críticos. Si no logran cambiar el curso de la confrontación, se enfrentarán al sólido muro de una coalición que representará a la inmensa mayoría de los ciudadanos, y la izquierda seguirá pataleando tercamente como un chivo en la cristalería de la democracia.

¿A la bola?

Denise Dresser
Revista Proceso (Número 1556)
27 de agosto de 2006

“Los cambios más importantes en México nunca han ocurrido a través de la política convencional sino a través de las calles”, dice Andrés Manuel López Obrador, al Financial Times. “México necesita una revolución” afirma el tabasqueño. Y así la idea apocalíptica entra al imaginario colectivo; se vuelve parte del debate público; se pone sobre la mesa como una idea aceptable cuando no debería serlo. La demanda del cambio unilateral que descarta la posibilidad del cambio consensado. La inmediatez fulgurante del ideal que rechaza la vía lenta y tortuosa de la negociación con todos, aunque no sean perredistas. La persecución de un mundo ideal que corre en contra del compromiso difícil de cambiar al país ley por ley, institución por institución, política pública tras política pública.

Una ruta que, tal y como se plantea hoy, busca transferir el poder más que corregir sus abusos.

López Obrador dirá que su revolución no es violenta, sino pacífica; que su movimiento no es visceral, sino moral; que su liderazgo no es oportunista, sino motivado por principios; que su meta no es destruir a las instituciones, sino refundarlas; que su objetivo no es acabar con la República, sino terminar con su simulación. Pero día con día, dice y hace todo para contradecir la esencia pacífica del movimiento que ha logrado armar. Leyendo libros sobre la Revolución Mexicana, sentado en su tienda de campaña, porque “uno debe conocer la historia para saber qué hacer en estas circunstancias”. Declarando que los magistrados del Tribunal Federal Electoral han recibido cañonazos de dinero y avalarán el fraude, cuando no existen pruebas de que sea así. Convocando a una Convención Nacional el mismo día del Desfile del Ejército, cuando eso podría llevar a una confrontación. Diciendo que cambiará al país “de una u otra manera”. Escribiendo en The New York Times, que el país nunca había vivido tanta tensión desde los meses anteriores a la Revolución en 1910.

Quizás su radicalización sea tan sólo para presionar, para empujar los límites, para asegurar que el cambio que México indudablemente necesita, ocurra a pasos más veloces. Quizás Manuel Camacho tiene razón cuando modera las palabras de su jefe y afirma que “no estamos llamando a una Revolución, sino a una transformación pacífica de las instituciones a través de las vías constitucionales que están establecidas”. Quizás la transformación que el andamiaje legal necesita, sólo ocurrirá si hay un movimiento social detrás, empujándola. Quizás las instituciones que han sido colonizadas por intereses enquistados, sólo serán reformadas si hay una presión civil, asegurándola. Quizás el uso de la palabra “revolución” busca tan sólo provocar modificaciones sustantivas al sistema para evitarla. Esa sería una lectura de buena fe de lo que AMLO está intentando hacer y quiere lograr.

Transformar la realidad de injusticia y opresión. Combatir a la pobreza. Fomentar la transparencia. Renovar tajantemente las instituciones. Todos ellos, objetivos loables. Todos ellos, objetivos aplaudibles. Forman parte de una agenda que cualquier mexicano medianamente progresista y sensible podría apoyar. Pero lo que se vuelve necesario cuestionar es la forma de alcanzarlos. Lo que se vuelve imperativo criticar son los métodos que AMLO propone, para hacerlos realidad. Y hacerlo no entraña ser “alcahuete de la derecha”, sino promotor de la izquierda. Una izquierda tolerante, moderna, propositiva, debilitada hoy por la descalificación de AMLO a todos, todo el tiempo. La confrontación constante, sin la posibilidad alguna de negociación. El rechazo a cualquier salida que no sea tumbar – de una u otra manera – al gobierno que él no controla. La denostación cotidiana a la “falsa democracia”, aunque el PRD forme parte de ella. El portazo a cualquier cambio que no sea el que ha determinado. La postura maximalista sin concesiones que lleva a callejones sin salida para todos los mexicanos, incluyendo a quienes votaron por él.

Es indudable que AMLO se ha vuelto enemigo del orden existente por buenas razones. El desafuero. La campaña sucia. El sabotaje constante. La frivolidad del foxismo. Las instituciones capturadas. Los vicios de un sistema político que requiere una remodelación mayor. Y habrá que pelear por ella, porque como lo escribió Martin Luther King, el cambio nunca es otorgado por quienes oprimen; debe ser demandado por los oprimidos. AMLO invoca el espíritu del luchador social estadounidense -- en su editorial reciente en The New York Times – cuando escribe: “Queremos que nuestras voces se escuchen”. Pero Martin Luther King nunca buscó derrocar la régimen sino reformarlo. Nunca buscó la presidencia sino influenciarla. Nunca quiso provocar la caída de Lyndon B. Johnson, sino obligarlo a negociar con él. Cantó, rezó, marchó, pero jamás recurrió a la amenaza velada. Jamás habló de dinamitar a la República, sino de cambiar sus leyes. Usó la protesta pacífica para producir un cambio legislativo fundamental: El derecho de los afroamericanos a votar.

Y algo parecido es lo que la izquierda progresista debería exigirle a AMLO y al movimiento que encabeza. Algo que vaya más allá de obstaculizar, parar, bloquear, tumbar, denostar. Algo más constructivo que odiar a la derecha que lanzarse a la bola para eliminarla. Algo más grande que simplemente obstaculizar la llegada de Calderón a la Presidencia o impedir que gobierne desde allí. Algo más ambicioso que otorgársela a López Obrador en la próxima Convención Nacional Democrática. Una lista de cambios legislativos e institucionales que el PRD pueda adoptar en el Congreso, para poner a los pobres primero. Un “Nuevo Trato”, como el que promovió Roosevelt, con propuestas prácticas y concretas para proveer empleo, tejer redes de seguridad social, educar a los mexicanos y empoderarlos. Una serie de propuestas para remodelar al Estado, y regular a los monopolios y fortalecer al IFAI, y cuestionar la constitucionalidad de la ley Televisa, y someter a los legisladores a la reelección, y reducir el financiamiento a los partidos y recortar el tiempo de las campañas y ciudadanizar a la política. Una agenda que atienda los agravios en vez de atizarlos.

Porque el cambio profundo – y benéfico -- que México necesita, no ocurrirá si el movimiento social se convierte en un movimiento sectario, intolerante, tribal. Si se vuelve una posición cada vez más compartida, la que propone alguien en el plantón: “Vamos a enfrentarnos a lo que sea … Hasta la muerte”. Si el odio al sistema se vuelve más fuerte que la posibilidad de reformarlo. Si la resistencia pacífica deja de serlo, ya sea por provocaciones propias o ajenas. Si las voces que, desde la izquierda, piden la moderación son acusadas de traición o de darle armas al enemigo. AMLO ha dicho que se equivocan, “quienes nos aconsejan que nos portemos bien, que no echemos por la borda nuestro capital político”. Pero esas voces merezcan ser escuchadas, atendidas, incorporadas. Porque lo que exigen es que López Obrador use la crisis que padece el país para mejorarlo. No al revés.


Denisse Dresser es profesora de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico de México.

Gorostiza poselectoral: anda, ¡vámonos al diablo!

Carlos Ramírez
La Crisis - Diario de (Pos) Campaña
02-09-2006
Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
Anda putilla del rubor helado,
anda ¡vámonos al diablo!
José Gorostiza. Muerte sin fin.

El tiempo, dicen, todo lo cura. Pero antes, el tiempo todo lo acumula, todo lo recuerda, todo lo asimila. Los hombres quieren ignorar al tiempo, pero en su última instancia el tiempo es el que marca el ritmo de la vida. Llega una fase del tiempo casi a su final. Y los hombres se desesperan y hasta enloquecen tratando de luchar contra el tiempo. Ilusos.

Y en efecto, cuando pasa, no pasa nada.

¿Por qué López Obrador no se lanzó sobre la Cámara como Lenin en el asalto al Palacio de Invierno? ¿Por qué el PRD redujo su protesta al cerco policial y no contra el fraude electoral? ¿Por qué el PRD tomó posesión de sus curules e hizo uso de sus espacios legislativos? ¿Por qué el PAN y el PRD le cedieron la plaza a los perredistas? ¿Por qué Fox no autorizó al Estado Mayor Presidencial a que lo ingresaran al salón del pleno? ¿Por qué ayer no pasó nada?

Porque lo que pasó es que no pasó nada. Crujió el protocolo de las relaciones del legislativo con el ejecutivo. Pero al rato el presidente entrará otra vez. Como antes. Al final, el PRD simplemente tensó la liga pero no al rompió. Sabe que cuenta con el 20% y su popularidad va para abajo. Entiende que con esa minoría no es posible iniciar una revolución; vamos, ni siquiera alcanzan para una revuelta. Bastó un cerco policial para exacerbar los ánimos del PRD. En realidad, el PRD quería un circo, con las masas irrumpiendo en el Palacio y Fox encarado a esa parte pequeña de la realidad que eludió a lo largo de todo su sexenio.

Así que no pasó nada. Nada fuera de lo normal. Nada amenazante. Por eso insisto: la movilización del PRD no perfila una crisis política. El asunto sigue en el nivel del conflicto político por la intolerancia de una minoría. El país vio con pasmo el informe presidencial en spot. Y no pasó nada. Ya se esperaba, ciertamente. Pero había temores de un intento de agresión física al presidente de la República.

Ahora vienen los costos. López Obrador volvió a las andadas. Es uno de los políticos que le gusta tropezarse muchas veces con la misma piedra. Cuando mandó al diablo las encuestas, su popularidad bajó; hoy mandó al diablo a las instituciones. Y cuando, el rostro descompuesto, rojizo de la sangre acumulada, López Obrador le gritó al presidente Fox “¿¡cállate, Chachalaca!”, su popularidad se vino al suelo. Ayer fue obvio que López Obrador volvió a callar al presidente. ¿Eso es democracia? No. Es resentimiento, amargura, desafío. Es, escribiría Juan Rulfo de su Pedro Páramo, “un rencor vivo”.

Que no cunda el pánico. No pasa nada. El PRD no se atrevió a violar la Constitución: permitió que el presidente de la república llegara al vestíbulo de la Cámara. Y hubiera podido ingresar al pleno, pero se arriesgaba a insultos y agresiones. Eso sí, el PRD violó el reglamento interno del Congreso porque impidió una sesión conjunta, evitó que el representante del PAN dijera su discurso de posicionamiento e impidió que el presidente de la República dijera un mensaje. Pero si el PRD se la pasa violando leyes secundarias, el reglamento se lo pasa por el ardor poselectoral.

López Obrador, en el Zócalo, mandó al diablo a las instituciones… y no pasó nada. El PRD violó compromisos y protocolos y no pasará nada. Claro, los costos políticos se pagan en otras ventanillas. Ayer el PRD regresó a su papel de partido violento, promotor de la ilegalidad. Un rumor comenzó a circular ayer: “de la que nos salvamos”. Pues sí, porque ése PRD, precisamente el PRD de López Obrador, iba a gobernar con él en Los Pinos. De lo que se salvó la república, sin duda. El PRD decidió asumir su papel único de partido agitador, de cabeza de resentimientos, de venganzas personales. Había muchas formas de usar la protesta. Pero no. Se trataba de hacerle una afrenta personal a Fox.

Lo que viene será más de lo mismo. Movilizaciones, agitaciones, fricciones inevitables como inútiles. Desde su minoría del 20% electoral, el PRD no va a dejar gobernar a Fox ni maniobrar a Calderón. Serán tres meses de incomodidades. Pero no será una crisis. Las instituciones, cuya inutilidad serían el indicio de una crisis, son fuertes. Ayer se vio. Sólo el PRD, con su furia en los ojos de odio del senador Carlos Navarrete, consumió capital político. Es posible que no haya grito. Ni modo. Y que tampoco haya desfile militar. Ni modo. El país no se acaba con ceremonias populares. Impedido de razonamientos políticos, López Obrador no entiende la lógica social. La suspensión de la Guelaguetza en Oaxaca, apenas en julio, provocó la indignación popular y bajó el consenso de los maestros disidentes. Lo mismo ocurrirá con el grito y el desfile. Pero como López Obrador no anda en busca de popularidad sino que quiere darle salida a su revanchismo por su derrota electoral --él que ya disfrutaba el poder, que ya había aprobado la remodelación de Palacio Nacional y que ya había repartido el gabinete-- y hasta ahí.

Si López Obrador quiere de veras una crisis política, pronto tendrá la oportunidad. A ver si la toma. El primero de diciembre Felipe Calderón asumirá políticamente la presidencia en la obligada ceremonia de protesta ante el Congreso de la Unión. Lo dice el artículo 87 constitucional. Sin protesta no hay presidente. Es la ceremonia protocolaria de asunción formal del próximo mandatario. Si el PRD repite el numerito e impide la ceremonia, dejará al país sin presidente. Entonces la maquinaria legal se pondrá en marcha: el PRD perderá su registro y los legisladores perredistas serán expulsados del Congreso. Y como no se van a dejar, entonces los perredistas tendrán la extraordinaria oportunidad de estallar su revolución.

Ahí sí entraría el país a una crisis política. La Constitución prevé ausencia de presidente o la no asistencia a su toma de posesión. Pero no dice nada sobre la toma de la tribuna para impedir la protesta. El PAN y el PRI tienen tres meses para legislar al respecto. Y el sólo debate de esa posibilidad contribuiría a sensibilizar a la sociedad de las desmesuras del PRD de López Obrador.

Así que todavía no estamos en una crisis política. Que no cunda el pánico. Lo que vimos ayer fue un divertimento político. Perdió el PRD y Fox repuntó popularidad. No, así no era. El PRD tenía, ya dije, la forma de establecer protestas con efectos mejores. Pero no. El resentimiento les impide pensar a los perredistas. Se quedan con la venganza. Y nada en la venganza es susceptible de ser aprovechado políticamente.

Lo que falta es saber qué va a pasar con el PRD y López Obrador. La convención democrática convocada por López Obrador ha irritado a perredistas porque quiere erigir un movimiento paralelo al PRD. Hubo voces perredistas que se opusieron al circo de ayer pero fueron apabulladas. Y viene la elección en Tabasco. Si el PRI gana con ventaja --como dicen los indicios--, entonces López Obrador quedará debilitado. Y su destino político sería el de Marcos, un alma en pena comprando pequeños conflictos. Nada más.

Así que ayer no pasó nada. Y si pasó…, pues luego no pasó nada. Así de fuerte es el sistema político. Así de fuertes son las instituciones. Por eso es posible decir que México no vive una crisis política, sino apenas un conflicto con una minoría gritona, resentida y ajena a la política.

Lamentable, por no decir de vergüenza...

Frentes políticos
Excélsior
02-09-06

I. Lamentable, por no decir de vergüenza, resultó la apertura de la nueva Legislatura en la que se impidió al Presidente leer ante el pleno del Congreso de la Unión un resumen del último año de su gobierno.

La actitud golpista mostrada por la bancada del PRD no evitó, eso sí, que Fox dirigiera un mensaje a la nación desde la residencia oficial de Los Pinos.

El coordinador de los senadores del sol azteca, Carlos Navarrete, encontró como justificación el dispositivo de seguridad establecido en torno del palacio de San Lázaro que, incluso, calificó como "de suspensión de garantías ciudadanas".

A decir verdad, la fuerza pública protegió la sede del Poder Legislativo ante la amenza de seguidores de ese partido, de ocupar el recinto, y la incapacidad manifiesta del Gobierno del DF, empeñado en justificar, proteger e incluso financiar el bloqueo que realiza el PRD, desde hace un mes, a lo largo de 10 kilómetros en una de las arterias fundamentales de la capital país.

El compromiso institucional se cumplió; cambiaron las formas y las anécdotas coloridas. Las instituciones siguen ahí.


[..]

Legisladores… ¿de López?

Pepe Grillo
Crónica
2 de Septiembre de 2006

Insistieron ayer los perredistas en seguir resbalando por la pendiente a que los conduce López Obrador.


Llegaron al Congreso por los votos de 14 millones de mexicanos que los quieren allí para que trabajen por ellos.

Los quieren allí para que los saquen de la pobreza, del subdesarrollo, de los barrios humildes, de la vida de privaciones.

Pero no, parece que los ahora diputados y senadores están convencidos de que están allí por un solo voto, el de López.

Y a él sirven a ciegas, aunque vayan y lleven a su partido al desfiladero.


¿De veras ganaron?

Cuando el presidente Fox se iba sin leer su Informe, apoderados de la tribuna formaban con dos dedos la “v” de la victoria.

¿De veras creerán los perredistas que ganaron?

¿Sí?

¿Entonces a eso fueron al Congreso, no a votar leyes buenas y evitar leyes malas, a cambiar las que no funcionan, las que nos perjudican?

¿Fue un triunfo callar a Fox?

Él fue a presentar su informe, y lo presentó, evitó los gritos e insultos que le tenían preparados, y después transmitió en cadena nacional su mensaje.

Entonces ¿qué ganaron?

Sólo que quienes votaron por ellos ya sabrán que en próximas elecciones deberán elegir a otros, que no crean que el Congreso es una arena de lucha libre y que son los rudos.


¿Qué le reclaman a Fox?

Sí, ¿qué le reclaman a Fox los perredistas?

¿Un mal gobierno, el desempleo, la inseguridad, la pobreza, la insalubridad, la educación deficiente…?

¿Qué no debían habérselo dicho, aunque esté a tres meses de irse?

¿Decírselo a Juan para que lo escuche Pedro?

Y cuando llegue Pedro, decírselo también.

Pero no le reclaman a Fox nada de lo dicho.

A Fox, el PRD le reclama, y ayer se vio que no le perdonarán, que Felipe Calderón le haya ganado la presidencia a López Obrador.

Nada más.


La culpa de la prensa

¿Y por qué las agresiones a los periodistas?

Seguramente por lo que publican.

¿Y qué no les gusta de lo que se publica?

Pues que López tiene menos votos que Calderón, que no presentaron pruebas para que se anulen las elecciones, que el Trife no encontró pruebas de fraude electoral.

Que los bloqueos son nocivos, que se afecta a la ciudad, que se gasta allí dinero del erario, que su gente lo abandona, también intelectuales…

Van a tener que juntar más piedras, porque ellos van a seguir en lo suyo y la prensa también.


A hacer el recuento de daños

Hoy es fin de semana y el presidente Fox se iría con su familia al rancho.

Anoche decidió que no, que se quedará aquí a analizar los sucesos de ayer, sus consecuencias y las reacciones que habrá.

El mandatario se reunirá con algunos de sus colaboradores, para decidir los pasos a seguir después.

pepegrillo@cronica.com.mx

1 de septiembre de 2006

Represión

Ciro Gómez Leyva
Milenio - La Historia en Breve
01/09/2006

Es estrujante la conclusión del especialista en temas de seguridad nacional, Carlos Humberto Toledo, en el artículo que escribe hoy en Milenio: “Si la fuerza pública es exigida como medio último y recurso final para hacer prevalecer la voluntad mayoritariamente popular, los mandos de la coalición Por el Bien de Todos deberán, quieran o no, aceptar su responsabilidad histórica por ello”.

En otro momento sería una frase lógica, simple, pero decirla en las circunstancias actuales es un atrevimiento. A la corrección política no le gusta el uso preciso de algunas palabras. Por ejemplo, represión.

Nos hemos pasado dos meses escuchando juicios sobre la “protesta social”, “la crisis de las instituciones”, el marco legal”, el “uso legítimo de la fuerza”. Así llegamos a septiembre, mes en que habrá, por fin, un Presidente electo y el lopezobradorismo le tendrá que dar profundidad a su insurrección o, bien, tendrá que desinflarla. Septiembre: Presidente e insurrección.

Si la insurrección consigue avanzar unos pasos, se le habrán terminado las opciones al gobierno de Vicente Fox. No puede jugar otros tres meses al “cuando el adversario se está haciendo pedazos él solo, no lo distraigamos”. Si la insurrección avanza será porque, como dice Toledo, contará “con una masiva base popular activa y actuante, y un reconocimiento social de apoyo claramente mayoritario”.

Y si eso llegara a suceder, si se consumara la derrota de la política como vía para encontrar una solución, al gobierno no le quedará más que reprimir a quien se mueva al margen de la ley: disparar contra los lopezobradoristas (quizá agua, quizá gas, quizá salva, quizá plomo), perseguirlos, detenerlos, someterlos, procesarlos, amedrentarlos.

Si el gobierno fracasa, la insurrección habrá triunfado, al menos en un primer momento. Si tiene éxito, la represión implicará algún grado de reducción de ciertas libertades: asociación, manifestación, expresión. Por un lapso breve, o tal vez no tan breve.

¿De quién sería la culpa por ese infortunio? Un admirado amigo periodista me dijo hace unos días que de todos, los medios incluidos. Carlos Humberto Toledo escribe que, sobre todo, sería de López Obrador y los suyos, “porque si el Estado, por mandato de la ley, es compelido para accionar, queda sin opciones; y ese camino cierra en línea recta”.

Hemos llegado a septiembre.

gomezleyva@milenio.com

El día de la Coalición

Carlos Marín
Milenio - El Asalto a la Razón
01/09/2006

Los partidos que integran la coalición en torno de Andrés Manuel López Obrador tienen hoy una oportunidad insuperable para optar entre dar a la sociedad una oportuna y clara señal de que quieren construir una sólida pista rumbo a la Presidencia en 2012, o continuar con su desmadre (de cuando las aguas de un río se salen de cauce o de madre) y dilapidar su capital electoral.

Para ganar confianza tendrán que renunciar a seguir pasándose de listos, ya que juegan a la institucionalidad en el marco de la Constitución (de donde se desprenden las prerrogativas multimillonarias de que gozan), pero fuera de él cuando apoyan a su líder en el propósito de “restaurar” una “República” patito.

Los nuevos diputados y senadores del PRD, PT y Convergencia deben tomar en cuenta una certera frase de Napoleón que sus adversarios del PAN acaban de descubrir: “Si el enemigo se está equivocando, no lo distraigamos…”.

Otra vez: ¡aguas!

cmarin@milenio.com

En la vida hay que saber ganar

Jorge Fernández Menéndez
Excélsior – Razones
01-09-06

Se ha dicho muchas veces que López Obrador y el PRD no han sabido perder. Es verdad y ello suele extenderse en general a nuestra izquierda, en sus más diferentes variantes, si incluimos en ella, algo a lo que siempre me he resistido porque se trata de un personaje profundamente conservador, a un hombre como López Obrador.

No saber perder, en la política y en la vida, es grave. Pero más lo es que no se sepa ganar. Cuando veo dilapidar capital político a nuestra izquierda, siempre recuerdo un magnífico texto de Miguel Rico Diener (si no me equivoco ahora director en México de Edelman) escrito en 1987, cuando ambos éramos jóvenes periodistas (“felices e indocumentados” diría Gabriel García Márquez) que trabajábamos en aquel unomásuno y que sostenía que la izquierda no sabía ganar. Se refería Miguel al triunfo indudable del CEU en la UNAM que había derrotado al rector Carpizo, había logrado todo lo que había pedido y no supo, entonces, qué hacer con semejante capital político.

Esa historia se ha repetido una y otra vez. Un año más tarde, en el 88, Cuauhtémoc Cárdenas tuvo un resultado sorprendente en las elecciones federales. Hubo muchísimas irregularidades pero si nos atenemos a los testimonios de José Woldenberg y Jorge Alcocer, a cargo entonces del servicio electoral del FDN, pese al fraude no le alcanzaba a Cárdenas para sostener que había ganado las elecciones. Pero el triunfo era enorme: por primera vez la izquierda tenía fuerza y peso como para negociar una agenda común. No lo hizo, porque se encerró en el papel de víctima y esa agenda la signó el panismo con el presidente Salinas. Nació el PRD, pero llegaron, también, los años de automarginación. En 1994, el EZLN logró con su levantamiento colocar buena parte de su agenda, sobre todo la indígena, en el escenario nacional e internacional. Tuvo un éxito político indudable, pero Marcos en lugar de entender que el alto al fuego de enero del 94 y los acuerdos de San Cristóbal constituían un triunfo sin precedentes, que le abría al zapatismo una verdadera avenida para transitar hacia juegos mucho más serios de poder, prefirió, una vez más, la automarginación, seguir jugando el papel de víctima, y el movimiento fue languideciendo hasta convertirse, hoy, casi en una rémora política. Y eso que el zapatismo tuvo dos oportunidades más, primero con la negociación de San Andrés y luego, sobre todo, con el zapatour, para consolidarse como fuerza política. Marcos prefirió regresar a la selva, donde la mayoría de las comunidades ya no están bajo su control mientras él deambula sin pena ni gloria por distintas ciudades del país.

El perredismo, luego del triunfo de Cárdenas en el 97 en la capital, volvió a colocarse en primera línea del escenario político. Tuvo su oportunidad en el 2000, pero la personalidad de Fox en esa elección fue determinante, pero gracias al trabajo de Cárdenas y Rosario Robles, pudo mantener la ciudad y López Obrador fue elegido jefe de gobierno. Desde allí y desde entonces comenzó a construir su candidatura, deshaciéndose, como primera medida, de quienes lo habían impulsado a esa posición. Se rodeó de los mismos que en el 87 no supieron qué hacer con la victoria del CEU, los que se fascinaron con el zapatismo, los que aplaudieron que no aceptará los acuerdos de San Cristóbal y que luego del zapatour se regresara a la selva como muestra de dignidad, de los que nunca han sabido ganar nada. A ellos les sumó un grupo de oportunistas que han perdido una y otra vez y han cambiado de bando político como de ropa interior, pero que por eso mismo considera incondicionales. Los mejores hombres y mujeres del PRD quedaron fuera de su círculo de influencia.

Es verdad. El PRD perdió las elecciones del dos de julio y perdió de una forma dolorosa: por apenas el 0.58 por ciento y 240 mil votos de diferencia. Pero también ganó muchísimo, mucho más que en cualquier otro momento de su historia y parece empeñado en despilfarrar todo ese capital político en apenas tres meses. Hoy las expectativas de voto por el PRD están casi en su nivel histórico del 20 por ciento: según la mayoría de las encuestas se ubica en el 25 por ciento. Es difícil perder diez puntos porcentuales en apenas dos meses.

¿Qué ganó el PRD? Obtuvo el grupo parlamentario más grande de su historia. Ha logrado, sin embargo, con su esquizofrenia política inducida por López Obrador, quedar fuera de buena parte de los ámbitos centrales de decisión en el congreso. Ganó más de un tercio de los estados del país, lo que constituía una plataforma inmejorable para ganar futuras gubernaturas: ganó Juan Sabines en Chiapas pero no seguirá la ruta de AMLO. Pero, por sobre todas las cosas, logró imponer su tesis central: nadie puede ignorar que no hay tema más importante que establecer un programa eficaz de corto, mediano y largo alcance en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Y en eso, si quisiera, el perredismo podría jugar un papel central. Marginándose, los réditos serán de otros.


En una democracia la norma es que nadie gana todo y nadie pierde todo en una elección. Pero López Obrador no lo entiende así porque no es un demócrata: su política se basa en aquel viejo dicho priista de que el poder no se comparte y quiere ganar o perder todo. Y está llevando a su partido por ese camino, que para colmo es un camino ya recorrido: López Obrador está haciendo exactamente lo mismo que hizo en su momento Marcos, incluidos sus respectivos Aguascalientes y convenciones nacionales.

Hoy, el PRD, de la mano con López Obrador, parece dispuesto a impedir a cómo dé lugar el informe del presidente Fox. Si lo hacen, será el mayor triunfo de sus adversarios, la acción que sellará definitivamente su derrota (cuando podría haber sido su triunfo aunque fuera parcial) del dos de julio y lo regresará, otra vez, a la marginalidad.

www.nuevoexcelsior.com.mx/jfernandez
www.mexicoconfidencial.com

AMLO: la estrategia que viene

Joaquín López Dóriga
Milenio - En Privado
01/09/2006


Ausencia no es sinónimo de estrategia. Florestán

Cuando el Tribunal Electoral haga público el cómputo final, valide el proceso del 2 de julio y declare a Felipe Calderón Presidente electo, habrá terminado una primera etapa del movimiento de López Obrador, la del voto por voto y anulación de las elecciones, para abrir paso a otra: impedir la toma de posesión de Felipe Calderón.

Entonces declarará que el fraude electoral confirma que el voto no es vía para que la izquierda acceda al poder y endurecerá su movimiento.

Esta segunda etapa lo llevará a ordenar el levantamiento del bloqueo Centro Histórico-Reforma, para concentrar a sus seguidores en el Zócalo, convertido en su cuartel general.

Y tiene sentido este repliegue para reagruparse: los campamentos fueron parte de la estrategia para presionar a los magistrados y exigir el voto por voto; declarada la legalidad del proceso y expedido el fallo de Presidente electo, la estrategia cambia, pero no el objetivo: que Calderón no sea Presidente.

Dentro de esos ajustes está la corrección que hizo a la propuesta original de declararse, vía su convención, “Presidente legítimo”, ampliando el abanico a “encargado del Ejecutivo”, “jefe de Gobierno en resistencia” o “coordinador nacional de la resistencia civil pacífica”, posibilidad, esta última, que le da un mayor espacio y presencia políticos, además de una representatividad seria, que de otro modo no tendría.

Así, no debe asombrar, ni tomarse como una derrota, el que empiece a despejar los campamentos.

Es la estrategia, cuando en su primer círculo mantienen la esperanza de que prospere la demanda de anulación, proyecto final que ha dividido a los magistrados del Tribunal que anoche se encontraban en un apretado 4-3 a favor de la validez cuando buscan construir una salida unánime.

Lo cierto es que lo que suceda hoy, dentro y fuera del Congreso, influirá en los tonos y tiempos de su movimiento, pero también podría marcar los de la última etapa de la Presidencia de Fox y, de salirse de control, repercutir hasta en el fallo judicial y la transición a la próxima Presidencia.

Retales

1. AL TANTEO. El presidente Fox llegará hoy a San Lázaro y ahí le medirá. Sobre la marcha decidirá si sube a la tribuna y lee su mensaje o no. Ya arreglaron el salón de Protocolo para que ahí conste que asistió a la instalación del Congreso, entregue el Informe por escrito y se vaya;

2. GRITO. De lo que pase esta tarde, tomará otra decisión: si el día 15 va a Palacio a dar el Grito. De ponerse las cosas difíciles, se irá a Dolores Hidalgo a encabezar el Grito. Es el “plan B”; y

3. POR ESCRITO. La Mesa Directiva del Senado no acudió a Los Pinos con motivo de su instalación, como era la liturgia. Manlio Fabio Beltrones notificó al Presidente y a la Corte por escrito.

Nos vemos el martes, pero en privado.

lopezdoriga@milenio.com

Hoy, clímax pro-golpista o anticlímax de distensión

José Carreño Carlón
Crónica
1 de Septiembre de 2006

Los mexicanos enfrentamos este día nuevos motivos de división.

Por un lado están los ciudadanos preocupados por la democracia y por la trascendencia que para su futuro tendrá lo que esta tarde pueda ocurrir en la cita del titular del Poder Ejecutivo en la sede del Poder Legislativo.

Por otro lado aparecen los televidentes, habitantes de la telecracia, con su cultivada expectación ante el momento climático de una serie sobre luchas políticas —un West Wing localito— que cobrará su mayor raiting en el episodio de hoy, el del informe presidencial, en el que el protagonista se dirige a una emboscada y los actores que la organizan la promueven como el trance que le imprimirá un giro dramático a la serie: estremecedor, vindicativo, de extrema violencia, de incertidumbre y suspenso.

Para los ciudadanos de la democracia, lo deseable sería un desenlace anticlimático: un informe presidencial no mucho más movido que los de los últimos 18 años, en el que finalmente unos terminen por cumplir y otros por dejar cumplir los preceptos constitucionales.

Los segundos, los televidentes expectantes del episodio climático de esta tarde, esperan un desenlace dramático, eventualmente trágico, en todo caso, un gran clímax.


Pero éstos se dividen a su vez en dos:

Los que están del lado del protagonista a punto de ser emboscado y esperaran que su héroe cumpla su destino con entereza, que asuma su sacrificio para exhibir, ante los pueblos de la tierra, los retorcimientos y la perversidad de lo que son capaces los emboscadores en su propia guarida.

Y quienes están del lado de los de la guarida de emboscadores, para quienes toda vejación del emboscado resultará merecida por el agravio de haber contribuido a la derrota del líder de los emboscadores. Para éstos, toda amenaza —si allí mismo se cumple, mejor— será insuficiente para paliar la frustración de la derrota en las urnas, y toda humillación será poca cosa ante el imperativo de convertir al emboscado en rey de burlas, como paso inicial del proceso de expiación mayor que le espera en la historia que los emboscadores mismos y sus intelectuales se disponen a escribir.

Pocas veces resulta tan preciso —por su aplicación a un grado tan reduccionista— el concepto de “escenarios”, desproporcionadamente tomado de los estudios de prospectiva en los diversos campos científicos.

Porque la colección de “escenarios” que se discute en la agenda de estos días poco tiene qué ver con el análisis de variables que pueden constituir los rasgos de un futuro o de otro. Cuando mucho, los “escenarios” que nos ponen a la vista parecen diseñados por chambones escenógrafos que no ofrecen más que un menú de golpes escénicos, como de carpa, a escoger por el director de escena de cada bando, sin contar con las improvisaciones y “morcillas” que surjan de la inspiración de los actores secundarios.

¿Tumbar presidente como tumbar rectores?

A Reforma, fuentes del PRD le revelaron que existen tres “escenarios”, es decir, tres posibles golpes escénicos para este sexto y último informe de gobierno de Fox: 1) formar un cerco durante 20 minutos en torno al Presidente, mientras le lanzan injurias, 2) tomar la tribuna del salón de sesiones para evitar que el presidente suba al estrado y lea su mensaje y 3) interrumpir constantemente la lectura del informe con supuestas “interpelaciones”, probablemente hasta lograr la suspensión del acto.

A Excélsior le filtraron otros “escenarios” más fantasiosos, lo que no quiere decir que no se puedan materializar, sobre todo a la vista del Zócalo y Reforma. Uno de ellos, más que a un “escenario” parece referirse a una escenografía: se trataría de instalar un campamento sobre la tribuna de la Cámara. Y al otro nada más le falta el hielo seco y el vals para enmarcar el ingreso de un invitado especial a la sala de sesiones, justo cuando Fox empieza el mensaje, momento en el cual los legisladores perredistas se levantan de sus curules, le dan la espalda al presidente y aclaman al grito de ¡Presidente! ¡Presidente! al que llega y que no es otro que Amlo en el papel de Amlo.

Menos gracioso es el “escenario” que recoge Ciro Gómez Leyva en Milenio: tomar en rehén de guerra al presidente de la República, cerrar las puertas y no dejarlo salir: lo más parecido a someter por la fuerza a la cabeza del Estado mexicano, despojarlo de toda libertad de movimiento, ya no digamos despojarlo de todo poder, de toda facultad de gobierno, lo más cercano a un ensayo golpista: tumbar al presidente como estos emboscadores suelen tumbar rectores, entre la vejación y el secuestro.

Al finalizar la representación de esta tarde en San Lázaro, sabremos si se impuso el clímax pro-golpista, con todas las consecuencias que pueda desencadenar, o si se impuso un anticlímax que apunte al inicio de la distensión.

jose.carreno@uia.mx