1 de septiembre de 2006

Tiempo de definiciones

Denise Maerker
Excélsior - Atando cabos
31-08-06

El conflicto que se desató a raíz de la elección del 2 de julio ha provocado un encono y un nivel de confrontación en la vida pública que nunca antes me había tocado vivir. Hoy más que nunca recibo cartas, mensajes y llamadas telefónicas; el contenido va desde un saludo amable hasta los más groseros insultos. La pasión está a flor de piel.

Hay en especial un grupo, supongo que son simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, que insiste en pedirme, incluso me exige, una definición ideológica. Estas personas suelen lamentar en sus mensajes que ya no sea la misma de antes; escriben, por ejemplo: "Revisa las entrevistas que hacías en el 40, ¡qué diferencia!" o "Qué rápido te quitaron lo izquierdosa a billetazos". Atribuyen mi supuesto cambio a que tengo un programa en Televisa los domingos. Me acusan de "haberme vendido" y de recibir línea del gobierno o de los empresarios dueños de los medios donde trabajo.

De acuerdo con esta interpretación, yo sería incapaz de pensar por mi cuenta y estaría únicamente tratando de salvar mi pellejo cuando digo cualquier cosa respecto a López Obrador o de sus recientes declaraciones y acciones.

Voy a aprovechar la ocasión para responder.

Efectivamente todos los periodistas tenemos una posición ideológica que en nuestro trabajo hacemos más o menos explícita.

No existe la neutralidad. La realidad pura no existe y cualquier descripción periodística, por neutra que parezca, es una interpretación. Detrás de la utilización de cualquier adjetivo, cuando jugamos con la ironía, y más aún cuando emitimos una opinión, lo hacemos a partir de un marco general de referencia que hemos construido a lo largo de nuestra vida y que nos lleva a considerar ciertas cosas como buenas y otras como malas. Toda opinión implica necesariamente una postura normativa; una definición de lo que nos parece deseable y de lo que no.

A los sociólogos, Max Weber, uno de los padres de la sociología, les pedía que no se abstuvieran de hacer juicios de valor, pero les exigía dos cosas: que en todo momento fueran claros y conscientes, consigo mismos y con los demás, de cuáles eran los valores de referencia de los que derivan sus juicios de valor y, dos, que dijeran explícitamente que en ese momento no estaban haciendo ciencia sino ejerciendo la crítica. Weber añadía: "Toda polémica contra un ideal diferente del de uno no se puede hacer más que a partir de un ideal propio".

El ejercicio que nos toca a los periodistas es muy parecido. Es un esfuerzo continuo de toma de conciencia y de transparencia. Cuando escribo aquí, o cuando doy una opinión en el programa Tercer Grado, no estoy reporteando ni haciendo ciencia, estoy tomando una posición o entrando en una polémica a partir de un ideal propio. Y la mejor manera de no engañar a nadie es justamente haciendo explícito ese marco de referencia que traemos en la mente y que es producto de toda una vida y de una formación.

Desde que inició este conflicto he procurado dos cosas: mantener una apertura, no sólo en cuestión de espacio en los programas de televisión y de radio, eso es lo fácil, sino mantener una apertura mental, ser capaz de seguir escuchando a ambas partes, tratar de entender sus motivaciones y, dos, recordar continuamente y hacer explícito ese ideal personal que es el mástil del que me agarro para no dejarme llevar por cualquier viento.

Y como es tiempo de definiciones, aprovecho para decir: como periodista y como ciudadana estoy a favor de que nuestra vida en común se rija por reglas democráticas. ¡La pretendida neutralidad del periodista no me puede llevar a ser indiferente sobre si terminamos viviendo en una dictadura o arrastrados a una revolución! En ese sentido, cuando opino, inevitablemente le atribuyo connotaciones positivas a todo aquello que parece encaminado a fortalecer en nuestra sociedad un clima de libertades y de mayor igualdad y, al contrario, critico la corrupción, el autoritarismo o la impunidad porque justamente socavan esos valores fundamentales con los que me identifico.

Por eso, disiento cuando escucho a López Obrador convocar a una Convención Democrática en la que supuestamente se podría elegir a un Presidente legítimo; disiento cuando escucho que, sin pruebas, se acusa a los magistrados de estar vendidos; disiento cuando se pretende hacer pasar por un hecho lo que se tiene que probar; disiento cuando se lincha diariamente a los periodistas por no estar de acuerdo con su movimiento; disiento cuando define a nuestro sistema político como una República Simulada.

Vale recordar que Andrés Manuel llegó a la jefatura de Gobierno gracias a las reglas de esa misma República y estuvo a punto de ganar la Presidencia.

Desde luego se trata de una República muy deficiente, no hay duda, y hay que cambiarla, pero la cuestión está en la forma.

Tres semanas antes de la elección, López Obrador me dijo que a pesar de los abusos de unos y de las imperfecciones de nuestro sistema, nos encaminábamos a una elección legal y legítima. Hoy explica su derrota recurriendo a un recuento de esos mismos hechos. Entre una y otra versión, pasó el 2 de julio y su derrota en los números, sólo eso.

Por ello, a los que me dicen que cambié, les respondo que quienes cambiaron son ustedes y López Obrador.

denise.maerker@nuevoexcelsior.com.mx

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