Ricardo Pascoe Pierce
El Universal
30 de agosto de 2006
En América Latina se han dado varios ejemplos de fascismo populista. Probablemente el ejemplo más acabado fue el que gestó el movimiento de masas en torno a Juan Domingo Perón en Argentina, en los años cincuenta, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. La característica central de estos movimientos reside en su naturaleza dual: por un lado, el ejercicio de una "democracia de masas a mano alzada, en la plaza pública" y, por el otro, el liderazgo autoritario y unipersonal de una figura que impone su programa a todo el movimiento.
La democracia a mano alzada no tiene nada que ver con la democracia reflexiva de un sistema institucional y plural. Esta forma de ejercicio del poder a partir de las masas aclamando al líder en la plaza pública, parte de la idea de que la discusión política no es necesaria, y de que la ruidosa y automática aprobación de las propuestas del líder es "democracia pura". En realidad, es la forma más primitiva y elemental de dirección política, puesto que le facilita al líder la conducción del movimiento y su orientación hacia los objetivos particulares que tiene, sin tener que inscribirse en el contexto de una institucionalidad previamente establecida. Es más, el fascismo populista tiende a despreciar la institucionalidad establecida a través de Constituciones o una Carta Magna aprobada por formas lectivas y discursivas aceptadas por la pluralidad de la nación.
El fascismo populista elimina, por definición, a la pluralidad política, y aspira inherentemente a la creación de una "República Sin Otras Ideas". Benito Mussolini construyó una nueva institucionalidad fascista en Italia basada en estos preceptos. Con el argumento de que el pueblo regía los destinos de la nación, en realidad quien dirigía los destinos de Italia era él y una pequeña cofradía de camaradas, totalmente al margen de la institucionalidad republicana y plural que había existido en Italia antes de la guerra.
El otro aspecto del fascismo populista es que gobierna para los grandes intereses monopólicos del país, pero con un discurso orientado hacia los pobres. Los más pobres aclaman al líder en la plaza pública, mientras que él pacta con los poderes fácticos de la nación, especialmente los intereses económicos más poderosos, a espaldas de su propia base social. Ésta es justamente la gran fragilidad política del modelo fascista: debe radicalizar su discurso para encubrir lo que realmente pretende. Es por ello que los modelos fascistas terminan generalmente en la violencia, pues tienden a enarbolar -pública y privadamente- intereses contradictorios y mutuamente excluyentes.
La convención nacional que propone Andrés Manuel López Obrador tiene claros visos fascistas. Parte de la idea de la supuesta legitimidad de la democracia con delegados previamente seleccionados y votando a mano alzada para decidir los grandes temas de la nación. Según él, es posible decidir, a mano alzada y en su plaza pública, quién será el próximo presidente de México. En su plaza pública es posible decidir qué clase de gobierno se tendrá y cuál sería su programa. También es posible definir, a mano alzada, quiénes son los amigos, y los enemigos, del pueblo.
A partir de esa plataforma -masas enardecidas y votando a mano alzada- él podrá dirigir su estrategia en contra de los enemigos que ha colocado en el imaginario social de su movimiento (Fox, Calderón, PAN, PRI, Salinas, etc.) y también en contra de sus enemigos más cercanos (PRD y los "políticos tradicionales" que lo rodean). Utilizará a la asamblea pública para intimidar, si es que alguien se deja, y amenazar al gobierno federal, a las instituciones electorales y a Calderón. Preparará un golpe de Estado dentro del PRD para tratar de subordinarlo a sus propósitos, sin perder el control del registro legal. En esencia, quiere fundar un nuevo partido hecho a su semejanza, con políticos novedosos como Camacho y Muñoz Ledo, para perdurar en la escena política nacional.
Hace propuestas políticas a los grandes magnates del país para fundar un nuevo proyecto de nación, donde él ofrece conciliar los intereses de esos magnates con los más pobres de México. El secreto del éxito temporal del fascismo siempre fue la combinación de las masas en las calles y los monopolios en auge. Hasta que las contradicciones consumieron el proyecto fascista en la hoguera de su propia violencia.
ricardopascoe@hotmail.com
Analista político
30 de agosto de 2006
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