Joaquín López Dóriga
Milenio - En Privado
31 de agosto de 2006
Hubiera sido un gran actor del cine mudo, pero le dio por hablar. Florestán
La noche del domingo 2 de julio, en su primera intervención pública en el hotel Gran Marquís, Andrés Manuel López Obrador comenzó su discurso diciendo:
“Amigas, amigos, mexicanos. Escuché el mensaje del director (sic) del IFE y del ciudadano Presidente de la República. Voy siempre a ser respetuoso de las instituciones y, de manera particular, de lo que en definitiva resuelva el IFE”. Y enseguida reivindicó su victoria por medio millón de votos.
El sábado se cumplirán dos meses de la jornada electoral, a lo largo de los cuales López Obrador se ha ido separando de aquel compromiso hasta desconocerlo, y endureciendo su posición a partir de la descalificación de los conteos rápidos, del PREP, del cómputo distrital, de los consejeros electorales y del IFE.
Siguió desconociendo el proceso electoral todo, las tendencias y el método de revisión del conteo parcial; denunció un “fraude cibernético” primero, que luego fue “fraude a la antigüita”; demandó la anulación del proceso electoral, negó la ventaja de Felipe Calderón, al que repudió, tachó de usurpador y “presidente ilegítimo”.
En ese ejercicio de desconocer, incluyó al Presidente de la República, a la Suprema Corte de Justicia y sus ministros, a los magistrados del Tribunal Electoral, a los que ofreció la opción de entrar a la historia reconociendo su triunfo, o ser unos traidores si no se lo daban, como había exigido. Era él o la legalidad. Luego los acusó de haberse vendido y dado un “golpe de Estado”.
Llamó a los suyos a la calle, tomó el Zócalo y bloqueó el corredor Centro Histórico-Reforma; se propuso para dar el Grito en la Plaza y negó el espacio para el desfile militar.
Desde allí, nos declaró la revolución, se alzó como el “purificador” de la Nación y “transformador de las instituciones”; se autoproclamó Presidente de México, convocó a crear la “República restaurada” llamando a una Convención Nacional Democrática que oficialice su ambición, que es dilema: ser Presidente, jefe de Gobierno o encargado del Ejecutivo.
Cargó contra los medios que no dicen lo que él quiere oír, leer y escuchar. Toleró y, por momentos fomentó, los juicios populares contra medios y periodistas; hizo su lista negra de “buenos y malos” y azuzó cada tarde a los duros en su contra construyendo un clima de linchamiento.
Ante una realidad con la que no contaba el 2 de julio, perder, se planteó impedir que Felipe Calderón fuese Presidente y al serlo, evitar que gobierne con el objetivo de tirarlo y asumir el poder al estilo sudamericano.
¿Qué pasó en este tramo de dos meses que llevó a López Obrador de comprometer su respeto por las instituciones a desconocerlas?
Elemental: la fortaleza de las instituciones le fue útil mientras le funcionaran para formalizar y legitimar su triunfo.
Al no ser así, ya no le sirvieron.
Y por eso, a acabar con ellas.
Todo fue en 60 días.
Nos vemos mañana, pero en privado.
lopezdoriga@milenio.com
1 de septiembre de 2006
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