Leonardo Curzio
El Universal
28 de agosto de 2006
Popper lo llamó el prejuicio estético. Esa idea de tener una República perfecta como aspiración y desdeñar por ende las imperfecciones de la política realmente existente puede llevar a dogmatismos muy peligrosos. Los idealistas suelen decir que los mueven solamente los principios; dicen también nutrirse de la utopía, pero rara vez reparan en los medios que emplean para tratar de edificarla. No me extenderé en detallar las pesadillas que han pavimentado el camino de las utopías a lo largo de la historia.
Creo que la única política posible es el gradualismo. Esa que se hace con negociaciones llenas de humanas ambiciones e intereses que se van moderando o domeñando a lo largo del propio proceso político. La lucha por el ideal no es censurable, pero no debemos olvidar que la distancia entre la realidad y el modelo no invalida los pasos dados ni autoriza a nadie a desandar camino. México ha cambiado mucho desde 1988 y es importante en esta encrucijada que las fuerzas políticas más influyentes opten por seguir impulsando (perfeccionando) un modelo de negociación imperfecto pero que ha resultado con el correr de los años más incluyente y abierto que el anterior. La otra vía es romper con las reglas institucionales, y fundados en los agravios históricos de los desposeídos (que efectivamente no han sido atendidos por el incipiente sistema democrático) nos vayamos a la política callejera de presión directa para desfogar las energías sociales.
El obradorismo herido ha vuelto a un modelo de acción que el propio AMLO llamó en su etapa de transición de Tabasco a la esfera nacional, el "partido-movimiento". Un centauro capaz de competir en la pista política por espacios institucionales y al tiempo ser un movimiento capaz de desplegarse para apoyar tácticamente ciertas causas. El modelo fue un éxito y convirtió a AMLO en el político operativamente más creativo de los 90. Su doble condición le permitía tener una bancada de más de 100 diputados y jugar en los linderos de la legalidad con El Barzón. Las formas de hacer política se agotan o el propio contexto las hace obsoletas. El "partido-movimiento" tenía sentido cuando la negociación del poder podía desembocar en una concertacesión.
Hoy la presión directa no surte el mismo efecto por la propia dispersión del poder. No hay un Gutiérrez Barrios al que se le pueden arrancar canonjías o municipios. La presión directa hoy se convierte en un mecanismo que va subiendo las demandas hacía una lógica escapista o intolerante. Cuando AMLO habla de la República simulada, no espera que le reconozcan municipios o le den más curules, se ubica en el campo metapolítico en el que el único paso lógico es derribar al poder establecido. Ese es el camino elegido por los bolivianos que a golpe de movilizaciones derribaron al gobierno de Carlos Mesa, para después llegar al poder y desde allí el caudillo prometa el sueño milenarista de la República de los indios.
El otro camino es el chileno. Chile empezó su cambio político en 1988 y cierto es que a través de negociaciones complejas, no siempre cómodas, con concesiones a los poderes fácticos y tensiones evidentes ha llegado a un modelo de democracia cada vez más incluyente y sensible a las franjas de población más vulnerables. Las fuerzas políticas teorizan más y se manifiestan menos, pactan más avances graduales -pero sólidos- que demagogias grandilocuentes, van colegiando decisiones con lealtad constitucional y se van alejando de la sombra del caudillo. ¿Qué camino nos gusta: Chile o Bolivia?
Analista político
28 de agosto de 2006
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