1 de mayo de 2006

El Autocomplot

Denise Dresser
Revista Proceso

Cualquier hombre puede equivocarse, pero sólo los tontos persisten en el error, escribió Cicerón. Y la campaña de Andrés Manuel López Obrador parece no sólo cometer errores sino aferrarse a ellos. Profundizarlos. Repetirlos una y otra vez. Durante las últimas tres semanas el puntero se ha tropezado, no sólo con los obstáculos que le han puesto en el camino, sino con sus propios pies. AMLO y sus seguidores parecen no entender cómo funciona una campaña presidencial en tiempos democráticos. Insisten en ganar tan sólo con una estrategia de autoridad moral, pero olvidan la táctica del convencimiento electoral. Insisten en la existencia de un complot y no ven que quizás ellos lo han creado en casa.

El primer error se cometió con los spots de Elena Poniatowska. Ante la campaña negativa del PAN fue sorprendente la respuesta ingenua del PRD. Ante la eficacia deleznable de los panistas fue sorprendente la ineficacia pueril de los perredistas. El exhorto a las buenas maneras, a la integridad, a la civilidad. La actitud de quienes aspiran a ingresar al reino de los cielos pero no ganar la Presidencia de la República. “No calumnien”, suplica una de las mejores almas de México a quienes ya la han vendido. No era el momento de apostarle a la credibilidad moral de una escritora, sino contraatacar con el mensaje puntual de una campaña política. De señalar el peligro verificable que han sido los malos gobiernos para el país, sexenio tras sexenio. De subrayar el peligro de la corrupción compartida y las transacciones cuestionables, los intereses coludidos y los rescates condenables. De evidenciar ese país donde es peligroso ser pobre.

Pero en lugar de ello, la campaña de Andrés Manuel López Obrador insistió en la pureza. Prefirió posicionarse por encima de la política en vez de participar –de frente y con eficacia– en ella. Prefirió envolverse en el manto impoluto de la indignación antes que trazar una nueva línea de acción. No fue capaz de reaccionar con rapidez y cambiar el rumbo cuando las nuevas circunstancias requerían hacerlo. Porque con la campaña negativa, el PAN había cambiado los términos de la elección. Porque a golpes de mentiras, el PAN había redibujado los parámetros de la discusión. Y el equipo de AMLO, en lugar de reaccionar optó por rezongar. Por llorar. Por ir al IFE a parar los spots del adversario en vez de elaborar los propios. Ahora comienza a hacerlo, pero ha perdido tres semanas cruciales. Tres semanas en las cuales Calderón se ha posicionado –con ayuda de López Obrador– como el ganador, el nuevo inevitable.

El segundo error fueron las listas de candidatos del PRD tanto al Senado como a la Cámara de Diputados. Porque esas listas son una contradicción fundamental con la estrategia de superioridad moral. No es políticamente viable posicionar a Andrés Manuel López Obrador como el hombre intachable y rodearlo de candidatos que no lo son. No es electoralmente inteligente erigir a AMLO como el mesías de las manos limpias y rodearlo de candidatos que las tienen sucias. Las listas transforman al proyecto alternativo de nación en un proyecto maloliente de expriistas. Reflejan el pragmatismo mal usado; el pragmatismo mal aplicado; el pragmatismo que se evita en otras áreas de la campaña –como el uso de la televisión– presente en el peor momento, en el peor lugar.

El tercer error fue la decisión de no asistir al debate. Tenía sentido tomarla cuando AMLO estaba arriba en las encuestas; ahora no. Tenía sentido cuando AMLO era puntero con 10 puntos de ventaja; ahora no. El debate hubiera sido el mejor momento para despejar dudas, para ahuyentar miedos, para presentarse como un hombre capaz de cambiar al país sin destruirlo. El debate hubiera sido la mejor oportunidad para cuestionar el cambio cosmético que proponen Calderón y los suyos. Pero López Obrador se obcecó en el discurso del último mes; en la posición del último mes. “Amor y paz” cuando cualquier campaña política es una guerra. Insistiendo en que tiene el respaldo incondicional de la gente, cuando la gente quiere saber quién es en realidad.

El cuarto error fue no participar en el postdebate, en las mesas de discusión en todos los medios donde se interpreta lo que pasó en él. Como bien dicen todos los expertos en campañas electorales, el debate se gana en el postdebate; en la disputa que se da por declarar al vencedor. Y allí también, el equipo de López Obrador estuvo ausente. Manuel Camacho acudió a un programa de televisión y López Obrador le concedió una entrevista de radio a José Gutiérrez Vivó. Pero eso no fue suficiente para contrarrestar la percepción prevaleciente del triunfo de Felipe Calderón, del ascenso de Felipe Calderón, de la consolidación de Felipe Calderón. En vez de dar su propia versión del debate, AMLO permitió que otros la impusieran. En vez de subrayar los hoyos que había en la propuesta de Calderón, dejó que el equipo de Felipe los llenara. Al no pelear inmediatamente después del debate. López Obrador perdió de manera doble: por no asistir al encuentro y por no remodelar los juicios que emanaron de él.

Aunque AMLO se rehúse a reconocerlo, las campañas políticas se han norteamericanizado. Se han mediatizado. Se han vuelto cada vez más como las campañas en países donde los contrincantes compiten a través de la pantalla y se dan de puñetazos en ella. Ese es el juego que hoy todos jugamos y es cada vez más imperativo cambiarlo. Por la banalización, por la trivialización, por el espectáculo que la guerra de los spots produce. Por el costo para los contribuyentes y la ganancia para las televisoras. Es cierto, las campañas políticas se han convertido en ejercicios de degeneración progresiva. Pero hasta que las reglas del juego sean modificadas por una nueva ronda de reformas electorales –que limiten el acceso de los partidos a la televisión–, AMLO deberá jugar con ellas. Usarlas mejor. Jugar soccer como lo están haciendo los demás, en vez de empeñarse en jugar beisbol.

Y comprender que la manera de ganar una elección es lanzarse contra el enemigo, distorsionar sus posiciones e imponer las propias. Comprender que la esencia de las campañas políticas modernas es, para bien y para mal, la “política de la personalidad”. La impresión que genera en el votante 30 segundos de un spot. La reacción que produce un candidato en la boca del estómago, en ese lugar donde se toman decisiones que no son del todo racionales. Y hoy, la reacción de muchos mexicanos ante AMLO –gracias a la campaña negativa del PAN– es de rechazo. De repudio. De temor frente a alguien que sus enemigos han logrado presentar como un peligro. El norte y centro-occidente del país pintados de azul, porque tres semanas de una campaña negativa lo han coloreado así. El voto de los independientes que antes estaban con Andrés ahora se ha refugiado con Felipe. Encuesta tras encuesta, con puntos de más o puntos de menos, revela una opinión pública sensible ante campañas políticas que la influencian.

Y ése ha sido el principal error de AMLO. No entenderlo así. Pensar que no es necesario convencer; que basta con existir. Pensar que no es necesario contender con los mejores instrumentos; que basta hacerlo con los mejores instintos. Decir que no va a “entrarle al juego de las campañas mediáticas” cuando esas campañas están acabando con su margen de ventaja. Decir que “la gente lo va a entender” cuando 40% del electorado cree que él es “un peligro”. Afirmar que “va a pintar su raya” cuando esa raya lo está colocando ante la posibilidad de perder la elección. Afirmar que no va a caer en una provocación, cuando lo que se requiere en realidad es una buena reacción. Un cambio de táctica. Un reconocimiento de que las campañas sirven para debilitar la posición de los adversarios y no sólo para vanagloriarse de la propia.

En una frase que se ha vuelto famosa, Bob Dole –quien fuera candidato presidencial estadunidense–, declara: “Se me dijo que a la gente no le gustaban los spots negativos. No los usé. Perdí”. Y ese es el problema al cual Andrés Manuel López Obrador se enfrenta hoy. Durante el desafuero estuvo tanto tiempo a la defensiva que ahora no sabe cómo emprender la ofensiva. Durante tanto tiempo fue mártir que ahora le cuesta trabajo ser candidato. Durante tantos meses ha predicado la necesidad de una “campaña distinta” que ahora que no funciona, no sabe exactamente cómo arreglarla. Pero si quiere ganar tendrá que hacerlo. Evidenciando al enemigo y peleando de manera frontal contra él. Porque si no lo hace, el tropiezo de hoy será la caída de mañana.

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