Jorge Chabat
El Universal
Viernes 05 de mayo de 2006
Las encuestas, cuando están bien hechas, son un mecanismo bastante efectivo para medir lo que la población piensa en un momento dado sobre algún asunto en particular. Abundan los ejemplos a nivel internacional en los que esto ha sido así. Además, en los temas electorales, las encuestas suelen llegar a predecir con un alto grado de certidumbre los posibles resultados, a menos que ocurran eventos imprevistos que cambien abruptamente la opinión de los ciudadanos o que la cercanía entre los contendientes sea mucha, con lo cual cualquier variación mínima, o el propio margen de error que tienen, haga imposible predecir un resultado.
No obstante, éste es un mecanismo relativamente novedoso en nuestro país y relativamente desprestigiado por el uso político que se le ha dado en el pasado por parte de algunos partidos y candidatos. Las encuestas comenzaron a aparecer en las elecciones de 1988, con poca fortuna. Las pocas que había eran sesgadas o de plano inventadas para favorecer al candidato del PRI en aquella ocasión. Ello hizo que una buena parte de los mexicanos y, en particular los grupos de izquierda, que fueron víctima de las irregularidades electorales en 1988 -y probablemente de un fraude- vieran a las encuestas como un mecanismo legitimador de elecciones sucias.
Esa visión se presentó en 1994 cuando el candidato del PRD insistía en descalificar a las encuestas que lo daban como derrotado. La lógica era muy simple: el gobierno manipula las elecciones para negarle una victoria legítima al PRD y las encuestas son también manipuladas y forman parte de la maquinaria estatal para cometer el fraude electoral. En las elecciones del año 2000 las encuestas se multiplicaron y fue ya posible percibir dos grupos de encuestadoras: aquellas que buscaban hacerse de un prestigio profesional y para las que el negocio era vender credibilidad y aquellas encuestadoras patito que aparecían de la nada para apoyar un candidato y de la misma forma desaparecían.
Para estas últimas el negocio no era hacerse de un prestigio profesional sino hacerle favores a algún candidato en particular. Afortunadamente para la sociedad mexicana, cada vez es más claro cuáles son las encuestadoras patito y cuáles las serias. Y estas últimas ayudan a dar certidumbre electoral, a menos que la distancia entre los candidatos sea tan pequeña que no sea posible predecir un ganador claro.
En las últimas semanas, se ha desatado una polémica en torno de las encuestas, porque varias han comenzado a registrar una baja sensible en la intención de voto por López Obrador. Ello tiene explicaciones lógicas: desde el efecto chachalaca, hasta la agresiva campaña del PAN pasando por las listas impresentables al Congreso por parte del PRD. Sin embargo, la reacción de él ha sido la típica de la izquierda de 1988 o 1994: las encuestas están trucadas o "cuchareadas".
Incluso López Obrador ha acusado a las encuestadoras de estar trabajando con Los Pinos para fabricar los datos. Ya se ha escrito mucho sobre la cerrazón de López Obrador y la negativa a cambiar de estrategia para ganar más votos. Lo que realmente preocupa es que pareciera que esta descalificación masiva de las encuestas forma parte de una estrategia definida de confrontación si los resultados electorales no le son favorables. La descalificación que ha hecho el PRD del IFE desde que nombraron al actual consejo de esa institución -y que ciertamente fue producto de un agandaye del PRI y del PAN- se ha agudizado en las últimas semanas, lo cual configura el escenario para un conflicto postelectoral de grandes dimensiones, en caso de que AMLO no gane.
Es entendible que a López Obrador no le guste ir abajo en las encuestas. A nadie le gusta ir perdiendo. Sin embargo, suponer que todas las encuestadoras están compradas por el gobierno panista es negar que ha habido en los últimos años un proceso de profesionalización de quienes hacen las encuestas. Es cierto, las tentaciones para la manipulación existen y es probable que varios partidos busquen comprar votos en la elección del 2 de julio. Sin embargo, pensar que todas las encuestadoras son parte de una conspiración, no tiene ni pies ni cabeza. Es cierto que el Consejo del IFE ha tenido problemas de credibilidad desde su nombramiento, pero suponer una manipulación electoral así nomás es irresponsable. Y lo es más porque precisamente las encuestadoras serias sirven como contrapeso a dichas manipulaciones. Así, descalificar a priori las encuestas y eventualmente las elecciones parece un acto desesperado e imprudente.
Si López Obrador tiene evidencia de la manipulación de las encuestas, debería presentarla. Si tiene encuestas serias que avalen su supuesta ventaja, debería presentarlas. Si no es así, no se vale irse por la libre para generar un conflicto postelectoral si no le favorecen. A pesar de todos los problemas que puedan presentan las instituciones electorales y las propias encuestas, 2006 no es 1988. Y la verdad es que no queremos que lo sea.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político, investigador del CIDE
5 de mayo de 2006
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