Mario Campos
Excelsior
06-05-2006
La duda es a qué atribuirán los ciudadanos la violencia. La respuesta no es poca cosa, pues de ello dependerá el impacto que esto tenga en las próximas elecciones.
Que el presente condicione nuestra expectativa del futuro es natural. Lo novedoso es que el presente determine nuestra lectura del pasado. La expresión anterior podría parecer una pretenciosa frase de no ser porque parte de la política de nuestro tiempo se explica por esa consideración, como recién recordamos en México por el regreso de actores políticos que ya creíamos parte de nuestra historia. El caso que mejor ilustra este fenómeno es sin duda el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, día en que unos hombres asesinaron a más de 190 personas en Madrid y con ello cambiaron el rumbo político de España.
Apenas dos días antes del ataque, todas las encuestas daban como un hecho el triunfo del Partido Popular (PP). El 11-M irrumpió en escena y el 14 de marzo, sólo tres días después, la noticia era el triunfo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Al parecer, lo que motivó el cambio en el electorado no fue el acto terrorista en sí, sino la relación del mismo con los discursos de campaña. Hasta el 10 de marzo, la mayoría de los electores habían tomado una decisión: el crecimiento económico obtenido durante el mandato de José María Aznar había que reconocerlo. Tanto, que incluso la condena sistemática a su política exterior no había logrado inclinar la balanza en favor del PSOE. Con el atentado cambió la valoración de los electores, y no era para menos. De pronto, la participación española en Irak se había convertido en el principal problema doméstico, que sumado a las formas de ejercer el poder del PP, hacían que la oferta socialista de un gobierno con un “talante diferente”, resultara más atractiva.
¿Qué tiene que ver este fragmento de la historia española con la actualidad mexicana? Durante meses, los críticos de Andrés Manuel López Obrador apuntaron hacia su carácter autoritario. La denuncia, vistas las encuestas de los últimos años, parecía caer en saco roto... hasta que apareció el “cállate, chachalaca”, la renuencia a debatir y la constante descalificación a las encuestas. En ese momento, el discurso contra quienes algunos ven como un político arrogante, adquirió sentido para miles de electores.
El modelo se repite una y otra vez. Apenas esta semana revivieron dos muertos. Los macheteros de Atenco y el EZLN. Ambos formaban parte de la historia reciente del país, no obstante, al menos por un día, volvieron a ser actores de primer nivel. Ante la violencia en la pantalla, una demanda se hacía audible: ¿cómo fue que los gobiernos estatal y federal no los detuvieron a tiempo?
Más aún, la presencia política del subcomandante Marcos en el conflicto nos obligaba a plantearnos el impacto de La otra campaña, esa que muchos hemos minimizado y que, de pronto, parecía adquirir sentido ante la posible emergencia de focos de conflicto en diversos puntos del país.
Estos hechos nos recuerdan lo volátil que es nuestro entorno político, al menos en términos de percepción. Es cierto que bastaron 24 horas para que el panorama en medios fuera mucho menos alarmista. Sin embargo, el pasado miércoles vivimos un pesimismo contagioso. Las imágenes daban pie a eso y más.
Es posible, claro, que en los próximos días estallen otros puntos de violencia. La duda es a qué atribuirán los ciudadanos esos conflictos. La respuesta no es poca cosa pues de ello dependerá el impacto que esto tenga en las próximas elecciones. Si los electores compran la explicación del PRI, dirán que vivimos una franca descomposición, producto de la falta de mando que deberá ser subsanada con un mandatario de mano dura. Y para eso, dirán, nadie como Roberto Madrazo. En esa lógica, lo que el foxismo ha llamado gobernabilidad democrática, no sería otra cosa sino debilidad y habría llegado el tiempo de pagar las consecuencias. Frente a esta explicación existe otra que nace desde la izquierda. En este escenario habría que hablar de la pobreza como la causa y de la represión como la condenable consecuencia. En esta lógica se inscriben los cartones de algunos moneros, dibujando a un Vicente Fox vestido de Porfirio Díaz, luego de la muerte de los mineros de Sicartsa.
Finalmente, en el tablero estará compitiendo otra interpretación. En ella se hablará de grupos desestabilizadores con oscuros intereses políticos. Estos grupos carecerían de legitimidad en un entorno que ha estado marcado por el visible ejercicio de las libertades. No cabrían, desde esta lectura, las condenas a un gobierno que, por el contrario, sólo se vería fortalecido ante el surgimiento de grupos expresamente formados para afectar el desarrollo del país.
¿Cuál de estas visiones se impondrá en la mente de los ciudadanos? Dependerá de los hechos y de la interpretación que de ellos se haga. Quizá una de estas explicaciones determine el futuro del país. Quizá ninguna de ellas termine siendo un factor relevante el próximo 2 de julio. Por el bien de todos, ojalá que así sea.
macampos@enteratehoy.com.mx / www.enteratehoy.com.mx
6 de mayo de 2006
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