Leonardo Curzio
El Universal
08 de mayo de 2006
Vuelco electoral fue la expresión que se usó para explicar el triunfo de Zapatero sobre el candidato del Partido Popular (Mariano Rajoy), quien punteó las encuestas durante todo el proceso. Para Aznar, a pesar de sus imposiciones (meter a España a una guerra), el triunfo de su partido se daba por descontado. Todavía le cuesta aceptar el veredicto de las urnas. La tendencia ascendente de Zapatero se catapultó tras la manipulación informativa del gobierno de don José María, de los atentados que ensangrentaron Madrid tres días antes de los comicios.
En México nadie puede hoy por hoy asegurar que alguien tiene el triunfo seguro, sin embargo hay un cambio en las tendencias electorales (Felipe Calderón las lidera) que en algo se parece al famoso vuelco. Me cuesta imaginar que un ciudadano que había decidido votar por AMLO cambie por Felipe, no me suena lógico, pero algo está sucediendo. La última encuesta de GEA demuestra que el panista ya no sólo crece en los sectores acomodados y medios, su penetración en segmentos populares es mayor.
El vuelco electoral no es producto de la insufrible intervención del Presidente en el proceso. Bien haría Fox en comprender lo que le pasó a Aznar y ser más prudente. Un presidente saliente se preocupa por su futuro y por la herencia que deja, no por incidir en un proceso que ha salido de su esfera. Fox debe entender que en esta boda él tiene el papel del padre de la novia: ni le pidieron permiso ni es el centro de atención; así es que buenas caras y garantizar que la economía y el orden público se mantengan para no arruinar el casorio de la hija.
Calderón ha sabido leer sus coyunturas y jugar sus cartas. Lo que menos necesita es que el Presidente le haga una aznarada en la recta final.
Como contraste del ascenso calderonista está el relativo declive de AMLO. Se ha hablado de muchos efectos, el chachalaca y otros más pero el que me parece más grave es el síndrome Labastida. Resumo este mal en dos síntomas: 1) cuidar con solemnidad su figura por suponer que ya tiene el triunfo, y 2) encastillarse en la torre con los leales.
AMLO parecía imbatible y se la creyó. Empezó a pavonearse como protopresidente. Se va cristalizando la idea de que no acude a citas difíciles por miedo al riesgo. Por eso prefiere la placidez de su programa de televisión a presentarse ante los reporteros a calzón quitado. Oscila entre la ambigüedad y la evasión de temas. Ha dejado de confiar en él mismo y es presa del papel de presidente que le habían asignado. Parece no entender que las diferencias sociales y regionales obligan a matizar el discurso. Tiene un mensaje que prende entre los chilangos pero aterra en otras latitudes. No ha cultivado a las clases medias y éstas votan lo mismo que las populares. Para las clases medias y altas el bolsillo es lo central y en temas económicos ha optado por el peor de los caminos: el confusionismo. Habla de cambiar el modelo económico y después de mantener los equilibrios. Se ha instalado en la esterilidad provocada por un discurso radical y un actuar suave y prudente. Como jefe de Gobierno permitió enriquecerse a desarrolladores inmobiliarios y constructores y no tocó ningún interés significativo.
Le han colgado, sin embargo, el sambenito de la amenaza y como candidato ha sido una suerte de mastín desdentado. Sus discursos agresivos sobre los poderosos contrastan con su silente actitud ante la reforma a la Ley de Medios, su arreglo en TV Azteca y sus peticiones de perdón a Televisa. Ha permitido que sus adversarios lo coloquen como una amenaza a la economía de mercado, sin serlo.
No se ha decidido nada, pero la soberbia (que le pregunten a Aznar) de que el triunfo ya está en la bolsa o de intentar manipular el proceso es algo que hace mucho daño a quien se lo crea...
Analista político
8 de mayo de 2006
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