10 de mayo de 2006

La reaparición de los ultras

Federico Reyes Heroles
Reforma
Martes 9 mayo 2006

¿Qué quieren? ¿Qué fin persiguen? ¿A quiénes favorecen o perjudican? El gran misterio de los radicales, de los ultras, es que escapan a cualquier racionalidad. Ahí el peligro. Los ultras se nutren del resentimiento social, es cierto, pero no son la solución. No tienen un pensamiento articulado de cómo combatir las desigualdades. Los ultras no militan en ninguna organización permanente, con definiciones de largo plazo, ello es contrario a su esencia aventurera, inmediatista. Los ultras buscan la explosión social sin medir las consecuencias. Para los ultras la sangre derramada en el camino es un objetivo en sí mismo. Con los ultras es imposible negociar, por un simple motivo, no saben qué quieren. Y, lo más grave, con frecuencia los ultras son carne de cañón de otros.

Hace 12 años Marcos era el defensor de las causas indígenas, siglos de opresión, injusticia, olvido, miseria fueron las justificaciones para levantarse en armas y declarar la guerra al Ejército mexicano. Hubo muertos de ambos lados. Él logró las primeras planas de los diarios. Su vanidad hinchada no encontraba límites. Pero ni siquiera una buena causa salva a la irracionalidad y el radicalismo. A pesar de tener los ojos del mundo encima y una enorme simpatía inicial, el movimiento se desmoronó en el camino. ¿Por qué? Al final del día Marcos no defendió a los indígenas, veló, eso sí, por su ilimitada vanidad.

Hace siete años los ultras se apoderaron de la UNAM. Su nueva justificación fue una propuesta de cuotas que, súbitamente, incendió sus conciencias. Terminaron defendiendo a los ricos, a los que sí pueden pagar. Una verdadera justicia es demasiado elaborada para ellos. Los ultras paralizaron la principal universidad de México y lastimaron la vida de cientos de miles de estudiantes. Pero claro, como sólo ellos saben lo que es bueno para México, no hubo ninguna negociación posible. Fui testigo de cómo los radicales extorsionaban a sus propios colegas, muchachos muy jóvenes, y los amenazaban con golpes si se atrevían a negociar. De nuevo, ¿qué querían? El presidente Zedillo tomó la decisión de rescatar a la UNAM. Nadie desea la violencia pero, ¿cuál era la salida?

Los ultras desaparecieron por algún tiempo hasta que se les atravesó Atenco. La intención mal negociada del régimen de construir un aeropuerto les abrió la puerta, reaparecieron. Los mismos rostros, las mismas actitudes sin sentido. El régimen se arredró y todos los mexicanos salimos perdiendo por la imposición de los machetes. Ahora la reubicación negociada de un pequeño grupo de floricultores cimbra al país. Las autoridades, en particular el gobernador del estado de México y la PFP reaccionan como deben e imponen el orden, expresión que suena dura pero a la cual deberíamos acostumbrarnos: imponer el orden es una obligación de los gobernantes no un acto dependiente de la voluntad. Como siempre los excesos de la fuerza pública también estuvieron presentes. Un niño-adolescente, 14 años, cae muerto y la responsabilidad no queda clara. De pronto Marcos que anda por allí, ¡qué casualidad! Retoma la causa. ¿Y los indígenas? Bien gracias, allá en Chiapas esperando a su redentor que anda en busca de reflectores. Ya hay nuevos mártires. 1994, 2000 y 2006, qué curioso, años de elecciones federales.

¿Qué quieren? Madrazo muestra el cobre y habla de una "elección de Estado". Niega así las contribuciones que su partido tuvo en la construcción de la democracia mexicana. ¡Genial! El PRD y en particular López Obrador, en un intento por paliar su estrepitosa caída, invocan al fantasma del fraude, de la conjura. Justo en ese momento viene la provocación. Marcos demanda ahora liberar a los detenidos, delincuentes o no. Es la misma mecánica del CGH en el 99-2000. Se trata de ciudadanos mexicanos que cometieron delitos, pero eso no viene al caso. Para los ultras todas las leyes son injustas. Recordemos que Marcos ya llamó a derrocar al próximo Presidente, sea quien sea. Hoy amenaza con bloqueos y movilizaciones, busca arrinconar a las autoridades: si aplican la ley serán acusados de represores y si no la aplican serán débiles. Si la aplican le dan la razón a López Obrador y su argumento del gobierno represor. Si no la aplican le dan la razón a Madrazo: hace falta mano firme.

En el 94 Camacho negoció con ellos durante meses y al final deshonraron los acuerdos. El gobierno mexicano echó para atrás al Ejército y nada se consiguió. Pablo Salazar intentó el diálogo y una nueva estrategia, no sirvió de nada. Fox les tendió la mano, marcharon a la capital, hablaron en el Congreso, propuso una nueva ley y al final lo mandaron al demonio. De la Fuente hizo lo indecible por establecer puentes y nada logró. Don Luis H. Álvarez ha tratado de negociar durante años y nada ha conseguido. PRI, PAN, PRD lo han intentado, pero los ultras no negocian con nadie.

Ocho semanas antes de las elecciones del 2006 lo que quieren es reventar el proceso, que el régimen reprima, que haya sangre. La democracia no les interesa. Marcos suspendió elecciones e igual ocurrió en Atenco en el 2003. Pero si el Estado mexicano, entendiendo por ello el compromiso básico con la legalidad de los tres órdenes de gobierno, municipal, estatal y federal, no aplica la ley de manera coordinada, la señal para el país será brutalmente perversa. Son insaciables. ¿Qué hacer? No es creíble que la aplicación de la ley sea motivo de usufructo político.

Ya volvieron, son los mismos. Si alguien cree que los controla es un ingenuo. Los ultras son enemigos de la democracia. Sólo hay una salida, la aplicación de la ley. A cerrar filas.

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