Macario Schettino
El Universal
09 de mayo de 2006
La democracia no es cosa sencilla. No es, de hecho, un asunto natural. No nacemos los humanos preparados para ella, sino al contrario. De fábrica, en los genes, tenemos construida una visión del mundo muy especial, producto de millones de años de evolución, que no tiene mucho espacio para la tolerancia, el respeto a los demás, ni mucho menos para el concepto de igualdad.
Somos, como usted sabe, parientes muy cercanos de los chimpancés (de las dos especies que aún existen), y un poco menos de los gorilas. Y nuestro proceso evolutivo fue muy similar al de ellos, de manera que nuestras sociedades naturales son también parecidas. Como los chimpancés, somos capaces de vivir, naturalmente, en pequeños grupos (menos de cien individuos adultos), con estructuras dominantes claramente establecidas y sostenidas a través de la violencia. Naturalmente, subordinamos a mujeres y niños a esta estructura. Definimos, también de manera natural, espacios geográficos, y consideramos a otros grupos como amenazas. Los demás no son iguales a nosotros, al menos no de manera natural.
Concebir a los demás humanos como iguales a nosotros, a mujeres igual que a hombres, no está en nuestros genes. Resolver nuestros conflictos sin violencia, tampoco. Por tanto, no es natural en los humanos la democracia. Es una construcción cultural que hemos desarrollado en apenas unos años.
Aprender a vivir en una democracia no es nada sencillo. Regresar a las formas comunitarias, en cambio, es natural. Es por eso que las visiones comunitaristas tienen tanto atractivo para las multitudes. No les exigen esfuerzo, al contrario. Ofrecer la vida comunitaria es tan natural, tan simple, como ofrecer comida o sexo. Está en los genes la voluntad de aceptar. Sólo la cultura, la inteligencia, nos lo impide.
Estas visiones comunitaristas, ya sea que las ofrezca una iglesia o un movimiento político, son y seguirán siendo atractivas. Más mientras menor sea el grado de sofisticación de los receptores. Si quiere llamarle a esto educación, cultura, o como guste, es lo mismo. Si usted tenía alguna duda de por qué el catolicismo tuvo siglos de éxito, o por qué el comunismo llegó a gobernar medio planeta, o por qué el populismo es tan popular en América Latina, la respuesta no la encontrará en las ciencias sociales, sino en la biología. Está en nuestros genes.
En México, específicamente, no logramos salir de esta maldición genética. De estructuras autoritarias y comunitarias indígenas, pasamos a lo mismo, pero católicas, y de ahí a lo mismo, pero revolucionarias. Y es que dejar atrás a los genes requiere, insisto, construcciones culturales.
Dejar atrás nuestro pasado simiesco nos ha permitido, a los humanos, no sólo poblar todo el globo, sino incluso ponerlo en riesgo. Hemos sido tan exitosos en sobrevivir, que cualquier clasemediero de hoy vive mejor que cualquier noble del siglo XVI. Pero, y éste es el problema, ese éxito material lleva asociado, por obligación, el sometimiento de los genes a la cultura. Y no me refiero a cualquier cultura, sino precisamente a la que logra imponerse a la maldición genética de la comunidad, del desprecio a los otros, la maldición de la discriminación.
Por eso los jóvenes abrazan con tanta emoción las causas comunitarias, porque sus genes (y sus hormonas) les impiden aún pensar con serenidad. Por eso los simples se asocian con tanta facilidad a estas causas, porque pensar exige esfuerzo. Por eso las naciones aceptan con tanta facilidad destinos miserables, porque es más fácil dejar que los genes trabajen a someterlos.
Insisto en lo que he dicho por meses: en este proceso electoral estamos eligiendo no sólo un nuevo Congreso y presidente, estamos decidiendo un par de generaciones completas. Si volvemos a apostar al pasado, a esa visión comunitaria (y por lo mismo autoritaria), para cuando logremos quitarla, México será miserable. No menosprecie usted el esfuerzo que sí están haciendo 2 mil millones de seres humanos en China e India por avanzar. Son veinte Méxicos creciendo al doble de velocidad. En diez años, no habrá espacio para una economía mediana, como la nuestra. Se trata de escoger entre una comunidad de simples, violentos y autoritarios, y una sociedad de iguales, con reglas claras. México profundo, o México exitoso. Usted decida.
macario@macarios.com.mx
Profesor de la EGAP del ITESM-CCM
9 de mayo de 2006
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