19 de mayo de 2006

Medios: ¿objetividad o pluralidad?

José Antonio Crespo
Excelsior - Horizonte Político
19-05-2006

Partidos y candidatos exigen de los medios, comunicadores y analistas ser objetivos. Muchos lectores también reclaman a los articulistas o conductores su falta de objetividad, aunque normalmente eso sucede cuando sus puntos de vista no coinciden con los de los comunicadores. Pero cuando están de acuerdo, los felicitan por su “objetividad”. Ello significa que, para el ciudadano promedio, objetividad es sinónimo de coincidencia; mientras más pienses como yo, eres más objetivo, y viceversa, si opinas distinto de mí, eres parcial y absolutamente falto de objetividad. En realidad, politólogos, periodistas, comunicadores y analistas no pueden ser objetivos, aunque lo quisieran, por la sencilla razón de que en las “ciencias sociales” (que de ciencias sólo tienen el nombre) no existe la objetividad.

Ni siquiera en las ciencias exactas puede hablarse de absoluta objetividad, como lo demuestra “el principio de incertidumbre” de la física moderna, según el cual la luz se comporta como corpúsculos o como ondas, según la posición del observador. En las disciplinas sociales, Max Weber documentó sobradamente las razones por las cuales es imposible la objetividad. Hay desde luego hechos duros, pero en su interpretación intervienen las filias y las fobias del observador, prejuicios, anhelos y miedos, convicciones ideológicas, por lo que el resultado de los análisis está lejos, muy lejos, de la objetividad. Sí puede aspirarse a cierta imparcialidad, es decir, una disposición a criticar con la misma vara a todos los actores estudiados. Pero frente a dicha corriente “neutralista” existe otra que no exalta necesariamente esa imparcialidad como un valor positivo. Si algún periodista o académico profesa una convicción democrática, pero vive en un autoritarismo o es un monárquico que habita en una república o un socialista que “padece” el capitalismo, ¿debe dejar de expresar o proyectar su condena a este último? ¿Su ejercicio debe ser aséptico, exento de la intención de influir en favor de la causa en la cual cree? Muchos piensan que no, sino por el contrario, parte de su responsabilidad social consiste en empujar la convicción en la cual cree (pero basado en hechos y argumentos racionales). Es la vieja idea de que el conocimiento social por sí mismo no sirve de gran cosa si no va acompañado del esfuerzo por transformar la realidad, mediante la famosa praxis. Los ciudadanos, académicos, periodistas y comunicadores tienen derecho a defender y promover sus convicciones, siempre y cuando no utilicen información falsa o deliberadamente sesgada (aunque ella nunca seráv completa, por definición).

A los medios informativos como actores sociales también se les pide la imposible objetividad. Podrían quizá ser más o menos imparciales, pero esa es una decisión que libremente pueden tomar. La imparcialidad suele ser más resultado de un cálculo económico en un mercado competido que de un valor ético, pues tiende a generar credibilidad, que a su vez se traduce en rating y éste, en dividendos. Otros medios pueden decidir legítimamente expresar sus convicciones políticas cuando no afecte (o no demasiado) su viabilidad económica. La falta de ética se presenta cuando se decide cierta línea política a cambio de favores en ese ámbito o compra de conciencias, ante lo cual no hay más que legislar dentro de lo posible para evitar las relaciones perversas entre medios y poder. Y otros medios pueden constituirse deliberadamente en una “trinchera política”, subordinando la rentabilidad económica a un propósito político. Están también en su derecho (que tengan o no credibilidad suficientes es decisión del público). Cualquier analista puede entonces elegir la vía de la “neutralidad ética” o bien deliberadamente ejercer la praxis política por medio de su trabajo.

¿Qué puede entonces esperarse de los medios en una democracia, si la objetividad no existe, la imparcialidad es una decisión particular y la militancia un derecho legítimo? Pues la pluralidad, que ofrece a los ciudadanos una amplia gama de posiciones y opiniones que libremente pueden aceptar o desechar. Las diversas opiniones y posturas de los medios, así sean partidistas, se contrastan y contrapesan mutuamente. Incluso los excesos y abusos tan habituales en los medios pueden ser contrarrestados por la pluralidad. Así lo detectó Alexis de Tocqueville al estudiar el modelo estadunidense: “El único medio de neutralizar los efectos de los periódicos es multiplicar su número (pues) entre tantos combatientes no se puede establecer ni disciplina ni unidad de acción; así se ve a cada uno enarbolar su respectiva bandera”. De ahí la importancia de la competencia entre los medios y el riesgo que supone la existencia de monopolios. Es, pues, la pluralidad y la libertad de expresión lo que caracteriza a la democracia mediática, más que la imposible objetividad o la difícil imparcialidad.

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