17 de mayo de 2006

Necedad

Yuriria Sierra
Excelsior - Nudo Gordiano
17-05-2006

Los seres humanos no somos la única especie animal que persiste en el error, también la cabra, que tira al monte. Pero, a diferencia de la cabra, los seres humanos creemos que volviendo a repetir la misma ecuación muchas veces, obtendremos resultados distintos. La cabra, al menos, no piensa que, si ella no va hacia el monte, el monte terminará por venir a ella. He aquí dos ejemplos de cómo la perseverancia se convierte en ofuscación y nubla el juicio, hasta dejarlos cerca de la locura:


  • Madrazo o todo por mi dedazo. En Tabasco, a Roberto Madrazo le funcionó aferrarse a su cuestionado triunfo electoral como gobernador. Pero desde 1999, al entonces precandidato del PRI a la Presidencia se le metió entre ceja y ceja que debía convertirse en el candidato de ese partido para 2006. Buscó entonces la dirigencia nacional del CEN y cometió varias truculencias para ganarle a Beatriz Paredes. Y, desde entonces, se abocó al solo objetivo de construir o imponer su candidatura presidencial. Se rodeó de una serie de incondicionales (muchos de ellos, personajes indeseables), traicionó a Elba Esther y a los gobernadores, ametralló al Tucom y boicoteó sin tregua la agenda legislativa. Pudo haberse convertido en el árbitro de la contienda interna del PRI, salir en hombros y además darle a su partido una oportunidad real de regresar a Los Pinos, pero su necedad le impidió ver que el partido terminaba por desmoronársele en las manos, que sus aspectos negativos personales eran irreversibles y que tanto el PAN como el PRD le abrirían las puertas a sus detractores. La obsesión de Madrazo se convirtió en la locura de Madrazo; un político que fue víctima de su incapacidad para admitir el peso de las circunstancias adversas.

  • El Peje o todo es un compló. La fórmula que a Andrés Manuel López Obrador le sirvió maravillosamente bien para presionar a los poderes Ejecutivo y Judicial (que no al Legislativo) para des-desaforarlo, terminó por convertirse en una bomba de tiempo para su candidatura. La soberbia, sumada a la convicción de que su indestructibilidad sí era tal, lo llevó, en cuestión de semanas, a perder los diez puntos de ventaja que había acumulado para enero. Si a ello se suma su todavía total indisposición a admitir su caída en las preferencias electorales, es fácil entender que los posibles votantes (indecisos) que lo habían favorecido con su apoyo, ahora estén reticentes a dejarse tomar por garantía. “El pueblo no es tonto”, suele decir Andrés Manuel y, en efecto, al pueblo le repugna que lo tomen por tonto y le quieran seguir vendiendo la tesis de una conspiración, en plena temporada electoral.

Este es el ejemplo clásico de cómo una estrategia que puede ser muy efectiva en algunos casos, en otros resulta absolutamente improcedente. Y de cómo la soberbia es la peor locura que pueda anidarse en la mente de un político con pretensiones de ganar la Presidencia, y no precisamente una presidencia municipal (la jactancia es el pecado favorito del demonche encargado de llevarse el alma de los cretinos).

¿Y la nuestra? ¿Y cómo se castigará la necedad de nosotros, analistas políticos? Todos nos empeñamos, obtusamente, en buscarle el lado bueno a la cabra que tira al monte, aunque el monte ya esté en ruinas.

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