Ricardo Alemán
El Universal - Itinerario Político
18 de mayo de 2006
Según casi todas las encuestas, ninguna de las estrategias le ha resultado al candidato Madrazo
Igual que en las justas deportivas, en las competencias electorales el triunfo o la derrota se transpiran. Huele a triunfo, huele a derrota, dicen los aficionados a los deportes espectáculo. Ya huele a poder, dicen los políticos de quien está cerca de ganar una elección. Y en sentido contrario, cuando todo parece adverso, dicen que se percibe el olor de la derrota. Y ese aroma, el de la derrota político-electoral, se pega en la piel, se mete hasta los huesos, trastorna los sentidos. Y aparecen negación y justificación, afloran contradicciones e incongruencias. La desesperación suele ganar terreno y mueve a recursos últimos, desesperados, que las más de las ocasiones aceleran la derrota, pero que a veces sorprenden con un milagroso triunfo.
Y precisamente en la justa electoral que vivimos, son dos los candidatos y sus equipos de campaña los que transpiran ese peculiar olor de la derrota -lo que no significa que el 2 de julio resulten perdidosos, sino que hasta se puedan alzar con el triunfo, porque en política no hay nada escrito-. Se trata de Madrazo y de AMLO. En los dos casos aparecen las señales típicas de quienes ven alejarse la victoria y, aunque de manera tardía, ambos han reaccionado para tratar de recuperar el terreno perdido, con la esperanza de que el siempre veleidoso electorado se convenza de que son la mejor alternativa.
Madrazo parece el más preocupado. Una inversión de muchos millones de pesos, en medio de una guerra política interna que casi destruye al aparato del PRI, sólo le han servido para contener la previsible sangría de su voto duro, pero no le han aportado un solo voto nuevo. Según casi todas las encuestas, ninguna de las estrategias electorales, de imagen y marketing, le ha resultado al candidato Madrazo, quien recurrió, en una decisión que parece desesperada, a un cambio de última hora.
Madrazo buscó al estratega de la comunicación mediática, Carlos Alazraki, quien ha dado muestras de ser uno de los mejor dotados para el arte de la publicidad, pero quien no hace milagros. El problema para Alazraki es la marca y el producto que deberá posicionar, las cuales no se venden fácilmente, sobre todo en un tiempo tan corto como 45 días. En realidad lo que el PRI espera del cambio de estrategia es un milagro, que se ve difícil de llegar. En todo caso, el viejo partido le estaría apostando a mantener sus espacios de poder en el Congreso de la Unión, donde puede mantener su poder real.
En el otro bando, el de AMLO, la situación no resulta tan dramática, pero igualmente preocupante, sobre todo porque se experimenta el fenómeno contrario. De puntero en las encuestas, ha experimentado una caída lenta pero sostenida, hasta desbancarlo del primer sitio para enviarlo al segundo lugar. En el caso de AMLO nadie puede decir que todo está perdido. Con un cambio de estrategia efectivo y un mensaje adecuado, 45 días son suficientes para recuperar una porción de votos y preferencias perdidas.
Pero en la campaña de la coalición Por el Bien de Todos hay un pequeño problema, llamado Andrés Manuel López Obrador. Y es que por absurdo e increíble que parezca, el mayor problema del candidato de la llamada izquierda institucional -que hay que decirlo de paso, de izquierda no tiene nada-, es el propio AMLO. Como jefe de Gobierno del DF, y gracias a sus "mañaneras", a su política social y al desafuero, se construyó a sí mismo como el candidato presidencial más aventajado, como el indestructible y como el "rayito de esperanza". Pero en ese largo y sinuoso camino dejó cadáveres políticos.
Sacrificó a aliados fundamentales, como los Bejarano; rompió con la dinastía de los Cárdenas; asaltó a su partido, al que impuso dirigencia y candidatos indeseables; insultó y peleó con el Presidente, con los banqueros, con los poderosos capitanes de empresa, con organizaciones civiles que cuestionaron la inseguridad. Insultó y se empeñó en desprestigiar a los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y lanzó misiles de descrédito a instituciones electorales como el IFE y el Tribunal Electoral. Y por si no fuera suficiente, reincidió públicamente en pecados como los de la soberbia y la mentira.
López Obrador era -y sigue siendo- más que el "espíritu santo". Era el jefe del PRD, de la campaña de la izquierda, la coordinación de la coalición, el estratega, el escribidor de discursos, el palomeador de listas a puestos de elección popular, el creativo y el publicista, el vocero de sí mismo, todo, absolutamente todo. No aceptaba opiniones, sugerencias, críticas, porque sólo él es el iluminado. Pero esa luminosidad se apagó cuando sus adversarios contrastaron incongruencias y engaños, cuando jugaron sucio y exhibieron algunos de los cadáveres que dejó, cuando encontraron que la fortaleza de AMLO estaba en las debilidades del propio AMLO.
Y frente a ese embate sublimó sus debilidades. Negó todas las encuestas, negó la razón y el sentido común, negó sus errores y flancos débiles, y terminó por negarse a sí mismo. Hoy aparece desesperado y nervioso en tv, el medio que siempre negó. Hoy huele a derrota, junto con su equipo. Pero parece tarde, a menos que ocurra un milagro. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
19 de mayo de 2006
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