Macario Schettino
El Universal
Martes 04 de abril de 2006
La elección de julio se perfila ya como un referéndum. López Obrador ha construido su discurso y oferta política alrededor de una sola idea: borrar los 20 años de cambios que ha vivido, o sufrido, México. No es una mala idea en términos políticos, puesto que hay muchas personas que creen que estos 20 años han sido muy malos para el país, y quisieran que nunca hubieran ocurrido. Tan no es una mala idea que Andrés ha logrado mantenerse en primera posición en las encuestas de preferencias durante un tiempo ya bastante prolongado.
La alternativa a esta propuesta es la que encabeza Felipe Calderón, que carga consigo el fracaso de la actual administración para continuar con los cambios iniciados a mediados de los 80 y que se han frenado, o al menos disminuido, desde 1997. Por su parte, Roberto Madrazo no ha logrado ubicarse en ninguna de las dos alternativas con claridad, y es por ello que no puede salir del tercer lugar en las preferencias.
Evidentemente, hay mucho más que esta dicotomía en las campañas. Hay, por ejemplo, la gran habilidad de AMLO para mover las emociones de sus seguidores; hay también la caída estructural del PRI, y la gran dificultad del PAN para construir una campaña exitosa. Pero, al final, de lo que se trata es de decidir entre estas dos opciones: ¿seguimos con la trayectoria iniciada a mediados de los 80 o nos regresamos?
Analizar con detalle la situación previa a los cambios mencionados, así como los resultados del proceso, requiere mucho espacio y consideraciones técnicas que no caben en este espacio. Si usted está interesado en el tema, lo estaré tratando con más detalle en las páginas de la sección financiera, y agradeceré que me acompañe y comente. Pero permítame plantear aquí algunos elementos acerca de la decisión que tomaremos que creo que no podemos soslayar.
México es parte del mundo, aunque a veces no queramos reconocerlo. Y hay fenómenos que ocurren en el mundo que obligadamente nos abren o cierran puertas. Por ejemplo, durante la posguerra, desde 1946 hasta 1971, hubo en el mundo un sistema financiero internacional con ciertas características que permitieron que todos los países (al menos todos los del hemisferio occidental, como se decía entonces), crecieran mucho sin inflación.
Así, México logró crecer a 3% anual por habitante, mientras Estados Unidos crecía a 2%. Pero Francia lo hacía a 4.5%, Alemania a 5% y Japón prácticamente a 8%, anual por habitante, para no dejar dudas. Fue un muy buen tiempo, sin duda. El mejor periodo, en materia económica, de la historia de la humanidad. Pero a partir de 1971 las cosas cambiaron, y mucho. Nosotros actuamos entonces como si el mundo no existiera, y construimos una catástrofe, que se hizo realidad en 1982. Tuvimos que dedicar cinco años a medio salir del abismo en que nos hundieron políticas absurdas. De entonces para acá, las cosas han mejorado un poco.
Para poner un ejemplo, de 1996 a 2000 México alcanzó su mayor tasa de crecimiento económico en la historia, 4.5% anual por habitante. Otro ejemplo, hoy tenemos una tasa de interés que no se veía desde los años 50, y que hoy permite a muchas personas comprar bienes de consumo duradero, significativamente, viviendas. Ah, y en ese asunto hemos tenido la mayor construcción de viviendas, en la historia, en estos primeros cinco años del siglo XXI.
Pero también tenemos hoy una economía con dificultades: la mitad de quienes se integran a la vida productiva deben hacerlo en la informalidad o en EU, porque no se generan suficientes empleos. Aunque la migración al país vecino ha existido desde fines del siglo XIX, el ritmo se ha incrementado significativamente desde los años 70, para llegar hoy a cerca de 400 mil personas al año. Para no seguir con los detalles, sólo quisiera agregar un tema que es, en mi opinión, el más importante: la desigualdad. Somos, con la excepción de Brasil, el país más desigual del mundo. Pero esa desigualdad nos persigue desde siempre. América Latina es el continente con mayor desigualdad en el mundo, y esto no es porque el neoliberalismo nos haya hecho así. Hemos sido desiguales desde siempre, y no hay evidencia ninguna de que la desigualdad haya crecido en tiempos recientes. Por cierto, tampoco la hay de que se hubiese reducido en algún momento pasado, específicamente durante los años en que crecimos con todo el mundo, o durante los años 70, cuando el desarrollo se "compartía".
En resumen, el referéndum que tendremos el 2 de julio consiste en decidir si continuamos el proceso de los últimos 20 años, completando las reformas que nos hacen falta para competir en el mundo actual, o si preferimos borrar esos cambios e intentamos construir un país separado del resto del mundo. Porque no importa que votemos nosotros, el resto del mundo no piensa regresarse. Nada más observe un momento a China, que decidió abandonar un camino que no le llevaba a ningún lado y subirse al proceso mundial.
La decisión la tomaremos todos el 2 de julio. Podemos continuar el proceso que llevamos, completando lo que nos ha faltado, o podemos detenernos y regresar. Y precisamente porque eso es lo que decidimos, no es un asunto de un sexenio lo que vamos a votar, sino de una generación entera. Así que más vale pensarlo con calma.
macario@macarios.com.mx
Profesor EGAP. ITESM-CCM
23 de abril de 2006
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