Jorge Chabat
El Universal
11 de agosto de 2006
En varias ocasiones, el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, ha insistido que la campaña del PAN de considerarlo "un peligro para México" era fascista, puesto que lo descalificaba en términos absolutos. Y la verdad es que ese es un discurso inaceptable en una democracia, pues manda un mensaje de aniquilación del adversario y no lo ve como un contendiente legítimo. Sin embargo, no es sólo el PAN quien ha dado estas muestras de intolerancia.
El propio López Obrador ha mostrado un discurso similar frente a sus adversarios. De hecho, desde hace varios años, AMLO ha desarrollado un discurso polarizante en el cual ridiculiza y agrede a "los ricos", como lo hizo a raíz de la marcha de protesta por la inseguridad en 2004. Pero también AMLO ha descalificado a sus adversarios, sobre todo al PAN, a quien constantemente se refiere como "la derecha". En este sentido, la semana pasada, AMLO señaló que "el triunfo de la derecha es moralmente imposible, no pasarán". Esta afirmación es sorprendente y francamente inaceptable en una democracia.
En un sistema democrático, el triunfo de cualquier fuerza política que contiende dentro de las reglas es posible y legítimo. No se puede descalificar al adversario por razones ideológicas.
Finalmente, todos los partidos y todas las ideologías que compiten en elecciones democráticas son válidos y tienen derecho a ganar si obtienen los votos suficientes.
La lógica de descalificar a la ideología contraria es una característica de regímenes autoritarios o francamente totalitarios. Es la lógica de la Revolución Mexicana. Es el discurso de Plutarco Elías Calles frente a la oposición que se comenzaba a articular frente a los gobiernos surgidos de la gesta revolucionaria de 1910: frente al gobierno de la Revolución no hay oposición legítima. Es la lógica que usaba Fidel Velázquez cuando declaraba, en los años 80, que "a balazos llegamos al poder y a balazos nos van a sacar".
Finalmente, detrás de estas afirmaciones hay una visión del poder: éste deriva de la historia, de los movimientos sociales, de las revoluciones, no de las urnas. Y esta es una visión del poder que le es muy afín a la izquierda. En los años 60 y 70, cuando la única izquierda permitida en México era la de los partidos satélites, como el PPS, la izquierda opositora al PRI simplemente no existía de forma institucional y no participaba en elecciones.
Y esa situación no era sólo resultado de la prohibición de dichas organizaciones por parte del gobierno, sino también de una decisión propia: no participar en las elecciones "burguesas".
Finalmente la visión marxista era esa: la historia la hacen las masas con la revolución que va a destruir al capitalismo. Para el marxismo clásico la política era un asunto de bayonetas y no de urnas. Finalmente, la violencia y no las elecciones, es la partera de la historia. Y la historia camina en una dirección: la del proletariado, no en la dirección que elijan los electores.
Por eso parte del discurso del PRD en las pasadas elecciones era que había una ola de gobiernos de izquierda en América Latina que se iba a reflejar en México. Era la historia y no la decisión de los electores la que marcaba el rumbo de los acontecimientos. Por ello la "derecha" no puede ganar, porque la historia no va en esa dirección. Por ello, si dicen que ganó el PAN es porque hubo trampa. No hay de otra: la "derecha" no puede ganar ni moral ni históricamente.
Es sin duda muy preocupante que subsistan discursos intolerantes entre la clase política. No obstante, el problema mayor estriba en que esta visión está permeando en la sociedad. Lo veo yo a diario en los correos que recibo en los que abundan los argumentos ad-hominem. No importan los argumentos sino quién los dice. Y aquí aparece una vez más la visión marxista: cada quien habla de acuerdo con su clase social.
Por lo tanto, la discusión es imposible. No hay respeto por quien piensa diferente.
Peor aún, no se puede discutir. Con el enemigo no se discute. Con el enemigo, lo único que hay que hacer es destruirlo, como se veía en un dibujo hecho por un niño perredista, publicado hace un par de días en un diario capitalino, en el cual aparecía López Obrador sobre el cadáver destrozado de Calderón. Esa es la visión de los intolerantes.
Esa es la visión de quien no cree en la democracia ni en el voto. Y lamentablemente, esa es la visión de una parte de la clase política y de la población. Lo peor de todo es que quienes ven así a la política no parecen tener ningún pudor en mostrarla. No la ven como "políticamente incorrecta", sino que se enorgullecen de la misma.
Y ahí está el principal reto de la democracia mexicana: desarrollar la tolerancia y no ver a la intolerancia como una virtud sino como un defecto grave. El más grave de todos.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político e investigador del CIDE
11 de agosto de 2006
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