11 de agosto de 2006

López Obrador no sabe perder

El Mundo (España)
Editorial - Opinión
07-08-2006

Treinta y siete días después de las elecciones que dieron la victoria a su rival, el candidato izquierdista a la Presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador, sigue empeñado en una peligrosa huida hacia adelante que amenaza con desestabilizar el país y desatar una crisis sin precedentes. Ni la presión de la comunidad internacional ni el fallo inapelable de la Justicia han convencido a este demagogo de lo que a estas alturas es ya el desenlace de un proceso democrático con garantías plenas: que es el liberal Felipe Calderón y no él quien debe regir los destinos del país durante los próximos seis años.

Lejos de apaciguar a sus seguidores -que han acampado en el centro de la capital mexicana provocando graves problemas de tráfico y de orden público-, López Obrador volvió a llamar a la rebelión contra el nuevo presidente después de que los siete jueces del Tribunal Electoral decidieran por unanimidad un nuevo recuento en sólo 11.839 de las 130.477 mesas que había reclamado. Conviene recordar que todas las actas llevan la firma de los interventores de la coalición izquierdista, pese a que ésta quiera ahora impugnarlas.

Antes de que sea demasiado tarde, el candidato del PRD debería recapacitar sobre la patética imagen que viene ofreciendo desde los comicios, que recuerda a la del lastimero Silvio Berlusconi, que se negó durante semanas a aceptar la victoria de sus rivales. Con un agravante: il Cavaliere en ningún momento sacó, como él, a sus partidarios a la calle, poniendo en solfa la legitimidad de las urnas y tratando de colocar al país en un estado prerrevolucionario que amenaza con dinamitar la imagen de seriedad y moderación que con tanto celo ha ido construyendo durante estos años el presidente saliente, Vicente Fox.

López Obrador debe desmovilizar inmediatamente a sus partidarios y reintegrarse a la dinámica del juego democrático, donde podrá presentar sus propuestas y criticar las de sus oponentes desde el lugar en la oposición al que -aunque sea por un estrecho margen- le han relegado los electores. Cualquier otra vía le convertiría de inmediato en un político fuera del sistema y conduciría a México por una pendiente que sólo sería beneficiosa para su propio ego.

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