12 de agosto de 2006

El poder: la madre de todas las batallas

Carlos Ramírez
La Crisis - Diario de (Pos) Campaña
12-08-2006

Antes de salir a Chiapas, López Obrador abrió fuego: impedir el triunfo y la toma de posesión de Felipe Calderón. A eso se reduce todo. Y viene, pues, la guerra. Un poco a propósito de lo que ocurre, alguien por ahí me recomendó la relectura de Historia de la guerra del Peloponeso, de Tucídides. Y ahí encontré, en la introducción de Edmundo O´Gorman, una cita de Heráclito que cae al dedo: “la guerra es la madre de todo, la reina de todo”, que fue, por cierto, referida por Sadam Hussein cuando se hizo inminente la invasión de los Estados Unidos.

El dictamen final de la elección presidencial será, pues, la madre de todas las batallas.

Los resultados preliminares del reconteo parcial ordenado por el Trife han obligado a López Obrador a definir su estrategia. O a redefinirla. O finalmente a darla a conocer. Pero que tampoco nadie se llame defraudado o engañado. Todo comenzó a las once y quince del domingo 2 de julio cuando López Obrador se presentó ante las cámaras de televisión para anunciar que él había ganado las elecciones, que tenía una ventaja de quinientos mil votos, que la fuente eran encuestas de salida y que le exigía al gobierno reconocer su triunfo. Todo lo que ha ocurrido en estos larguísimos cuarenta días --que no son nada en tiempo pero que se han vivido y padecido cada minuto-- tiene que ver justamente con la conclusión de López Obrador de que él ganó la elección. Lo demás ha sido justamente el camino para llegar a este punto decisivo.

Aquella noche yo estaba en el estudio de Proyecto 40, en las instalaciones de TV Azteca en el Ajusco. Los presentes nos miramos incrédulo. No debía ser así. Yo hice rápidamente mis cuentas. Los quinientos mil votos eran insuficientes para avalar una victoria: alrededor de un punto porcentual. Y acaba de pasar la participación del consejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, diciendo que no podía declarar a ningún ganador porque las encuestas de salida y los conteos rápidos marcaban una ventaja mínima. De acuerdo con expertos, una encuesta de salida tiene un margen de error de 2.5-3 puntos porcentuales. Por tanto, López Obrador cantaba su victoria con cifras que estaban dentro del margen de error. Aún cuando fueran ciertas, era una imprudencia. O una provocación. Y además, las encuestas de salida no cuentan votos sino que reproducen al salir de la casilla el mismo proceso con urna. Es decir, no cuentan el voto efectivo.

Ahí comenzó todo. Y este fin de semana ha comenzado a revelarse el destino final de la lucha de López Obrador: como nunca le van a reconocer su presunta victoria, entonces va a buscar el desprestigio nacional e internacional de la elección y la anulación de las elecciones presidenciales; si no lo logra, entonces va a impedir por medio de la violencia política de las masas la toma de posesión de Felipe Calderón el primero de diciembre próximo. Y con ello, llevar al país a una severa crisis constitucional porque entonces el país quedaría sin jefe de Estado.

López Obrador ya decidió irse al maximalismo: o él o nadie, sin importar el costo político y económico de su lucha. Y para lograrlo, no ha vacilado en ir sembrando el camino poselectoral de minas antipersonales: el plantón en las principales avenidas del DF, los bloqueos de calles y empresas, el desprestigio internacional. Y viene lo más fuerte: el escalamiento del conflicto para estallarlo a nivel nacional. Pero como no hay una estrategia política dentro de las instituciones, entonces hay que comenzar también a escalar el análisis: López Obrador pretende repetir el caso del EZLN y convertir su movimiento pacífico en una verdadera rebelión violenta con indicios revolucionarios.

Los rumores comienzan a aumentar de tono. Que mañana domingo López Obrador anunciará, ante el final del recuento de votos que no modificó la tendencia anterior del IFE, el paso a la siguiente fase: instalar el conflicto a nivel nacional y preparar la estrategia para reventar la ceremonia del sexto informe presidencial de Vicente Fox. Por lo pronto, también hoy corrieron los rumores de que mañana podría anunciarse el levantamiento del plantón en el DF. Las críticas han sido severas y los costos políticos para la lucha de López Obrador comenzaron con la fractura de su propia coalición. Pero hay indicios de que López Obrador ha dado la orden de mantenerlo.

La lucha central se va a dar ya no en Paseo de la Reforma sino en el Zócalo. López Obrador va a secuestrar no la plancha sino la entrada oficial a Palacio Nacional, sede institucional del Poder Ejecutivo Federal. Y dejar al presidente de la república sin ese simbolismo del poder. Lo paradójico sería que el juarista de López Obrador --que tiene la imagen del Juárez itinerante porque la invasión le quitó el espacio de la capital de la república-- ahora se vea como ese invasor que le quita al presidente de la república la sede fundamental de su poder. Sin ganar la presidencia, López Obrador podría conformarse con el espacio de Palacio Nacional.

Lo malo, sin embargo, es que su lucha es de resistencia, no de ofensiva política o institucional. El que gane la calle ya no ganará el poder. El plantón en el Zócalo generó protestas pero no le dio a López Obrador ni un átomo de poder adicional. Al contrario, lo presentó como un político agitador. La pregunta que corre en estos días va al centro del debate: ¿así iba a gobernar López Obrador de haber ganado? ¿Confrontándose en las calles con todos los que se opusieran a sus decisiones? Pues sí. López Obrador no es un estadista. Es más, ni siquiera es político. Su perfil es de líder social que no acepta regateos y que siempre quiere obtener todo. Así gobernó el DF. Así se advirtió que gobernaría. Creó instituciones centralizadas en el ejecutivo. Impuso leyes en la asamblea. Nunca reconoció a otros gobernadores y los despreció con tranquilidad. Así iba a ser en Los Pinos.

El país, en cambio, había comenzado una larga y tortuosa transición política desde la masacre en Tlatelolco. Con avances y retrocesos, el país llegó a la alternancia partidista en la presidencia en julio del 2000. López Obrador quería ganar para revolucionar el sistema político y hacer uno nuevo en función de sus intereses. Pero se encontró que el sistema legal tiene sus reglas. Y que el PRD contaba con un voto de un tercio pero con una base política de un cuarto, debido a los votantes no perredistas con votos fluctuantes. En su lucha por el poder, López Obrador tuvo que revelar su lista de instituciones marcadas, aquéllas a las que ha atacado y destruido con cuestionamientos: la Corte, el Congreso, los partidos, el IFE, el Trife, las televisoras, los medios escritos críticos, los gobiernos estatales, los jueces y todas aquellas instituciones que se crucen en su camino.

Las vías del cambio político son sólo dos: la pacífica, legal e institucional y la violenta, revolucionaria y destructiva. México conoció y padeció la revolucionaria. Y decidió por la pacífica. Por eso López Obrador no pudo obtener el triunfo ni logró construir una mayoría. Sólo que se lo han dicho pero no lo ha querido entender. Él va a seguir su camino de movilizaciones. Y buscará construir una nueva alianza con todos los grupos anárquicos y radicales que han quedado a la vera del camino, los mismos que, por cierto, ha tratado de unificar el subcomandante Marcos. Aunque sin mucho éxito. Al final, el México que sostiene a la república es el institucional. Y los grupos contestatarios tienen sus espacios pero no son decisivos.

Este fin de semana será, pues, de definiciones para la siguiente fase. El Trife va a dictaminar legal la elección y pronto decretará la presidencia electa de Calderón. Ahí pasará López Obrador a otra fase de lucha. La que viene en los próximos días será la de la inestabilidad urbana, con más plantones, marchas, bloqueos y ataques. Pero una vez que se declaren legales las elecciones, las instituciones también seguirán su curso. Y los perredistas habrán de legitimar las elecciones cuando instalen el próximo Congreso.

Al final, todo indicaría que la validez de las instituciones para marginar y a aislar la lucha social callejera de López Obrador. Si eso no ocurre, entonces en México habrá un estallamiento revolucionario peor que el de 1910. A este punto hemos llegado: al de los análisis extremos a la orilla del abismo.

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