11 de agosto de 2006

La batalla apocalíptica de López Obrador

Ciro Gómez Leyva
Milenio
07/08/2006

La estrategia de Andrés Manuel López Obrador sólo concebía un desenlace: ganar el 2 de julio. Ya vendrán los estudiosos que expliquen con la distancia debida por qué con tanto dinero en la chequera, los medios informativos abiertos de par en par y una sustanciosa ventaja de arranque en las encuestas, él y su equipo fueron incapaces de triunfar. Más que por la irresponsabilidad del presidente Fox y las campañas de odio, llegamos a esta circunstancia por la falta de talento de López Obrador, las redes ciudadanas y el PRD para imponerse en las urnas.

Al fracasar en la tarea de romper los platos de la vieja vajilla por la vía electoral, López Obrador se ha colocado fuera de la lógica del 2 de julio, fuera de la racionalidad democrática, por más que maniobre con el señuelo del voto por voto. El movimiento que hoy encabeza es una insurrección que se escribe en otro alfabeto, con otros signos de admiración e interrogación.

Una pista para tratar de comprender lo que está ocurriendo se encuentra en un ensayo de Paul Berman, publicado en el número de julio de Letras Libres, pues México parece estar comenzando a vivir lo que el autor define en abstracto como la batalla apocalíptica del líder y su “pueblo bueno” contra la “siniestra conspiración de las fuerzas corruptoras”.

No importa que la mitología se asiente sobre una cama de mentiras, que el “pueblo bueno” esté plagado de maleantes, ni que muchas de las “fuerzas corruptoras” hayan sido honestas aliadas de la “causa justa”. La batalla apocalíptica, excitada por un odio inmenso contra (y aquí cito al López Obrador de ayer en el Zócalo) “nuestros adversarios que han querido destruirnos y no nos han dejado otra opción”, se ha iniciado. Su único desenlace aceptable es el de una purificación de la sociedad que elimine los privilegios y (López Obrador, de nuevo) le dé “patria al humillado”.

Hay mucho de traicionero en este giro estratégico. Pero como en otras revueltas, en la de López Obrador hay también un factor brutalmente seductor. Alguien, por fin, le está haciendo sentir a los poderosos de México que el destino manifiesto del país no es el de sus monopolios, utilidades, ebitas, jueces a modo.

La toma de Reforma puede ser, acaso, un primer botón de muestra. No se trata ya de convencer electores, sino de poner en su lugar a las “siniestras fuerzas corruptoras”.

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