Ricardo Alemán
El Universal - Itinerario Político
13 de agosto de 2006
Ni cibernético ni a la antigüita; simplemente el fraude no apareció
¿Qué van a decir ahora, qué nueva mentira colectiva van a sacar?
¿Qué van a decir ahora, cuando al recontar casi en su totalidad 9% de las casillas impugnadas por la coalición Por el Bien de Todos, no apareció el fraude buscado? ¿Qué van a argumentar? ¿De qué nuevo engaño echarán mano para mantener prendida, de manera irresponsable, la esperanza de miles o millones de mexicanos que creyeron en ellos?
La realidad es muy distinta a lo que suponían quienes intentaron descalificar la elección presidencial del pasado 2 de julio. Y es que paso a paso se confirma que el reclamo de "voto por voto" para denunciar un supuesto fraude electoral, no fue más que un discurso demagógico producto de una estrategia política cuyo fin último era y sigue siendo impedir, a costa de lo que sea, que Felipe Calderón asuma el cargo que por una limitada mayoría le entregaron los electores.
Hoy se sabe, según la versión de perredistas cercanos a AMLO, que para el caudillo de la coalición Por el Bien de Todos, lo importante no era el recuento de los votos y menos limpiar la elección, porque desde la noche del 2 de julio sabían que no les favoreció el sufragio mayoritario. Frente al revés electoral inesperado para todos en el PRD -que tomó mal parados a los estrategas de la coalición-, el primero en reaccionar fue el propio López Obrador, quien echó a caminar una estrategia en donde la prioridad no era demostrar las supuestas o reales irregularidades electorales, sino fomentar una engañosa sensación de fraude, debilitar la credibilidad de las instituciones electorales y, con ello, forzar la anulación del proceso electoral. ¿Por qué? Porque AMLO considera que si no es él el nuevo presidente, entonces es el caos.
Engaño colectivo
Así, desde el 3 de julio arrancó la estrategia de descrédito de todo el proceso electoral y de las instituciones que lo hicieron posible. Con López Obrador a la cabeza y con el apoyo decidido de estrategas y aliados mediáticos y por muchos personajes que ya se veían tripulando importantes cargos en el gobierno de la dizque izquierda, se inició la demolición de las instituciones, no porque existiera fraude alguno, sino porque el voto mayoritario los derrotó.
Entonces aparecieron insultantes engaños colectivos como la supuesta desaparición de 3 millones de votos, que no era más que la separación de los votos inconsistentes; la supuesta apertura de casillas por parte del IFE dizque para alterar los resultados, que no era más que la apertura de casillas a petición de los partidos y sobre todo el PRD, para revisar presuntas irregularidades.
Luego aparecieron denuncias de que se había realizado un fraude generalizado mediante métodos cibernéticos, a través de la introducción de un supuesto algoritmo. La chistosa versión terminó en una vacilada y en el ridículo de quienes desde sus trincheras mediáticas inventaron tal despropósito. El propio AMLO dijo que el fraude no fue cibernético, sino "a la antigüita". Pero el recuento de votos ordenado por el Tribunal Electoral mostró que ni cibernético ni a la antigüita; simplemente no existió el supuesto fraude que alardeó el candidato perdedor, Andrés Manuel López Obrador.
Lo que sí existió fue un monumental engaño colectivo que se alimentó con la frustración de millones de simpatizantes a los que se les hizo creer que López Obrador era indestructible. Con ese combustible, el del supuesto fraude y con la siempre combustible irritación de los frustrados simpatizantes de la coalición Por el Bien de Todos, aparecieron las gigantescas movilizaciones de miles de simpatizantes que más que en el fraude, descreían de la derrota de su caudillo. Pero hubo más: las movilizaciones fueron también alimentadas con el dinero público y con el apoyo de todo el peso político y operativo del Gobierno del DF. Y por si fuera poco, con esa mezcla explosiva -que combinó engaños deliberados, frustración por la derrota, rencor social y el uso del gobierno capitalino para organizar la protesta-, se prendió el fuego de la también supuesta resistencia civil.
Recuento de daños
Hasta ese momento, hasta que se echó a caminar la supuesta resistencia civil, la estrategia mediática de presunto fraude le resultó exitosa a López Obrador, quien sin duda convocó a las más numerosas concentraciones en el zócalo capitalino -aunque para ello contó con dinero y apoyos logísticos del Gobierno del DF y de gobierno estatales del PRD-, que mostraron de manera contundente la capacidad de AMLO para el engaño colectivo. Y no se pretende decir que son tontos o limitados los miles o millones que creen y simpatizan con la causa de López Obrador. No, los millones que votaron por esa alternativa electoral, que creen en el discurso de AMLO y que llenaron el zócalo, son mexicanos que de manera legítima aspiran a un cambio, que rechazan al PRI y al PAN como alternativa de gobierno y que creyeron que esa, la de López Obrador, era su alternativa real. El problema no está en el credo y menos en los creyentes -porque todos tenemos el derecho a creer y simpatizar en quien nos plazca-, sino que el problema son los sacerdotes que manipulan el credo y sus devotos.
Frente a esa contradicción, la de manipular una esperanza legítima de cambio, pronto aparecieron los críticos a las formas, y que antes eran fervientes convencidos del fondo. Las acciones de resistencia civil fueron la gota que de derramó el vaso. Por su origen autoritario, por sus objetivos poco claros, por sus efectos desastrosos contra el ciudadano de la calle, el bloqueo de Reforma fue rechazado por reputados aliados de López Obrador. Ahí empezó el declive de la exitosa -aunque engañosa- estrategia postelectoral del candidato de la coalición Por el Bien de Todos. Luego vinieron los desmarques obligados. El costo de la resistencia civil pegó en la línea de flotación de la credibilidad, la confianza y la popularidad del caudillo, quien dio un paso atrás -no en sus objetivos, sino en los métodos-, para ordenar que los dirigentes de la coalición, del PRD, PT y Convergencia, se involucraran en la resistencia civil, y que no lo dejaran solo.
Y en efecto, aparecieron como promotores de la resistencia civil los dirigentes partidistas. Pero en contraste, los jefes de los partidos que integran la alianza Por el Bien de Todos -PRD, PT y Convergencia-, se negaron a renunciar a sus diputaciones y senadurías, los trofeos de guerra de la contienda del 2 de julio, pero que no quedaron en manos de AMLO.
Así, cada vez son más los cuadros de primer nivel de la coalición Por el Bien de Todos, que se alejan de las estrategias radicales de AMLO. Más aún, cada vez son más los perredistas, petistas y convergentes que reconocen la derrota, que aceptan que resulta suicida la locuaz resistencia civil, y que han empezado clandestinos acercamientos con el equipo de Felipe Calderón. Y es que junto con AMLO, los partidos coaligados y sus centros de poder, pierden imagen, confianza y credibilidad confirme siguen en la resistencia civil.
El golpe mortal
Pero como no existe mal que dure 100 años ni mortal que lo aguante, el golpe definitivo que recibió la estrategia postelectoral emprendida por AMLO se lo dio el Tribunal Electoral -la máxima instancia electoral mexicana a la que se reclamó el voto por voto-, cuando rechazó la demanda de la coalición para llevar a cabo un nuevo conteo del total de los votos depositados en las urnas. El golpe fue demoledor para el ánimo de miles de simpatizantes de AMLO, cuando descubrieron lo que siempre quisieron ocultar los mariscales de López Obrador: que el reclamo de voto por voto no era ni sería posible por una razón elemental. Porque la coalición Por el Bien de Todos nunca impugnó el recuento del total de las casillas. Más aún, porque no logró siquiera tener representantes de casilla en el 30% del universo total de los centros de votación.
Nadie en el círculo cercano de AMLO calculó el golpe que provocó en el ánimo de sus simpatizantes el hecho de enterarse que habían sido engañados, que el recuento de voto por voto no fue siquiera demandado ante el Tribunal Electoral, y que por esa razón no fue siquiera analizado por el propio tribunal. En efecto, en el discurso de dijo que existían irregularidades en 70 mil casillas, pero sólo se impugnaron poco más de 40 mil, de las cuales por lo menos el 50% -es decir, cerca de 20 mil casillas-, fueron impugnadas con argumentos insostenibles. Por eso el tribunal sólo ordenó abrir los paquetes y recontar los votos en cerca de 12 mil casillas, porque en el resto las impugnaciones resultaron inconsistentes.
Cuando el engaño quedó al descubierto, el caudillo decidió mudar de piel y gritó que lo importante no era el recuento del voto por voto, sino la lucha por la "purificación de las instituciones". Luego advirtió que "el triunfo de la derecha era moralmente imposible". ¿Qué se desprende de esos dos obuses declarativos? Una vez decantado el contenido de las arengas, queda claro que el objetivo de López Obrador, a lo largo de todo el proceso presidencial, siempre fue alcanzar el cargo de presidente de los mexicanos para imponer su mística concepción de poder. Él, López Obrador, es el elegido por una fuerza superior, para terminar desde el poder público con todos los males de los mexicanos, del sistema político corrupto.
Hasta aquí no existe problema alguno. En su lucha por alcanzar el poder presidencial, en realidad AMLO tiene el derecho de promover el credo político o religioso que le plazca y el programa social, político y económico que crea conveniente para llevarlo a cabo. López Obrador tiene el derecho de creer que es el mesías tropical o del altiplano, y de suponer y hasta proponer que su misión en Tabasco, en México y entre los mortales es la "purificación de las instituciones". De eso se trata la democracia, de confrontar ante los ciudadanos las propuestas de gobierno.
A su vez, los ciudadanos, sean ricos o pobres, prietos o güeros, gordos o flacos, hombres o mujeres, nacos o no, también tienen el derecho de afiliarse al credo político que les convenza, el que les parezca que resuelve sus problemas, sea el de los amarillos, los azules o los tricolores. Hasta aquí, hay que insistir, no hay problema.
El problema viene cuando a la arenga de "purificar las instituciones" se le asocia esa de que "el triunfo de la derecha es moralmente imposible". ¿Qué quiere decir que un credo político, como la derecha -a la cual no defendemos y por la cual no votamos y nunca votaríamos, pero que tiene tanto derecho a existir como la trasnochada izquierda que dice representar AMLO-, es moralmente imposible? ¿Quiere decir que sólo la moralidad está del lado de la izquierda de AMLO? ¿Que la suya es la causa buena, la causa moral y las otras causas son inmorales? ¿Significa que vivimos una disputa político-electoral entre buenos y malos?
Puede ser todo eso y mucho más, pero el mensaje de fondo es otro, el que va dirigido contra la concepción elemental de democracia electoral. Es decir, que AMLO nunca creyó que alcanzaría el poder en una contienda electoral como la que vivimos y menos en una contienda regulada por instituciones creadas para soportar precisamente la democracia electoral. No, la democracia electoral es lo de menos, porque en el fondo López Obrador siempre creyó en la imposición a partir de la popularidad y la justeza de sus causas.
Según AMLO, sus causas son justas para "la gente", su imagen y su mensaje son los de un mesías, y su popularidad es imbatible. Lo demás no existe; ni la democracia ni las instituciones, ni el voto mayoritario. Nada de eso sirve. Es más, su causa debe "purificar" esas instituciones impías. Lo único que vale es la justeza de su causa, por encima de las reglas y las instituciones. Por eso arenga a que "el triunfo de la derecha es moralmente imposible".
Pero resulta que no todos los ciudadanos, no todos los electores, ni todos los que acudieron a las urnas el 2 de julio, piensan como AMLO. Es más, 65% de quienes acudieron a votar dijeron que no quieren a AMLO. Y como los mercaderes del templo, esos renegados son castigados por un mesías que reclama fraude, no porque tenga pruebas, sino como una fórmula para imponer, a costa de lo que sea, su verdad y su credo; para impedir, a costa de lo que sea, que la perversa derecha llega al poder, precisamente cuando se enfrentó a la pureza y la justeza de esa izquierda que representa AMLO.
Ese es el problema, no la democracia.
El recuento
Por lo pronto en los próximos días el Tribunal Electoral comprobará que el recuento de votos en casi 12 mil casillas no permitió ver más que las fallas normales en una elección de la complejidad de la del domingo 2 de julio, y no apareció el fraude anunciado. ¿Qué van a decir ahora? ¿Qué nuevo engaño colectivo van a argumentar? Tienen razón quienes aseguran que López Obrador no va a reconocer nada que no sea su presunto triunfo. Y es que en efecto, luego de su derrota en las urnas el domingo 2 de julio, el paso siguiente es la destrucción de la democracia electoral mexicana, de sus instituciones. Pero el engaño no puede atrapar a todos todo el tiempo. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
13 de agosto de 2006
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