Benito Nacif
Excelsior
14-08-06
Las elecciones presidenciales de México atrajeron en su momento la atención de la opinión pública internacional. Los principales diarios del mundo enviaron a sus corresponsales a cubrir el evento. Para muchos de ellos, la gran pregunta era si México se uniría a las grandes democracias de América del Sur que, con excepción de Colombia, habían adoptado gobiernos de izquierda.
En otras palabras, la atención estaba centrada en López Obrador y lo que él representaba. Los analistas de la prensa internacional querían saber quién era realmente el popular alcalde de la Ciudad de México y qué esperar en caso de que su anunciado triunfo en las elecciones presidenciales se confirmara. ¿Se trataba de un Chávez o un Lula?
El resultado de la elección fue para muchos de ellos decepcionante. Primero, porque el ganador resultó ser Felipe Calderón, el candidato del "conservador" partido en el gobierno (el triunfo de candidatos conservadores no suele ser algo que atrape la imaginación de los corresponsales extranjeros). Segundo, porque días después de que ellos reportaran al mundo unas elecciones pacíficas, ordenadas y transparentes, López Obrador los acuso de ciegos o tontos, pues "observaron pero no vieron" el gran fraude electoral que se fraguó en su propia cara. Tercero, porque efectivamente López Obrador no era ni Chavez ni Lula, sino López Obrador: el mismo de siempre, que luego de perder una elección se dedica a hacerle la vida imposible al ganador, cueste lo que cueste.
El colmo de la historia fue la entrevista a la cadena Univision en la que López Obrador anunció, en contra de toda evidencia disponible y sin más prueba que su palabra, que él era "el Presidente de México por voluntad de la mayoría de los mexicanos". Si esto no fue suficiente para descartarlo como un "perdedor ardido" (palabras de The Economist), AMLO se aseguraría de ello con su siguiente medida: la instalación del plantón permanente en las calles del centro de la Ciudad de México, incluido el emblemático Paseo de la Reforma. Ante los ojos de la prensa internacional aparece como un ejercicio irracional y destructivo del poder político; un castigo injustificado a los habitantes de la Ciudad de México que, el pasado 2 de julio, votaron abrumadoramente por él.
Se podría concluir que, para un político que había manifestado sin empacho su desprecio por el mundo exterior, la opinión pública internacional le resultaba irrelevante. Después de todo, López Obrador se enorgullecía de no tener pasaporte y declaraba, con ese desenfado con el que se anuncian las verdades obvias, que "la mejor política exterior es una buena política interior". Pero, de un político sin estrategia, quien ha conseguido sus éxitos a base de golpes "geniales" para salir de un hoyo antes de entrar al otro, todo puede esperarse.
De forma sorpresiva e inusual, López Obrador decidió lanzar un intento por recuperar el interés y la credibilidad de que alguna vez gozara en la opinión pública internacional. El viernes pasado apareció en las páginas editoriales del prestigioso diario neoyorquino The New York Times un breve artículo firmado por él mismo, en el que se presenta como víctima de una elección amañada y pide el apoyo de la comunidad internacional en su lucha por la democracia en México.
El problema para López Obrador es que su descubrimiento del mundo exterior llega un poco tarde, cuando la opinión pública internacional se ha olvidado de él y se encuentra concentrada en eventos de mayor envergadura. Su artículo aparece publicado un día después de que los servicios de inteligencia británicos frustraran un atentado terrorista de proporciones similares al del 11 de septiembre, organizado por células de Al-Qaeda. Si eso no fuera suficiente, hay una guerra en Líbano que absorbe el esfuerzo diplomático de todo el mundo occidental. Incluso aquellos analistas que siguen la política de América Latina están más interesados en la larga convalecencia de Fidel Castro y la transmisión del poder a su hermano Raúl, que en la campaña por el recuento en México.
El llamado de López Obrador a revisar su caso adolece de una falla aún mayor: está lleno de inconsistencias y omisiones que le restan credibilidad ante la opinión pública internacional. Resultará por lo menos extraño que pida el recuento de los votos para aclarar el resultado de una elección que él mismo juzga como fraudulenta. La comparación de su campaña de "resistencia civil pacífica" con los movimientos de Gandhi y Martin Luther King va más allá de los límites de lo creíble. El candidato que más spots pagados tuvo, que cuenta con el apoyo abierto del gobierno del DF, que dispone del financiamiento público del PRD y cuyos voceros aparecen diariamente en TV dice que la única forma de hacer que su voz sea escuchada es bloqueando "pacíficamente" las calles de la Ciudad de México.
En un punto, sin embargo, resulta muy convincente: López Obrador es una víctima, pero una víctima de sus propios errores.
bnacifmx@yahoo.com
14 de agosto de 2006
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