Andrés Pascoe Rippey
Crónica
13 de Agosto de 2006
A Pati, gracias por un año maravilloso.
Tengo una frase para el cobre: la esperanza es cruel y persiste. Es cruel porque estar esperanzados nos mantiene en un eterno estado de expectativa, de proyección hacia delante. Y por eso nos lastima: porque la realidad nos decepciona una y otra vez, rompiéndonos el corazón poco a poco. Pero seguimos creyendo y, al hacerlo, nos volvemos a decepcionar.
Este fenómeno se vuelve aún más grave cuando se alimenta de mentiras, mentiras que optamos por creer, aunque en el fondo de nuestra mente sepamos que son mentiras; mentiras que deseamos —con furia— que sean verdad, con tanta furia que haremos cualquier malabar retórico con tal de que se cumpla.
Pero la realidad, al final, vuelve a imponerse y vuelve a dolernos. Las mentiras sólo duran cierto tiempo y se van desgastando, contradiciendo, volviéndose evidentes. Sin embargo, más fuerte que cualquier realidad son las ganas de creer.
Eso es lo que están padeciendo hoy los fervientes seguidores de Andrés Manuel López Obrador. A pesar de que la realidad los sigue desmintiendo día a día, con rudeza a veces, todo elemento es reinterpretado, masticado y adaptado para justificar la mentira original.
Para entender esta mentira original hay que hacer un poco de memoria. Recordemos el día de la elección. AMLO llegó no sólo prometiendo que respetaría el resultado, sino seguro de un éxito rotundo. Su asesor Manuel Camacho escribió, ese día, un artículo que saldría publicado el tres de julio, en el que celebraba la responsabilidad cívica de los mexicanos.
Esa misma noche, el ex jefe de gobierno celebró en el Zócalo: “ganamos la elección” dijo, apoyando su creencia en “actas y encuestas de salida”. Osado, incluso aventuró la cifra con la cual ganó: 500 mil votos.
Las actas jamás las vio nadie. Las encuestas de salida fueron contradichas por otras. Pero ya, esa misma noche, era demasiado tarde. Ya había dicho que ganó, y en la dimensión AMLO retractarse es el suicidio. Así que a partir de ahí empezó la construcción de la teoría del robo, que empezó con “irregularidades”, pasó a “fraude” y acabó en “cochinero”. Las primeras evidencias fueron burdamente desmentidas. Pero no importa: la esperanza persistía. Con nuevas evidencias, cada vez más delirantes (hubo ciberfraude; siempre no; siempre sí), la gran mentira se fue construyendo, para llegar a su culminación máxima: “es moralmente imposible que gane la derecha”. Irónicamente, no había escuchado una retórica tan anticuada desde que estuve en Chile, dónde los ultraderechistas también consideran “moralmente imposible” (¡cita exacta!) que se condene a Pinochet a prisión.
Mientras los críticos de AMLO se sintieron tranquilos al confirmar que, en efecto, es un tipo que no respeta las leyes ni las instituciones, algunos de sus seguidores empezaron a dudar. ¿Era tan claro el “fraude”? ¿Era necesario el plantón en el centro de la ciudad? ¿Por qué las demandas se contradecían? ¿Cómo se pide recuento y al mismo tiempo se rechaza, se preguntó Denise Dresser? Ella, junto con todos los que se atrevieron a criticar los métodos o las formas de protesta de AMLO han sido castigados. El mismo dijo “son intelectuales... no tienen oficio político”. O, en otras palabras: cuestionarme es “moralmente imposible”.
Mentira que cae es respaldada con una nueva. La carta del ex candidato al New York Times es de lo más reveladora. En ella, al pedir apoyo internacional para su causa, asegura que “las encuestas finales pre-elección mostraban a mi coalición adelante o empatada con el PAN de Calderón”. What? ¿No que todas esas encuestas estaban cuchareadeas? ¿No que diez puntos de ventaja? En ese mismo texto asegura que “el Tribunal ordenó un recuento inexplicablemente restrictivo”. Una vez dije en este espacio que AMLO había pedido el “voto por voto” porque sabía que no se lo darían. Ahora se puede ir más lejos: pidió el recuento voto por voto ASEGURANDOSE que no se lo dieran. De lo contrario, habría impugnado todos los distritos. Era muy sencillo. Pero no lo hizo.
Pero esa carta es lo de menos. Es mucho más trágico lo que pasó con el recuento que ordenó el Trife. Por un lado lo considera inútil y se descarta, pero por otro lo parece evidencia clara y suficiente de que hubo fraude. ¿Cómo puede algo al mismo tiempo ser inútil y prueba fehaciente?
La gran frustración de los perredistas es que esperaban que Calderón perdería entre 20 y 60 mil votos: más que suficiente para demostrar que había un manipuleo real. Sin embargo, los cambios no fueron así. Se mostraron errores de sumas, fallas ciudadanas; se mostró que la gente se equivoca a veces y que había variaciones. Pero jamás se logró demostrar que la variación era tan grande como para alterar el resultado. No se constató un intento decidido a alterar la elección. Eso, claro está, no importa: con que cambiase un voto era suficiente para que los fans de AMLO gritaran fraude. Porque, la verdad, AMLO nunca necesitó probar nada. Bastaba con que él opinara que le robaron su “legítimo triunfo”. La esperanza es más que suficiente para alimentar a los duros. La esperanza y algunas mentiras. Por eso ahora su propuesta de “purificar” la vida pública es vista como el eje de su proyecto de Nación. ¿Quién es el Gran Purificador? El y sólo él: el hombre, el mito. Aquél que tiene en sus manos la verdad redentora.
Como sea, y con lo dolorosa que es, la esperanza es importante. Hay que tenerla. Hay que cuidarla. Es una fuerza de cambio, de progreso, de motivación. Pero sobre todo, no hay que desperdiciarla en causas engañosas y que, al final están sustentadas en la vanidad de un hombre.
apascoe@cronica.com.mx
13 de agosto de 2006
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