Carlos Ramírez
La Crisis - Diario de (Pos) Campaña
17-08-2006
El debate sobre el corto plazo mexicano parece ya no centrarse en el conflicto poselectoral sino en los cotos y sacrificios. El ex consejero presidente del IFE, José Woldenberg, se duele que la pugna electoral haya comenzado a minar las instituciones electorales que se construyeron los últimos casi veinte años. La politóloga Denise Maerker dice que no puede comprender el discurso de López Obrador porque, valga el juego de palabras, “es incomprensible”. La columnista Yuriria Sierra cuenta la anécdota del viaje de López Obrador a Chiapas y su soledad en la sala de espera del aeropuerto del DF. Y el escritor Jorge F. Hernández cita un párrafo de Edmund Burke sobre la pasividad y la acción en los conflictos.
Y al final, el ciudadano confirma estimaciones o desecha posibilidades y queda igual. Los protagonistas de la política parecen haber sido arrastrados por la dinámica del conflicto de López Obrador y sus impulsos personales, aún siendo políticos, carecen de las virtudes de los consensos. El país parece arrastrado por la fuerza de una marea de origen desconocido y sin indicios de llegar a buen puerto. Los medios reflejan ya el cansancio y lo dejan entrever en la reiteración de los marcos del análisis. A veces pienso que López Obrador quiere ganar no por la fuerza de sus convicciones sino por el agotamiento físico e intelectual de la sociedad.
Apenas ha pasado casi mes y medio de las elecciones y el país vive una agitación creciente todo el día. Bueno, el DF. Pero comienza a extenderse: Oaxaca se sostiene como conflicto político por López Obrador. Ya viene el conflicto electoral y poselectoral en Chiapas. Y le sigue Tabasco. El común denominador es la intención de López Obrador de ser presidente de la república, ambición por cierto indiscutible. El problema estalla cuando el candidato perredista, que había decidido jugar por la vía legal e institucional, decidió desconocer los resultados, insistir en que él ganó las elecciones y no conformarse sino con la banda presidencial el próximo primero de diciembre.
En este poco más de cuarenta días la situación política pasó de la estabilidad al conflicto. Pero percibo un detalle nada menor: los mercados no han roto sus expectativas y siguen sólidos. La relación entre la solidez económica y la estabilidad política pasa por las expectativas. Y parece ser que nadie le concede demasiada preocupación a López Obrador. Los mercados siguen bien, a pesar de que el perredista ya amenazó con impedir la toma de posesión de Felipe Calderón y que provocó un choque con la policía el lunes pasado con varios legisladores perredistas aporreados. Los mercados siguen imperturbables. Si la medida de todas las cosas son los mercados, entonces López Obrador ya perdió no sólo la presidencia sino la lucha poselectoral.
Lo malo es el ambiente. El país había logrado asimilar sin conflictos la alternancia partidista en la presidencia de la república en el 2000. Y hoy regresamos a los conflictos anteriores a la alternancia, como si el tiempo hubiera transcurrido en balde y los avances no hubieran existido. El tono rijoso de algunos medios simpatizantes con López Obrador pregona ya una nueva revolución, indican un estado de descomposición que no se ve en las calles ni en los mercados y concluyen una profunda crisis que parece aún lejana. Tan el país está bien, que los datos de Yuriria Sierra revelan a un López Obrador en la sala de espera del aeropuerto y su diálogo educado, simpático y superficial con dos simpatizantes de Felipe Calderón.
Esos datos exhiben un país, diríase, del absurdo cotidiano. Una anécdota para El libro del desvarío humano de Paul Auster. López Obrador usando con tranquilidad el aeropuerto capitalino para viajar a Chiapas, pero la terminal aérea amenazada con ser tomada por las brigadas de choque del candidato presidencial perredista y vigilada estrechamente por la Policía Federal Preventiva. Un observador objetivo podría concluir, entonces, que la crisis poselectoral mexicana es de caricatura. ¿A lo mejor porque López Obrador usaría el aeropuerto el sábado pasado sus brigadas de choque no amenazaron con paralizarlo? ¿Es serio amenazar un territorio federal y luego ser beneficiario de sus servicios? ¿Qué pasaría si López Obrador tuviera la necesidad de usar un banco en el centro de Oaxaca hoy tomado por maestros simpatizantes de la lucha poselectoral?
México, de nueva cuenta, se aparece como un país kafkiano, centro del absurdo cotidiano. Un López Obrador viajando a Chiapas como hijo de vecino podría ilustrar la dimensión del conflicto. Nadie lo ofendió, nadie lo encaró. Aunque los perredistas en cualquier parte no dejan de hostilizar a sus adversarios, de humillarlos, de atacarlos, de hostilizarlos. Ahí se revela el conflicto de fondo: mientras la sociedad soporta con estoicismo la agresión en las calles con los plantones y campamentos, los perredistas se dedican a hostilizar a los adversarios. Fuera del corredor Zócalo-Madero-Juárez-Reforma la vida cotidiana sigue su marcha. La mayoría de los capitalinos hemos logrado eludir la zona de los campamentos. Y no es difícil. Y con ello, la intención de sacudir la conciencia del ciudadano con el secuestro de una parte de la ciudad pierde efectividad. En dos meses más el capitalino habrá absorbido el plantón como parte de su cotidianeidad. Y la intención provocadora del plantón dejará de ser eficaz. Bueno, no tanto. Ahora mismo ya el ciudadano aprendió a convivir con el plantón. El lunes entrarán a clases los niños de primera y habrá desórdenes durante una semana. Y luego, el absurdo cotidiano dejará de ser el plantón.
La lucha de López Obrador, pues, se aísla de sí misma. Se retroalimenta. Se trata de la soledad del poder. Depende, eso sí, de la estridencia y de la capacidad de inventar cosas para llamar la atención. A eso, pues, se ha reducido la lucha: a atraer la curiosidad. Pero no llegan a generar movilización política o de masas. Ahí están los plantones semivacíos o las asambleas informativas decrecientes. Aunque, al final, eso es lo de menos. Se trata sólo de tener espacio en los medios. Y de amenazar.
Pero la realidad es que el movimiento de protesta de López Obrador no es masivo, convoca a los grupos dependientes del PRD y del gobierno del DF y no incluyen a la ciudadanía. Y es extraño que en el DF haya más protestas que apoyos, cuando la ciudad de México es un bastión del PRD. La ciudad sigue su vida cotidiana con más quejas que solidaridades.
De ahí la percepción de la soledad del poder que padece López Obrador. La imagen que revela Yuriria Sierra de un López Obrador solo en la sala de espera para abordar el avión a Tuxtla Gutiérrez exhibe la dimensión de la protesta. Y no se trata de que sus colaboradores lo rodeen y lo abrumen, sino que la sociedad cotidiana lo ve de lejos y él vive en su propio mundo.
17 de agosto de 2006
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