Leonardo Curzio
El Universal
22 de mayo de 2006
Es sabido que las sociedades modernas están basadas en el espectáculo. La tiranía de lo llamativo nos va llevando suavemente por una pendiente en la que lo que un día es llamativo, al día siguiente deja de serlo. Así, poco a poco, nos vamos acostumbrando a todo. "Dar la nota" es la consigna. Eso explica por qué cada día hace falta un poco más de picante, un poco más de sangre, una barbaridad más sonora, para conseguir notoriedad; el espectáculo debe seguir y nadie escapa a esa lógica. Hemos entrado a una suerte de subasta de las exageraciones en la que todos se sienten legitimados para decir una barbaridad más grande que su oponente y seguir así por una escalada simétrica de despropósitos.
Empezamos con el complot y de allí pasamos al peligro y la amenaza. Un escalón más y continuamos con la ingerencia venezolana que es replicada no con deslindes claros, sino con otra maniobra propagandística que se expresa en señalar al gobierno como un pelele del Imperio. En el quién da más nadie se contiene. Sesudos personajes sugieren, para adquirir relevancia en los medios, que estamos frente a una elección de Estado, sin explicar cómo un gobierno que fue incapaz de dotarse de una mayoría en el Congreso, puede ahora manipular con éxito todos los resortes para desviar la voluntad del soberano.
Por supuesto que en esta subasta de las barbaridades lo que menos hace falta es probar lo que se dice. Soltar la bomba y desentenderse de la pruebas. ¿Qué más da que las entidades que aportan el mayor número de electores al padrón electoral (DF y estado de México) estén gobernadas por lo oposición? ¿Qué más da que cerca de un millón de ciudadanos vaya a organizar la elección? Todo es minimizado porque el discurso espectacular no quiere matices, quiere crear un estado de ánimo. Lo importante no es la verdad, es crear una percepción en la opinión pública. La máxima de los propagandistas inescrupulosos es "percepción mata a realidad".
Por eso cuesta tanto pedir moderación en el uso del lenguaje y sus implicaciones. Ya es frecuente que se usen términos como "el golpe de Estado" para explicar las tendencias electorales. Se dibuja, a partir de la cadena de temores que están artificialmente inyectando a la opinión pública, un escenario de tensión tan fuerte que muchos se preguntan si las elecciones terminarán en una lucha callejera o el país puede quedar en manos de un dictador que nos lleve a la ruina. La exageración se vuelve norma.
Fuera del espacio electoral la puja por las barbaridades es peor. En este país se puede hablar de una virtual guerra civil y tener al líder revolucionario paseando en el metro o en las pantallas de televisión. Se puede decir que los policías violaron un número tal de personas y desentenderse de las pruebas. Total: ¿quién quiere pruebas? Repita hasta el cansancio su versión, si la realidad lo desmiente, peor para la realidad.
La tendencia a frivolizar el uso del lenguaje nos va llevando a la insoportable levedad de la declaración. No abundan quienes se hagan responsables de lo que se dice y por ello la espiral de la estulticia crece sin cesar.
Nos hemos instalado en una especie de kermesse verbal en la que todo es falso, desde el sheriff, hasta el registro civil. Por fortuna este país tiene sentido común y cada vez se asusta menos con "el petate del muerto" y aunque les pese a los proxenetas de la transición, son más los que creen en el cambio pacífico que en los que siguen amenazando la estabilidad del país.
Analista político
22 de mayo de 2006
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