Federico Reyes Heroles
Grupo Reforma
23 de Mayo, 2006
Algunas consideraciones iniciales. Primera, la riqueza y los ricos no me provocan ni admiración ni rechazo en sí mismos. Me he convencido de que hay de todo: ricos ignorantes, mal educados y patanes y ricos sensibles, sinceros, educados y valiosos. Hay que ir caso por caso. No se puede condenar ni halagar en lo general. También hay pobres repletos de maldad. Ni los ricos son malos, ni los pobres buenos por definición. Segunda, la riqueza en sí misma tampoco es buena o mala. Hay patrimonios que nos traen beneficios que resultan imprescindibles para una sociedad, frente a otros que están dedicados a sostener las frivolidades de sus dueños. Como liberal que soy, me queda claro que defenderé siempre el derecho de alguien a tener como objetivo en la vida ser rico.
Tercera, comprendo que en las campañas, al calor de las batallas por los votos, se dicen muchas sandeces y barbaridades. Pero también me queda claro que no podemos acostumbrarnos a ellas como si fueran algo natural. Para todo hay límites. Cuarta, no tengo ninguna relación personal con Roberto Hernández, no he estado en su casa ni él en la mía. A lo largo de los años Banamex me ha contratado de vez en vez para dar alguna conferencia, como muchas otras instituciones y empresas. En ellas he dicho lo que he querido y hasta allí. Quinta, también me queda claro que defender a los pobres siempre será mucho más popular que defender a los ricos. Lo que no soporto son las persecuciones por color, raza, religión, filiación política, riqueza, o por nada. Eso sí me incendia.
López Obrador ha desarrollado un discurso polarizador de los ricos contra los pobres, está en todo su derecho y por desgracia la brutal pobreza y la desigualdad le dan tela de donde cortar. Digo por desgracia porque lo deseable sería que no hubiera pobreza y desigualdad. Ojalá y las demandas fueran otras. En esa ruta, AMLO ha tomado a Roberto Hernández como estereotipo del rico malvado, defraudador y ratero. La tesis es muy popular y vendedora. Su argumento central es que el banquero no pagó impuestos al vender Banamex gracias a las concesiones de su exempleado Francisco Gil Díaz desde la Secretaría de Hacienda. La imputación es muy seria, sobre todo si se toma en cuenta el monto de la operación: 12 mil millones de dólares. Uno puede estar a favor de que esa operación debió de estar gravada. Uno puede estar convencido de que esas transacciones sólo agravan la desigualdad. Pero hay un pequeño problema: no hay argumentos de que la operación fuese ilegal.
¿Y ahora qué hacemos? Hay dos caminos: el primero supone que admitamos la legalidad aunque nos irrite o subleve, que busquemos que en el futuro no se vuelvan a repetir esos hechos. La otra actitud es la de suponer que la legalidad debe adaptarse a nuestros deseos justicieros. La primera actitud es la de un demócrata. La segunda, la de un autoritario. Así de sencillo, así de grave. ¿Son acaso las campañas una justificación para violentar los principios? ¿Debemos permitir que cualquier cosa sea dicha sin factura?
“…No es justo que al dueño de Banamex cuando vende el banco no le cobren ni un centavo de impuestos y al mismo tiempo este ciudadano Presidente, que es un reverendo hipócrita, esté queriendo cobrar IVA en medicamentos y alimentos”. Obsérvese lo tramposo del argumento de AMLO: la ley que permite la venta de ese banco está vigente desde antes de que Fox fuera presidente; la recaudación de un IVA generalizado le hubiese dado al Estado muchos más recursos que el gravamen a la venta de un banco, con otra, las dos excepciones a la larga sólo benefician a los pudientes. Se trata de enfrentar dos medidas progresistas para condenar al malo anticipado de la película y evadir el otro asunto. ¡Genial! Por cierto llamar (con todo respeto por supuesto) “reverendo hipócrita” al Presidente de la República es uno de esos actos con consecuencias que después el susodicho candidato atribuye a un “compló”
“.…He tratado de hablar con los bancos aludidos y los bancos no quieren hablar, ojalá y no sea muy tarde cuando quieran hablar”. En primer lugar los bancos no hablan, hablan los banqueros, sus propietarios, que son especie en extinción o hablan los empleados bancarios de los mejores niveles. Por cierto, soy testigo de que ese candidato rechazó encontrarse con los accionistas de Bancomer después de haber aceptado el diálogo al cual acudieron todos los otros candidatos. “…Ojalá y no sea muy tarde”. ¿Amenazas a estas alturas?
Una última perla de intolerancia: “No hay buena relación (con Hernández), y si gano él seguirá viviendo en México, haciendo negocios, pero no va a tener privilegios”. Vamos por partes: si Hernández tiene privilegios ilegales, pues que se aplique la ley. Ésas sí son facultes del Ejecutivo. Si sus privilegios son legales, un presidente lo más que puede hacer es promover una reforma de ley. “Seguirá… haciendo negocios”, hasta donde entiendo, hacer negocios es un derecho de cualquier mexicano (Hernández incluido) y AMLO como presidente no tendría mucho que decir. “Seguirá viviendo en México”. ¡Qué demonios se le atravesó a López Obrador por la cabeza! Roberto Hernández no ha hablado de dejar el país. ¿Piensa acaso AMLO que al ser presidente podría expulsar del territorio a los propios mexicanos? ¿Ignorante o malvado? El hecho es que los derechos ciudadanos de Roberto Hernández hoy son también nuestro asunto.
Un presidente puede odiar a los ricos, a los intelectuales, a los cazadores y a alguien en particular. Pero un presidente debe controlar sus fobias. Todo indica que si AMLO fuera presidente procedería con el hígado por encima de la ley. Por eso hoy el caso de Hernández nos incumbe a todos.
23 de mayo de 2006
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