21 de mayo de 2006

Mucho ruido…

Jaime Sánchez Susarrey
Reforma
21 de Mayo

La propuesta energética de López Obrador merece ser analizada con detenimiento. El cambio de modelo que está proponiendo le otorga un papel central y estratégico a Pemex. El candidato de la Alianza por el Bien de Todos considera que la industria petrolera debe convertirse en la locomotora del desarrollo nacional. De ahí deriva una serie de objetivos para la reposición de las reservas y para alcanzar la autosuficiencia en la producción de gasolina y gas hacia el año 2009.

Vayamos, pues, por partes. En lo que se refiere al primer capítulo AMLO establece cuatro metas centrales:
  1. mantener la producción de petróleo crudo en 3.4 millones de barriles diarios, nivel que se alcanzó en 2004;
  2. incrementar la producción de gas natural;
  3. reponer el 100 por ciento de las reservas extraídas cada año; y
  4. aumentar el volumen de las reservas probadas.
Para entender la magnitud del objetivo trazado hay que tener presentes dos cuestiones: primero, se propone alcanzar un estado en el que la producción de petróleo sea estable, al igual que las reservas, y que la vida media de esas reservas se mantenga por un período de 10 años. Segundo, lograr esa meta supone elevar la tasa de restitución de las reservas del 18 por ciento que se alcanzó en el 2004 al 100 por ciento en el primer año de su gobierno y sostener ese nivel a lo largo de todo el próximo sexenio.

O para decirlo de otro modo, López Obrador espera probar durante ese lapso un total de 7 mil 427 millones de barriles de petróleo que superan la reserva probada original (suma de producción acumulada y reservas remanentes) de la Región Marina del Suroeste de la Sonda de Campeche y superior también a las reservas probadas remanentes del Complejo de Cantarell, que se descubrió durante el gobierno de López Portillo y que ha sido la base fundamental de la producción petrolera nacional.

Respecto del gas natural las metas no son menos ambiciosas. Suponiendo un crecimiento de la producción de 2.5 por ciento al año, el volumen de reservas que tendría que probar es de 12.3 millones de millones de pies cúbicos, monto superior a las reservas probadas originales de las cuencas de Burgos y Veracruz o de los yacimientos agrupados en torno al campo de Macuspana. Esto significa que en un período de seis años tendría que probar reservas de gas por un monto equivalente al 60 por ciento de las reservas actuales.

¿Dónde está la falla y por qué carece de consistencia? Porque el descubrimiento de mantos petrolíferos y yacimientos de gas no depende sólo de la cantidad de recursos que se inviertan en la exploración ni se puede ajustar a un calendario previamente fijado. Es cierto que para aumentar las reservas de gas y petróleo es indispensable invertir más, tal como lo plantea MALO, pero esa es sólo una condición necesaria, que no suficiente. Sobre la madre naturaleza nadie manda, ni aunque se llame Manuel Andrés y haya sido elegido por la divina Providencia para ser presidente de México y redimir a los pobres y oprimidos.

Semejante propuesta equivale a ofrecer que las temporadas de lluvias serán abundantes durante todo su gobierno y que los fenómenos meteorológicos conocidos como huracanes no tendrán efectos nocivos sobre el territorio nacional. Quien oyera semejante despropósito no podría sino soltar una enorme carcajada. Todo el mundo sabe que el dios Tláloc es muy veleidoso. La reposición de reservas de crudo y de gas depende de condiciones igualmente aleatorias que nadie en su sano juicio puede suponer controlar.

Pero dejemos la magia y pasemos al segundo punto. La estrategia para alcanzar la autosuficiencia en la producción de gasolina y gas se fija varios objetivos:
  1. utilizar el 100 por ciento de la capacidad instalada de refinación para 2007;
  2. aumentar la capacidad de destilación al 48 por ciento al término de 2009;
  3. eliminar la exportación de crudos ligeros; y
  4. modificar el esquema de refinación con el objeto de producir más combustóleo y destilados intermedios que sustituyan al gas natural.

Las objeciones que se pueden formular a esas metas son muy precisas:
  • Primero, es imposible utilizar la capacidad instalada de una refinería al 100 por ciento. Los estudios técnicos muestran que refinerías bien operadas no pueden sostener tasas del 95 por ciento de su capacidad instalada sin aumentar el riesgo de graves accidentes.
  • Segundo, tampoco es viable que en los tres primeros años del próximo sexenio se incremente la producción de gasolina en 239 millones de barriles diarios mediante la construcción de nuevas refinerías. Y no es posible porque la planeación y ejecución de ese tipo de proyectos requiere, cuando menos, de cuatro años y medio.
  • Tercero, la eliminación de la exportación de crudos ligeros es irracional. El crudo Olmeca, por ejemplo, tiene un precio de venta muy superior al resto de los crudos ligeros debido no sólo a su mayor rendimiento sino a las ventajas que ofrece en la fabricación de lubricantes. Así que aprovecharlo sólo para la refinación en México se traduciría en una pérdida de valor.
  • Cuarto, el combustóleo (un combustible de mucho menor calidad y precio que el diésel) está en desuso. No sólo por las consecuencias negativas que tiene su consumo desde un punto de vista ecológico, dado su alto contenido de azufre, sino porque es un producto de bajo rendimiento económico. Por eso en los últimos 25 años la demanda internacional ha caído. Amén de que su uso obligaría a efectuar una serie de inversiones adicionales para prevenir el daño ambiental que causaría.
Resulta alarmante que la joya de la corona de la propuesta económica de López Obrador sea una mezcla de “razonamientos” mágicos y de inconsistencias técnicas. De hecho, la idea de convertir al sector petrolero en la locomotora del desarrollo nacional es en sí misma endeble por no decir absurda. Para entenderlo basta con considerar dos datos:
  • Primero, mientras que las manufacturas contribuyeron con el 20 por ciento del PIB en 2003, la aportación del sector energético se limitó al 2.8 por ciento del PIB.
  • Segundo, las remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos y el valor de las exportaciones de la industria automotriz y de autopartes superan, cada una por sí sola, el valor de las exportaciones petroleras.
No hay, pues, consistencia ni sustancia en esta propuesta que nos ofrece un giro de 180 grados para alcanzar el paraíso que se encuentra a la vuelta de la esquina. Se trata de crasa ignorancia envuelta en un lenguaje populachero y “antineoliberal”. Mucho ruido y ninguna nuez.

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