22 de junio de 2006

AMLO, las encuestas y el imperialismo

Francisco Báez Rodríguez
Crónica
22 de Junio de 2006

Sucedió en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en los años setenta, cuando en aquella institución tenía sus reales un grupo extremista denominado Los Enfermos, que cometía actos vandálicos como quemar las cosechas de campesinos que no “jalaban” con ellos, asesinó a militantes de izquierda y terminó desintegrándose, aunque algunos de sus miembros confluyeron en la Liga Comunista 23 de Septiembre.


Era una reunión en Mazatlán. Los Enfermos, bajo la consigna de la “Universidad-Fábrica”, querían cambiar los planes de estudio para imponer su particular (y enferma) versión del marxismo. De uno de ellos surgió la propuesta: eliminar el inglés del programa de preparatoria, porque ese era “el idioma del imperialismo”. Un maestro de inglés, supongo que para salvar su chamba, pidió la palabra y propuso que el cambio fuera de matiz: en vez de enseñar “inglés burgués”, la UAS enseñaría “inglés proletario”, para que los representantes de la clase obrera mexicana se pudieran comunicar mejor con sus similares de otros países, en pos del internacionalismo revolucionario. Los Enfermos quedaron confundidos y la enseñanza del inglés no se suprimió.

El asunto viene a cuenta por la más reciente ocurrencia de Andrés Manuel López Obrador. En su entrevista con Carlos Loret de Mola, el candidato de la Coalición Por el Bien de Todos descalificó las encuestas, aún aquellas que lo ubican en primer lugar, porque “la metodología es norteamericana, se aplica en Estados Unidos”. Y concluyó: “nuestra sociedad no funciona así”.

Podría utilizar lo que queda de espacio de esta columna para explicar por qué la medición demoscópica, si bien tiene muchas características de las ciencias sociales, es esencialmente un trabajo estadístico-matemático. Podría también hacer un recuento del avance que ha tenido esta técnica en nuestro país a lo largo de las últimas dos décadas, en las que ha superado prejuicios y ha enmendado sus errores de noviciado. Pero no creo que sea lo esencial: en todo caso, quienes viven de la demoscopía tienen de seguro muy buenos argumentos.

A lo que voy es a otras dos cosas. La primera es la falta de congruencia de López Obrador. Durante más de cuatro años utilizó los resultados de las encuestas para afianzar su posición política, dentro del PRD y a nivel nacional. ¿Cuántas veces no lo escuchamos presumir del alto nivel de popularidad y de aceptación que le otorgaba este instrumento hecho con “metodología norteamericana”? ¿Cuántas veces no tomó decisiones políticas relevantes en función de lo que decían las mediciones de opinión pública? Ahora que no pintan el mundo color de rosa (o amarillo y negro) resulta que están, de alguna manera, viciadas por el imperialismo.

Esto quiere decir, en pocas palabras, que no creo que AMLO no crea en las encuestas. Simplemente, las usa o las desecha de acuerdo con el momento táctico (con su voluntad).

Lo que sí creo es que, al señalar el supuesto pecado de origen de las encuestas, López Obrador está enseñando su marca de aislacionismo cultural y, de nueva cuenta, su propensión a la intolerancia.

Así, no importa que las encuestas sean útiles en la India, en Grecia, en Japón o en Kenya. Lo que importa es que se trata de una metodología desarrollada primero en Estados Unidos. Eso mismo debe hacerlas sospechosas. Como ese líquido negro de nombre Coca-Cola.

La frase, “nuestra sociedad no funciona así” encierra un núcleo duro de ideología vieja, de nacionalismo revolucionario. “Como México no hay dos”, que puede traducirse en que aquí nuestra política puede no ser ni democrática ni autoritaria, sino todo lo contrario; que nuestra economía puede ser la administración voluntarista y clientelar de la abundancia; que nuestra vara de medir la ley tiene magnitudes “mexicanas”.

La “diferencia” de México fue, históricamente, una de las mejores coartadas para poner coto a la democracia sin adjetivos que pedía a gritos el país. También fue la coartada cultural para que desarrollara la manga ancha a la corrupción y a la impunidad. Y la coartada económica para una política proteccionista que se cebó sobre los consumidores y favoreció solamente a los empresarios favoritos del régimen, aquellos a los que antes llamábamos “burguesía nacional”.

Todo lo demás, encuestas incluidas, son “influencias extranjerizantes y ajenas a nuestra idiosincrasia” (Díaz Ordaz y Pinochet dixeunt).

Habría que avisarle a López Obrador que los años setenta y ochenta ya pasaron (yo hubiera suscrito su programa económico, pero hace 20 años), que las encuestas tienen el idioma común de las matemáticas, que México está inserto en el mundo, que la democracia es formal o no es democracia y que un estadunidense, llamado Abner Doubleday, inventó el beisbol.

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