Grupo Reforma
20 de Junio del 2006
La percepción son hechos en tanto que la gente cree en ellos.
Berkeley
Berkeley
Lo primero es observar el grado de intensidad con el que se vive la elección. Ésa es su percepción. Hay de todo: desde quien dice que da exactamente igual, hasta los que atormentados hablan de un país que podría irse al despeñadero por un cuarto de siglo. Si diera igual estaríamos admitiendo que la vida institucional del país es ya tan sólida que los riesgos de bandazos son remotos. Ese ciudadano es un ganador, vive en un país que siente democrático. El perdedor por su lado cree vivir en un país bananero en el cual la mente de una persona marca el destino de una nación. Como siempre la realidad está en los grises.
A 15 días de la elección se andan firmando acuerdos de legalidad que en el fondo cuestionan el compromiso de los partidos con el respeto a la ley e incluso la seriedad y honestidad de las cabezas del IFE. Eso y no otra cosa es el reclamo de auditar el padrón, el PREP y el programa de conteo rápido. Sólo quien se siente perdedor puede negar los evidentes avances institucionales que todo el mundo -y no es metáfora- reconoce. Ése es el México de la desconfianza como negocio, de la barbarie de quien amenaza al país mirando sólo su propio interés. A dos semanas de la elección ya se siembra la idea de una anulación, proceso cuyas causales no parecieran muy sólidas.
Pero allí está la otra historia, la de la credencial y las listas con fotografía que evita que los muertos salgan de sus tumbas a querer expresar sus simpatías políticas; la historia de las 130 mil casillas en manos de casi un millón de ciudadanos que confían en los ciudadanos, casillas con representantes de los partidos políticos que suponemos estarán vigilantes de sus intereses cruzados; la historia de una vía jurídica para impugnar las irregularidades a través de órganos autónomos; la historia de una serie de normas comunes que los partidos se dieron a sí mismos y que los han llevado a victorias y derrotas aceptadas en cuatro elecciones federales. Ésta debe ser la tercera elección presidencial que transcurra sin sobresaltos y que nos habla de un país institucional que los perdedores no quieren admitir.
Por supuesto que ha habido errores y graves, por ejemplo, caer en la trampa de descalificar spots que es una historia sin fin. El andar tratando de poner mordazas a diestra y siniestra incluido al Consejo Coordinador Empresarial que está en todo su derecho de defenderse frente al simplismo de López Obrador de que “los de arriba”, los empresarios, no pagan impuestos. ¿De dónde sale el gasto público? Imprudencia y error grave de Fox haberse metido al resbaloso terreno de impulsar al candidato del PAN por vía de lo hecho en su gestión. Conciencia de perdedor que imagina un país de tontos en que semejante maniobra no generaría reacciones. Pero con todo y estos tropiezos, a pesar de los perdedores que no pueden reconocer el país que ellos mismos lograron forjar, el proceso está encarrilado y sea quien sea el ganador y el margen de victoria, habrá una fórmula para digerirla.
También es cuestión de percepción imaginar el futuro. ¿Podría el próximo Presidente de México reinventar al país? En primer lugar están los pesos y contrapesos internos -la Cámara de Diputados y el Senado divididos entre tres fuerzas, lo mismo que congresos locales-, equilibrios que es imposible disolver de la noche a la mañana. Viva la pluralidad. Con visión de ganador tendríamos que admitir que el país tuvo en la locuacidad de Fox una prueba fuerte: sus arranques religiosos, su incapacidad para lograr acuerdos, el desafuero, las ambiciones de su esposa, etc. Y aquí estamos, como también está la globalidad que impone contrapesos externos. Ésa es otra garantía de estabilidad.
AMLO genera miedo entre muchos mexicanos. Pros y contras de su discurso polarizante: ha conquistado a ciertos segmentos y ha espantado a otros. Allí están las cifras de Grupo REFORMA: 45 por ciento considera que sus seguidores pueden provocar conflictos postelectorales; 30 por ciento piensa que con AMLO a su familia le iría peor; y 33 por ciento piensa que provocaría una crisis económica. López Obrador ha logrado aglutinar muchos perdedores reales que piensan, quizá desde su óptica justificadamente, que todo el proceso modernizador no ha servido de nada, que el país está hoy peor que hace dos décadas, que perdimos el rumbo. Lo paradójico del caso es que ese mismo proceso ha creado también muchos ganadores, los que sienten, porque es real, que su salario se ha recuperado, los que han tenido acceso a planes de vivienda, a créditos, los que gracias a la apertura han mejorado su consumo que son decenas de millones. Esos ganadores votantes, del PRI y el PAN, actores principales de la modernización económica, están divididos por fobias miopes, cuando deberían de estar unidos en lo esencial: el rumbo del país. Por eso AMLO podría ganar con el tercio aglutinado para el cual todo ha sido retroceso.
Las dos visiones del mundo de los punteros finales encarnan una discusión apasionante. Más allá de los colores partidarios, ¿de verdad no ha habido mejorías en las últimas dos décadas? De la reducción de la pobreza extrema, al incremento en el ingreso per cápita y el ensanchamiento de las clases medias, la tesis se desploma. En todo caso lo que vale reclamar es que esos beneficios no alcanzaron a los millones que tuvieron que migrar y a los millones de pobres que son una vergüenza de México.
El proceso nos dirá qué visión de país ganó, si la de los que se sienten justificadamente perdedores o la de los ganadores, muchos de los cuales quizá ni siquiera saben que lo son. Veremos.
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