8 de junio de 2006

Cuestión de cuñados

Germán Dehesa
Reforma
Junio 8 del 2006

El posdebate me tiene un poco harto. Creo que es un asunto fundamentalmente mediático y rentable. Por aquí y por allá, en todos los medios, aparecen debatitos inducidos y de probeta. Para mí, lo único que demuestran es que cada quien vio lo que se le dio la gana ver. Desde candidatos que ganan porque tienen la barba partida, hasta la todavía más extraviada opinión, que me confió una persona que yo creía aceptablemente lúcida y sensata, de que ganó Campa. Si por lo menos supiéramos con qué criterios deberíamos juzgar al ganador y al perdedor, pero todo surge como primera impresión y al botepronto. Yo, de un modo tan discutible como el de cualquier otro, opino dos cosas: este debate no se ha acabado y no creo que su resultado, las encuestas inmediatas que generó, las sesudas opiniones, los deschongamientos festinados por la televisión; no creo que nada de esto vaya a provocar un sesgo definitivo en lo que ocurrirá el 2 de julio. De todas maneras, ahora que no tengo la brutal presión del día de ayer, les quiero contar lo que yo vi. Yo vi un debate muy cucho entre dos protagonistas y tres figuras secundarias; algo diré de estas últimas. Campa fue un fiasco. Era el que podía echar más relajo (ni modo que pensara en ganar), pero traía esa cara atropellada que sólo tienen los crudos profundos, o los que acaban de ver en paños menores a la Gordillo. Como varios jugadores de nuestro seleccionado, nomás estorbó. Patricia Mercado que se produjo con tanto aseo en el primer debate, en este segundo, jamás pudo superar el terrible malestar que le provocaba su vestido rojo cuyas radiaciones dejaban la pupila en calidad de mucosidad. Roberto Madrazo ni pa’trás ni pa’delante; traía un saco que originalmente era de Reyes Tamez, un bigote como de Groucho y varias propuestas quizá interesantes, pero poco atendidas, pues, por lo menos en mi cenáculo, las intervenciones de Madrazo eran aprovechadas para ir al baño, o para traer más palomitas.

El debate tendría que haber sido entre Felipe y Andrés Manuel en súper libre y sin límite de tiempo. En este formato, las mentadas se enfriaban y le daban tiempo a Felipe de buscar la foto del Pingüino Núñez y a Andrés Manuel de pulir su acusación por el presunto y caudaloso enriquecimiento del cuñis de Felipe. Este asunto es el que queda vivo y, aunque no parezca, puede ser determinante. No hay más que de dos sopas: o miente Felipe, o miente Andrés Manuel. Cada uno tiene poco tiempo para sustentar su dicho; de otra manera, el rumor prosperará y será enormemente lesivo para Felipe quien, hasta ahora y en términos de credibilidad y de serenidad, lleva cierta ventaja. Cada uno por sus propias razones, pero ambos tienen que apurarse a sustentar razonablemente su acusación (y llevarla ante el Tribunal que proceda), o que darse prisa en comprobar su inocencia y de inmediato levantar una demanda por calumnia. Proceder de otra manera, sería violentar todavía más nuestro fragilísimo estado de derecho. Si lo hacen es que ninguno de los dos merece ser Presidente de México. El debate entra en su fase más interesante.

Una última observación: cuando AMLO se refiere a los mexicanos comunes los llama “el pueblo”; cuando Felipe lo hace, habla de “los ciudadanos”. Nunca me ha gustado, por vaga, por caritativa, por asistencialista, esa difusa y numerosa noción que comparece cuando se habla de “el pueblo”; prefiero la de “ciudadanos”, pero en última instancia de lo que ambos hablan es de los mexicanos.

Todo pende de una cuestión de cuñados.

No hay comentarios.: