Catón
Reforma - De Política y Cosas Peores
8 de Junio del 2006
Sigue siendo verdad paladina aquello de que todo es según el color del cristal con que se mira. Para la mayoría de la gente, sin embargo, estuvo claro que el triunfador en el debate fue Felipe Calderón, y el gran derrotado López Obrador. Si esto hubiese sido una pelea de box, el perredista habría perdido por knock-out. Calderón, en efecto, fue un David contundente, firme, enérgico, asertivo. El perredista, en cambio, fue un Goliat vacilante, desmañado, débil en sus ataques y falto de consistencia en su defensa. El gallo del PRD perdió más de una pluma; bastante destruido salió el indestructible. AMLO pagó las consecuencias de su arrogancia al no presentarse en el primer debate, y se le vio nervioso y aun a veces aturrullado. Calderón proyectó una imagen de fortaleza, de seguridad en sí mismo, de vigor y confianza juveniles, y al mismo tiempo evidenció madurez política y capacidad de conciliación y diálogo. López Obrador, por el contrario, se miraba cansado, parecía viejo, no por su edad o su apariencia, sino por su actitud y lo anacrónico de su discurso. En ocasiones hablaba como un priista de los setentas: “Soy juarista. Mis ideas son las de Morelos, Juárez, Zapata, Villa y Lázaro Cárdenas del Río”. Discurso hueco, anacrónica palabrería. La propuesta de Calderón fue incluyente: dijo que hará un gobierno de coalición, y convocó a todas las fuerzas políticas a un acuerdo. AMLO, en cambio, sostuvo su elemental discurso maniqueo: los de arriba son demonios a quienes se debe combatir, pues ellos tienen la culpa de todos los males que los pobres sufren. Pobre él mismo en ideas y en palabras (”deuda, deuda, lo que se llama deuda…”), mostró grandes limitaciones de pensamiento y una absoluta falta de preparación. Repetitivo (como dije al principio…), su participación fue un catálogo de lugares comunes: “Primero los pobres”, “No intervención”, “La democracia no se agota en las elecciones”, y de simplezas elementales: “Todos los días a las 6 de la mañana me reuniré con los secretarios de la Defensa y de Marina, y con el Secretario de Gobernación”… Claridoso cuando lo arropan sus muchedumbres clientelares, fue timorato y elusivo ante las cámaras: “Senadores cuyos nombres no voy a decir”… Dejó sin respuesta los señalamientos de Calderón, y no llevó pruebas que sustentaran sus acusaciones, como ésa del cuñado, o la del Fobaproa: “Luego voy a tratar este asunto con Felipe”. Por eso Calderón pudo decirle una y otra vez: “Miente usted”, sin que AMLO pudiera rebatir la grave tacha de mentiroso que frente a millones de mexicanos se le hacía. López Obrador mostró sus tendencias estatistas, y dejó ver que será un presidente autoritario, de populismo al modo echeverrista: “Pondré en la Constitución el estado de bienestar”. Es decir, por decreto presidencial gozaremos de bienestar los mexicanos. Su mensaje final, sin embargo, fue eficaz, el mejor de los que se dijeron. Si Calderón hubiera puesto en el cierre de su participación la misma emoción que puso al hablar como michoacano de los migrantes, habría terminado a tambor batiente una actuación brillante. Ahora bien: ciertamente nada está decidido todavía a favor de nadie. La moneda todavía está en el aire. El verdadero y definitivo debate se dará en las urnas el día de la elección. Pero es evidente que López Obrador no llega a la recta final de la campaña con la fuerza que tenía cuando la comenzó. Si es cierto eso de que caballo que alcanza gana, y si el resultado del debate se refleja en la jornada electoral, Felipe Calderón será el próximo presidente de México. Bien puede suceder que el debate influya en el resultado, pues muchos indecisos quizá dejaron ya su indecisión al comparar a los dos principales candidatos. Esos votos pueden ser definitivos… FIN.
9 de junio de 2006
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