Leonardo Curzio
El Universal
05 de junio de 2006
La carrera por la Presidencia de la República ha sido agotadora. Tres años, se dice fácil, pero hay que sufrirlos. Finalmente llegamos a la víspera del debate, único evento que -con sus rigideces- nos acerca a una campaña propia de una democracia deliberativa. Las más recientes encuestas detectan un empate entre los punteros y un tercer lugar al que no se puede dar por muerto. No es, pues, un lugar común suponer que lo que suceda mañana puede definir el curso de la elección. Ganar el debate y el llamado posdebate es crucial para los tres grandes, pues ellos saben que con Mundial de futbol en puerta, la atención nacional se centrará en Alemania.
AMLO y Felipe llegan con una franja del electorado ya alineada. Los que han decidido votar por ellos ya están a prueba de balas. Hagan lo que hagan ya tienen un electorado que pasará por alto cualquier torpeza, dislate o tropezón. No creo por tanto que opten por un mensaje para los convencidos. Los dos candidatos se disputarán dos tipos de elector. El primero es el de los realmente indecisos y el segundo el tradicionalmente priísta. Ambos tratarán de mandar el mensaje que el voto útil del priísmo -¿quién se los iba a decir?- es optar por el polo de la derecha o el perredista.
Calderón tratará de recordar a las clases medias que la estabilidad económica y el régimen de libertades no está escriturado, y que un cambio en la conducción del país podría suponer un deterioro de su nivel de vida.
Además, intentará ubicar al país en la encrucijada de futuro y pasado. Sabe bien que los dos tabasqueños arremeterán contra él y su único aliado (si es que así se le puede llamar) será Campa, quien bien podría declinar ese mismo día.
AMLO deberá jugar con un equilibrio difícil. Es su primer debate de los últimos años. Ni dentro ni fuera de su partido ha practicado el cuerpo a cuerpo. Sabe que si quiere ganar una franja mayor de los independientes, debe convencer de que representa un cambio sin sobresaltos. Por otro lado, debe ser lo suficientemente abierto al PRI sin convertirse en la restauración del mismo.
Para Madrazo el abanico de opciones es menos complicado. Sabe bien que se encuentra en una paradoja estadística pues, dicho sea futbolísticamente, está tan cerca de clasificar a la liguilla (mantener el empate que detectó María de las Heras) o entrar a zona de descenso (quedar descolgado ocho o 10 puntos de los líderes) y que su electorado se divida entre los polos ideológicos. No tiene más opción que jugar a la ofensiva.
Patricia Mercado vuelve a tener una oportunidad. Después del primer debate creció y no debería por tanto variar demasiado su estrategia. El discurso de una izquierda moderna (sin tantos fardos priístas) y abogar por causas como las mujeres, deberían ofrecerle un espacio de consolidación para aspirar seriamente a su registro. Ojalá lo consiga.
Campa no ha crecido y creo que tampoco lo hará. Cumplirá su función de estorbar e irritar a Madrazo y permitir así que Calderón se concentre en AMLO.
En resumen, no soy un debatifílico, pero celebro que después de tres años de lucha de frases, tengamos un intercambio equitativo de posturas. Una democracia sana se construye mejor con estos ejercicios que con una cascada de mensajes propagandísticos que nos han dejado un sabor amargo.
Analista político
5 de junio de 2006
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