Germán Dehesa
Reforma
7 de Julio del 2006
Ésta era la recurrente pregunta que, acompañada por un destello enorme, se abría paso en mi cerebro durante la demencial jornada electoral que nos recetamos los estoicos tenochcas a lo largo de todo el miércoles y la mitad del jueves de esta semana con el recuento minucioso, vigilado, ¡ojo!, vigilado por todos los partidos.
A cuentagotas caía la información, López Dóriga hacía bizcos; en otro canal Federico Reyes Heroles sentía como una invasión de ácaros en el cerebro y acá su Charro Negro medio se dormía, medio despertaba. Me sentía como Sherlock Bátiz en la conferencia mañanera de AMLO con las neuronas totalmente fuera de control y con unas inmensas ganas de llorar del puro y méndigo sueño.
Confieso que no aguanté. Creo recordar que la última vez que me pregunté ¿qué horas son?, eran como las tres de la mañana con muchísimos minutos. No alcancé a enterarme del momento del empate de Calderón y menos vi cuando se fue arriba y salió a hablar -me dicen que de modo mesurado y respetuoso- con la gente. De todo esto comencé a enterarme pasadas las siete de la mañana. Prendí la televisión y me di cuenta de que durante mi fugaz sueño y en un viraje caprichoso, algún botón prohibido le apachurré al control porque jamás logré ver nada. Fita, fresca como florecita del campo, me trajo los periódicos. Ninguno daba resultados definitivos. Activé mi celular, hice varios telefonemas, en algunos me mentaron la madre, pero logré saber que a esas horas, Calderón ya tenía una ventaja irreversible. Como mis informantes eran mujeres, cada telefonema me va a salir en lo que cuesta el enganche de un buen coche. Las obsesivas insomnes me contaron lo que había ocurrido con hartos detalles. Mientras hablaba me levanté mediante trabajos hercúleos y cual Cuasimodo me dirigí al espejo del baño: ¡horror al crimen!, parecía yo como feto de vampiro. Comprobé esto y al tiempo me di cuenta de que este jueves tenía yo infinitos afanes y enormes trabajos. ¿Qué horas son?
Digo que es la hora de la concordia. Me lo avisó la Capufe que apareció rebotando como pelota de lana. Ella es apartidista y es feliz donde la pongan. Los humanos somos más complicados. Por ejemplo: creo que haga lo que haga, Andrés Manuel ya perdió y eso me entristece enormemente, porque yo experimenté un gradual pero definitivo desencanto por el líder tabasqueño y al mismo tiempo, nunca he perdido, ni perderé mi total adhesión por las causas que él reivindicaba: México es brutalmente injusto, la inmensa cantidad de pobres son nuestra vergüenza y nuestro lastre; hay que cambiar a fondo muchas cosas; hay que imponerle al sector oficial sobriedad y eficiencia; hay que aplacar a nuestros ricos alharaquientos, exhibicionistas, discriminadores e insensibles; o acabamos con la corrupción, la impunidad y el latrocinio, o ellos acabarán con nosotros; hay que restaurar la alegría.
A este respecto, algún día AMLO tendrá que preguntarse: ¿por qué no estuve a la altura de mis causas?, ¿en qué momento dilapidé esos diez puntos que tenía de ventaja?, ¿qué hice con tantas esperanzas depositadas en mí? Estoy seguro de que las respuestas no se agotan con la palabra “complot”.
Presidente, el que vayas a ser, ten compasión por tu país, sé inteligente y sensible y misericordioso; reconoce las legítimas razones de tu adversario y encuentra la fórmula para la concordia. En esto vamos juntos, o no hay nación. Es la hora de extender la mano, de abrir los brazos y de trabajar. Lo demás es puro cuento.
Anuncio urgente
En honor de Paco Calderón, de la Tatcher y de todos los mexicanos que trabajaron arduamente en las casillas, he decretado que HOY TOCA.
¿Qué tal durmió? DCCCXXXI (831)
¿Y Montiel?, ¿y el Precioso?
8 de julio de 2006
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