Jorge Chabat
El Universal
02 de junio de 2006
Un producto ´pirata´ es similar a un producto original. De hecho, tiene todas las características aparentes de un producto original, salvo la calidad. Una camisa de marca pirata parece original: tiene el cocodrilito y de lejos es difícil distinguirla de una original. Sin embargo, después de tres o cuatro lavadas se deforma, se deshila, se decolora. Obviamente no dura el mismo tiempo que una prenda auténtica y, al final, resulta un producto caro, a pesar de que su precio de venta es barato, porque no da el servicio que daría una marca original.
Así es nuestra democracia. Es pirata. Parece una democracia original. Tiene las instituciones de una democracia, tiene los funcionarios que tiene una democracia y tiene los ciudadanos, pero son de baja calidad. Las instituciones funcionan a medias. No tienen la legitimidad y la eficiencia que poseen las instituciones en una democracia real. Los políticos parecen políticos profesionales pero no lo son: no hacen bien su chamba, son irresponsables y los mecanismos de rendición de cuentas no funcionan.
Asimismo, los ciudadanos no lo son de a de veras: no creen en las instituciones, no respetan la ley y son intolerantes. Estas características si bien están ahí de manera permanente, se vuelven críticas en épocas de elecciones, cuando las instituciones crujen y aparecen en todo su esplendor las deficiencias de los actores políticos. Y lo que estamos viendo en las campañas a la Presidencia y a otros puestos de elección popular es precisamente eso: una democracia hechiza, una democracia pirata.
La mala calidad de la democracia mexicana se puede apreciar en los discursos de los candidatos, particularmente en aquellos que ofrecen el oro y el moro para captar votos. Estamos en una competencia desaforada de dádivas: becas, exenciones de impuestos. En fin, no importa la viabilidad sino captar el voto. Los candidatos explican poco cómo van a llevar a cabo sus propuestas. Y la verdad parece que al votante eso tampoco le importa demasiado.
La preferencia partidista se define como la preferencia por los equipos de futbol: a nivel emocional, no con base en un razonamiento ordenado. Así, apoyan irracionalmente a su partido o candidato como se apoya al equipo de los amores: no importa que pierdan, no importa que sean unos baquetones en la cancha y que la camiseta les valga gorro. Los colores del equipo están tatuados en el alma, no son producto de un análisis racional.
Eso se percibe de manera muy clara en las discusiones cotidianas sobre los candidatos presidenciales. Están llevadas por pasiones muy simples: el miedo, la ira, la desesperación. Quienes apoyan a Calderón viven en el terror permanente de que llegue López Obrador a la Presidencia: es peor que la llegada del anticristo. Quienes apoyan al Peje se la pasan corroídos por la ira hacia aquellos que no son partidarios de su candidato. Ven complots pagados por la ultraderecha en cualquier opinión disidente y sienten que la ola de la historia está de su lado: ahí están Lula, Chávez, Bachelet, Evo Morales (aunque ellos sean tan diferentes entre sí como el agua y el aceite).
Por su parte, quienes apoyan a Madrazo están desesperados. Se preguntan si esto de contar los votos es democracia y a pesar de su discurso triunfalista, la angustia los domina. Aunque niegan la derrota, a la hora de hablar con la almohada saben que el panorama es oscuro. Ninguno de los partidarios de los tres candidatos hace un análisis sereno de las propuestas y su viabilidad. Su conducta es la de hinchas de un equipo, no la de un analista de deportes que sopesa con frialdad los alcances y limitaciones de un equipo.
Los únicos que ven la vida de manera sonriente son los partidarios de Patricia Mercado. Llegan sin nada a la competencia electoral y muy probablemente obtendrán el registro de su partido. En otras palabras, son como los seguidores de un equipo de Primera A que está a punto de ascender a la Primera División. El futuro para ellos es brillante. Por eso no están interesados en liarse a golpes con los de otros partidos y no pierden el tiempo en descalificar al contrario.
Las elecciones del 2 de julio serán sin duda una prueba dura para la democracia mexicana. Será como meter la prenda pirata en la lavadora, con un detergente poderosísimo y con cloro. Todos deseamos que resista pero tenemos dudas al respecto pues sabemos que su calidad no es buena. ¿Resistirán las instituciones el tironeo de los partidos políticos y las pasiones que mueven a los electores? ¿Cómo quedará el IFE después de este proceso electoral? La respuesta no es clara y probablemente los deseos tampoco.
Nadie quiere una crisis de grandes magnitudes pero, al mismo tiempo, como que ya estuvo bien de tener una democracia pirata. Lo ideal es que la camisa chafa que tenemos no se rompa para no quedarnos desnudos, pero también ya va siendo hora de que nos compremos una prenda de buena calidad. La que tenemos ya no aguanta. De veras.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político, investigador del CIDE
2 de junio de 2006
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3 comentarios:
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