Catón
Reforma - De Política y Cosas Peores
27 de junio de 2006
El norteamericano H. L. (Henry Louis) Mencken era un iconoclasta. También era un cab…, si se me permite esa palabra menos culta que la otra. Periodista, se inventó un estilo punzante, corrosivo, e hizo del sarcasmo y de la sátira sus herramientas de trabajo. Nadie se libraba de sus violentas críticas; en nada creía y nada respetaba; no tenía compadre de pila, como se dice en el lenguaje coloquial de México de aquel que por salirse con la suya no reconoce ningún afecto humano. En cierta ocasión Franklin D. Roosevelt le jugó una mala pasada. Ambos eran oradores en el banquete anual del Gridiron Club, importante agrupación de periodistas. Mencken atacó rudamente a Roosevelt y a su administración. Cuando en seguida el Presidente empezó a leer su discurso, los asistentes se quedaron fríos. Dijo que todos los periodistas eran unos asnos estúpidos y arrogantes; que su cualidad principal era la ignorancia; que ninguno de ellos aprobaría un examen de ingreso a la escuela secundaria. Quienes estaban en la mesa donde se hallaba Mencken notaron que éste enrojecía. Bien pronto el público se percató de que lo que Roosevelt estaba haciendo era dar lectura textual al ensayo de Mencken titulado “El periodismo en Estados Unidos”. Divertidos, todos se volvieron a ver al periodista, que se hundía en su silla más y más. Cuando Roosevelt, ufano y satisfecho, terminó de hablar, recibió una ovación. Pasó junto al escritor, y con una sonrisa le tendió la mano. Alguien dijo que Mencken comentó después: “El Presidente es más Mencken que yo”. La democracia era uno de los blancos favoritos de la mordacidad de este feroz señor. Decía de ella que es “la libertad de los que no tienen para atentar contra la libertad de los que tienen”.
Entre unos y otros, digo yo, está la clase media, ese vasto sector formado por la gente común que no pertenece ni al pequeño grupo de los que tienen mucho ni al grupo inmenso de los que no poseen nada. Creo que será esa clase media la que definirá la elección del 2 de julio, del mismo modo que definió la del 2000. Quizás el resultado de esta elección sorprenderá a algunos, igual que a muchos sorprendió el triunfo de Fox cuando prácticamente todas las encuestas daban a Labastida como seguro ganador. Votó la clase media -conservadora, prudente, temerosa del desorden y los radicalismos-, y el que ya se juzgaba victorioso quedó abajo. Lo mismo puede suceder ahora. Esta elección no la decidirán ni los grandes señores del dinero ni los pobres que deben cambiar su voto por la promesa de una dádiva. Esta elección la decidirá la clase media. Dicho en otras palabras: la decidiremos tú y yo…
Para amenguar el peso de esa responsabilidad voy a contar ahora un par de cuentecitos… Aquel granjero dijo que tenía en su rancho un jornalero de apetito tan desmesurado que podía comerse una vaca entera. Todos le apostaron a que no. El tipo le dijo a su trabajador que tenía que comerse una res ante sus amigos. Para dar mayor interés a la apuesta el granjero había ordenado que la carne de la vaca se la sirvieran al hombre en hamburguesas. Varios cientos se comió aquel tremendo gargantón. Una quedaba solamente, pero la rechazó. Los presentes pensaron que ya no podía comer más, que el granjero había perdido la apuesta. Pero entonces dijo el comilón: “Ya no más hamburguesas. Todavía debo comerme una vaca”… La recién casada se alegró cuando supo que estaba embarazada. Tomó el teléfono y llamó a su más cercana amiga -soltera ella- para darle la buena nueva. Le dijo en arrebato jubiloso: “-¡No lo puedo creer! ¡Tengo a alguien dentro de mí!”. “-¡Yo también! -le contesta la amiga respirando con agitación-. ¡Te llamo en media hora!”… FIN.
27 de junio de 2006
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