12 de junio de 2006

El que a hierro mata…

Leo Zuckermann
Excélsior - Juegos de Poder

12-06-06

Durante todo el debate que no fue debate, Calderón fustigó a López Obrador. Este no le contestó, pero sí embistió en contra del panista con un asunto que se convirtió en el escándalo de la semana. Según el perredista, Hildebrando, una empresa de la que es socio el cuñado de Calderón, recibió contratos millonarios del gobierno gracias a la intervención en su favor del candidato panista cuando éste era funcionario público. Además, el tabasqueño acusó que la empresa en cuestión no pagaba impuestos.

A los medios les importó poco el mejor desempeño que tuvo Calderón en el debate (según todas las encuestas telefónicas publicadas) o que AMLO haya evadido los múltiples ataques del panista. Al final del día, aquí no había nada novedoso. En cambio, la supuesta revelación del asunto de Hildebrando (que ya había sido publicado con anterioridad en La Jornada) resultaba como azúcar para las hormigas. Después de los escándalos familiares que se dieron en los sexenios de Salinas y Fox, los medios recibieron con gran revuelo la posible aparición de un "cuñado incómodo" de Calderón.

Con eficacia, los perredistas explotaron el asunto. Sacaron spots en los medios y dieron una conferencia de prensa donde supuestamente explicaron el escándalo. Distribuyeron un documento que explicaba cómo la empresa donde Diego Zavala es socio minoritario había crecido exponencialmente en contratos gubernamentales cuando Calderón fue funcionario público y cómo presuntamente no pagaron impuestos.

Los panistas exigieron pruebas. Un grupo de perredistas se presentó a la casa de campaña de Calderón para dárselas. Al parecer, no había nada nuevo en las cajas que dejaron. De cualquier forma, los lopezobradoristas aparecieron en la televisión a la ofensiva y los calderonistas a la defensiva.

Tengo el documento presentado por la campaña de AMLO que explica el caso Hildebrando. En realidad no comprueba nada. Eso sí, siembra la duda y ahí está su valor. Independientemente que haya habido o no tráfico de influencias, la verdad es que AMLO ya golpeó a Calderón porque, en una campaña, la percepción es realidad. Y por lo que hoy se ve y escucha en los medios, el perredista logró meter la idea de que igual y el panista no tiene las manos tan limpias como dice su lema de campaña.

Estas semanas hemos comprobado que los perredistas también son buenos en esto de las campañas negativas que hace unos meses, cuando ellos eran los atacados, consideraban como una injusta "guerra sucia". Aquellos días leí tantos editoriales de simpatizantes de la izquierda que criticaban a la derecha por atacar a su candidato con información negativa; demandaban que las autoridades electorales intervinieran para detener la afrenta de los panistas. Ahora, en un ejercicio de honestidad intelectual, espero que se indignen de igual manera y critiquen a la izquierda por adoptar con eficacia y rapidez las mismas técnicas de campañas negativas de la derecha. ¿O acaso se quedarán callados porque piensan que hay un criterio moral distinto cuando su candidato recurre a lo que ellos mismos bautizaron como la "guerra sucia"?

Me parece que muchos tendrían que salir a decir lo mismo que Rosario Robles, mujer de izquierda que ha sido víctima del encono perredista: "El escarnio, la filtración, la acusación sin pruebas, el espionaje, la manipulación de ‘evidencias’ eran los métodos típicos de la derecha. Ahora son patrimonio también de la izquierda".

La verdad no debe sorprendernos todo este mar de lodo que viene de de un lado y del otro también. Es normal en campañas de todas las democracias. En este espacio he defendido el derecho que tienen los partidos y candidatos a hacer campañas negativas. Lo dije cuando el que atacaba era el PAN y lo sostengo ahora que el PRD es el que arremete. Sigo pensando que los mexicanos tenemos el derecho a escuchar las verdades y mentiras que tratan de vendernos las campañas y que es responsabilidad de los contendientes atacados defenderse y exhibir las falsedades. Esto es lo que tendría que hacer Calderón más allá de jurar por sus hijos que él es inocente.

También creo que los medios, quienes tanto gustan de estos escándalos, tienen la responsabilidad de investigar a fondo quién está diciendo la verdad: si AMLO que efectivamente encontró un caso de tráfico de influencias o si Calderón quien asegura que son puras mentiras. Y espero que alguien en los medios lo haga rápidamente porque no podemos esperar las pesquisas del Poder Judicial que en México suele dilatarse.

Sigo sosteniendo que las autoridades electorales no deben intervenir para detener la espantosa guerra de lodo. Yo le apuesto a la mesura y recato de los propios partidos para moderarse. Porque, independientemente de si gana Calderón o López Obrador, lo cierto es que cualquiera de los dos va a tener muchas complicaciones para gobernar. Al atacar tan duramente dejarán muchos adversarios heridos en el camino, heridos que no cooperarán políticamente con el nuevo Presidente o que, peor aún, se dedicarán a sabotearlo.

Ese es precisamente el costo político para aquel candidato que arremete con campañas negativas: que a lo mejor gana la Presidencia, pero que no puede gobernar porque sus adversarios, dolidos de tantos insultos, harán hasta lo imposible por perjudicarlo. En otras palabras, que con tanto ataque un candidato gane el 2 de julio pero pierda el 3 de julio.

Por la misma naturaleza de una contienda electoral, las autoridades no podrán detener las campañas negativas. Lo único que podría funcionar es la autorregulación. Que los candidatos se mesuren porque entienden que "el que a hierro mata, a hierro muere".

Creo que ya lo van comprendiendo. Calderón ahora mismo está sintiendo el rigor del metal pero, de continuar por esta senda, el que mañana podría sentirlo sería el propio AMLO.

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