Pablo Hiriart
Crónica
12 de Junio de 2006
Ya se vio por qué López Obrador no quería debatir.
Lo de que estaba diez puntos arriba y no lo necesitaba, o que se encontraba muy ocupado recorriendo el país porque él “no le apuesta a la telera”, era pretexto.
En el debate del martes confirmó lo que aquí tanto machacamos: López Obrador no quería confrontar sus ideas con las de sus adversarios porque es un candidato tremendamente frágil.
Él grita en los discursos, y sus clientelas de la plaza pública y de los medios de comunicación le aplauden diga lo que diga.
Era chistoso y ocurrente en las conferencias matutinas como jefe de Gobierno, donde más que una fuente tenía una corte de periodistas que lo cuidaban como escoltas.
Es hábil para escabullirse en las entrevistas, donde la cortesía impide poner contra la pared a un candidato presidencial.
Pero en un debate de iguales, como el del martes, López Obrador quedó de su exacto tamaño.
Apagado, repetía de memoria su catecismo de nosotros los de abajo contra ustedes los de allá arriba.
Pero no resistió la prueba de las críticas directas y fundamentadas, como las que le hicieron Felipe Calderón y en menor medida Roberto Madrazo.
El López Obrador de la noche del martes fue totalmente diferente al de su campaña.
¿Dónde quedó el político echado para adelante que miraba para abajo a sus contendientes porque según él mentían para dañarlo?
En el debate al tú por tú, López Obrador lució indefenso.
Al no poder contestar a las críticas, mostró que está negado para la pluralidad.
Así son los autoritarios. Sólo se sienten cómodos con sus incondicionales, pero son incapaces de contrastar ideas en un debate con reglas.
Para disipar los efectos de su derrota, los aliados de López Obrador le dieron un vuelo inusitado al caso de la empresa Hildebrando.
Una truculenta historia construida a manera de salvavidas para rescatarlo del naufragio del debate.
Delante de los demás candidatos y de cara a la nación, López Obrador se quedó callado cuando le dijeron que llevó al Distrito Federal al primer lugar nacional de corrupción, según Transparencia Internacional, capítulo México.
En realidad, hizo bien en no abrir la boca.
En correspondencia, Calderón tuvo la delicadeza de no insistir. Pero habría sido interesante oír que le preguntaran por el dinero que les cobran, a manera de mordida, a los 100 mil vendedores ambulantes afiliados a organizaciones afines al PRD.
O que le cuestionaran por la cuota de 600 pesos al mes que las organizaciones perredistas le cobran a cada uno de los 60 mil taxis pirata de la capital. Son 36 millones de pesos al mes: ¿a dónde va ese dinero?
Que le hubieran preguntado ¿qué pasó con el negocio de terrenos a cambio de puentes en Santa Fe?
Con eso hubiera sido suficiente, para no entrar en el caso Bejarano, Gustavo Ponce y otros allegados suyos.
Pero ni lo elemental que le preguntaron —el reporte de Transparencia Internacional— pudo contestar.
No dijo ni pío cuando Madrazo expuso que el narcomenudeo creció 760 por ciento en los primeros cuatro años de su gobierno en la capital del país.
Se quedó callado cuando Felipe Calderón le echó en cara que tiene archivada como información confidencial por diez años en un fideicomiso toda la documentación respecto del distribuidor vial de San Antonio y de los segundos pisos del Periférico.
No pudo decir nada ante las cifras que ponen al Distrito Federal en último lugar en generación de empleos en toda la República, durante su gobierno.
¿Qué iba a decir?
Es que en lugar de los 800 mil empleos que, según dice en su propaganda, creó cuando fue jefe de Gobierno, hizo todo lo contrario:
Entre 2000 y 2005 en el Distrito Federal, entre puestos eventuales y permanentes, fueron creados apenas cuatro mil 778 empleos, de acuerdo con las tablas estadísticas del Instituto Mexicano del Seguro Social.
La tasa de creación de empleos, del orden del 0.21 por ciento, es casi nula y resulta 10 veces inferior a la media nacional. En promedio, es cien veces menos que la tasa de creación de empleos en Querétaro, Tabasco, Coahuila, Baja California Sur, Chihuahua, Campeche y Quintana Roo.
Y si hablamos de empleos permanentes, el gobierno de López Obrador en lugar de crear los 800 mil que dice, en realidad destruyó 73 mil 206 puestos de trabajo, con lo que vuelve a estar en el cuadro de las medallas como la segunda entidad que más empleos perdió en todos el país.
Durante el debate del martes López Obrador intentó una leve defensa cuando le dijeron que con su administración el DF cayó al último lugar en desarrollo económico.
Contestó que el bajo crecimiento es un problema general en el país y que a fin de cuentas es el gobierno federal el que tiene las herramientas para impulsarlo.
Sí, el gobierno federal es clave en el crecimiento general de la economía, pero los gobiernos estatales son los encargados de crear condiciones para atraer inversión productiva.
Por alguna razón el Distrito Federal fue, en el periodo 2000 a 2004, la única entidad del país que registró un índice de crecimiento económico negativo: menos 1.75 por ciento, de acuerdo con las cifras más recientes del INEGI.
Y por alguna razón, también, un estado como Durango creció en ese mismo periodo 16.06 por ciento. O Quintana Roo, que creció 18.74. Campeche a 13.27. Nuevo León a 11.46, o Chiapas a 10.28.
El crecimiento económico promedio en las entidades del país fue de 6.0 por ciento. Muy por encima del DF que fue, como ya apuntamos, de menos 1.75 por ciento.
Con esos datos duros, es obvio que López Obrador no podía dar respuesta alguna.
Y se entiende también por qué no quería ir al debate. Y por qué le fue mal.
Callado se tuvo que quedar ante la afirmación de que en el Distrito Federal, en su gobierno, la delincuencia creció como nunca.
Con López Obrador el DF pasó a ocupar el primer lugar nacional en crecimiento de la delincuencia. Mudo se quedó ante eso el candidato presidencial del PRD.
Luego dijo, vagamente, que la delincuencia en el país es producto de la pobreza. O sea, en su lógica, los pobres son delincuentes por definición.
Si así fuera los índices más altos de delitos en el país los encontraríamos en Oaxaca y en Chiapas. Y da la casualidad de que esas dos entidades reportan los indicadores de delitos más bajos de toda la República.
Se quedó mudo cuando Felipe Calderón le cuestionó su publicitado apego a la austeridad. No pudo explicar por qué Nico, su chofer, tenía un sueldo neto superior a los 70 mil pesos mensuales.
Después del debate volvió a aparecer el López Obrador de siempre.
Se fue al zócalo donde estaban sus partidarios y le volvió el alma al cuerpo.
Alzó los brazos como si hubiera ganado.
De nueva cuenta volvió a gritar: “¡creyeron que iban a cenar pichón, pero les salió un gallo!”.
Claro, el grito fue cuando ya no tenía a sus contendientes enfrente ni nadie que lo cuestionara.
El país lo había visto perder. Agazapado, indeciso, sin ideas. Perdió.
phiriart@cronica.com.mx
12 de junio de 2006
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