5 de agosto de 2006

AMLO: una serie de eventos desafortunados

Carlos Ramírez
La Crisis - Diario de Campaña
04-08-2006

La disputa real de la política y del poder se ha salido ya de los cauces institucionales. La previsión del resultado en el Tribunal Electoral será un mero pretexto: si califica a Felipe Calderón como presidente electo, entonces la movilización de López Obrador escalará la resistencia a la toma de espacios; si el Trife ordena el recuento de votos, se habrá dado al traste con la legalidad electoral; y su se busca una opción intermedia, salomónica, las cosas seguirán en la misma crisis.

El país se encuentra estancado en el debate poselectoral. No se trata aún de una crisis política porque las leyes funcionan y las instituciones electorales siguen su paso. Pero el PRD y López Obrador pueden estallar la crisis política si desobedecen las leyes. Y entonces el país habrá de entrar ya en la lógica de una rebelión social contra las instituciones.

Lo que queda en la libreta de apuntes es la búsqueda del origen de los problemas. Y ahí no hay más que uno: López Obrador decidió en el 2000 entrar en la lucha política legal y seis años después salió con que siempre no. Que por la vía legal no, porque las leyes las hicieron los adversarios. Aunque habría que aclarar el papel del PRD de 1989 a la fecha en la aprobación, diseño y aval a las leyes.

La rebeldía de López Obrador ha estado siempre presente: que si no le daban el registro como candidato al DF porque no cumplía con los requisitos de ley, pues a sacar a la gente a la calle; que lo quisieron desaforar por no respetar un amparo, pues a sacar a la gente a la calle; que no le gustó el saldo de las elecciones presidenciales, pues a sacar a la gente a la calle. Esta conducta es propia del que no sabe perder, del que siempre quiere ganar.

Ahora queda en el ánimo ciudadano la certeza de que López Obrador se acaba de jugar su última carta. Y como va perdiendo el juego, entonces no hay más que una conclusión: una serie de eventos desafortunados ha llevado a López Obrador a la quema de su vía legal. Ya nadie va a votar por él en algunas elecciones futuras porque no sabe perder, porque arrebata, porque hunde a la ciudad de México en un caos histórico, porque no está preparado para la lucha legal, porque las leyes las quiere siempre a su favor, porque compite sólo para ganar.

De ahí la percepción de que López Obrador se juega su resto. O gana todo o pierde todo. Si gana, el país entrará en un conflicto social con visos de guerra civil; si pierde, entonces meterá al país en una situación de violencia social que sólo va a poner orden la policía y sus toletes porque López Obrador ya no entiende de razones políticas.

Entre esa serie de eventos desafortunados se apareció la figura de Fidel Castro. La historia, en efecto, lo juzgará. Quede sólo como reflexión en hecho de que Cuba vivía en torno a un solo hombre cuyos ideales no fueron lo suficientemente fuertes. Y que el caso del hombre providencial siempre llega a su ocaso. La virtud de los hombres en verdad grandes fue haberse sabido retirar a tiempo. Cuba se hundirá con Castro. Y México, que sobrepasó hace tiempo a los hombres providenciales, es empujado en el camino de regreso hacia los caudillos. Los ideales viven por sí mismo; los caudillos necesitan el poder para sobrevivir. El evento desafortunado de Castro y Cuba le recordó a los mexicanos que la democracia no es un ideal sino un conjunto de instituciones y reglas. Que el ideal encarnado en una persona es caudillismo y siempre, pero siempre, derivan en dictaduras.

López Obrador quedó atrapado en su laberinto. Lo saben sus colaboradores. Algunos quieren salir pero no saben cómo. López Obrador no quiere salir sino quedarse ahí, atrapado en ese libertino. La mayoría de la república ya reconoció la victoria de Calderón y la derrota de López Obrador. Y si el Trife dictamina lo contrario, entonces sí que entraremos en una zona de inestabilidad que nadie, ni siquiera López Obrador, va a poder manejar. Ahí es donde se medirá la grandeza de los hombres públicos; ahí se verá la pequeñez de los ambiciosos de poder.

Ya no falta mucho para saberlo. El tiempo es implacable. Los plazos constitucionales son inflexibles. Y llegará pronto, quizá este mismo fin de semana, la hora decisiva. Y veremos si nuestros políticos son tales o sólo egoísmos caminando por las calles.

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