Marco Levario Turcott
Crónica
2 de Agosto de 2006
Son múltiples las expresiones y muy lamentables los efectos de esa amalgama de creencias que llamamos fanatismo. Su forma más elemental es la exaltación extrema de las pasiones, por lo regular en función de una epopeya y, siempre, en desdoro, incluso hasta el empleo de la violencia, de quien no siente como ellos.
El fanatismo ve conjuras y conspiraciones en todos lados, aunque en este caso no sólo como manifestación de inteligencia primitiva sino como método para sobrevivir, en virtud de que no existiría sin enemigo. El fanatismo, es dogma de fe, o sea, creencia en una verdad absoluta que no puede ni debe —y pobre de quién lo haga— cuestionarse. Entre otras explicaciones, por eso el fanatismo suscita odios (contra el otro por pensar distinto, contra el rico porque primero los pobres y contra el de arriba porque arriba los de abajo).
El fanatismo tiene un hermano —es el conformismo, aliado suyo que cede y concede, en el nombre de la tolerancia, a los callejones sin salida a los que el fanatismo conduce—. Como dice el diccionario de Bobbio, ambos, el fanatismo y el conformismo, son contrarios, al espíritu crítico, son la masa de maniobra del cínico que, en realidad, no cree en ninguna idea pero que está dispuesto a valerse de la que sea. “El cínico se sirve de los fanáticos —y los conformistas— para conseguir sus fines; no ocurre lo inverso”.
Creo que la más extraordinaria lucha que ha librado la inteligencia, desde la ilustración hasta nuestros días, es precisamente contra el fanatismo —en relación con la ética esa batalla es contra el pragmatismo—. La inteligencia, sí. Lo mismo contra el fervor religioso que contra la crispación política que amaga reyertas. La razón y la tolerancia —también la exhibición de los cínicos—, hasta ahora, han sido los mejores antídotos para que cada quien crea en lo que quiera sin imponérselo a los demás.
El fanatismo subyuga los derechos de otros porque en su misión autoimpuesta lucha también en nombre de otros conformistas o inconscientes contra aquellos, los enemigos de la historia. El fanatismo es sumisión, quien se aleja de él ha traicionado la causa o perdido la brújula, el fanatismo no reconoce errores y menos virtudes en los otros, pero les confiere todas las cualidades si se trasladan a su flanco. Las dictaduras se asientan en el fanatismo, la democracia en la crítica.
El fanatismo es la facción de una sociedad —porque por fortuna no todos están en su órbita— y representa y expresa a poderes fácticos que, como en círculo, operan en su favor. Esos poderes fácticos operan para promover el sistema de creencias del fanatismo porque están convencidos y además porque serían favorecidos al conseguirse la causa. Claro está que esos poderes fácticos no son privativos del fanatismo, incluso hay algunos que también actúan contra ese fanatismo por ser atentatorio contra sus intereses. Al fanatismo de cualquier laya hay que anteponer la razón crítica, ley y las instituciones.
El fanático sin adeptos puede estar en un hospital, predicar en el desierto o adorar la imagen o la pasión que sea y hasta emprender los ritos que quiera. El fanático con adeptos puede ser líder religioso, político y, ya en el colmo de los extremos, terrorista también.
El líder fanático se considera perfecto, o casi. Al escuchar y traducir la voz del pueblo, acusa, adoctrina, amenaza, arenga, canoniza, catequisa, clama, chantajea, descalifica, dicta, exige, exonera, exacerba, llora, predica, presiona, proclama, pontifica, promete, sentencia y somete. Con todo respeto, también manipula.
También hay huestes del fanatismo, la más amplia masa de maniobra del líder fanático, que lo son justamente porque la modernidad no se ha hecho cargo de ellos. Muchos han esperado su vida entera para que eso ocurra y no tienen qué perder porque nunca o casi nunca han ganado nada. En esas carencias, también en la falta de cultura democrática, se ha retroalimentado la esperanza casi religiosa —antaño la virgen de Guadalupe, hogaño el redentor fanático— para liberarse del yugo contra los que tienen, los que siempre ganan y mienten y fraguan. En el resguardo del fanatismo porque quieren todo, lo siempre ajeno, lo nunca suyo, contra ellos, duro con ellos.
Todo, en el nombre del pueblo.
mlevario@etcetera.com.mx
3 de agosto de 2006
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