4 de agosto de 2006

Fines y medios

Sergio Sarmiento
Reforma
4 de Agosto del 2006

“La gloria de los hombres se ha de medir siempre por los medios de que se han servido para obtenerla”.
François de La Rochefoucauld

Lo que nos están diciendo los más fieles seguidores de Andrés Manuel López Obrador -hace ya tiempo que quedó claro que no son toda la izquierda o siquiera todos los perredistas- es que el fin justifica los medios.

Esta posición no es nueva. La han utilizado los tiranos a todo lo largo de la historia. Pero con la experiencia que hemos tenido en el mundo con quienes han mantenido este principio, no deja de ser atemorizante que hoy se retome esta doctrina con tanta vehemencia en México.

Sí, es cierto, estos fieles seguidores de López Obrador reconocen que la ley prohíbe el bloqueo de vías de comunicación. El propio líder de su movimiento, tan afecto a las manifestaciones y plantones como arma de presión política, entendió cuando jefe de gobierno del Distrito Federal que no podía permitir todas las manifestaciones o todos los plantones. Por eso ideó el bando 13, que prohíbe el bloqueo de vías primarias, como Insurgentes, el Periférico y, por supuesto, Reforma. De esta manera, cuando menos dejaba exento a su preciado segundo piso del Periférico de bloqueos de la Oposición.

Pero reconocer lo que dice la ley o el bando 13 no ha sido obstáculo para el bloqueo de Reforma. Ninguna regla es válida, dicen los obradoristas, cuando se busca un bien mayor. En otras palabras, el fin justifica los medios.

Para los adictos a López Obrador el bien mayor es la defensa del triunfo electoral que su jefe presumiblemente obtuvo en las elecciones del 2 de julio. Con el fin de preservar esa victoria, cualquier táctica es buena. No es necesario mantenerse dentro de los cauces de la ley. Pueden violarse incluso los derechos de los ciudadanos que no tienen nada que ver en el tema. No olvidemos nunca que el fin justifica los medios.

Cada día estoy más convencido de que las afirmaciones de fraude de la coalición Por el Bien de Todos son falsas. Una prueba tras otra se ha caído al examinarse en detalle. El propio López Obrador y sus seguidores aún siguen peleándose por saber si el fraude fue cibernético o a la antigüita. La convicción de los obradoristas de que la repetición constante hará verdaderas las acusaciones no surte efecto en quienes no comparten sus dogmas. Pero aun suponiendo que los cargos fuesen ciertos, el ámbito donde deben ventilarse es el Tribunal Electoral. Violar los derechos de terceros para presionar a los magistrados rompe no sólo la ley sino la ética.

Casi todos los dictadores de la historia han recurrido al principio del utilitarismo que establece que el fin justifica los medios. Muy pocos han estado dispuestos a reconocer que sus actos se basan en la ignorancia o en la perversidad. Adolfo Hitler argumentó que el genocidio de judíos, gitanos y otros grupos étnicos era necesario para crear un reino de paz y prosperidad bajo la tutela del pueblo más avanzado del mundo, el alemán. Stalin sostuvo que la matanza de granjeros y disidentes era indispensable para construir el reino del comunismo en el que todos vivirían en paz, igualdad y prosperidad.

Una vez que empieza a aplicarse el principio de que el fin justifica los medios, empero, no hay dónde detenerse. Si a cambio de impulsar un bien mayor se pueden violar impunemente la ley y los derechos individuales, no hay obstáculo para ningún abuso. ¿Por qué no despojar a alguien de su propiedad si, al repartirla entre mis simpatizantes, hago felices a éstos y violo sólo los derechos de uno? ¿Por qué no puedo bloquear las vías de salida de una sola casa, por ejemplo la de Alejandro Encinas, si con ello genero el júbilo de millones? ¿Por qué no puedo matar al negro, al judío o al indocumentado si con ello logro un mayor bienestar o una mayor aceptación política de los electores en mi comunidad?

Mucho se ha escrito en los medios académicos sobre los horrores a los que lleva una ética utilitaria. De hecho, ninguna sociedad civilizada puede sostener que el fin justifica los medios. Los derechos individuales deben ser inviolables. A final de cuentas, todos podemos ser minoría: todos podemos ser esa persona cuyos derechos se violan para promover un bien ulterior.

Los peores tiranos de la historia han aplicado la filosofía de que el fin justifica los medios. Las sociedades libres y democráticas, por el contrario, sostienen que los individuos tienen derechos inalienables que la autoridad no puede violar y que las leyes deben aplicarse a todos sin exentar a los amigos o aliados de los poderosos.

La estrategia de bloquear la columna vertebral del Distrito Federal es un ejemplo claro de la filosofía de que el fin justifica los medios. Pero una vez que se empieza por este camino, termina por prevalecer únicamente la ley del más fuerte.

Intelectuales

Muy importante el desplegado que firman José Woldenberg, Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze, Federico Reyes Heroles, Roger Bartra, Germán Dehesa, Denise Dresser, Soledad Loaeza, Alejandro Rossi y una impresionante lista de intelectuales. Señalan que pudo haber errores en la elección del 2 de julio, pero que no hay indicios de un fraude maquinado; que todos los partidos tienen derecho a acudir al Tribunal Electoral, pero que no se debe alimentar una situación de crispación y alarma; y que debemos, finalmente, tener confianza en el fallo del Tribunal.

sarmiento.jaquemate@gmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

El 2 de julio millones de mexicanos fuimos a las urnas para elegir al Congreso de la Unión y al Presidente de la República. En diez estados hubo comicios locales: elegimos a tres gobernadores y al Jefe de Gobierno del Distrito Federal, con sus respetivos congresos locales y decenas de ayuntamientos.
Fueron elecciones auténticas entre partidos y candidatos plurales. Ninguna fuerza política ganó todo y ninguna perdió todo. Nuestra votación nos obliga a vivir y convivir en la pluralidad.
La convivencia y la competencia política civilizadas son el principio y el fin de la democracia. Este es el valor que hoy deseamos refrendar, preocupados por un clima público que puede erosionar lo que tanto trabajo ha costado construir.
Quienes firmamos este documento hemos votado por diferentes candidatos y partidos, pero nos unen las siguientes convicciones que creemos son la base para una coexistencia de la diversidad política tolerante y productiva:

1. Todas las fuerzas que participaron en la elección son legítimas. Expresan las propuestas y esperanzas de diferentes franjas de la sociedad. Esa diversidad es una riqueza que debe preservarse. Las elecciones son el único método que garantiza que sean los ciudadanos los que decidan quiénes deben gobernar y legislar.
2. Durante las campañas sobraron descalificaciones, pero la jornada del 2 de julio fue ejemplar por la participación ordenada de más de 42 millones de votantes. Fueron instaladas prácticamente todas las casillas por más de 500 mil ciudadanos sorteados y capacitados por el IFE. Todo ello transcurrió con normalidad. Reconocemos al IFE, más allá de errores puntuales, por su eficacia en la organización de esta tarea gigantesca. Refrendamos nuestra confianza en su imparcialidad y en su independencia.
3. Hemos elegido un Congreso plural donde ningún partido tendrá mayoría absoluta de votos; habrá gobernadores de diferentes partidos, congresos locales y ayuntamientos habitados por la variedad de las opciones políticas. Celebramos que la pluralidad política del país quedó genuinamente expresada en la elección del 2 de julio.
4. Las elecciones siguen probando que son el canal legítimo para la expresión de las más profundas inquietudes de una sociedad compleja como la mexicana. El espectacular crecimiento de la izquierda en estas elecciones confirma que es a través del sufragio como las distintas fuerzas políticas pueden expandir su influencia e insertar sus propuestas en la agenda nacional.
5. Existe, sin embargo, una aguda controversia en torno a la limpieza y validez de la elección presidencial. Quienes firmamos este documento hemos seguido los argumentos y pruebas presentadas en el litigio. No encontramos evidencias firmes que permitan sostener la existencia de un fraude maquinado en contra o a favor de alguno de los candidatos. En una elección que cuentan los ciudadanos puede haber errores e irregularidades, pero no fraude.
6. Los partidos y candidatos tienen el derecho de acudir al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para hacer valer sus inconformidades. Esa es la ruta diseñada para atender dudas, quejas o conflictos electorales. No se pueden erradicar por completo los diferendos en materia electoral. Pero a lo largo de los últimos diez años todos ellos han sido resueltos a través de la vía jurisdiccional. Una vez que el Tribunal ha resuelto, se han terminado todos los conflictos.
7. No debemos alimentar una espiral de crispación y alarma. No inyectemos elementos que envenenen el ambiente político, no enfrentemos a los adversarios como si se tratara de enemigos. Edifiquemos un clima que refuerce la convivencia política en la diversidad.
8. Refrendamos nuestra confianza en el Tribunal Electoral. Es la última y definitiva voz autorizada para desahogar el diferendo en torno a la elección presidencial. No queda sino respetar la resolución del Tribunal.
9. Nuestras instituciones electorales son un patrimonio público que nadie debe lesionar. Son el soporte de una de las libertades fundamentales que los mexicanos hemos conseguido en estos años: la libertad de votar y ser votados sin que nadie manipule nuestro mandato.

Adrián Acosta Silva
Larissa Adler-Lomnitz
Luis Miguel Aguilar
Héctor Aguilar Camín
José Antonio Aguilar Rivera
Sealtiel Alatriste
Eliseo Alberto
Jorge Alcocer
Enrique Alduncin
Ignacio Almada
Asunción Álvarez
Francisco Javier Aparicio
Antonella Attili
Roger Bartra
Eduardo Barzana
Ricardo Becerra
Humberto Beck
Ulises Beltrán
Edmundo Berumen
José Joaquín Blanco
Edmundo Calva
Salvador Camarena
Enrique Canales
Julia Carabias
Emmanuel Carballo
Miguel Carbonell
María Amparo Casar
Jorge G. Castañeda
Marina Castañeda
Adolfo Castañón
Ricardo Cayuela
Santiago Corcuera Cabezut
Lorenzo Córdova
Ramón Cota Meza
Israel Covarrubias
José Luis Cuevas
Leonardo Curzio
Luis de la Barreda Solórzano
José Antonio de la Peña
Germán Dehesa
Roberto Diego Ortega
Christopher Domínguez Michael
Denise Dresser
Irene Durante Montiel
Juan Eibenschutz
Roberto Eibenschutz
Ricardo Elías
Álvaro Enrique
Fernando Escalante Gonzalbo
Beatriz Espejo
Guillermo Fadanelli
Fátima Fernández Christlieb
Jorge Fernández Meléndez
Héctor Fix Zamudio
Enrique Florescano
Fernando García Ramírez
Luis Emilio Giménez Cacho
David Gómez-Álvarez
Luis González de Alba
José Antonio González de León
Olbeth Hansberg
Carlos Heredia
Claudio Isaac
Ángel Jaramillo
Fuad Juan
Gerardo Kleinburg
Enrique Krauze
León Krauze
Mario Lavista
Soledad Loaeza
Cassio Luiselli
Ángeles Mastretta
Álvaro Matute
Samuel Melendrez Luévano
Víctor Manuel Mendiola
Mauricio Merino
Jean Meyer
Pedro Meyer
Mario J. Molina
Silvia Molina
Ciro Murayama
Humberto Murrieta
Benito Nacif
Enrique Norten
Octavio Novaro
Federico Novelo
Joel Ortega Juárez
Antonio Ortiz Mena López Negrete
Pablo Ortiz Monasterio
Ignacio Padilla
Guillermo Palacios y Olivares
Pedro Ángel Palou
David Pantoja Morán
Julio Patán
Braulio Peralta
Rafael Pérez Gay
Rafael Pérez Pascual
Jacqueline Peschard
Ernesto Piedras
Jean-Francois Prud’homme
Ricardo Raphael
Román Revueltas Retes
Federico Reyes Heroles
Jorge Javier Romero
Alejandro Rossi
Luis Rubio
Pablo Rudomín
Daniel Sada
Luis Salazar
Pedro Salazar Ugarte
José Sarukhán
Cecilia Sayeg
Guillermo Sheridan
Isabel Silva Romero
Carlos Sirvent
Guillermo Soberón
Fernanda Solórzano
Beatriz Solís Leree
Jaime Tamayo
Ricardo Tapia
Carlos Tello Díaz
Raúl Trejo Delarbre
Julio Trujillo
Isabel Turrent
Guillermo Valdés Castellano
Eduardo Valle
Josefina Zoraida Vásquez
Rodolfo Vázquez
Xavier Velasco
Diego Villaseñor
José Warman
José Woldenberg
Ramón Xirau
Gina Zabludovsky
Fernando Zertuche
Leo Zuckermann