17 de julio de 2006

En vilo

María Amparo Casar
Reforma
17 de julio de 2006

Contrario a lo que debería suceder en una democracia consolidada, a 15 días de celebradas las elecciones los mexicanos tenemos más incógnitas que certezas. En realidad la única certeza que tenemos es que los cómputos distritales señalan a Calderón como el candidato que recibió la mayoría de los votos. En contraste, no sabemos quién será Presidente, no sabemos si el candidato perdedor aceptará el veredicto del Tribunal, no sabemos siquiera si el 6 de septiembre tendremos Presidente electo.

Y no lo sabemos por una sola razón. Porque el candidato que hasta el momento tiene menos votos insiste en comprometerse con su verdad, con sus principios, con sus convicciones y con su "dignidad", pero no con las instituciones ni con la legalidad.

A 15 días de la elección la presencia mediática más cuantiosa ha sido la de López Obrador. Con la habilidad indiscutible que ha mostrado en el pasado, una vez más está fijando la agenda. Una vez más tiene al país en vilo. Una vez más pone las cosas de tal manera que la única solución posible le sea favorable.

Además de sus dos "asambleas informativas" ha dado un sinnúmero de entrevistas y declaraciones que sus aliados y adversarios hurgan para saber a qué atenerse, para adivinar su ruta, para encontrar un norte. Hurgan esperanzados buscando una frase que brinde la tranquilidad de saber que, una vez agotadas todas las instancias, acatará el resultado. Cualquiera que éste sea.

Tengo para mí que no hay que buscar en sus dichos la respuesta. Que es ocioso seguir analizando las palabras de López Obrador en el Zócalo o en sus entrevistas. Que buscar la verdad en sus declaraciones no tiene sentido. Hay que buscarla en sus acciones. Él ya apostó y apostó por la anulación de la elección. No fue una estrategia de última hora. Hace tiempo que sembró y abonó el terreno para ello. Hace tiempo nos lo dijo: si gano lo hice a contracorriente; a pesar de las trampas, las inequidades, las autoridades, los poderosos, los medios, los ricos. Si el voto no me favorece hubo fraude.

Hasta el momento se ha anotado una victoria. Sembró la duda sobre las elecciones: sobre las autoridades que las organizaron y sobre los 900 mil ciudadanos que fungieron como funcionarios de casillas y contaron los votos. Con o sin fundamento legal, ha conseguido convencer a buena parte de la población de que no hay reclamo más democrático que contar voto por voto otra vez. Lo que no ha dicho es que el recuento no es su última carta. Lo que no ha dicho es que si se vuelve a contar se abren dos caminos igualmente peligrosos.

No sabemos qué hará el Tribunal pero sí cuál es el siguiente paso de López Obrador. Si el Tribunal accediera a volver a contar y el recuento no le diera el triunfo, le queda el recurso del fraude genérico. La elección no es válida porque al violarse los principios de "certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad", los resultados no son reflejo de la voluntad popular mayoritaria.

Si López Obrador gana el recuento de todas maneras tendríamos, en sus palabras, un Presidente espurio producto de unas elecciones fraudulentas.

Con sus acciones y declaraciones López Obrador ha metido en un brete a la nación. Al hablar de simulación electoral y fraude generalizado, al haber impugnado el proceso por la vía de la violación al libre ejercicio del voto, no queda más que anular las elecciones.

Lo que quiere es que el Tribunal se abstenga de hacer la declaración de validez de la elección y la declaratoria de Presidente electo y que se reponga el proceso. No quiere esperar seis años para volver a competir, pero está dispuesto a esperar poco menos de dos.

Que actúe de esta manera es perfectamente explicable y racional en términos de sus propios intereses y expectativas. Lo que es más difícil de explicar es por qué se lo permitimos. Lo que es más difícil de explicar es por qué seguimos pidiendo prudencia a quien la ha mostrado y no a quien se empecina en llevarnos al precipicio. Actuar con prudencia es actuar con cautela y moderación, con sensatez y buen juicio. Estas actitudes han sobrado de un lado y faltado del otro. Detrás del llamado a la prudencia a todos menos a él hay una constante: no le demos pretexto a López Obrador. Pero que no ha quedado claro. No necesita excusas. Ya las tiene. Las ha revelado día con día. Nos ha dicho con claridad y con todas sus letras lo que piensa, lo que quiere y lo que está dispuesto a hacer.

Desde luego hay dos Méxicos. El de los que creen en la legalidad y el de los que no creen en ella. El de los que defienden la institucionalidad y el de los que no lo hacen. El de los que están dispuestos a que su candidato gane o pierda si así lo decidieron los votantes y el de los que no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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