Jorge Fernández Menéndez
Excélsior - Razones
17-07-06
Las dos más recientes declaraciones de López Obrador demuestran, sin lugar a dudas, que su estrategia es, lisa y llanamente, buscar que se anulen las elecciones. Primero, aseguró que su exigencia de contar "voto por voto" en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación es relativa (algo que ya se hizo en dos oportunidades y se obtuvo siempre el mismo resultado, el triunfo de Felipe Calderón, pero que funciona como una buena coartada para el objetivo real de la anulación): si se realizara ese conteo y de todas formas volviera a resultar ganador Calderón, dijo él que no reconocería el resultado porque ahora afirma que las elecciones fueron "ilegítimas". El domingo, en una nueva aparición casi publicitaria en El País, dijo al periódico español que "hubo fraude antes, durante y después de las elecciones". Por eso, en el documento de impugnación, además de una larga suma de absurdos (como presentar entre las pruebas del presunto fraude que en una telenovela alguien dijo que votaría por Calderón; que Maribel Guardia, que no es precisamente una comunicadora, entrevistó a Calderón; que en los empaques de unas botanas había una línea azul que inducía a votar por el PAN o que algún periodista lo criticó), lo que termina exigiendo es que no se reconozca la elección de Presidente, con lo que se estaría anulando la elección presidencial, un punto, por cierto, no contemplado en la ley.
¿Por qué anular esa elección, pero no la de diputados y senadores o la de jefe de Gobierno del DF? Por una sencilla razón: la única causa es buscar una crisis política que no legitime el triunfo de sus adversarios, pero obligue a designar un Presidente interino y que a él le permita continuar con su campaña uno o dos años más para volver a presentarse como candidato en unas elecciones extraordinarias.
Estas patrañas solamente confirman que todo lo que se dijo de López Obrador antes de las elecciones es verdad: el hombre no está interesado en lo más mínimo en consolidar un sistema democrático ni tiene lugar en su cosmovisión política algo parecido a la tolerancia, la legalidad o el respeto a la pluralidad. Lisa y llanamente, lo que quiere, recuperando el lenguaje del más viejo revolucionarismo, es tomar el poder. Y para hacerlo, los medios no importan: el fin, que es hacerse con el poder, justifica cualquier medio, aunque ello implique olvidarse de los compromisos que una y otra vez asumió López Obrador ante ese electorado al que dice respetar (por cierto, cuando presume sus 13 millones de votos habría que recordarle que otros 31 millones sufragaron en su contra).
Dijo en innumerables oportunidades que aceptaría los resultados electorales y la autoridad del IFE y apenas la semana pasada, además de rechazar cualquier resultado diferente de su triunfo, calificó a los del IFE como "delincuentes electorales". La jornada del 2 de julio, tanto en su equipo como en todos los ambientes políticos y en los medios, fue calificada como impecable, casi sin irregularidades y con un mínimo de denuncias. Ahora dice que hubo fraude "antes, durante y después de las elecciones", una afirmación temeraria que no puede sustentar con una sola prueba, a dos semanas de los comicios. Luego dijo que confiaba en el Tribunal Electoral, pero ahora dice que si éste no le concede el triunfo, incluso aunque el TEPJF decidiera, en una acción que no está contemplada en la ley, contar nuevamente "voto por voto", la elección será "ilegítima". Dijo una y otra vez que él no buscaba la anulación de las elecciones, pero desde cuando resultó evidente que las matemáticas, suceda lo que suceda con la impugnación presentada ante el TEPJF, no le permitirían revertir el resultado, ahora dice que fue un "fraude" y por lo tanto no se pueden reconocer sus resultados y, en el documento de impugnación, demanda la anulación del proceso. El hecho es que López Obrador no ha cumplido uno solo de los compromisos que asumió "antes, durante y después" de las elecciones. Ya lo decíamos en días pasados, siguiendo el libro de Harry Frankfurt: es peor que un mentiroso, es un charlatán que inventa una realidad a modo para satisfacer sus propios objetivos.
Lo grave es que al mismo tiempo que se va quedando cada día más solo, hace crecer la lista de los complotados en su contra, tiene menos seguidores, pero más radicales, convencidos de que todo el sistema legal y judicial es ilegítimo. Si ninguna de las vías legales son legítimas para López Obrador, entonces queda preguntarse qué sigue: la movilización violenta, propiciar un clima de ingobernabilidad que el propio lopezobradorismo nos está haciendo probar en estos días en Oaxaca, donde sus seguidores han boicoteado la Guelaguetza, han tomado a turistas como rehenes y han conseguido que la principal fuente de recursos de los oaxaqueños, el turismo, haya caído prácticamente a cero. En Oaxaca, López Obrador quiere hacernos una demostración de lo que se propone hacer en la capital del país.
¿Por qué en la capital? Porque tiene un pequeño problema. Ni todo el país es el DF ni toda la población del DF siquiera lo apoya. Por eso no pudo hacer demostraciones en varios lugares de la República como lo había planeado y tuvo que traer, acarreados, a manifestantes desde todos los puntos de México, porque su fuerza local no alcanzaría para una movilización significativa en la mayor parte de la República.
López Obrador se va quedando solo y se quedará aún más solo cuando el Tribunal concluya su labor. Muchos destacaron ayer como noticia importante la movilización de los seguidores de López Obrador, pero en términos políticos es mucho más importante el desplegado de los gobernadores priistas, al reconocer los resultados del IFE, exigir a los demás actores que los acaten y subrayar la legalidad del proceso. López Obrador, pese a sus amenazas y rodeado por sus incondicionales, se va quedando cada vez más atrás.
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17 de julio de 2006
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