Ricardo Alemán
El Universal - Itinerario Político
19 de julio de 2006
La candidatura de la mal llamada "izquierda mexicana" se volvió la réplica del culto a la personalidad
Apaciguados los ánimos, fuera del reflector, y recuperada la serenidad, algunos de los hombres que estuvieron cerca de AMLO -y que seguirán estando cerca por lo menos hasta la declaratoria de presidente electo- han iniciado el recuento de los daños que arrojó contra su causa la elección del pasado 2 de julio.
"La verdad es que perdimos", dicen sin más. Y enumeran una larga lista de causales que debilitaron en los dos o tres últimos meses de la contienda a la que era "una candidatura ganadora". En primer lugar aparece un asombroso exceso de confianza, "perfectamente explicable" porque el motor y el centro de la campaña era López Obrador, el líder social y político que luego de Cuauhtémoc Cárdenas no había conocido el PRD. Todos querían estar cerca, ganarse su confianza, ser vistos, congraciarse con sus decisiones, porque todos creyeron que el 2 de julio sería sólo un trámite. La candidatura de la mal llamada "izquierda mexicana" se convirtió en una réplica del culto a la personalidad que tanto criticó la izquierda de antaño.
Se llegó a extremos como los de iniciar feroces batallas intestinas, entre los primeros círculos concéntricos de la única fuente de poder -que no era otra que AMLO y sólo AMLO-, por las posiciones en el futuro gabinete. Esa guerra en la parte de arriba de la campaña presidencial -que ya se disputaba secretarías de Estado, los liderazgos en el Congreso y todas las fuentes de poder real- dejó en el olvido la organización de los grupos de abajo, de los miles o millones de simpatizantes, potenciales electores, a los que sólo se les alimentó con la palabra, la promesa, el eslogan facilón: "sonríe, vamos a ganar", que se ofrecía en mítines multitudinarios.
Se comprobó, otra vez, que sin organización de base, sin recursos económicos derramados en táctica, estrategia y logística, de poco sirven las plazas llenas. El colmo fue que el PRD o la coalición Por el Bien de Todos, no logró más de 70% de representantes de casilla en el país, cuando AMLO fue el candidato que más plazas llenó, que más municipios, entidades y regiones del país visitó. Pero eso ya no sorprende. En todo caso lo llamativo es que aún sin los mínimos de estructura, con las ambiciones desatadas en torno a AMLO, y con el exceso de confianza que provocó la cercanía del poder, López Obrador se haya quedado a un milímetro del triunfo. Eso habla muy bien de la eficacia de su liderazgo social, pero muy mal de su capacidad organizativa.
Un ejemplo que puede servir de contraste. En el 2000, el motor del PAN fue el liderazgo de Fox, pero lo acompañó una estructura humana, logística, técnica y financiera, a cuyas prioridades se sometía el candidato Fox. En el 2006, los hombres, las estrategias, la logística, dependían de las ocurrencias o "del olfato político de Andrés Manuel", olfato y ocurrencias que servían para impactar en el electorado, pero no para garantizar que se reprodujera el mensaje y, sobre todo, que la gente acudiera a votar. El trabajo de "los otros", de ese puñado de oportunistas que se colgaron del liderazgo de AMLO, sólo fue ese, el de aquellos que sabían que tenían en las manos un producto que se vendía solo. Pero no se preocuparon por que la marca se hiciera necesaria e indispensable. Lo vendieron una vez, pero ya no regresaron para ofrecerlo de nuevo.
Pero además, las redes ciudadanas, que en los primeros meses fueron un fenómeno social emergente, se convirtieron en pequeños feudos de poder -en la mayoría de los casos nutridos de ex priístas resentidos-, que pelaron a nivel municipal y estatal por el control de la nueva franquicia. En efecto, se ganaron muchas adhesiones con las llamadas redes ciudadanas, pero la suplantación de los viejos cuadros de perredistas por cuestionables ex priístas terminó por romper las estructuras tradicionales de la izquierda -en los municipios y los estados-, las cuales se convirtieron en promotores del voto contra AMLO. Se privilegió lo cuantitativo sobre lo cualitativo a la hora de sumar adherentes, liderazgos y hasta candidaturas. Municipios y regiones estatales enteras fueron arrebatadas a los históricos perredistas, para entregarlas a ex priístas, al grado que la rebatiña por el voto era, en esos municipios y regiones, entre dos o más facciones del PRI.
En el DF se vivió una paradoja. AMLO ganó, pero también perdió. Es indiscutible que una mayoría de quienes votaron por el PRD en cargos como jefes delegacionales, diputados a la Asamblea Legislativa, diputados federales y senadores, fueron movidos por la influencia y la presencia de AMLO. Pero ese fuerte impacto, que también daba por descontado el triunfo arrollador en la capital del país, llevó a la mayoría de candidatos a "echarse en la hamaca". En el DF el mérito también es de los electores, de los creyentes de AMLO, más que de los otros candidatos. El mejor ejemplo es Marcelo Ebrard, cuya campaña altamente deficiente le restó a López Obrador un importante caudal de votos.
Al final de cuentas, pronto se producirá un recambio en el PRD, una vez que se confirme que los verdaderos centros de poder quedaron lejos del alcance de AMLO, y que grupos como Los Chuchos, entre otros, ganaron espacios que los pueden convertir en hegemónicos. Poco a poco se alejarán de AMLO, sobre todo si insiste en la violencia. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
19 de julio de 2006
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