17 de julio de 2006

La estrategia

Sergio Sarmiento
Reforma
17 de julio de 2006


"Lo que es de extrema importancia en la guerra es atacar la estrategia del enemigo."
Sun Tzu

Andrés Manuel López Obrador estaba, sin duda, seguro de ganar las elecciones de este pasado 2 de julio. Estaba convencido de que las encuestas que lo colocaban en un empate con el candidato del PAN, Felipe Calderón, estaban “cuchareadas”. Tenía una enorme fe en lo que le habían dicho sus asesores: que un gran porcentaje de los electores no le decía a los encuestadores por quién votaría, pero que al final sufragaría por él.

En el muy improbable caso de que perdiera, sin embargo, López Obrador sabía que no reconocería la validez de la elección. Desde hace mucho tiempo empezó a preparar el terreno para ello. La estrategia era clara.

Por esa razón, los legisladores de López Obrador se negaron a llegar a un acuerdo con los demás partidos y obligaron a que los consejeros del IFE fueran electos sin su voto: el primer paso para desconocer el resultado es, por supuesto, cuestionar la legitimidad del árbitro.

Por eso el desacato que llevó al desafuero fue presentado no como el caso judicial menor que siempre fue -el cual sólo se convirtió en una amenaza para las posibilidades de Andrés Manuel para postularse como candidato gracias a su propio descuido jurídico y al de sus abogados-, sino como un magno complot destinado a impedirle el paso a la Presidencia.

Por eso en todo el proceso, antes de que se sufragara el primer voto, López Obrador habló siempre de la “elección de Estado” y del fraude que se maquinaba en su contra. De esta manera, desde un principio el candidato se vacunó contra esa improbable derrota.

Ante el resultado de la votación del 2 de julio, López Obrador se encuentra ya inmerso en el inevitable siguiente paso de su estrategia. Lo que parecía imposible ha ocurrido: el candidato de la alianza Por el Bien de Todos no obtuvo la victoria en el conteo de los votos. Por eso ahora hay que descalificar el proceso: cuestionar el fraude, ese fraude tan gigantesco que se compara sólo con el de 1988. Empieza así la fase de resistencia civil delineada desde un principio en caso de derrota.

Las manifestaciones y concentraciones son una muestra del poder de López Obrador. Constituyen una forma de decir a los ciudadanos, a las autoridades y a los magistrados del Tribunal Electoral que el País no gozará de calma o estabilidad mientras no se ceda a su pretensión y se le haga Presidente de la República. La estrategia no es nueva. Con este tipo de movilizaciones, tras la elección de Tabasco de 1994, López Obrador consiguió convertirse en figura nacional y comenzó su camino a la Presidencia.

Desafortunadamente, vivimos en un país en el que las autoridades han acostumbrado a los grupos de presión a que todo se les dará si hacen suficiente ruido. Los incentivos para hacer grandes manifestaciones, plantones y bloqueos se vuelven así enormes. Las autoridades siempre tienen miedo de actuar a favor de la sociedad. Los grupos de protesta son muy hábiles para conseguir mártires que después se convierten en causas célebres. Los burócratas que detentan el poder en nuestro país prefieren permitir que la sociedad se convierta en rehén antes que enfrentar a los grupos de presión dispuestos a todo para conseguir lo que quieren.

Tenemos como ejemplo muy reciente el caso del desafuero. Había en este caso un desacato real a la orden de un juez. López Obrador consiguió convertir esta falta suya en una bandera política que le permitió consolidar su respaldo dentro de la izquierda y asegurar su postulación como candidato a la Presidencia ante el débil reto que presentaba Cuauhtémoc Cárdenas. Al final, el gobierno del Presidente Fox, temeroso de la creciente popularidad que el proceso de desafuero le había dado a López Obrador, prefirió sacrificar a su Procurador, Rafael Macedo de la Concha, y designar a uno nuevo, Daniel Cabeza de Vaca, quien entró al cargo con la orden de no proceder en contra del líder político ya desaforado como jefe de Gobierno del Distrito Federal.

La estrategia de confrontación es la misma en el caso de la elección. No importa en realidad si se puede o no probar ese presunto fraude que opacaría al del 88. Lo importante es presentar a López Obrador como una víctima y unir a la izquierda en torno suyo. No se requiere mucho esfuerzo. Casi 15 millones de mexicanos votaron por Andrés Manuel. Pero con 150 mil se puede llenar el Zócalo de la Ciudad de México.

La gran víctima de toda esta estrategia, sin embargo, puede ser la democracia. ¿De qué nos sirve tener un sistema electoral tan caro y con tantas salvaguardas si la segunda vuelta de las elecciones se define al viejo estilo priista, con una confrontación de fuerzas? Para eso, mejor restablezcamos la vieja Comisión Federal Electoral bajo la presidencia de Manuel Bartlett. Nombremos como comisionados a Manuel Camacho, Ricardo Monreal y Arturo Núñez, y que ellos decidan, sin necesidad de electores, quién debe ser el próximo Presidente de la República.

sarmiento.jaquemate@gmail.com

No hay comentarios.: